Historia secreta del ¡°mamotreto¡±: as¨ª escribi¨® Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez ¡®Cien a?os de soledad¡¯
A lo largo de dos d¨¦cadas el Premio Nobel colombiano proyect¨® una ficci¨®n sobre la familia Buend¨ªa que de inmediato se interpret¨® como el ¡®Moby Dick¡¯ de Am¨¦rica Latina
Es evidente que fueron M¨¦xico y Buenos Aires, las dos grandes ciudades latinoamericanas de los a?os sesenta, las parteras de la escritura y de la publicaci¨®n de Cien a?os de soledad. Se ha especulado sobre la suerte que hubiera corrido la obra magna de Garc¨ªa M¨¢rquez si esta se hubiera publicado, por ejemplo, en Madrid o en Bogot¨¢. Tal vez la buena estrella de la novela no solo hubiera retra...
Es evidente que fueron M¨¦xico y Buenos Aires, las dos grandes ciudades latinoamericanas de los a?os sesenta, las parteras de la escritura y de la publicaci¨®n de Cien a?os de soledad. Se ha especulado sobre la suerte que hubiera corrido la obra magna de Garc¨ªa M¨¢rquez si esta se hubiera publicado, por ejemplo, en Madrid o en Bogot¨¢. Tal vez la buena estrella de la novela no solo hubiera retrasado su aparici¨®n, sino que la rotundidad de su ¨¦xito hubiera sido algo distinto.
Por suerte, el escritor estaba seguro de la obra que acaba de escribir hacia mediados de 1966 y sab¨ªa que solo Barcelona o Buenos Aires pod¨ªan darle su consagraci¨®n. Por eso, meses antes de firmar el contrato que le envi¨® Paco Porr¨²a de Editorial Sudamericana, el novelista se la hab¨ªa ofrecido a Carlos Barral, quien no le contest¨® a tiempo por estar en v¨ªsperas de vacaciones. De M¨¦xico, que le hab¨ªa brindado el marco id¨®neo para sentarse a escribirla a mediados de julio del a?o anterior, ya no pod¨ªa esperar mayor cosa. ?l mismo contar¨ªa que durante la escritura de la novela sol¨ªa hablarles de ella a algunos editores mexicanos y que, a excepci¨®n de la peque?a editorial Era, a ninguno se le ocurri¨® la simple formalidad de leerla siquiera. Cuando en Buenos Aires estall¨® el esc¨¢ndalo de su publicaci¨®n por Sudamericana, a partir del 5 de junio de 1967, los mismos editores que lo hab¨ªan ignorado se precipitaron sobre el escritor en tono recriminatorio: ¡°?Y por qu¨¦ no nos diste a nosotros la novela?¡±. ¡°?Ah, porque ninguno de ustedes me la pidi¨®!¡±, se justificaba el escritor.
La seguridad que Garc¨ªa M¨¢rquez ten¨ªa en su novela no era el delirio de un escritor de ¨¦xitos minoritarios. ?l llevaba ya casi 20 a?os busc¨¢ndola en las entra?as de su vida, de su familia, de su pueblo, en el marco de la cultura Caribe y de la historia colombiana, y aprendiendo a escribirla en dos libros de cuentos, en tres novelas y en cientos de reportajes y art¨ªculos de prensa. Tan seguro estaba de que alg¨²n d¨ªa alcanzar¨ªa esa cumbre, que le hab¨ªa prometido a su flamante esposa, Mercedes Barcha, cuando en marzo de 1958 volaban de Barranquilla a su luna de miel en Caracas, que ¨¦l, el mayor de los 16 hijos del telegrafista y de la ni?a bonita de Aracataca, escribir¨ªa a los 40 a?os ¡°la obra maestra¡± de su vida.
La historia de La casa, como se llam¨® Cien a?os de soledad durante 17 a?os, hab¨ªa comenzado hacia mediados de 1948, mientras su autor era un escritor de relatos y un aprendiz de periodista en El Universal de Cartagena. Con apenas 21 a?os, en unas tiras largas de papel peri¨®dico, intentar¨ªa contar ya la historia de la familia Buend¨ªa, centrada en la soledad del derrotado coronel Aureliano Buend¨ªa en la Guerra de los Mil D¨ªas, la misma donde hab¨ªa luchado su abuelo Nicol¨¢s M¨¢rquez bajo las ¨®rdenes del general Rafael Uribe. Durante cuatro a?os bregar¨ªa con esta larga, amorfa e interminable historia, hasta llegar a convencerse de que era ¡°un paquete demasiado grande¡± para su limitada experiencia vital y literaria de entonces.
Durante estos a?os se hizo legendaria entre sus amigos y colegas de Cartagena y Barranquilla la historia imposible de ¡°el mamotreto¡±, como empez¨® a conocerse familiarmente La casa. Garc¨ªa M¨¢rquez la llevaba bajo el brazo a todas partes y le soltaba el rollo infinito de su lectura a todo el que quisiera escucharla. Ramiro de la Espriella recordar¨ªa la que les hizo un fin de semana a ¨¦l, a su madre Tomasa y a su hermano ?scar en la finca familiar de La Loma del Diablo, en Turbaco. La tediosa sesi¨®n estaba siendo amenizada con el ron a?ejo que Ramiro y Gabriel le robaban con una c¨¢nula al viejo De la Espriella, cuando la madre sorprendi¨® al escritor revel¨¢ndole una de sus fuentes: ¡°?Ese es el general Rafael Uribe!¡±, exclam¨® do?a Tomasa. ¡°Y usted ?c¨®mo lo sabe?¡±, pregunt¨® ¨¦l intrigado. ¡°Por las mu?ecas, porque el general Uribe las ten¨ªa as¨ª de gruesas¡±.
