De ¡®La Cenicienta¡¯ a Tarantino: el fetichismo del pie como recurso de la imaginaci¨®n cinematogr¨¢fica
El fotolibro ¡®The Barefoot Promise¡¯, de Pierre Leguillon, propone un recorrido cargado de rigor y humor por la historia del s¨¦ptimo arte a trav¨¦s de una de sus fantas¨ªas m¨¢s perdurables
Pierre Leguillon (Nogent-sur-Marne, Francia, 1969) lleva a?os coleccionando objetos: tarjetas promocionales, p¨®steres, ilustraciones as¨ª como copias digitales de fotograf¨ªas, que utiliza para dar forma a proyectos art¨ªsticos de distinta ¨ªndole. Obras a trav¨¦s de las cuales cuestiona, siempre con humor y subversi¨®n, los mecanismos de la cultura visual actual y nuestra relaci¨®n con las im¨¢genes. De ah¨ª que, desde muy joven comenzara a coleccionar carteles promocionales de pel¨ªculas. Im¨¢genes realizadas en los plat¨®s e impresas sobre cart¨®n que incorporan el t¨ªtulo de la pel¨ªcula y el nombre de sus protagonistas, que se exhib¨ªan dentro de vitrinas en los cines. La llegada de la tecnolog¨ªa digital acab¨® con ellas. Aun as¨ª, el autor se muestra muy selectivo en su adquisici¨®n: ¡°Cada vez que encuentro un cartel donde aparece un pie, lo compro¡±, asegura durante una conversaci¨®n telef¨®nica.
La primera compra fue el primer plano de un apasionado beso: el de Guy Frangin en el pie de la actriz Dominique Sanda. Pertenece a Una mujer dulce (1969), obra de Robert Bresson, Despu¨¦s vendr¨ªan muchas m¨¢s: las 176 im¨¢genes que componen The Barefoot Promise (Triangle Books), una incursi¨®n en las fantas¨ªas ocultas de distintos directores de cine donde el fetichismo del pie se presenta como un clich¨¦ recurrente, desde La Cenicienta (1950) de Disney al Frenes¨ª (1972) de Alfred Hitchcock. El libro adopta la estructura de una pel¨ªcula, con un comienzo, un intermedio marcado por un espejo y un final rematado por los t¨ªtulos de cr¨¦dito. La publicaci¨®n es la primera versi¨®n impresa de The Promise of the Screen, el proyecto que el autor lleva desarrollando desde 2007 y trata de los aspectos marginales del cine a trav¨¦s de distintos medios y formatos.
La existencia de este tipo de carteles se remonta a 1913. Los fot¨®grafos ten¨ªan prohibido disparar sus c¨¢maras durante el rodaje (el ruido del disparador o cualquier movimiento pod¨ªa alterar la escena), de modo que las fotograf¨ªas se tomaban durante los ensayos y con frecuencia se recreaban escenas antes y despu¨¦s de la filmaci¨®n. En ocasiones las escenas elegidas para la promoci¨®n no exist¨ªan en la pel¨ªcula, como es el caso de la utilizada en el cartel de El desprecio (1963), dirigida por Jean-Luc Godard, donde vemos a Michel Piccoli con calcetines negros subido en el borde de un ba?era mientras Brigitte Bardot se asoma a la puerta. ¡°Se supon¨ªa que cada cartel deb¨ªa concentrar el esp¨ªritu de la pel¨ªcula, a pesar de ser im¨¢genes completamente independientes¡±, explica Leguillon.
El libro comienza con un cartel perteneciente a la obra de una mujer, Golden Eighties (1986), de Chantal Akerman, en el que, libre de toda connotaci¨®n er¨®tica, una mujer se esfuerza por calzarse unos zapatos rojos. R¨¢pidamente el tono de las im¨¢genes va adquiriendo un car¨¢cter m¨¢s sexual, mientras en la secuenciaci¨®n de las im¨¢genes el lector va observando c¨®mo claramente se repiten patrones en las distintas pel¨ªculas donde predomina la mirada masculina. As¨ª, encontrar¨¢ una serie de secuencias en las que en los carteles solo es identificable el protagonista masculino. Como el de Liza (1972), de Marco Ferreri, donde de Catherine Deneuve solo vemos el pie que besa Marcello Mastroianni. ¡°Por aquel entonces eran pareja, pero en el cartel de promoci¨®n de la pel¨ªcula solo se distingue al actor¡±. P¨¢gina a p¨¢gina la mujer parece rebelarse hasta dominar la situaci¨®n. ¡°He intentado organizar las im¨¢genes de manera que la mujer vaya ganando cierto poder, aunque no fuera la intenci¨®n del realizador¡±, asegura el autor.
