Magn¨¦tico y repelente: c¨®mo Andy Warhol pas¨® de la exclusi¨®n a convertirse en estrella del arte
Hijo de emigrantes y de salud fr¨¢gil, el ni?o Andrew Warhola subvirti¨® su realidad para convertirse en un mito del siglo XX. Arpa publica este mi¨¦rcoles ¡®Andy Warhol¡¯, biograf¨ªa de Jean-No?l Liaut de la que ¡®Babelia¡¯ adelanta un cap¨ªtulo, donde rastrea el origen de su manera de hablar, inspirada en Jackie Kennedy
Mi voz Bouvier
En 1960, Warhol pudo permitirse comprar al contado, por la suma de sesenta mil do?lares, una casa de cuatro pisos en el 1342 de Lexington Avenue. En 1949 habi?a llegado en autob¨²s a Nueva York y habi?a empezado viviendo de realquilado en apartamentos infestados de cucarachas y de ratones. Diez an?os ma?s tarde, se habi?a convertido en el ilustrador ma?s requerido de su generacio?n y en el feliz propietario de una vivienda disen?ada por Hardenbergh, el arquitecto del hotel Plaza. Se mudo? a ella, con Julia y los dos u?nicos gatos que les quedaban, en agosto de 1960. La nueva de?cada, en una de cuyas figuras ma?s emblema?ticas estaba llamado a convertirse, lo recibi?a con un lugar, o ma?s que eso con todo un entorno, en el que poder crearse un porvenir arti?stico digno de sus ambiciones.
No obstante, aquel cambio de domicilio y de estatus no hizo ma?s felices a los Warhol, madre e hijo. Lejos de cumplir sus suen?os de exponer en las galeri?as de vanguardia, Andy trabajaba como un borrico en tareas para subsistir que no le satisfac¨ªan, y adema?s su vida privada iba de mal en peor. Habi?a dejado de verse con Ed, segui?a atrai?do por Charles y, en diciembre de 1960, lo hospitalizaron como consecuencia de una infeccio?n anal, causada por una enfermedad vene?rea dolorosa que precisaba de intervencio?n quiru?rgica. En cuanto a Julia, que se habi?a instalado en la planta baja de la nueva vivienda, cerca de la cocina, aquella holgura material, por valiosa que fuera despue?s de un pasado de miseria, no la colmaba en modo alguno. Segui?a hundie?ndose en la soledad y el alcoholismo, y sufri?a por el hecho de no poder estar con ma?s frecuencia con su familia. Sus u?nicas distracciones se limitaban a salir para hacer la compra o para ir a misa, y pr¨¢cticamente nunca vei?a a nadie. A Andy le irritaba que lo buscara para hablar cuando estaba trabajando con su ayudante, Nathan Gluck, porque para e?l cada minuto era importante, teni?a que trabajar por cuatro para mantener el nivel de vida de ambos. Levantaba la voz a su madre cuando esta le reprochaba que no enviara dinero suficiente a sus hermanos y a sus numerosos parientes, menos afortunados que e?l. Lo acusaba tambie?n de avergonzarse de ella, de no llevarla nunca a ninguna parte, de tenerla escondida en un so?tano, pues, como sucede a menudo en Nueva York, la planta baja quedaba por debajo del nivel de la acera. Ella se senti?a marginada, como si su hijo hubiera renegado de ella, y e?l se senti?a atacado. A menudo reinaba un clima de guerra civil en el 1342 de Lexington Avenue, donde los gritos eran frecuentes. En 1958, habi?an posado juntos en el anterior domicilio para Duane Michals, un fot¨®grafo de futuro muy prometedor. Un Andy risuen?o pareci?a feliz junto a aquella que era su principal aliada desde la infancia, pero dos an?os ma?s tarde, aquella hermosa alianza se habi?a hecho an?icos.
