La invenci¨®n del verano
En nuestro edificio, todos se hab¨ªan ido excepto yo. Las iniciales o apellidos de cada vecino figuraban en los buzones, pero siempre hubo un ser sin nombre, un piso fantasmal, y de un d¨ªa para otro el fantasma escribi¨®: Viuda del Se?or Ochoa
Podr¨ªa haber ocurrido en cualquier otro verano y en cualquiera otra ciudad. Los hechos extraordinarios no dependen del espacio o del tiempo, s¨®lo necesitan de un observador para existir. Y hab¨ªa m¨¢s gente en la ciudad aparte de m¨ª, m¨¢s posibles observadores de los hechos, pero estar presente no equivale a presenciar. En nuestro edificio, adem¨¢s, todos se hab¨ªan ido excepto yo. Las iniciales o apellidos de cada vecino figuraban en los buzones, pero siempre hubo un ser sin nombre, un piso fantasmal, y de un d¨ªa para otro el fantasma escribi¨®: Viuda del Se?or Ochoa.
Era julio. Lo vi ¡ªaquel r¨®tulo nuevo¡ª cuando sal¨ªa hacia el aeropuerto. Me iba de la ciudad por primera vez en a?os, escapando a la ola de calor apocal¨ªptico que, como todo lo definitivo, conjuraba una resistencia. La resistencia que ejercen las cosas cuando se las abandona. O mi conciencia subterr¨¢nea que dice: ?Seguro? ?Te vas? ?De veras quieres lo que dices querer? ?Son tus acciones espejo de tu voluntad o de tu cobard¨ªa? Este verano quer¨ªa irme y, por supuesto, no me fui.
Y el Edificio lo sab¨ªa, la Viuda lo sab¨ªa, yo estaba a punto de saberlo. Puse cara de disgusto, pero secretamente lo deseaba: la Viuda me llam¨®. La Viuda, digo ahora, pero entonces no sab¨ªa qui¨¦n maullaba. Alguien, alguien en los pisos superiores ped¨ªa algo, gritaba sin ser capaz de gritar, se expresaba sin comunicar nada inteligible. Lo ¨²nico descifrable desde abajo era una voz de mujer, aunque en la vejez los rasgos de g¨¦nero, de procedencia, de car¨¢cter se confunden y se tornan el mismo en todos los reinos. Y en el reino de nuestro Edificio, ese d¨ªa de mi falsa huida, la Viuda me hab¨ªa escogido a m¨ª para reinar. Ascend¨ª cuatro pisos hasta dar con ella. Para reinar, digo, porque ahora lo entiendo, aunque entonces me pareciera un imprevisto cualquiera. Llegaba tarde a mi vuelo ¡ªa mi falso destino que tambi¨¦n era cualquiera¡ª, pero ya no pod¨ªa negarle mi cuerpo al acontecimiento, designado por la Viuda para el sacrificio. Acced¨ª con mansedumbre:
¨C ?La puedo ayudar?
Hab¨ªa dejado las maletas abajo, en el rellano, esperando que mi altruismo durase lo que dura el altruismo. Pero algo postizo hab¨ªa en el rostro de la anciana: algo l¨²cido, calculador. Lo contrario del desamparo.
¨C ?Oh! S¨ª, querida. Vaya. No sab¨ªa si habr¨ªa alguien. A estas alturas del verano, quiero decir¡ Y alguien tan joven como t¨², ?y tan espigada! ?Y tan p¨¢lida! ?No vas a que te d¨¦ el sol? ?No te vas a la playa?
