La inexplicable felicidad de leer en verano
El escritor Alberto Manguel ofrece una gu¨ªa particular de novelas famosas que suceden en periodo estival y una lista personal de grandes t¨ªtulos para disfrutar estos meses
Asocio el verano de mi adolescencia con las fiestas de Navidad y de fin de a?o. Bajo un sol que en ese entonces no produc¨ªa c¨¢ncer de piel (o al menos, as¨ª lo cre¨ªamos) festej¨¢bamos la Navidad del hemisferio sur con fetas de pavita fr¨ªa, ensaladilla rusa, sidra, panetone y helado. Las lecturas de mis veranos correspond¨ªan a esa atm¨®sfera doblemente festiva: de clases acabadas y de regalos bajo el ¨¢rbol.
La historia del verano, en ambos hemisferios, no es muy vieja. Si bien los romanos ten¨ªan residencias estivales y los emperadores chinos palacios apropiados para la estaci¨®n soleada, hasta principios del siglo veinte s¨®lo las clases altas divid¨ªan el a?o entre la ciudad y las afueras. Aunque la burgues¨ªa comenz¨® a imitar a la aristocracia en los albores de la guerra franco-prusiana, la edici¨®n de 1870 del Larousse du XIXe si¨¨cle a¨²n declaraba que la palabra vill¨¦giature era un neologismo. En 1931, Espa?a se convirti¨® en uno de los primeros pa¨ªses en reconocer las vacaciones remuneradas para los trabajadores y promocionar la idea de un turismo para todos. Un siglo antes, en 1830, Stendhal hab¨ªa usado la palabra ¡°turista¡± para diferenciar a aquellos que ¡°viajaban por ocio o por curiosidad¡± de la plebe que ten¨ªa que pasar las vacaciones en casa. Ahora ser turista es ser parte de ese torrente an¨®nimo que se derrama como una lava implacable sobre los sitios m¨¢s encantadores del planeta, desde los m¨¢s venerables, como Toledo o Venecia, hasta los m¨¢s ex¨®ticos, como Bali o el Everest, abarrotando aeropuertos y estaciones de tren, y dejando detr¨¢s de s¨ª una estela de bolsas de pl¨¢stico, latas de bebidas y envoltorios de McDonald¡¯s, sin haber visto nada de su entorno sino a trav¨¦s del ojo de sus iphones.
Estos d¨ªas, bajo la inevitable amenaza del cambio clim¨¢tico, el verano comienza a adquirir aspectos terror¨ªficos. Temperaturas infernales, sequ¨ªas catastr¨®ficas, incendios devastadores, invaden nuestras fantas¨ªas buc¨®licas. Aquel mayo remoto ¡°cuando los trigos enca?an y est¨¢n los campos en flor¡± se extiende hoy brutalmente desde marzo o abril hasta finales del a?o, y las dulces vacaciones estivales que Proust recordaba en casa de su t¨ªa no podr¨ªan soportarse hoy sin la asistencia del pernicioso aire acondicionado. ¡°Traten de conservar siempre un retazo de cielo sobre sus vidas¡±, aconsej¨® Proust a sus lectores, sin prever que para eso precisar¨ªan gafas de sol y crema de protecci¨®n solar factor 30 para bloquear los rayos UVB que descienden hoy sobre Combray.
Refugiados bajo una sombrilla m¨¢s o menos protectora o arriesgando nuestra piel al implacable sol, los libros nos permiten rescatar mundos supuestamente mejores o peores, y tambi¨¦n preverlos
Refugiados bajo una sombrilla m¨¢s o menos protectora o arriesgando nuestra piel al implacable sol, las lecturas estivales nos permiten sin embargo rescatar mundos supuestamente mejores o peores, y tambi¨¦n preverlos. Es curioso comprobar cu¨¢ntas novelas c¨¦lebres transcurren durante el verano, desde El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald; Al faro, de Virginia Woolf, y La isla del tesoro, de R. L. Stevenson, hasta El se?or de las moscas, de William Golding; Bajo el volc¨¢n, de Malcolm Lowry, y El bar¨®n rampante, de Italo Calvino. Crimen y castigo, de Dostoievski, comienza en ¡°una tarde muy calurosa del mes de julio¡±; Julien Sorel, en Rojo y negro, se convierte en el amante de Madame de R¨ºnal en los primeros d¨ªas de un t¨®rrido mes de agosto; Lord Henry ve por primera vez al seductor Dorian Gray ¡°cuando una ligera brisa estival soplaba en los ¨¢rboles del jard¨ªn¡±; Garc¨ªa M¨¢rquez inicia la cr¨®nica de sus Cien a?os de soledad durante el mes de marzo de un verano tropical; en el Ulises, de Joyce, Leopold Bloom recorre las calurosas calles de Dubl¨ªn un famoso 16 de junio de 1904; la Alicia de Lewis Carroll penetra en el Mundo de las Maravillas ¡°una dorada tarde¡± de un Oxford estival; Alonso Quijano se lanza sobre los caminos de La Mancha bajo un feroz sol de verano; un siglo despu¨¦s, bajo ese mismo sol, Elizabeth Bennet acepta casarse con el apuesto Darcy y dar un final feliz a su Orgullo y prejuicio. Quiz¨¢s las lecturas de verano nos permiten un ritmo m¨¢s sosegado que las del invierno. El fr¨ªo incita a la concentraci¨®n y a la reflexi¨®n; el calor a la divagaci¨®n y al ensue?o.
?Qu¨¦ libros leer o releer este verano, cuando las temperaturas amenazan con sobrepasar los 40 grados? Los libros no tienen, como tienen los huevos, fecha l¨ªmite de venta: la cronolog¨ªa de la lectura no es la de los programas editoriales. Podemos elegir libros de poes¨ªa o de ensayo: seamos convencionales y elijamos novelas, casi al azar. Las siguientes son algunas que fueron publicadas este a?o o hace ya bastante tiempo, pero son todos libros (como dir¨ªa Roberto Calasso) que producen ¡°una inexplicable felicidad¡±. Hern¨¢n D¨ªaz, Fortuna. Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Los que aman, odian. Giorgio Fontana, Muerte de un hombre feliz. Valter Hugo M?e, La m¨¢quina de hacer espa?oles. Moacyr Scliar, El libro de las casas. Yan Lianke, Los besos de Lenin. Olga Tokarczuk, Los errantes. Fred Vargas, El hombre de los c¨ªrculos azules. Norman Manea, El regreso del h¨²ligan. Sabahattin Ali, Madona con abrigo de piel.
Alberto Manguel es escritor argentino, autor de libros como ¡®Una historia de la lectura¡¯ y ¡®Gu¨ªa de lugares imaginarios¡¯.
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