¡®Un pedido urgente¡¯: otro cuento de Navidad es posible
Ruth quer¨ªa apropiarse de una tradici¨®n que siempre ha odiado, resignificarla entre amigos, personas afines y no impuestas, lejos de las tensiones familiares de cada a?o. Pero no contaba con los garbanzos
A Ruth se le hab¨ªa olvidado que el novio celiaco de Sara tambi¨¦n es intolerante a las legumbres, y lo recuerda justo ahora, cuando faltan minutos para que lleguen sus comensales y la mesa est¨¢ servida con infinidad de aperitivos veganos donde, en ausencia de huevo, hay harina de garbanzo. Ella ni siquiera es vegana, pero, teniendo en cuenta las peculiaridades del grupo, pens¨® que la opci¨®n 100% vegetal ser¨ªa la m¨¢s inclusiva. Tania no come carne pero s¨ª pescado y huevos; Luis es ovovegetariano, que nunca est¨¢ segura de lo que significa; Rober se abstiene hasta de la miel en pos de los derechos de las abejas, y los dem¨¢s combinan fobias e intolerancias de todo tipo, por lo que elaborar este men¨² no ha sido f¨¢cil. Lleva siete horas en la cocina con sustos y errores, con platos que han viajado del horno a la basura y vuelta a empezar, pero pensaba que al fin lo ten¨ªa, que hab¨ªa resuelto el acertijo y ser¨ªa la anfitriona perfecta, la que no se olvida de nadie y los cuida a todos por igual. No contaba con los garbanzos.
Son las primeras Navidades que Ruth no pasa en casa, es decir, en casa de sus padres, que es la casa de la que se fue hace 10 a?os, pero que, en el extranjero, sigue siendo ¡°su casa¡±, el sitio al que se regresa, cada vez con menos entusiasmo, cada vez con m¨¢s excusas. Este a?o acept¨® hacer horas extra en los festivos para librarse de viajar, y luego, en un arrebato de euforia mediado por el alcohol, se ofreci¨® a acoger por Nochebuena a la di¨¢spora espa?ola de su peque?o pueblo en las Highlands. Quer¨ªa reapropiarse de una tradici¨®n que siempre ha odiado, resignificarla entre amigos, personas afines y no impuestas, lejos de las tensiones familiares a las que est¨¢ acostumbrada, pero, al final, habr¨¢ tensiones y ser¨¢ su culpa. Se empe?¨® en hacerlo todo sola, como har¨ªa su madre, neg¨¢ndose a que cada quien trajera un plato de algo que le resultara comestible, y ahora no tiene con qu¨¦ alimentar al novio de Sara.
Por suerte, est¨¢ diluviando y eso implica retrasos. Tiene un peque?o margen para improvisar soluciones. Coge su tel¨¦fono m¨®vil y entra en la app de comida a domicilio. El restaurante indio en Main Street sigue abierto. Benditos sean. Navega por la carta y selecciona un par de platos de curri vegetal. En el apartado de sugerencias, especifica las alergias al gluten y a las legumbres y, de forma un tanto innecesaria, a?ade que es urgente.
La notificaci¨®n de que su pedido ha sido aceptado se solapa con el timbre de la puerta. Se quita el delantal y abre.
¡ªCasi nos llevamos a un ciervo por delante ¡ªdice Rober¡ª. No ve¨ªa a un metro de distancia ni con las luces largas.
¡ªY teniendo en cuenta que no te lo habr¨ªas querido comer, habr¨ªa sido una tragedia gratuita ¡ªa?ade su novia¡ª. ?D¨®nde dejamos los abrigos? Te aviso que gotean.
Ruth los gu¨ªa hasta el cuarto de ba?o y les ofrece una toalla para que se sequen. Mientras descorcha el vino, vuelve a sonar el timbre y cruza los dedos por que sea el repartidor, pero solo es Jaime, su compa?ero de departamento, a¨²n m¨¢s empapado que los dem¨¢s. Se est¨¢ formando un charco de barro en la alfombrilla de la entrada.