La vieja me hab¨ªa reconocido. ?Reconocido como qu¨¦? Eso es asunto nuestro, los fantasmas nos reconocemos aunque no tengamos nombre. Nos averiguamos en la voz ensayada. En la incapacidad fingida. En la cantinela infinita que s¨®lo descifras si t¨² tambi¨¦n eres cantor. Estuve a punto de decirle que ten¨ªa un vuelo, que llegaba tarde, que mis maletas estaban abajo y un taxi a punto de llamarme, que por favor se apresurase a pedirme lo que quisiera¡
Pero algo en m¨ª dilata lo planeado cuando un est¨ªmulo exterior, e inconveniente ¡ªcuanto m¨¢s inconveniente mejor¡ª acecha. Y adem¨¢s hac¨ªa a?os que viv¨ªa entregada a tempos ajenos, a medidas y ritmos que no eran los m¨ªos sino los de otros. ?Los de qui¨¦n? Eso tambi¨¦n es asunto de los fantasmas. Y tanto deseaba deshacerme de la anciana que sucedi¨® lo evidente: me entregu¨¦.
¨C D¨ªgame, d¨ªgame qu¨¦ necesita ¨Cinsist¨ª, fingiendo no saberlo, fingiendo que ella no era yo.
¨C Mira, soy incapaz de abrir mi casa, de pronto soy incapaz y no puedo. ?Qu¨¦ te parece, querida? Una pobre vieja encerrada fuera de su casa. Para todo hay una primera vez, incluso a esta edad, ?verdad?
Muy elocuente para ser una vieja incapaz, usted abre su puerta perfectamente, ejecuta esta performance cada semana, es matem¨¢tico, cada vez con un vecino distinto, pero en estas fechas s¨®lo quedo yo. Y, ahora que entiendo la gracia del asunto, podr¨ªa hab¨¦rselo dicho, porque ella esperaba mi afrenta, cualquier violencia siempre que implicase contacto, reacci¨®n. Pero, en silencio, le cog¨ª la llave que me entreg¨®: y tan solo haciendo un lev¨ªsimo gesto la puerta se me abri¨®. Pero la pregunta, por supuesto, no es si las puertas se abren o no; si las personas fingen o dicen la verdad. Esa no es la cuesti¨®n. La gracia, o el drama, es qu¨¦ hay detr¨¢s del fingimiento: qu¨¦ quer¨ªa de m¨ª la mujer que fing¨ªa querer mi ayuda con la llave. Nada fingido hay ah¨ª, en el impulso que nos lleva a recubrirlo todo de otra cosa que no es exactamente lo que necesitamos: lo s¨¦ porque yo, y¨¦ndome de la ciudad, hac¨ªa lo mismo. Ese hilo com¨²n hizo que mi mano fuera su mano y abriera la puerta de sus mentiras, que era su casa. La mujer no quer¨ªa mi ayuda, sino mi presencia.
La cuesti¨®n, por supuesto, es que no acudimos a menos que nos sintamos ¨²tiles, y que ellos lo internalizan hasta hacerse los necesitados. Yo entr¨¦ a la casa, Alicia en el pa¨ªs de la Viuda, disminu¨ª de tama?o, no ten¨ªa intenci¨®n de entrar y entr¨¦. El pasillo estaba extra?amente oscuro para el julio amarillo; en extremo fr¨ªo para tremenda ola de calor. A lado y lado, sombreros, chaquetas, bolsas de pl¨¢stico, montones de marcos de fotos.
¨C Me voy, se?ora, que pase un buen¡ ¨Cdije, y entonces, porque yo soy la primera que traiciono mis decisiones y que busco viudas para fingir que el mundo me obliga a truncar mis planes, a?ad¨ª¨C: Pero d¨ªgame, ?vive sola?
¨C ?Que si vivo sola? ¨Cse rio, ni rastro del tono fr¨¢gil, como si esas dos palabras, vivir y sola, no significasen lo que significan a primera vista; como si yo, joven pero vieja como ella, las utilizase obviando su significado oculto. Se me qued¨® mirando con una esperanza abusiva. Y como yo la entend¨ªa perfectamente, fing¨ª no entender:
¨C S¨ª, si vive sola. O si necesita algo m¨¢s. Ahora me tengo que ir, pero si vive sola puedo venir a visitarla cuando vuelva. Ahora me voy.
¨C ?Te vas?