Julia estaba tan deprimida, la haci?a tan vulnerable la adiccio?n al whisky, que tomaba en cantidades cada vez ma?s importantes, que llego? al extremo de no poder encargarse con fiabilidad de las leyendas para los dibujos de su hijo, por lo que Nathan aprendio? entonces a imitar su famosa caligrafi?a. Muy decai?da, termino? pasando largas temporadas en Pittsburgh, por lo que la suciedad de la casa alcanzo? niveles espectaculares. En su ausencia, a Andy no se le pasaba por la cabeza ocuparse de las tareas dome?sticas o pagar a alguien para que las realizara por e?l. Mientras tanto, los gatos campaban a sus anchas, iban de piso en piso sin que nadie los rin?era jama?s. Andy sufrio? entonces de depresio?n nerviosa, y teni?a que hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarse en el trabajo, hasta el punto de recurrir a la consulta de un psiquiatra, que no pudo ayudarle. Suplico? a Julia que volviera, y ella acepto?. Aquella atmo?sfera cargada y triste contrastaba con la decoracio?n ideada por Warhol para su vivienda, una decoracio?n de feria como en una acuarela de Cecil Beaton: podi?an encontrarse esculturas doradas de centauros, procedentes de un carrusel de principios de siglo; un Polichinela de madera de finales del siglo XIX, o hasta una sorprendente ¡°ma?quina para perfumar pan?uelos¡±. Podi?a descubrirse igualmente un retrato a taman?o natural de Andy con su amigo Ted Carey, encargado en 1960 al pintor Fairfield Porter, que no podi?a dejar de recordarle en todo momento lo poco agraciado que encontraba su fi?sico.
A Andy lo atormentaba sobre todo el e?xito de los pintores de su edad, como Jasper Johns, que se habi?a hecho famoso desde su primera exposicio?n en la galeri?a de Leo Castelli, en enero de 1958, gracias a sus cuadros que representaban dianas y banderas de Estados Unidos, con un regusto de antipatriotismo. El Museo de Arte Moderno, que habi?a rechazado uno de los dibujos de Andy con el pretexto de la falta de espacio, habi?a adquirido sin pensa?rselo dos veces varias obras de Johns, lo nunca visto para un debutante, quien, bien es verdad, era la admiracio?n de los cri?ticos ma?s feroces. Robert Rauschenberg, Roy Lichtenstein o Claes Oldenburg estaban tambie?n en vi?as de adquirir la notoriedad que le faltaba a Andy, presa por este motivo de celos y resentimiento. Su obsesi¨®n era que Castelli se fijara en e?l y lo expusiera en su galer¨ªa, que acababa de abrir en Nueva York, en 1957, y quien poni?a su pasio?n y su red de influencias al servicio de los artistas que llamaban su atencio?n. Nacido en 1907, se dedicaba al mundo del arte desde los an?os treinta, primero en Pari?s y luego en Estados Unidos, y habi?a sido agente, entre otros, de Kandinsky, de 1948 a 1953. "Leo Castelli, en sus actividades de amateur ilustrado en aprendizaje permanente, de coleccionista, de agente, de comisario independiente, atiende a todas sus funciones, acumula experiencias, hace de pe?ndulo entre uptown y downtown, entre Nueva York y East Hampton, entre Estados Unidos y Europa, entre galeri?as, museos, talleres y cafe?s, establece conexiones, vi?nculos, comunicacio?n", escribe Annie Cohen-Solal. Para Warhol, era el hombre al que habi?a que convencer, el u?nico capaz de hacerlo famoso algu?n di?a. De modo que era preciso proponerle obras dignas de su legendario olfato.
Gracias a Tina S. Fredericks, que se revelo? una vez ma?s como su hada madrina, Andy conocio? a Emile de Antonio, colega de la joven directora arti?stica. Antonio trabajaba de agente para sus amigos pintores y acababa de crear, en 1959, su propia productora con el fin de distribuir Pull My Daisy, pel¨ªcula con guion de Jack Kerouac. Presento? a Andy a la pareja Johns y Rauschenberg, de quienes era allegado. Estos dos artistas, desde la altura de su recientemente adquirido prestigio, desden?aron a Warhol, que a sus ojos era un ilustrador de moda demasiado afeminado como para dejarse ver con e?l. Ellos vivi?an juntos, pero nadie habri?a podido sospechar su homosexualidad, tan declarada en Andy. Este son?aba con trabar amistad con los dos, admiraba su trabajo hasta el punto de comprar un dibujo de Johns que representaba una bombilla, pero ellos guardaban las distancias con e?l, incluso durante las inauguraciones de Castelli, a las que Warhol acudi?a. Ello an?adio? a su lista de agravios, ya bastante larga, una nueva herida en su amor propio. "Era un mundo de apariencias, en privado podi?as hacer lo que quisieras, pero en pu?blico, en el Nueva York de 1960, un pintor serio era viril y tirando a austero. Los expresionistas abstractos, que iban a ser barridos por el naciente pop art, todavi?a eran la referencia: eran enemigos de toda frivolidad y pintaban con su sangre, por asi? decir. En comparacio?n, el pobre Andy lo teni?a todo para pasar por una loca, con sus gestos amanerados y su trabajo de dibujante para Vogue y Harper¡¯s Bazaar", conclui?a Stuart Preston. "Si al menos hubiera tenido obras innovadoras que mostrar, alguna idea repleta de audacia... Pero su u?ltima exposicio?n habi?a reunido las ilustraciones de un libro de cocina extravagante, Frambuesas salvajes. Y luego estaba aquella historia de su fetichismo por los pies, que se habi?a convertido en un fen¨®meno esnob: varias personas conocidas, como Cecil Beaton o la soprano Leontyne Price, ?se habi?an dejado retratar los pies por Warhol! ?Co?mo queri?as que Johns y Rauschenberg, que eran unos intelectuales de verdad, estuvieran interesados en entablar dia?logo con e?l?".
