Italo Calvino, el escritor que achic¨® el infierno
La celebraci¨®n del centenario del autor revela la enorme estatura literaria e intelectual de un hombre que siempre supo decir no ante las grandes l¨ªneas rojas
En el inicio de El bar¨®n rampante, una de sus obras m¨¢s c¨¦lebres, Italo Calvino narra c¨®mo el joven Cosimo Piovasco di Rond¨°, sentado a la mesa familiar para el almuerzo, pronunci¨® un ¡°no¡± extraordinario, en uno de los m¨¢s fant¨¢sticos gestos de rechazo del estado de las cosas que puedan hallarse en la literatura mundial. Apremiado por sus padres a comerse unos caracoles con un claro sabor a ancien r¨¦gime y opresi¨®n patriarcal, el futuro bar¨®n, que entonces ten¨ªa 12 a?os, replic¨®: ¡°?He dicho que no quiero y no quiero!¡±. Ante la insistencia paterna, Cosimo dej¨® m¨¢s n¨ªtida incluso su discrepancia y decidi¨® montarse en una encina de la villa familiar. ¡°?Ya ver¨¢s cuando bajes!¡±, le advirti¨® el padre. ¡°?Y yo no bajar¨¦ nunca!¡±, replic¨® el chaval. Mantuvo la palabra, se nos advierte enseguida.
Tal vez sean algunos grandes noes ¡ªlos que se pronuncian y tambi¨¦n los que se quedan en la garganta¡ª los faros que mejor definan la geograf¨ªa de nuestras vidas, el perfil de nuestras almas. Desde luego as¨ª fue para Cosimo, y hay motivos para pensar que para Italo tambi¨¦n. Como su personaje, el autor, de cuyo nacimiento se cumple en estos d¨ªas el centenario, tambi¨¦n pronunci¨® grandes noes y exhibi¨® una indomable, perseverante independencia. De esos noes brota la estatura literaria e intelectual por la que hoy sigue siendo esencial leer a Calvino. Y por la que fue una referencia cultural central de la Italia democr¨¢tica y republicana que se iba plasmando, como autor, o como disc¨ªpulo, amigo, editor o colaborador de figuras del calibre de Cesare Pavese, Elio Vittorini, Natalia Ginzburg, Carlo Levi, Leonardo Sciascia, Beppe Fenoglio, Pier Paolo Pasolini, Alberto Moravia y muchos m¨¢s, sobre todo en su etapa de Tur¨ªn, ciudad clave en la construcci¨®n y el pensamiento de la Italia moderna.
Mantuvo una estrecha amistad con Cesare Pavese, su primer lector, y gracias a ¨¦l entr¨® en la ¨®rbita de la editorial Einaudi
Primero vino el no al fascismo, que lo llev¨® a empu?ar las armas en una brigada partisana comunista y del que brot¨® su primera novela, El sendero de los nidos de ara?a (¡°la Resistencia me trajo al mundo, incluso como autor¡±, considerar¨ªa a?os despu¨¦s). Luego reson¨® el no al comunismo filosovi¨¦tico, que lo indujo a abandonar el Partido Comunista Italiano en 1957, con un grave enfrentamiento pol¨ªtico, del que El bar¨®n rampante, publicado el mismo a?o, es reflejo. El escritor no quiso tragarse los caracoles de la tibieza del PCI ante la invasi¨®n de Hungr¨ªa de 1956 y, en una carta de adi¨®s publicada en L¡¯Unit¨¤, lament¨® la falta de condena de inaceptables ¡°m¨¦todos de ejercicios del poder¡±. Palmiro Togliatti le lanzar¨ªa, sin citarlo expl¨ªcitamente, una brutal pulla en un comit¨¦ central posterior.