¡°Ninguna otra variante del instinto sexual que bordee lo patol¨®gico puede reclamar tanto nuestro inter¨¦s como esta¡±, escrib¨ªa Sigmund Freud, en 1905, acerca del fetichismo. Un inter¨¦s, as¨ª como una valoraci¨®n, que ha variado con el tiempo. ¡°Ha dejado de ser una perversi¨®n, una patolog¨ªa a curar, tal y como lo defin¨ªa Freud, para pasar a ser algo que, siempre y cuando sea aceptado dentro de la pareja, no hay porque evitar¡±, a?ade Leguillon. ¡°El psicoan¨¢lisis fue inventado por el m¨¦dico austriaco en 1896, casi un a?o despu¨¦s de que los hermanos Lumi¨¨re inventaran el cine. Un medio art¨ªstico donde, como ocurre en la fotograf¨ªa, el contenido est¨¢ enmarcado, entresacado de la realidad no forma parte del todo. Enmarcar no deja de ser un gesto fetichista. La fotograf¨ªa y el cine son por tanto recursos fetichistas¡±, apunta el autor franc¨¦s.
De la famosa imagen de Lya Lys chupando el dedo de una estatua de m¨¢rmol en La edad de oro (1930) de Luis Bu?uel a El hombre que nunca estuvo all¨ª (2001), de Joel y Ethan Cohen, The Barefoot Promise emprende un recorrido a lo largo de m¨¢s de siete d¨¦cadas de cine. Prescinde de los carteles de cine mudo. ¡°Son caros y raros de encontrar¡±, explica el autor franc¨¦s. ¡°Existen muchas otras secuencias en la historia del medio cinematogr¨¢fico que incluyen pies de las cuales no pude encontrar carteles. En mi opini¨®n el fetichismo del pie dentro del cine ha sido una forma de burlar a la censura, fruto de los tiempos en los que no se pod¨ªa mostrar sexo de forma expl¨ªcita en la pantalla. Todo ha cambiado mucho y en la actualidad el fetichismo podr¨ªa ser un tipo de una herramienta para la sexualidad alternativa, promovida en cierto modo por las teor¨ªas queer y feministas para deconstruir la heterosexualidad como norma social¡±.
No podr¨ªa faltar Quentin Tarantino en la publicaci¨®n. El director de Jackie Brown (1998) se ha visto obligado en varias ocasiones a responder ante las cr¨ªticas por su afici¨®n por los pies. En su gusto le anteced¨ªan de forma manifiesta el alem¨¢n Erich von Stroheim, Alfred Hitchcock y Bu?uel, de quien se dice que rod¨® m¨¢s de setenta planos de pies durante Viridiana. ¡°A m¨ª me pasa como a Bu?uel, que todo el mundo se piensa que soy un fetichista pero no lo soy¡±, asegura el artista franc¨¦s. ¡°Como dec¨ªa el aragon¨¦s, un verdadero fetichista no revela el objeto de su deseo a riesgo de ver desvanecerse su deseo. Pero el libro claramente trata de mi (nuestro) fetichismo por las im¨¢genes¡±.
¡°De alguna forma estas fotos forjan una educaci¨®n sexual reproduciendo una y otra vez las mismas fantas¨ªas¡±, afirma Leguillon. ¡°Encontr¨¦ una imagen de una pel¨ªcula er¨®tica de los a?os ochenta, no pornogr¨¢fica, que reflejaba una penetraci¨®n sexual desde el punto de vista de los pies. Pero finalmente, decid¨ª no incluirla en la secuencia final ya que el fetichista siente placer sin el acto sexual y la penetraci¨®n. Disfruta mirando a algo, besando, tocando, pero siempre con cierta distancia¡±, explica al autor con la misma distancia y la misma pulsi¨®n que envuelve a las im¨¢genes que componen The Barefoot Promise, un r¨¦gimen de erotismo que claramente parece anticuado hoy en d¨ªa.
¡°Afortunadamente, la censura parece ser parte del pasado. Pero al mismo tiempo los adolescentes se enfrentan con la pornograf¨ªa de forma muy temprana, y sin estas capas de misterio y deseo comprometidas con el erotismo¡±, apunta Leguillon. ¡°No me gusta juzgar, pero creo que el fetichismo a¨²n tiene mucho que ver con la imaginaci¨®n. Cuanto m¨¢s utiliza uno la imaginaci¨®n, m¨¢s capaz es de expandir sus propios l¨ªmites. La sexualidad, al fin y al cabo, con frecuencia trata de los propios l¨ªmites y de c¨®mo ir m¨¢s all¨¢. Y el erotismo sirve para dar una medida a estos confines. Con la pornograf¨ªa se traspasan demasiado r¨¢pido¡±.
¡®The Barefoot Promise¡¯. Pierre Leguillon. Triangle Books. 196 p¨¢ginas. 52 euros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.