Ella sab¨ªa. Lo sab¨ªa. Sab¨ªa que no hac¨ªa falta pedirme que me quedara con ella, que suceder¨ªa igualmente, que el v¨ªnculo verdadero sortea cual sapo las palabras, les dice croac, y ellas entienden, y t¨² y yo entendemos, y la Viuda entendi¨® y yo avanc¨¦ por el pasillo como quien desfila en pos de su primera comuni¨®n. Supe que mi verano hab¨ªa comenzado cuando vi aquel rostro, el rostro de aquel hombre. Ella no tuvo ni que indic¨¢rmelo. Fui yo quien lo encontr¨¦:
¨C ?Qui¨¦n es?
Se?al¨¦ uno de los marcos. Pero supe la respuesta antes de o¨ªrla, incluso antes de preguntar. Ella no contest¨® de inmediato, me hizo seguir avanzando por la entrada, como si dejarme esperando en el vest¨ªbulo fuese descort¨¦s o inusual en semejante ceremonia, y llegamos a un sal¨®n todav¨ªa m¨¢s oscuro, m¨¢s lleno de trastos, y yo supe que aqu¨¦l era mi destino, que hab¨ªa tomado mi avi¨®n y aterrizado. Desde este lugar, que no era exactamente su casa ni la m¨ªa ¡ªera nuestro nuevo pa¨ªs¡ª, ella se mantuvo en silencio, y yo deb¨ªa adivinar. Vi por m¨ª misma lo que deb¨ªa ver: hab¨ªa cientos de marcos con cientos de fotos; si una se fijaba, todas las fotos eran la misma; cientos de rostros del mismo hombre poblaban el sal¨®n; y cuando mir¨¦ de reojo, los pasillos y la cocina tambi¨¦n.
¨C Bueno, ah¨ª necesito espacio para las cosas de cocinar.
Eso lo dijo justific¨¢ndose ¡ªsolo hab¨ªa tres fotos en la repisa¡ª, pero ella y yo sab¨ªamos que all¨ª no cocinaba ni Dios, que era una cocina de teatro, attrezzo como su casa y como la m¨ªa, pantomima avergonzada como ella y como yo. Y que para eso, para desenmascararnos, se invent¨® el verano. No recuerdo m¨¢s, porque me habl¨® de su marido abiertamente, sin misterio, extra?a clarividencia en una casa a todas luces demencial, discurso directo en un ser chalado, pero yo estaba pensando en otra cosa, de nuevo una resistencia en m¨ª, no es que no quisiera escucharla, sino que al escucharla me escuchaba a m¨ª misma, croac, y el verano se invent¨® para fingir que existe una melod¨ªa y una historia que no es la misma de siempre, la que no termina. Sin saber d¨®nde colocar mis sentidos ¡ªd¨®nde posar las manos, d¨®nde enfocar los ojos¡ª, de pronto mir¨¦ el rostro de la Viuda y vi en su lugar el del marido, y no quise mirarme al espejo aunque ella me indicaba uno. Le dije que me ten¨ªa que ir, que perd¨ªa mi vuelo ¡ªera verdad¡ª, que mis maletas estaban abajo ¡ªel taxista se habr¨ªa marchado¡ª, que ahora ya hab¨ªa conseguido entrar en la casa y que, sin falta, yo vendr¨ªa a visitarla cuando volviese. Antes de cerrar la puerta, o¨ª c¨®mo la voz de un hombre la llamaba.
Pero poco importa qui¨¦n fuese ese hombre, poco importa si era un hombre o una mujer, si era una voz real o s¨®lo escuchada por ella y por m¨ª. Era la persona amordazada de cada piso, de cada reino, el fantasma que inventa el verano para ocultarse antes de que le digan: oc¨²ltate. El Edificio lo sab¨ªa, la Viuda lo sab¨ªa, y yo lo supe entonces. Todo lo vi y nada cont¨¦ sobre el Se?or y la Se?ora Ochoa, porque viven o mueren en mi edificio, y yo gravito hacia ellos como hacia todo enigma que finge ser hogar.
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