El camino literario de Calvino tambi¨¦n puede verse construido a partir de grandes noes. Sobre todo, un rechazo a permanecer en territorios conocidos, a conformarse con lo que hay, con un impulso inquebrantable a explorar nuevos paisajes narrativos. Quiz¨¢ no sea un caso que calificara a Ulises como su personaje mitol¨®gico favorito. Bajo ese impulso emprendi¨® un viaje narrativo de una originalidad y diversidad interna asombrosas, visitando las costas del neorrealismo (El sendero de los nidos de ara?a), de la narrativa ¡°l¨ªrico-¨¦pico-bufonesca¡± (la trilog¨ªa Nuestros antepasados, de la que El bar¨®n rampante es parte), de la ¡°narrativa reflexiva, en la que relato y ensayo se funden en uno¡± (La especulaci¨®n inmobiliaria, La jornada de un escrutador, La nube de smog), de los ¡°petits po¨¨mes en prose¡± (Las ciudades invisibles), de la metanarrativa (Si una noche de invierno un viajero) y otras m¨¢s. Los entrecomillados son suyos. Como Cosimo, Calvino burl¨® en cierto sentido la ley de la gravedad. Fue un escritor inatrapable que, parafraseando dos de sus met¨¢foras m¨¢s conocidas, supo, desde una po¨¦tica levedad, degollar monstruosas medusas (Seis propuestas para el pr¨®ximo milenio) y achicar el infierno gracias a la atenci¨®n y al aprendizaje continuos (Las ciudades invisibles).
El c¨¦lebre final de Las ciudades invisibles cristaliza esa disconformidad, ese no tragar, esa disposici¨®n a construir algo nuevo y mejor. Es una ventana abierta que permite ver la importancia y vigencia de Calvino tanto en el plano puramente literario como en el de la construcci¨®n sociopol¨ªtica a partir de la cultura. El fragmento m¨¢s citado es el siguiente:
¡°El infierno de los vivos no es algo que ser¨¢; si hay uno, es aquel que ya est¨¢ aqu¨ª, el infierno que habitamos todos los d¨ªas, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es f¨¢cil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de ¨¦l hasta el punto de no verlo m¨¢s. La segunda es peligrosa y exige atenci¨®n y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer qui¨¦n y qu¨¦, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio¡±.
Calvino precisamente busc¨® mucho y supo reconocer bien qui¨¦n y qu¨¦ no es infierno. Decisi¨®n clave en ese sentido fue la de establecerse, terminada la II Guerra Mundial, en Tur¨ªn, atra¨ªdo por una ¡°imagen moral y civil, y no literaria¡±, seg¨²n contar¨ªa despu¨¦s, de la ciudad. Capital del reino que unific¨® Italia, fuerte centro de pensamiento jur¨ªdico, pol¨ªtico y filos¨®fico en el que estudiaron o ense?aron, en distintas ¨¦pocas, Gramsci, Togliatti, Bobbio o Vattimo, e incubadora de un especial experimento de interacci¨®n entre la alta cultura y las masas obreras que orbitaban alrededor de la Fiat, la urbe dio alas al crecimiento intelectual y civil del autor.
Tur¨ªn ha sido una poderosa incubadora de ideas para la Italia moderna. Papel destacado, en ese contexto, ha tenido la editorial Einaudi, fundada en los a?os treinta por Giulio, hijo de Luigi Einaudi ¡ªque ser¨ªa el segundo presidente de la Rep¨²blica¡ª, y que cont¨® entre los grandes impulsores con Leone Ginzburg ¡ªesposo de Natalia¡ª y Cesare Pavese. Precisamente, el establecimiento de una estrech¨ªsima relaci¨®n con Pavese ¡ª?Calvino contar¨ªa despu¨¦s que entre 1945 y 1950, a?o del suicidio del gran autor piamont¨¦s, este era el primero en leer todos sus escritos, que Italo le llevaba corriendo¡ª le permiti¨® la entrada en la ¨®rbita de Einaudi. Esto facilit¨® su crecimiento como autor, pero tambi¨¦n como fuerza motriz cultural. En Einaudi asumi¨® papeles m¨¢s relevantes como editor, estableciendo relaciones de f¨¦rtil intercambio con lo mejor de la cultura italiana, tal y como muestra su correspondencia. En ese papel de editor, tambi¨¦n, supo reconocer qui¨¦n y qu¨¦ no es infierno y darle espacio, y por ese camino ¡ªa la vez que con su obra narrativa, ensay¨ªstica y sus contribuciones period¨ªsticas¡ª contribuy¨® mucho al asentamiento de la nueva Italia.
