¡®Emperador de Roma¡¯, de Mary Beard: vida p¨²blica y secretos privados de los gobernantes que fueron mortales y dioses
S¨¢dicos o justos, ineptos o estadistas, viciosos o virtuosos¡ Mary Beard recurre a datos y an¨¦cdotas para descubrir a los l¨ªderes de la antigua Roma
Quien haya visto un documental televisivo sobre la Roma antigua de Mary Beard no puede evitar al leer sus libros ver asomar entre l¨ªneas su melena desali?ada, compartir su entusiasmo contagioso y rendirse a la sabidur¨ªa de esta catedr¨¢tica de Cl¨¢sicas que rompe todos los esquemas sobre c¨®mo nos imaginamos a un respetable profesor de Cambridge. No necesita presentaci¨®n esta laureada historiadora que comprendi¨® hace mucho tiempo el goce de la divulgaci¨®n y el deber de compartir con la sociedad los logros de una investigaci¨®n financiada con dinero p¨²blico o privado. Beard nos ha brindado excelentes trabajos, tan ¨²tiles al especialista como gratificantes para todos los p¨²blicos, siendo paradigm¨¢ticos Pompeya, SPQR o, por citar uno m¨¢s, Doce c¨¦sares: La representaci¨®n del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad.
Emperador de Roma podr¨ªa ser visto como una secuela de Doce c¨¦sares. Si all¨ª se serv¨ªa del t¨ªtulo de Suetonio para reflexionar sobre la representaci¨®n del poder de todos los tiempos, ahora convierte a los emperadores romanos en protagonistas, desde el Julio C¨¦sar que casi lleg¨® a serlo por m¨¦rito propio hasta el Alejandro Severo que lo fue por ser hijo de, para analizar c¨®mo eran dichos gobernantes, qu¨¦ poder ten¨ªan realmente y c¨®mo gobernaron Roma, como dir¨ªa Tito Livio, una ciudad que partiendo de unos or¨ªgenes modestos sucumbi¨® bajo el peso de la grandeza de su propio imperio. La historiadora brit¨¢nica teje el relato con datos y an¨¦cdotas provenientes de la vida p¨²blica y privada, siendo tan relevante el que Augusto gobernase dominado por la pasi¨®n fr¨ªa y el c¨¢lculo utilitarista como que fuera un pater familias moralista, que se depilase las piernas o que consumiese pornograf¨ªa a trav¨¦s de las pinturas que, seg¨²n Ovidio, decoraban las paredes de su casa en el Palatino.
Ese es el encanto de la biograf¨ªa desde Suetonio y Plutarco, ese es el arte que Beard domina cuando enhebra hechos hist¨®ricos decisivos con picantes y escabrosas an¨¦cdotas mediante las que esboza un retrato del emperador arquet¨ªpico, resaltando unas veces al pr¨ªncipe tir¨¢nico a lo Ner¨®n o al C¨¦sar fil¨®sofo a lo Marco Aurelio, al militar ejemplar a lo Trajano o al transg¨¦nero Heliog¨¢balo que se prostitu¨ªa en palacio. Para ello se vale desde historiadores rigurosos e inclementes como T¨¢cito a m¨¦dicos como Galeno, que igual diagnosticaba unas anginas al emperador que le recetaba ant¨ªdotos contra los venenos que poblaban las mesas y triclinios de sus banquetes; a ello podemos sumar el poder de la imagen de una moneda de Ner¨®n tocando la lira o pasar un d¨ªa en la tribuna del Coliseo desde la que C¨®modo disparaba flechas a los animales salvajes y al p¨²blico asistente, servirnos del estilete con el que intent¨® defenderse Julio C¨¦sar el d¨ªa de su asesinato o sumergirnos en la epigraf¨ªa, esa literatura callejera que igual registra las res gestae del emperador en un arco de triunfo que un control fiscal imperial en el tejo de un ¨¢nfora de aceite b¨¦tica en un vertedero como el Monte Testaccio de Roma.
El lector quisquilloso dir¨¢ que cada nuevo libro de Beard tiene un aire de d¨¦j¨¤ vu. Pero lo prodigioso es que siempre funcionen tan bien, que su incontinencia verbal nos atrape desde la primera p¨¢gina y que aprendemos con el valor a?adido de la sonrisa que gracias a su humor brit¨¢nico nos acompa?a p¨¢gina s¨ª, p¨¢gina tambi¨¦n. Emperador de Roma tiene otro m¨¦rito que justifica por qu¨¦ siempre hay que volver a Beard: no nos ofrece una historia al uso narrando sus vidas y haza?as desde el nacimiento a la muerte, sino que arma un ensayo muy bien trabado en el que al hilo de una serie de temas no habla de ning¨²n C¨¦sar en concreto y s¨ª de todos a la vez. Tanto da que se trate sobre c¨®mo vest¨ªan, qu¨¦ com¨ªan o d¨®nde y con qui¨¦n dorm¨ªan los emperadores ¡ªy las emperatrices¡ª, de si eran adictos al trabajo o perezosos procrastinadores, si eran clementes o d¨¦spotas crueles hasta rozar el sadismo. No hubo de ser f¨¢cil ser emperador de Roma, una profesi¨®n peligrosa, y cargar sobre sus hombros con el peso del imperio. De los casi 30 protagonistas del libro, 12 murieron envenenados o asesinados, y donde no acechaba la intriga y la traici¨®n lo hac¨ªa la transgresi¨®n y el adulterio como tradici¨®n.
El m¨¦rito de Beard, m¨¢s all¨¢ de atreverse a decirle al emperador que va desnudo, es acercar la lupa a gobernantes y gobernados, desde los pasillos p¨²blicos del poder a los espacios privados de lo mundano y lo cotidiano. Beard nos introduce en el mundo f¨ªsico y en los espacios del esp¨ªritu de la cultura cortesana, en la diligencia del C¨¦sar o en su ineptitud como estadista, en su intachable conducta moral o su insaciable crueldad y apetito sexual. Con todo ello no solo desvela las angustias inmanentes al gobierno imperial de unos emperadores de carne y hueso, sino tambi¨¦n los temores de un pueblo o las esperanzas depositadas en sus c¨¦sares, en las virtudes y vicios de aquel que unas veces se ve¨ªa como un simple mortal y otras como un dios entre los hombres.
Emperador de Roma
Traducci¨®n de Silvia Furi¨®
Cr¨ªtica, 2023
592 p¨¢ginas. 27,90 euros
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