El acuerdo est¨¢ sobrevalorado, ?viva el debate!
Una defensa apasionada del arte de polemizar
La ¨²nica y verdadera forma para una reflexi¨®n sobre el presente es la pol¨¦mica, escribi¨® Walter Benjamin sobre Karl Kraus. Era, por cierto, otra ¨¦poca. Hoy se hacen piruetas para evitar la pol¨¦mica y se la considera un s¨ªntoma de que los eventuales polemistas se entienden poco unos a otros por pereza o falta de informaci¨®n. Apreciamos los acuerdos intelectuales m¨¢s que los debates.
Si tal cosa hubiera sucedido en el pasado, nos hubi¨¦ramos quedado sin Sartre, sin Althusser y, por supuesto, sin Carlos Marx. Sin la discusi¨®n inagotable con los economistas cl¨¢sicos, Marx ser¨ªa uno de ellos y toda la historia intelectual de los ¨²ltimos dos siglos hubiera consistido en algunas inteligentes variaciones. Tambi¨¦n nos hubi¨¦ramos quedado sin grandes cambios en la antropolog¨ªa y la historia.
Fatales desinteligencias pol¨ªticas, como las que apresaron a varios pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, provocaron un temor a la pol¨¦mica, como si las discusiones intelectuales siempre tuvieran el fatal destino de generar violencia. Hoy en esos pa¨ªses la pol¨¦mica debe ser silenciada bajo los llamados ¡°acuerdos¡±. Las diferencias siguen por debajo, y quienes participan en el debate p¨²blico tienden a ocultarlas con vac¨ªas declaraciones de que todos estamos enfocados sobre lo mismo. Se sabe, por supuesto, que esa unanimidad de enfoque es no solo imposible, sino tambi¨¦n indeseable. El miedo a la violencia pol¨¦mica ha frustrado las discusiones abiertas, cuyos temas, sin embargo, siguen dividiendo posiciones.
La condena de las pol¨¦micas implica el borramiento de aquello que afirmamos respetar. Sin polemizar con las ideas diferentes, tampoco es posible considerarlas con el respeto y cuidado que merecen. Para polemizar con ellas es necesario conocerlas bien, y esto implica el primer paso indispensable que, en palabras de Sartre, obliga al reconocimiento de que ¡°toda creencia es insuficiente¡±. No existe mayor impulso al conocimiento que esta convicci¨®n de que lo conocido en el presente es incompleto.
Huir del debate no implica respeto por la diferencia, sino miedo a que se vuelva inmanejable por el encono ideol¨®gico
Huir de la pol¨¦mica no implica el respeto por la diferencia, sino el miedo a que se vuelva inmanejable por el encono personal o ideol¨®gico. La diferencia se respeta cuando se la examina en detalle, se conocen precisamente los puntos de desacuerdo y pueden razonarse. Es, por supuesto, un trabajo m¨¢s dif¨ªcil que la condena o pasarlos por alto.
La pol¨¦mica reconoce la identidad del otro como sujeto cuyos derechos son los mismos que los del eventual polemista. Victor Hugo no se cre¨ªa superior a los neocl¨¢sicos que cuestionaba, sino que, al considerarlos rivales importantes, se ve¨ªa obligado a polemizar con ellos hasta vencerlos est¨¦tica e intelectualmente. Lo mismo, un siglo despu¨¦s, les sucedi¨® a las vanguardias art¨ªsticas. Los buenos modales que hoy se exigen no fueron un rasgo de esas pol¨¦micas, que interesaron m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites del espacio est¨¦tico. El conflicto es tan interesante en la ficci¨®n literaria como en las reflexiones cr¨ªticas sobre esa ficci¨®n.
Por otra parte, huir de la pol¨¦mica implica tambi¨¦n alejarse de lo diferente. En ese aspecto, el rechazo a la pol¨¦mica es hip¨®crita, porque pasa en silencio lo que no gusta, lo que parece arcaico o inadecuado al tema o exagerado en sus b¨²squedas formales o demasiado simple. Los cr¨ªticos saben que es complicado dar una opini¨®n negativa sobre un libro reci¨¦n publicado e intentan las formas conciliatorias de resignar opiniones para privilegiar descripciones de alg¨²n texto. Nada m¨¢s aburrido para los cr¨ªticos, que se convierten en padrinos cari?osos.
La unanimidad no solo es imposible, sino tambi¨¦n indeseable. Las diferencias siguen por debajo del consenso aparente
No es una ley est¨¦tica que a cada uno de nosotros todo nos parezca bien. No hay ninguna ley que indique que debemos aprobar todos los planes y proyectos literarios. Por ?supuesto, ninguna ley obliga a que nos guste lo que ha tenido ¨¦xito de p¨²blico o una docena de buenas rese?as. Tengo la fantas¨ªa probablemente imposible de un espacio literario donde sea posible polemizar sobre el ¨²ltimo ¨¦xito. Polemizar no a?os despu¨¦s en una revista universitaria, sino escribir en la caliente actualidad.
La pol¨¦mica vive en tiempo presente. Perturb¨®, socorri¨®, hundi¨® y rescat¨® a los grandes en presente. Basta recorrer la historia del Romanticismo o las desventuras de Baudelaire. Se me dir¨¢ que estoy mirando un pasado con la nostalgia de quien lo ha vivido solo en la historia de la literatura. Acepto que es as¨ª, mientras que tambi¨¦n se recuerde que el dada¨ªsmo y el surrealismo se fortalecieron en las pol¨¦micas que provocaron y, por ese camino, se convirtieron en grandes tendencias del siglo XX. Otro siglo, sin duda, otras peque?as editoriales dispuestas al riesgo.
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