Lo hizo especialmente en esa etapa turinesa, definida como militante, en todos los sentidos, con el activismo literario al lado de Vittorini, con quien publicar¨ªa la importante revista Il Menab¨°, y con una fuerte propensi¨®n a pronunciarse en cuestiones pol¨ªticas. Pero tambi¨¦n en su etapa ¡°ermita?a¡±, durante la prolongada residencia en Par¨ªs, sigui¨® siendo una fuerza motriz, sin duda menos reactiva y expl¨ªcita, pero conectada e influyente al cabo. Estaba lejos, ma non troppo. ¡°En los setenta he sido sobre todo un ermita?o. A un lado, pero no muy lejos. En los cuadros de san Jer¨®nimo o de san Antonio la ciudad est¨¢ al fondo¡±, coment¨®. Seguir¨ªa influyendo e interactuando, como Cosimo, quien, encaramado en los ¨¢rboles, no solo se cultiv¨® y conoci¨® el amor, sino que contribuy¨® a la vida colectiva, seguir¨ªa dando espacio a lo que no es infierno.
La cita del final de Las ciudades invisibles es muy mencionada, pero el propio autor invit¨® despu¨¦s a no desligarla del pasaje que la precede. ¡°Citan las ¨²ltimas l¨ªneas, aquellas referidas al infierno, mientras que poco antes est¨¢ el pasaje de la utop¨ªa discontinua que le da sentido a todo el discurso¡±, dijo Calvino en 1973. Marco Polo comenta ah¨ª al Kublai algo iluminador: primero menciona destellos de belleza captados aqu¨ª y all¨¢ y despu¨¦s sugiere que la ciudad perfecta est¨¢ ¡°hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados de intervalos¡±. Hallamos aqu¨ª una invitaci¨®n a buscar la verdad y la belleza por doquier, en el espacio y en el tiempo, sin dogmatismos ni rigideces, con la apertura mental que lo distingui¨®. Con levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, utilizando los valores para el nuevo milenio que fij¨® en el ciclo de conferencias que tendr¨ªa que haber pronunciado en Harvard en 1985 y no pudo, al fallecer repentinamente semanas antes de la fecha prevista. S¨ªmbolo de esa apertura mental es la afirmaci¨®n, en ese ciclo, de que, si bien ¨¦l opt¨® por esos valores, no por ello restaba validez a sus contrarios. En la vida hay grandes l¨ªneas rojas que toca defender con noes extremos si hace falta, pero a partir de ah¨ª es sabio considerar argumentos y virtudes de distintos puntos de vista.
Nos invit¨® a buscar la verdad y la belleza, en el espacio y en el tiempo, sin dogmatismos, con la apertura mental que le distingui¨®
Y en esa apertura mental en busca de lo que no es infierno, de fragmentos e instantes de verdad y belleza, Calvino persigui¨® un conocimiento sin fronteras de materia y geograf¨ªa muy en l¨ªnea con la tradici¨®n humanista italiana. ¡°Quisiera referirme aqu¨ª al menos a dos cosas en que he cre¨ªdo a lo largo de mi camino y en las que sigo creyendo. Una es la pasi¨®n por una cultura global, el rechazo de la incomunicabilidad de la especializaci¨®n para mantener viva una imagen de cultura como un todo unitario del que forma parte todo aspecto del conocer y del hacer (¡). Otra (¡) es la pasi¨®n por una lucha pol¨ªtica y una cultura (y literatura) como formaci¨®n de una nueva clase dirigente (¡). Siempre he trabajado y trabajo con eso en la mente: ver tomar forma a la clase dirigente nueva y contribuir a dejarle una se?al, una impronta¡±, escribi¨®, en un texto recogido en Ermita?o en Par¨ªs. P¨¢ginas autobiogr¨¢ficas, publicado por Siruela, editorial especialmente atenta a la difusi¨®n de la obra del autor.
