?C¨®mo se descoloniza un museo?
Hay que afrontar la devoluci¨®n patrimonial a los pa¨ªses de origen y dejar la construcci¨®n de los discursos e im¨¢genes a las comunidades provenientes de ese origen
El ministro de Cultura, Miquel Iceta, acaba de hacerse la pregunta que sirve de t¨ªtulo a este art¨ªculo: ¡°?c¨®mo se descoloniza un museo?¡± Desde su mismo enunciado, es evidente que asume la obligaci¨®n de abordar en serio este asunto; pero tambi¨¦n que le parece una tarea tit¨¢nica y que no sabe c¨®mo ni por d¨®nde empezar.
No es ninguna noticia que los museos ¡ªtengan o no un sesgo colonial¡ª est¨¢n sometidos a un fuego cruzado bajo el cual dirimen hoy su modelo, su estrategia, su significado, su nombre o su supervivencia. En estos a?os, lo mismo se ha pretendido cambiar su acepci¨®n que dirimir si nos decantamos entre los museos franquicia y aquellos que optan por un programa desde un proyecto de elaboraci¨®n propia. Los primeros arrastran manadas de turistas y salvan temporadas en los resultados de visitantes, los segundos rechazan la exposici¨®n Blockbuster y apuestan por una relaci¨®n diferente entre las obras y quienes interact¨²an con ellas. En Espa?a, a partir del efecto Guggenheim, el Modelo M¨¢laga ha consolidado la primera l¨ªnea y todo indica que esta seguir¨¢ creciendo. Es lo que tienen las econom¨ªas de servicios, que acaban configurando culturas de servicios.
Pero, volvamos a lo que nos concierne. ¡°?C¨®mo se descoloniza un museo?¡±, se pregunta el ministro, y lo cierto es que, queri¨¦ndolo o no, ha dado en el clavo. Porque esta no es una pregunta m¨¢s, sino la pregunta que cualquier ex Metr¨®poli colonial debe hacerse para fijar una pol¨ªtica cultural coherente con la representaci¨®n pasada, presente y futura de buena parte de su ciudadan¨ªa. Y porque esa puesta al d¨ªa rebasa las paredes mismas del museo y atraviesa el uso y origen de sus colecciones hasta impactar en millones de personas que llevan d¨¦cadas mir¨¢ndose en un espejo en el que no se reconocen. Un reflejo que les devuelve estereotipados, como seres ex¨®ticos a los que, en el mejor de los casos, se les dispensar¨¢ un multiculturalismo condescendiente desde unos templos inmutables que hablan por ellos, pero jam¨¢s desde ellos.
?C¨®mo se descoloniza un museo? Para empezar, afrontando la devoluci¨®n patrimonial a los pa¨ªses de origen y, al mismo tiempo, el traspaso de poder en la representaci¨®n y construcci¨®n de los discursos e im¨¢genes que hasta ahora le han sido usurpadas a las comunidades provenientes de ese origen.
Por m¨¢s que Espa?a ni siquiera se acerque a las m¨¢s t¨ªmidas y superficiales, en Europa no han faltado iniciativas en estos procesos de descolonizaci¨®n. Una de las m¨¢s sonadas fue SWICH, acotada entre 2014 y 2018, que cont¨® con diez museos asociados.
En Estados Unidos, por su parte, el Museo de la Cultura Afroamericana de Washington y otra decena con prop¨®sitos similares se han venido emplazando desde 2015 para reivindicar el impacto cultural de la sociedad negra en toda la naci¨®n. Desde la esclavitud hasta el movimiento Black Lives Matters (que ha disparado estas respuestas institucionales), pasando por el blues, el jazz, las marchas por los derechos civiles, el rap, la literatura y las artes urbanas.
Si en Europa la transformaci¨®n pasa por la revisi¨®n del horror colonial, en Estados Unidos lo hace por la revisi¨®n de la segregaci¨®n y la esclavitud. En ambos casos, la propia figura ¡°museo¡± resulta estrecha a la hora de plantear un espacio anticolonialista, cuya funci¨®n expositiva o coleccionista es solo un cap¨ªtulo de un programa que demanda, a partes iguales, arqueolog¨ªa y pedagog¨ªa, restituci¨®n y activismo, la revisi¨®n de viejas historias coloniales y la inclusi¨®n de nuevos sujetos anticoloniales.
Es urgente? S¨ª, pero requiere un an¨¢lisis profundo que no puede despacharse a la ligera ni con golpes de efecto. ?Es progresista? Tambi¨¦n, pero sin un amplio consenso pol¨ªtico y social no tirar¨¢ adelante
Claro que solo desde la demagogia se puede afirmar que estamos ante una encomienda f¨¢cil. ?Es urgente? S¨ª, pero requiere un an¨¢lisis profundo que no puede despacharse a la ligera ni con golpes de efecto. ?Es progresista? Tambi¨¦n, pero sin un amplio consenso pol¨ªtico y social no tirar¨¢ adelante. En B¨¦lgica, por ejemplo, no hizo falta un gobierno izquierdista para que el Museo Tervuren iniciara un proceso de descolonizaci¨®n (que incluy¨® un cierre temporal para pensar el camino a seguir, haciendo caso de especialistas y sociedad civil). En Barcelona, un Ayuntamiento gobernado por la izquierda no ha conseguido pasar del timorato blindaje de un espacio tan desfasado como el Museo Etnol¨®gico y de las Culturas del Mundo.
Y es que, para algunos museos, con esto de la descolonizaci¨®n pasa como con la propaganda a favor del coche el¨¦ctrico: al final no sabemos si se quiere salvar el planeta o la industria del autom¨®vil. De la misma manera que tales museos, m¨¢s que descolonizarse, solo intentan extender su vida desde el gatopardismo m¨¢s obvio.
Tampoco resulta de mucha ayuda la invasi¨®n, en el activismo, de la jerigonza ¡°decolonial¡± emanada de la Academia norteamericana, de la que no queda claro si lo que pretende es licuar el anticolonialismo por la v¨ªa de deconstruir el colonialismo.
Fuera de esos espacios cerrados, resulta que nuestras ciudades son un museo al aire libre del colonialismo. Pero tambi¨¦n lo son, y lo ser¨¢n cada vez m¨¢s, del anticolonialismo. Y que el actual flujo revisionista ¡ªcontradictorio y variopinto¡ª revela heridas del pasado que siguen sin cerrarse y fronteras del presente que siguen sin abrirse.
En esa circunstancia, poco importa cu¨¢nto quieran protegerse las instituciones que se niegan a un replanteamiento profundo de su lugar en el siglo XXI. Y es que, por m¨¢s que intenten alargar su vida desde una obsolescencia programada, no van a poder evitar el descalabro de una defunci¨®n sin programa.
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