El triunfo de lo cursi: repollos con lazo y angelotes con mofletes
Una exposici¨®n en CentroCentro demuestra el arraigo de lo cursi en Espa?a, un pa¨ªs que, pese al grandilocuente discurso patrio, se escud¨® a menudo en lo remilgado
En el delirante arranque de La vida en un hilo, el personaje de Conchita Montes se sube al tren y conoce a una pitonisa que la ayuda a tirar por la ventanilla un reloj de pie horroroso que ha heredado, erizado de perifollos y bombillas: de puro cursi es el s¨ªmbolo de la vida peque?oburguesa y repolluda de la que huye y contra la que Edgar Neville dirigi¨® su s¨¢tira.
Si no se hubiese hecho pedazos, el tal reloj reaparecer¨ªa seguro entre el muestrario que Sergio Rubira ha espigado cuidadosamente para esta exposici¨®n con much¨ªsima miga y ning¨²n desperdicio: angelotes con mofletes, abanicos y acuarelas, arlequines y colombinas, primores de caligraf¨ªa, novelitas tituladas Nunca olvid¨¦ a Polly o Prudente pasi¨®n y por supuesto muchos, muchos gatitos. Im¨¢genes y objetos rigurosamente cursis, que todos reconocemos y con los que todos convivimos. Por mucho que los tiremos por la ventana, reaparecen en armarios, repisas y mudanzas, en subastas digitales y rastrillos comarcales: son la purria amontonada en los desvanes del subconsciente colectivo durante los ¨²ltimos doscientos a?os de la historia de Espa?a.
Lo cursi (lo carrincl¨® en catal¨¢n) tiene equivalentes aproximados en otras lenguas y culturas europeas, pero al final resulta intraducible por end¨¦mico. Es la inseparable cara B de un discurso patrio oficial: frente a los rimbombantes cuadros de historia, detr¨¢s de las machaconas glorias y gestas nacionales y el supuesto sentimiento tr¨¢gico de la vida hispana, acaba siempre aflorando el repertorio rebelde de la est¨¦tica y la ¨¦tica cursis. Y al hacerlo refleja mucho m¨¢s y mejor la mentalidad y el gusto de un pa¨ªs que digiri¨® su decadencia durante el siglo XIX y rumi¨® sus complejos y su diferencia forzada durante gran parte del XX: en el imprescindible La cultura de la cursiler¨ªa, No?l Vallis se?ala la ret¨®rica franquista como una de las cimas de lo cursi.
No se puede ser m¨¢s cursi que un repollo con lazo: el saber popular da en el clavo al localizar la cursiler¨ªa en el desequilibrio hist¨®rico insalvable entre la humilde pero digna realidad cotidiana de la berza y la guarnici¨®n de inseguridades que tratan de enmascararla.
Tierno Galv¨¢n buscaba la ra¨ªz de la palabra en las elegantes cursivas inglesas que intentaban imitar nuestros manuales decimon¨®nicos de caligraf¨ªa. Puede ser, pero su origen legendario es m¨¢s jugoso y revelador, como pasa siempre con los cuentos y los mitos: aquellas famosas y dudosas se?oritas Sicourt, hijas de un sastre franc¨¦s, que hacia los a?os treinta del siglo XIX se luc¨ªan por C¨¢diz emperejiladas, tratando de disimular con lazos, pompones y borlas los rotos y remiendos de sus trajes de paseo y a las que la gente segu¨ªa por las calles gritando ¡°?Sicur! ?Sicur! ?Sicur!¡± (No sabe uno qui¨¦n era peor).
Lo cursi nace del deseo de distinci¨®n. Pero es como un dandismo que cae en lo pretencioso, lo relamido y lo ?o?o
Era la acepci¨®n reaccionaria y peyorativa del ultraconservador Francisco Silvela en su Arte de distinguir a los cursis: lo cursi como traici¨®n a las esencias puras de la raza y resultado de la perniciosa influencia de la Revoluci¨®n Francesa (por algo hab¨ªa empezado en la liberal C¨¢diz y, horreur, por culpa de unas afrancesadas). Luego, do?a Emilia Pardo Baz¨¢n, moderna a ratos pero condesa a tiempo completo, lo usar¨ªa como bandera y l¨ªnea roja clasista para distinguir a los burgueses advenedizos y esnobs de la verdadera aristocracia.
Lo cursi, como lo camp en el siglo XX, nace de la ansiedad y el deseo de distinci¨®n en la era de la cultura de masas. Pero es como un dandismo mal calculado, que se pasa de frenada y cae en lo pretencioso, lo relamido y lo ?o?o. Ortega, implacable, lo vio como s¨ªntoma de la Espa?a invertebrada: ¡°La cursiler¨ªa s¨®lo puede producirse en un pueblo anormalmente pobre que se ve obligado a vivir en la atm¨®sfera de un siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo. Es una misma cosa con la carencia de una burgues¨ªa fuerte moral y econ¨®micamente. Esa ausencia es el factor decisivo de la historia de Espa?a de la ¨²ltima centuria.¡±
En CentroCentro se oyen esas y muchas m¨¢s voces, porque, a la par que la pura cursiler¨ªa, en Espa?a ha abundado su an¨¢lisis y su representaci¨®n. La exposici¨®n acierta al entreverar lo cursi cristalizado en cuadros, muebles y chismes con la literatura que trat¨® el asunto: los espeluznantes (nunca mejor dicho) cuadritos florales, brazaletes y joyas hechos con pelo humano y tra¨ªdos del Museo del Romanticismo ilustran de maravilla las novelas sobre lo cursi, pero cero cursis, de Gald¨®s, de La de Bringas a Miau o La estafeta rom¨¢ntica; la vindicaci¨®n de lo cursi de Ram¨®n, que acertaba al decir que no hay nada m¨¢s cursi que obsesionarse con no serlo, se acompa?a de algunos objetos casi metaf¨ªsicos, de tan cursis, de su despacho; y la memorabilia teatral recuerda las incursiones de Lorca en lo cursi, de El maleficio de la mariposa (donde lo practic¨® a fondo) a Do?a Rosita la soltera, esa anti-Bernarda Alba, menos tremenda pero m¨¢s tr¨¢gica al contar el drama de generaciones enteras de mujeres burguesas condenadas a vidas huecas de s¨®rdida cursiler¨ªa.
En las salas llaman la atenci¨®n por derecho propio dos cursiladas sublimes de Luis de Madrazo: sendos retratos de su hija Mar¨ªa Teresa entre volantes de raso y tirabuzones, acompa?ada de t¨®rtolas, perritos y pajaritos. Vienen de los fondos de la colecci¨®n Madrazo de la Comunidad de Madrid, y es inevitable pensar en lo interesant¨ªsimo que ser¨ªa aplicar las tesis de esta exposici¨®n a los fondos de pintura del XIX del Prado, un poco m¨¢s abajo por la misma calle. Francia tiene muy trabajados ya a sus pintores pompier, Inglaterra su Victoriana, Alemania y Austria su Biedermeier, pero el campo hist¨®rico de nuestra gran tradici¨®n pict¨®rica de lo cursi a¨²n no ha sido desbrozado, y antes o despu¨¦s tenemos que hac¨¦rnoslo mirar.
¡®Elogio de lo cursi¡¯. CentroCentro, Madrid. Hasta el 8 de octubre.
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