Esa b¨²squeda de conocimiento sin fronteras lo llev¨® a resultados sorprendentes, desde su inquietud por la contaminaci¨®n ambiental en fechas tan tempranas como 1958, cuando public¨® La nube de smog, o su capacidad, por momentos realmente incisiva, de observar el futuro. ¡°Estamos en v¨ªsperas de contener la conciencia universal en un cerebro electr¨®nico¡±, puede leerse en La especulaci¨®n inmobiliaria (1963); en Si una noche de invierno un viajero (1979) se alude a unas m¨¢quinas calculadoras que completan cualquier novela a partir de su inicio.
Aunque menos evidente, hay otro gran v¨ªnculo de su obra con la tradici¨®n literaria italiana: la veta po¨¦tica. Calvino se declar¨® convencido de que la italiana es una ¡°literatura cuya espina dorsal es la poes¨ªa, no tanto la prosa¡±, siendo Montale su autor preferido en esa rama literaria. ?l no fue poeta, pero s¨ª creador de una narrativa cargada de poes¨ªa. ¡°Las ciudades invisibles nacieron como poes¨ªa¡±, dijo. Y su propia definici¨®n de la trilog¨ªa Nuestros antepasados, que incluye el concepto de narrativa l¨ªrica, ofrece otras pistas. Varias veces dijo que sus historias empezaban con im¨¢genes inspiradoras, y que tomaban cuerpo llevando esas im¨¢genes hasta la ¨²ltima consecuencia. En ese sentido po¨¦tico, as¨ª como en la carga humanista, Calvino es un autor profundamente italiano.
La propia imagen del infierno en Las ciudades invisibles ¡ªlibro al que Calvino apunt¨® como aquel del que se sent¨ªa m¨¢s satisfecho (¡°es el libro que siento m¨¢s terminado¡±)¡ª encierra una sugerente conexi¨®n po¨¦tica y humanista con el gran poeta italiano Dante. Hay al menos dos referencias de inter¨¦s que pueden considerarse. Una, en la fant¨¢stica imagen del IV Infierno, el de los magn¨¢nimos, donde el poeta viajero del inframundo ve ¡°una lumbre que venc¨ªa el hemisferio de las tinieblas¡±. Enseguida aparecen ah¨ª los grandes poetas que Dante am¨®, Homero, Horacio, Ovidio y Lucano, que, junto con Virgilio, habitan ese lugar. Otros magn¨¢nimos aparecer¨¢n despu¨¦s. Ese fuego puede considerarse el s¨ªmbolo de la altura moral y de la cultura que hace retroceder la tiniebla. El terrible infierno dantesco, ah¨ª, no muerde. Curiosamente, Jorge Luis Borges, escritor amado por Calvino, escribi¨® un interesante ensayo sobre ese pasaje de Dante. La otra referencia dantesca que puede considerarse en ese contexto tambi¨¦n tiene que ver con una llama que arde. Esta vez, es el esp¨ªritu de Ulises, en el XXVI Infierno, que narra al poeta su final, c¨®mo exhort¨® a sus marineros a ir m¨¢s all¨¢ de las columnas de H¨¦rcules. ¡°Hechos no fuisteis para vivir como brutos, sino para seguir la virtud y el conocimiento¡±, se lee en versos inmortales. Tal vez influyeron en Calvino tambi¨¦n.
En un mundo que se petrifica en la monstruosidad nacionalista, en la estulticia hiperpartidista, en el embobamiento de las redes sociales, sigue siendo enriquecedor contemplar esa llama leve, exacta, r¨¢pida, visible y m¨²ltiple, la obra de Italo Calvino, que, nacida de grandes noes, achica la tiniebla del infierno que avanza.
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