A Andy lo atormentaba sobre todo el e?xito de los pintores de su edad, como Jasper Johns, que se habi?a hecho famoso desde su primera exposicio?n en la galeri?a de Leo Castelli
En su taller del 1342 de Lexington Avenue, Andy se puso a explorar nuevas vi?as. Comenzo? a pintar series en blanco y negro, que reproduci?an personajes de co?mic, como Popeye o Superman, y anuncios recortados de las revistas, que agrandaba con ayuda de un proyector, antes de pasarlos a papel o tela, pero conservando tan solo los elementos ma?s relevantes. Warhol habi?a intuido que aquellas ima?genes, en si? mismas de una gran banalidad y ligadas a la realidad cotidiana menos prestigiosa, adquiri?an una fuerza singular si se presentaban aisladas, sacadas de su contexto y reproducidas a la escala de un cuadro. Andy no careci?a de sentido de la ironi?a ni de la capacidad de rei?rse de si? mismo, por cuanto habi?a escogido expresamente anuncios publicitarios que ponderaban los me?ritos de las pelucas, la musculacio?n y las operaciones quiru?rgicas de nariz (temas muy sensibles para e?l), para luego reproducirlos sobre telas de dos metros y medio de amplitud. En el oton?o de 1960, poco despue?s de su mudanza, pinto? una botella de Coca-Cola gigante, de casi dos metros de alto. Emile de Antonio, que le apoyaba decididamente, se quedo? impresionado por aquellas nuevas obras, como tambie?n Ivan Karp, el ayudante de Castelli, a quien Warhol habi?a invitado a verlo a su taller. Haci?a falta el ojo cli?nico de un Antonio o de un Karp para penetrar en el potencial asombroso de aquellos productos de consumo corrientes, revisados y corregidos por Andy. En 1960 o 1961, muchos otros los encontraron vulgares, rid¨ªculos y engorrosos.
Aquella visita tuvo lugar en el mismo momento en que Andy, que habi?a comprendido perfectamente el poder de la imagen, se habi?a inventado un nuevo personaje, destinado a llamar la atencio?n de quienquiera que lo conociera: el artista amanerado de palidez fantasmal, que vesti?a de negro para dar relieve a tales rasgos, con peluca, la mirada protegida por cristales ahumados, y que se expresaba con afeminada voz infantil. Su elocucio?n, el flujo lento de sus palabras, como si las emitiera en un murmullo ligeramente falto de aliento, recordaba la manera de hablar de Jacqueline Kennedy, a la que la gente vei?a y oi?a por televisio?n en apoyo de la candidatura de su marido, por entonces en plena campan?a presidencial. De hecho gano? las elecciones el 8 de noviembre de aquel mismo oton?o de 1960. ¡°An?os ma?s tarde, cuando ya e?ramos amigos, Andy me dijo en confianza, rie?ndose, que habi?a sido una pose premeditada por su parte¡±, recordaba Lee Radziwill, hermana de Jacqueline Kennedy. ¡°Deci?a que la voz de mi hermana, que era como la mi?a por aquel entonces, le pareci?a perfecta, era la voz con la que e?l hubiera son?ado. Recuerdo la fo?rmula con que me lo dijo: ¡°?Viendo a Jackie por televisio?n fue cuando decidi? adoptar mi voz Bouvier!¡±¡±. Ni que decir tiene que aquel hombre de treinta y dos an?os que hablaba como la nueva primera dama de Estados Unidos era considerado un tipo verdaderamente singular, incluso para un Ivan Karp, bastante acostumbrado a las excentricidades de los artistas. A trave?s del control de su imagen, Andy acababa de tomar el poder y ya no iba a soltarlo nunca ma?s. Habi?a fracasado en su intento por forjarse un aspecto ¡°normal¡±, a trave?s del gimnasio, la cirugi?a nasal, los trajes a medida y las camisas Brooks Brothers; de modo que triunfari?a por el camino inverso, exagerando afectadamente su apariencia y acentuando al extremo su rareza natural.
