¡®El gabinete m¨¢gico¡¯: cuando el Para¨ªso es una biblioteca
Emilio Pascual re¨²ne un rico bot¨ªn de colecciones imaginarias de libros: de la submarina del ¡®Nautilus¡¯ a la medieval de ¡®El nombre de la rosa¡¯
Despu¨¦s de argumentar que ¡°todo lo que est¨¢ escrito en los libros debe haber existido alguna vez en alg¨²n cerebro,¡± Lewis Carroll hizo la siguiente predicci¨®n en Sylvie y Bruno: ¡°Llegar¨¢ un d¨ªa, si el mundo vive lo suficiente, en que se habr¨¢n compuesto todas las melod¨ªas posibles, se habr¨¢n hecho todos los juegos de palabras posibles y, lo que es peor, ?se habr¨¢n escrito todos los libros posibles! El n¨²mero de palabras es limitado¡±. Y concluy¨®: ¡°En lugar de preguntarse ¡®qu¨¦ libro escribir¨¦¡¯ un autor se preguntar¨¢ ¡®cu¨¢l de los libros escribir¨¦¡±. Esta predicci¨®n implica que el acervo de nuestras bibliotecas no es inacabable. Tanto las combinaciones que nuestra imaginaci¨®n elucubra como las que las letras del alfabeto permiten, si bien son incalculables no son infinitas. Sin embargo, frente a las bibliotecas que a¨²n podemos imaginar, las bibliotecas ya existentes son nimias: aun, por ejemplo, la Biblioteca Nacional de Espa?a que acoge hoy m¨¢s de 28 millones de obras. Las bibliotecas terrenas, incluso la de la Red, tienen sus l¨ªmites; las de la imaginaci¨®n, no.
Audaz pirata de los espacios m¨¢s all¨¢ del horizonte f¨ªsico, Emilio Pascual ha recogido a lo largo de sus m¨²ltiples incursiones literarias un rico bot¨ªn de bibliotecas que, aunque nadie puede visitar salvo entre las cubiertas de un libro (o para los internautas, en la pantalla), brindan a su p¨²blico infructuosos deleites comparables a los que siente un lector frente aquellos remotos anaqueles que, si bien visiblemente tentadores, quedar¨¢n siempre fuera del alcance de su codiciosa mano. Bajo la ense?a de Noli me tangere, Pascual ha reunido un vasto cat¨¢logo de estos gabinetes m¨¢gicos, unos m¨¢s conocidos que otros, que existen hechos de palabras, para lectores hechos de la misma alentada materia.
Desde la laber¨ªntica biblioteca en la que arder¨¢ el ¨²ltimo ejemplar del segundo libro de la Po¨¦tica de Arist¨®teles (en El nombre de la rosa) hasta la biblioteca submarina del Capit¨¢n Nemo donde, su creador lo afirma, brillan por su ausencia los libros de econom¨ªa pol¨ªtica. Est¨¢n, por supuesto, la biblioteca del Quijote famosamente sometida a un auto-da-f¨¦ por el cura y el barbero; est¨¢ la biblioteca de la Abad¨ªa de San V¨ªctor que visitara anta?o Pantagruel; est¨¢n las ¨ªntimas bibliotecas de Emma Bovary, del coronel Koshkariov, de Mr. Shandy. Est¨¢n las sagaces bibliotecas de Sherlock Holmes, Pepe Carvalho, Salvo Montalbano, y las juveniles de Tom Sawyer, Matilda, David Copperfield. Hay atroces bibliotecas como la del analfabeto Mr. Todd con su esclavo lector, y la del Hombre Sin Atributos en la cual ning¨²n libro puede ser consultado. Hay bibliotecas de un solo libro como la del mayordomo de La piedra lunar y de todos los libros, como la quiz¨¢s demasiado c¨¦lebre Biblioteca de Babel de Borges.
Buena parte del encanto de este libro reside en esa mezcla de revelaci¨®n y reticencia que mantiene a sus lectores en la duda: este personaje, este t¨ªtulo, ?es verdadero o imaginario?
Pero no solo est¨¢n aqu¨ª bibliotecas m¨¢s o menos conocidas. Uno de los mayores placeres que brinda este libro, cuyo arquetipo es El libro de los seres imaginarios, es el descubrimiento de maravillas que hasta entonces el lector desconoc¨ªa. Gran conocedor de la literatura de lengua espa?ola entre muchas otras, Pascual incluye en su docto y entretenido volumen bibliotecas so?adas por Eugenio Noel, F. G. Orejas, Manuel Longares, Crist¨®bal Serra, bibliotecas que yo, en mi ignorancia, no he recorrido y que ahora me he propuesto explorar por m¨ª mismo.
Si una falta le encuentro a este espl¨¦ndido libro es el pudor (por llamarlo as¨ª) de su autor. Sus muchas p¨¢ginas pululan de nombres, pero a menos que el lector sepa si Faustino Materucci o Peter Stillman o Rodrigo S¨¢nchez Ar¨¦valo son o no imaginarios, no puede sorprender que sus obras compartan un anaquel con aquellos escritores que los manuales de literatura nos afirman que s¨ª existieron, como San Juan de la Cruz o Gaston Leroux. A pesar del excelente ¨ªndice y la erudita bibliograf¨ªa que completan este libro, hay en ¨¦l numerosas referencias a personajes y obras que no revelan sus fuentes bibliogr¨¢ficas. Tal vez este pecado (si es pecado) de Pascual, de no querer compartir sus secretos de alcoba con los lectores, tendr¨¢ que ser confesado en la quinta terraza del Monte Purgatorio donde Dante nos dice (y yo le creo) debe purgarse la excesiva preocupaci¨®n por los bienes terrenales, bibliogr¨¢ficos u otros, antes de ascender al Para¨ªso que como Borges mantuvo, y ahora repetimos hasta el cansancio, tiene la forma de una biblioteca.
Sin embargo, buena parte del encanto de este libro reside justamente en esa mezcla de revelaci¨®n y reticencia que mantiene a sus lectores en la duda: este personaje, este t¨ªtulo, ?es verdadero o imaginario? Sospecho que Pascual se concedi¨® la licencia po¨¦tica de inventar ¨¦l mismo alguna biblioteca, alg¨²n autor y su correspondiente fuente literaria. Cuando mi Historia de la lectura fue rese?ada en Francia por el gran Angelo Rinaldi, despu¨¦s de decir que el libro le hab¨ªa gustado, agreg¨® que lamentaba la ausencia de dos textos fundamentales: la Correspondencia del presidente de Brosses y los tratados de Sim¨ªaco de Paflagonia, ¡°quien combati¨® el arianismo,¡± aclar¨® Rinaldi, ¡°a golpes de papiro.¡± Cuando tiempo despu¨¦s le agradec¨ª a Rinaldi su rese?a, le confes¨¦ que yo hab¨ªa o¨ªdo hablar del presidente de Brosses, pero nunca de Sim¨ªaco de Paflagonia. ¡°No me extra?a,¡± me respondi¨®. ¡°Quer¨ªa mencionar la ausencia de De Brosses en tu libro y me faltaba un segundo t¨¦rmino. Entonces invent¨¦ a este Sim¨ªaco para completar mi frase. Era una cuesti¨®n de estilo¡±.
El gabinete m¨¢gico
Siruela, 2023
564 p¨¢ginas. 27,90 euros
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