¡®1936¡¯, la guerra es para quien la trabaja

En la mal llamada Guerra Civil espa?ola, los sublevados tuvieron los mejores aliados posibles. Mussolini y Hitler les brindaron sus ej¨¦rcitos; la petrolera Texaco les proporcion¨® el combustible necesario, Ford y General Motors les enviaron 12.000 camiones y la qu¨ªmica estadounidense DuPont les entreg¨® 40.000 bombas, mientras el presidente Roosevelt hac¨ªa la vista gorda. Juan March, que figuraba entre los diez hombres m¨¢s ricos del mundo, puso su fortuna al servicio del golpe. Las l¨ªneas generales de este conflicto armado figuran en el imaginario colectivo de los espa?oles, pero el diablo est¨¢ en los detalles, a menudo ignorados. 1936, drama estrenado por Andr¨¦s Lima, Albert Boronat, Juan Cavestany y Juan Mayorga en el Teatro Valle-Incl¨¢n, se suma a un lento goteo de obras teatrales en las que se abordan por derecho episodios cruciales de la contienda.

El montaje de Lima transcurre en un escenario central, con el p¨²blico a cuatro bandas. Tambi¨¦n llama la atenci¨®n enseguida la presencia de un excelente coro de veinte j¨®venes, que le imprime a la acci¨®n dinamismo y un car¨¢cter colectivo id¨®neo, pues su protagonista ¨²ltimo es el pueblo espa?ol. En tres actos, con dos descansos necesarios, la funci¨®n recorre la columna vertebral de la guerra espa?ola, que forma parte de una seguidilla de guerras civiles europeas iniciada en 1917 con las contiendas rusa, ucraniana y finlandesa. Durante el primer acto, sus autores emplean demasiado tiempo en pasarle informaci¨®n al p¨²blico: lo que respecta al triunfo de la rebeli¨®n en Sevilla est¨¢ mejor contado en el drama Queipo. El sue?o de un general, de Antonio ?lvarez-Ossorio. Y los sangrientos episodios de Badajoz est¨¢n desmenuzados en Armengol, de Miguel Murillo, por poner dos ejemplos cercanos.

El texto se sacude ese exceso discursivo y documental con la entrada del general Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, encarnado por Guillermo Toledo. Su discurso y el encabalgado de sus ¨®rdenes producen repentinamente una emoci¨®n in¨¦dita, como la que debi¨® de sentir la porci¨®n de milicianos en desbandada con la que se encar¨®: rebozado en barro, pistola en mano, les hizo volver a sus posiciones.

Al ser esta una obra escrita por cuatro plumas, se acusa cierta desigualdad cualitativa en el enfoque y en la resoluci¨®n de sus escenas. El segundo acto, sin embargo, encuentra su tono justo desde el principio. La reuni¨®n de los conspiradores civiles en casa del conde de Guadalhorce tiene nervio dram¨¢tico y pone de relieve el papel de la conspiraci¨®n civil que financi¨® el golpe militar. El tercer acto tambi¨¦n corre como un tiro (nunca mejor dicho). La escena de la composici¨®n del Cara al sol, donde dos poetas falangistas desconf¨ªan el uno del otro, reinterpreta con una punzada humor¨ªstica brillante la escena real, acontecida en Or Kompon, restaurante vasco madrile?o.

Al comienzo de la funci¨®n, ciertos generales golpistas aparecen caricaturizados. En cambio, merecen todo nuestro cr¨¦dito la defensa en¨¦rgica que Blanca Portillo hace del discurso de Jos¨¦ Antonio, y el modo en el que Antonio Dur¨¢n sostiene la posici¨®n ideol¨®gica de un viejo burgu¨¦s an¨®nimo. Tambi¨¦n Juan Vinuesa (Franco) evita caer en el clich¨¦. El tercer acto es formidable, como lo son tambi¨¦n el George Orwell de Paco Ochoa; la Celia G¨¢mez y la Dinamitera de Alba Flores; la cabaretera descoyuntada de Natalia Hern¨¢ndez y la resuelta Clara Campoamor de Mar¨ªa Morales. ¡°Qu¨¦ fuerte, ?verdad?¡±, me dice una espectadora al salir, vivamente emocionada, al cabo de cuatro horas. Podr¨ªa haber seguido adelante 1936 durante una hora m¨¢s, por c¨®mo estaba de conectado el p¨²blico en general.