Karp, igualmente impresionado por las botellas de Coca-Cola, lo animo? a pintar de un modo meticuloso y cli?nico, pues no le convenci?an mucho las obras que mostraban rastros de pincelazos o salpicaduras de pintura, indirectamente a la manera de los expresionistas abstractos. Declaro? que hablar¨ªa con Castelli y que lo presentari?a a coleccionistas a quienes pudiera interesar su trabajo. A Andy lo conmovio? tanto, que le regalo? uno de sus cuadros inspirados en personajes de c¨®mic, en este caso una tira co?mica de Nancy, del dibujante Ernie Bushmiller, en la cual apareci?a la pequen?a protagonista de ocho an?os tiritando de fri?o. Desde aquellos lejanos dibujos de huevos de Pascua, pasando por sus libritos ilustrados, siempre habi?a dominado ¡°el arte de congraciarse con quienes conceden los ascensos¡± (Tolstoi). Karp mantuvo su promesa y regreso? con posibles compradores, quienes se quedaban desconcertados ante las locuras de Andy: adema?s de su ¡°voz Bouvier¡±, era capaz de recibirlos con la cara tapada con una ma?scara de carnaval coronada con plumas, que le servi?a tanto para adoptar un personaje, como para disimular un sarpullido de acne?; e impedi?a cualquier intento de conversacio?n poniendo o?pera o mu?sica rock a todo volumen. Con cada nueva venta, Andy insisti?a en que Karp se quedara con una comisio?n de entre el 18 y el 20 %, aunque estuvieran hablando de unos pocos centenares de do?lares, ya que el precio de sus primeros cuadros era muy bajo.
Fue tambie?n gracias a Ivan Karp por quien Andy conocio? a quien habri?a de convertirse en uno de sus grandes amigos y aliados, Henry Geldzahler, joven conservador ayudante del Museo Metropolitano. Al igual que Karp, quedo? convencido por su talento desde el principio, e hizo circular su nombre por todo el mundillo del arte. En oton?o de 1960, los pintores norteamericanos que iban a constituir el nu?cleo duro del movimiento pop art comenzaron a ser objeto de exposiciones en diversas galeri?as, la de Leo Castelli a la cabeza, pero sus dos nuevos valedores, por activos que fueran, no consiguieron in- cluirlo junto a Jasper Johns, Rauschenberg, Oldenburg o Lichtenstein, por solo citar a estos. Lichtenstein se le habi?a adelantado como reproductor de vin?etas de co?mic, adema?s de un modo bastante ma?s preciso y cuidado. Nadie, ni siquiera el fiel David Mann, quiso nuevas obras de Warhol. En enero de 1961, Karp convencio? por fin a Castelli para que este fuera a ver a Andy a su taller, pero la visita lo reafirmo? en su certeza de que no podi?a representar a Lichtenstein y a Warhol al mismo tiempo, por cuanto sus trabajos presentaban demasiadas similitudes. Veredicto confirmado poco despue?s cuando Andy fue a verle a la galeri?a: a Castelli le gustaba su trabajo, pero ya hab¨ªa elegido a Roy Lichtenstein. Al despedirse, Warhol le asegur¨® que algu?n di?a sus obras se expondri?an en su galeri?a, y que volveri?an a verse. En cualquier caso, Castelli le compro? dos pequen?os cuadros de botes de sopa Campbell por la m¨®dica suma de cien do?lares. Warhol habi?a empezado a reproducirlas (acri?lico y la?piz de grafito sobre tela) a finales del an?o 1961, y estaban llamadas a cambiar su destino, pero au?n tendri?a que esperar unos meses. La idea de pintar botes de sopa se le ocurri¨® gracias a Muriel Latow, una amiga galerista. Para agradecerle su sugerencia, Andy le extendio? un cheque de cincuenta do?lares, con fecha del 23 de noviembre de 1961. Un cheque para enmarcar.