¡ªMerry Christmas! Fant¨¢stica noche. ?No te arrepientes ya de haberte quedado aqu¨ª? Mira, en Valencia han tenido m¨¢ximas de 18 grados.
¡ªPero es que en casa de mis padres siempre truena, querido.
¡ªS¨¦ de lo que hablas. Por cierto, eso de ah¨ª tiene una pinta incre¨ªble. No lleva s¨¦samo, ?verdad?
Ruth le da un manotazo para que no pique antes de tiempo y ya es oficialmente la encarnaci¨®n de su madre.
¡ªNo sesame, no cruelty. Es mi eslogan esta noche.
¡ªPues me parece fatal que te hayas plegado a las exigencias de los animalistas. El s¨¦samo, en cambio, nunca aporta.
Ruth sonr¨ªe y se disculpa un instante para consultar su m¨®vil, porque ha recibido una nueva notificaci¨®n del restaurante. Dice que su pedido ya est¨¢ en camino y, al clicar sobre el enlace, accede a un mapa con la ruta del repartidor. El puntito en rojo de su GPS est¨¢ detenido a una manzana de su calle. Con un poco de suerte, llegar¨¢ antes que Sara y su novio, y as¨ª podr¨¢ volcar el t¨¢per en una fuente propia y fingir que no ha pasado nada, que no se ha olvidado de nadie.
Aqu¨ª no hay madres pasivoagresivas de las que sirven el cordero exagerando su lordosis, para que sepas que han sufrido entre fogones
Por las escaleras, cantando villancicos, suben Luis y Tania, ya borrachos, y enseguida se adue?an del ordenador para poner m¨²sica latina. La casa por fin parece una fiesta, no necesariamente navide?a, y con el vino y el ruido de fondo, Ruth siente que la presi¨®n decae. Nada de esto es tan importante. De hecho, no lo es en absoluto. Aqu¨ª no hay madres pasivoagresivas de las que sirven el cordero exagerando su lordosis, para que sepas que han sufrido entre fogones, ni enemistades que sembr¨® la herencia de alg¨²n t¨ªo abuelo, ni llantos inc¨®modos con el champ¨¢n, porque siempre falta quien falta. Pero Ruth ha comprobado que la separaci¨®n espacial no exorciza los patrones que carga el cuerpo. Su familia est¨¢ aqu¨ª, se repite en ella, como un destino latente que emerge con el calendario.
Los invitados siguen llegando en un goteo continuo que ya no la obliga a contestar al timbre. No quedan percheros donde colgar las gabardinas y estas se acumulan en una pila supurante junto al ¨¢rbol de Navidad, como si fueran regalos ir¨®nicos. Preferir¨ªa que nadie fumase, pero es tarde para imponer restricciones. Hay una humareda que le impide distinguir los rostros de los que est¨¢n del otro lado de la mesa. Descubre que ha llegado Sara porque identifica el timbre de su voz; solo por eso. ?D¨®nde est¨¢ el pedido? Consulta la localizaci¨®n del repartidor en el mapa y le sorprende que sigue parado en el mismo punto donde estaba la ¨²ltima vez, hace m¨¢s de un cuarto de hora. O bien ha hackeado el sistema para que los usuarios no se impacienten, o bien se ha perdido o sucede algo extra?o. Actualiza un par de veces la p¨¢gina y, como nada cambia, llama al restaurante para preguntar. Su acento inc¨®modo se mide con otro acento inc¨®modo. La cortes¨ªa es dif¨ªcil entre hablantes no nativos, como los chistes. Entiende que su queja no est¨¢ fundada porque el chico de la bici, como se refieren a ¨¦l, dej¨® el establecimiento hace rato, tiene que estar al caer o le va a caer un despido. Ruth decide entonces salir de casa y recibirlo en la calle, por si est¨¢ dando vueltas y no encuentra el n¨²mero, y tambi¨¦n para que nadie sepa que ha pedido un delivery.