Muy decepcionado por la reaccio?n de los galeristas de Manhattan, en abril de 1961 decidio? exponer sus Supermanes y sus Popeyes, como tambie?n la tela en que enalteci?a los me?ritos de una operacio?n quiru?rgica nasal, en las vitrinas de uno de los grandes almacenes de lujo para los que habi?a trabajado como escaparatista. ¡°Sus primeras aute?nticas pinturas pop sirvieron para decorar las vitrinas de Bonwit Teller, una traba que minimizo? el poder explosivo que habri?an podido tener¡±, escribi?a Klaus Honnef. Para Marella Agnelli, que poseyo? varias obras de Warhol, aquella decisio?n no podi?a dar fruto. ¡°?Debe un artista exponer a cualquier precio, donde sea? Recuerdo por ejemplo el caso de Pavlos Dionyssopoulos, un escultor griego al que mi marido y yo admira?bamos mucho. Yo le habi?a dado a descubrir su trabajo a Hubert de Givenchy, quien propuso exponerlo en las vitrinas de su casa de alta costura de Pari?s, en la avenida George V. Se trataba de unos a?rboles de plexigla?s, unas obras magni?ficas, muy espectaculares. Pues bien, aquello no fue nada beneficioso para su carrera, ni para su reputacio?n. Tal presentacio?n visual no impresion¨® al mundo del arte, que lo considero? un lugar inapropiado, demasiado fri?volo, al igual que las vitrinas de Bonwit Teller a propo?sito de Andy. En ambos casos, las mismas obras, expuestas en la galeri?a de Castelli, habri?an recibido una aceptaci¨®n triunfal. Por injusto y absurdo que pueda parecer, es asi?. Las telas de Andy servi?an de trasfondo para unos vestidos, lo cual suponi?a un paso en falso para los intelectuales neoyorquinos¡±. Aun asi?, a e?l le pareci?a preferible a una completa invisibilidad. En 1961, Allan Stone fue el u?nico en aceptar en depo?sito algunos cuadros, a los que destino? un fondo de su galeri?a con el fin de ensen?arlos a iniciados, sin ningu?n resultado concluyente.
En aquella e?poca de su vida, Andy era presa de una inquietud acerba, pues la pintura no le daba para vivir y debi?a seguir entregando dibujos para las revistas. Aunque desmotivado, lo haci?a con un profesionalismo impecable, lo cual le granjeaba el respeto de sus empleadores, como Henry Wolf, director arti?stico de Harper¡¯s Bazaar, revista para la cual Andy continuari?a trabajando hasta 1964. ¡°Para Henry, colaborar con Warhol era una delicia, porque para cada ilustracio?n proponi?a varias versiones y aceptaba la ma?s mi?nima modificacio?n que le pidieran, la ma?s pequen?a sugerencia, al contrario que algunos de sus colegas, que eran muy susceptibles¡±, recuerda Macha Me?ril, actriz francesa que por entonces era la compan?era de Wolf y estudiaba en el Actors Studio, mientras trabajaba como ayudante del foto?grafo Richard Avedon. ¡°Henry me deci?a que nunca jama?s, ni por un solo instante, habri?a podido imaginar que aquel joven ti?mido y reservado fuera a convertirse en uno de los pintores ma?s famosos del siglo XX, tan ce?lebre como Picasso¡±. Sus ingresos comenzaron a menguar cuando I. Miller puso fin a su contrato en 1960, despue?s de cinco an?os de colaboracio?n, debido a que la marca habi?a decidido dar preferencia en adelante a las fotografi?as sobre los dibujos. Andy se senti?a terriblemente angustiado: los tiempos cambiaban y el oficio de ilustrador comenzaba a caer en desuso. ?Que? iba a ser de e?l, si su carrera de pintor se estancaba indefinidamente, si no le llegaba nunca el reconocimiento? Aquellos pensamientos lo hostigaban, tan seriamente que se convirtio? en un insomne, hasta el punto de coger el tele?fono y enzarzarse durante horas en conversaciones telefo?nicas nocturnas con Henry Geldzahler, quien daba prueba de una paciencia ejemplar con e?l, siempre tratando de tranquilizarlo por todos los medios. Y el fiel Geldzahler teni?a razo?n: 1962 iba a resultar un an?o determinante en la cronologi?a warholiana.
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