El apartamento est¨¢ tan abarrotado que se escabulle sin que nadie se entere. No repara en que ha bajado sin abrigo ni paraguas hasta que la lluvia la empapa, y a estas alturas, qu¨¦ importa. A medida que atraviesa su calle en direcci¨®n al centro, entiende que la persona que busca tambi¨¦n est¨¢ a la intemperie, sin luces potentes ni protecciones contra la tormenta, y su propia tiritona le parece una expiaci¨®n. Ella le ha hecho esto mismo que ahora se hace a s¨ª misma, pero sin cobrar un sueldo a cambio. Este es un acuerdo horizontal.
La comida en el interior del ba¨²l delivery, en cambio, s¨ª que parece templada. Emite una calidez y un aroma a especias que reconforta en mitad de la llovizna
En su calle no hay nadie, por lo que decide caminar hacia el punto est¨¢tico que se?ala el GPS en el mapa. A trav¨¦s de la lluvia, las luces navide?as de los edificios parecen producto de las drogas. ?Alguien habr¨¢ tra¨ªdo ¨¦xtasis? Deber¨ªa haberse encargado de ello. Midriasis de Nochebuena. Ese es el esp¨ªritu. Aunque el ¨¦xtasis le da ganas de follar, y follar con qui¨¦n. Entre la lluvia, apenas se distingue el color de los sem¨¢foros, pero cuando llega a la intersecci¨®n que se?ala el m¨®vil, la oscuridad se rompe con el girofaro de una ambulancia. Enciende la linterna para ver lo que est¨¢ pasando y descubre que el furg¨®n tiene las puertas cerradas. Arranca, de hecho, antes de que llegue a situarse a su altura, y sobre la carretera solo quedan charcos y una bicicleta en una posici¨®n err¨®nea, como si la hubieran arrojado con descuido, desde lo alto. Ruth se acerca a acariciar el sill¨ªn y comprueba que no est¨¢ caliente, pero c¨®mo podr¨ªa. La comida en el interior del ba¨²l delivery, en cambio, s¨ª que parece templada. Emite una calidez y un aroma a especias que reconforta en mitad de la llovizna. Uno de los t¨¢peres se ha abierto y sus entra?as se reparten por el interior del ba¨²l como si fueran v¨®mito, pero el otro est¨¢ intacto y Ruth no sabe qu¨¦ otra cosa puede hacer salvo llev¨¢rselo consigo. Lo aprieta contra su pecho y emprende el camino de vuelta a casa, temblando.
En el centro de la fiesta est¨¢ la mesa, impecablemente servida, un peque?o refugio de orden en mitad de la amalgama de cuerpos que rebosan el espacio habitable del apartamento. No han tocado la comida. Est¨¢n a la espera de un gesto, una orden.
¡ª?Pero t¨² de d¨®nde vienes?
Ruth, escurriendo agua, los contempla desde el umbral sin abrir la boca. Son muchos y ella ha querido cuidarlos, tenerlos a todos en cuenta, pero siempre se escapa alguien. Un parche descubre otro agujero. No hay forma de salir airosa.
Localiza al novio de Sara en el sof¨¢ amarillo de la sala y se dirige hacia ¨¦l.
¡ªToma, esto es para ti ¡ªle dice, y le entrega el t¨¢per de curri como si estuviera deshaci¨¦ndose de una maldici¨®n. El chico la mira sin entender qu¨¦ pasa.
¡ªSin gluten y sin legumbres ¡ªespecifica.
¡ª?T¨ªa! ?Muchas gracias! Pero no ten¨ªas que haberte preocupado. Si solo soy un poco intolerante¡ Pensaba hacer una excepci¨®n esta noche.
Ruth decide no escuchar esto ¨²ltimo. Es un detalle que olvidar¨¢ incluir en el relato que le haga a su madre sobre lo que sucedi¨® esta noche. Se gira y avanza hacia la mesa. Coge una empanadilla de hongos y, antes de met¨¦rsela en la boca, grita:
¡ª?A comer!
Y entonces, comen.
Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) es escritora, autora de ¡®Modelos animales¡¯ (Salto de Pa?gina, 2015), ¡®La li?nea del frente¡¯ (Salto de Pa?gina, 2017) y ¡®Cambiar de idea¡¯ (Caballo de Troya, 2019), por la que recibio? el Premio Euskadi de Literatura en castellano en 2020.
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