A pesar de que ya Garc¨ªa M¨¢rquez hab¨ªa dado el salto de su abuelo (modelo de los coroneles de La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba) al general Rafael Uribe, referente principal del coronel Aureliano Buend¨ªa; a pesar de que la casa familiar, el ambiente, las historias y algunos de los personajes de La casa pasar¨ªan a conformar la novela magna; y a pesar de que, entre los a?os 1952 y 1953, Garc¨ªa M¨¢rquez explorar¨ªa a fondo, en compa?¨ªa de Rafael Escalona y Manuel Zapata Olivella, los pueblos de La Guajira y del Gran Magdalena de donde proven¨ªan sus abuelos maternos, Garc¨ªa M¨¢rquez no pudo ir entonces mucho m¨¢s all¨¢ con La casa. La falta de experiencia y de lecturas, el desconocimiento a fondo de las sutiles artes de la invenci¨®n y de la narraci¨®n, y, c¨®mo no, su corta experiencia vital, lo obligaron a poner en remojo el proyecto imposible de ¡°el mamotreto¡±.
Tendr¨ªan que pasar tres lustros m¨¢s para que aprendiera a concebirla y a escribirla, tiempo durante el cual residir¨ªa en distintos pa¨ªses y acumular¨ªa experiencias esenciales en lo personal y en lo familiar, en lo literario y en lo period¨ªstico, a la vez que se ocupaba de sus afanes cinematogr¨¢ficos. Las lecturas e influencias de Homero, S¨®focles, el Lazarillo de Tormes, el Amad¨ªs de Gaula, las Cr¨®nicas de Indias, Rabelais, Cervantes, Defoe, Dumas, Melville, Conrad, Kafka, Joyce, Faulkner, Woolf, G¨®mez de la Serna, Borges, Rulfo y las muy tempranas de Las mil y una noches, le fueron ense?ando el camino para llegar a la novela so?ada y ensayada una y otra vez, pero sin perder nunca de vista a Aracataca y la casa natal, as¨ª como la influencia y las historias de sus abuelos maternos: los mismos lugares, personajes e historias a los que quer¨ªa ¡°volver¡±.
Y as¨ª La casa se convirti¨® en el gran tronco com¨²n del cual brotar¨ªan con el tiempo La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mam¨¢ Grande. M¨¢s a¨²n: podr¨ªa decirse que todo, o casi todo, lo escrito por Garc¨ªa M¨¢rquez desde La tercera resignaci¨®n, su primer cuento de 1947, hasta El mar del tiempo perdido, su primer relato mexicano de 1961, conforma el largo, complejo y minucioso camino que conduce a Cien a?os de soledad, incluida buena parte de los cientos de art¨ªculos y reportajes de las dos primeras etapas period¨ªsticas del escritor. A trav¨¦s de ellos fue hallando y perfilando personajes, escenarios, atm¨®sferas, argumentos y elementos estructurales y formales para la gran novela en perspectiva.
En su cuarto art¨ªculo de El Universal, publicado el 26 de mayo de 1948, aparece ya, con sus ¡°alfombras m¨¢gicas¡± miliunanochescas y el ¡°r¨ªo indispensable¡±, el primer bosquejo de la aldea que ser¨ªa Macondo. En La tercera resignaci¨®n y en Eva est¨¢ dentro de su gato, sus dos primeros cuentos publicados el a?o anterior en El Espectador, despuntan los temas de la casa, la soledad, la nostalgia, la muerte, el af¨¢n de trascendencia de la muerte, las muertes superpuestas, las taras hereditarias, el enclaustramiento y la belleza asociada a la fatalidad.
En La hojarasca, asistimos a la fundaci¨®n de Macondo y a la aparici¨®n de todo un arsenal de temas que Garc¨ªa M¨¢rquez desarrollar¨ªa en sus libros posteriores y especialmente en Cien a?os de soledad, y, aparejado a su ¨®pera prima, conseguir¨ªa dar otro salto cualitativo en el Mon¨®logo de Isabel viendo llover en Macondo, que originalmente era un subcap¨ªtulo de La hojarasca. En este breve relato el tiempo se detiene mediante la cosificaci¨®n o espacializaci¨®n, llegando a ser maleable, como habr¨ªa de ocurrir en el Macondo de Jos¨¦ Arcadio Buend¨ªa y en los pergaminos de Melqu¨ªades, que es la novela en s¨¢nscrito dentro de la novela. Esta astucia po¨¦tica es la que le permitir¨ªa al poeta y profeta gitano, concentrar un siglo de episodios cotidianos coexistiendo en un mismo instante.
Pero para llegar a concebir personajes como Melqu¨ªades y Prudencio Aguilar, Garc¨ªa M¨¢rquez hab¨ªa comenzado una revoluci¨®n de gran calado, casi inadvertida, con el ni?o narrador de Alguien desordena estas rosas (que tendr¨ªa su complemento esencial a?os despu¨¦s en la lectura de Pedro P¨¢ramo), donde por primera vez un personaje suyo es un esp¨ªritu viviente al margen de su estado corporal. Otras aportaciones esenciales para el futuro Macondo se dan en La siesta del martes y en Un d¨ªa despu¨¦s del s¨¢bado. Pero las m¨¢s importantes se desarrollan en Los funerales de la Mam¨¢ Grande y El mar del tiempo perdido, ficciones macondianas que se erigen en verdaderos umbrales de Cien a?os de soledad, pues, aparte de la tem¨¢tica, el tiempo y el espacio se fusionan de forma espont¨¢nea y convincente.
Con estos y otros hallazgos de demiurgo, una reflexi¨®n profunda y minuciosa sobre el tono y la concepci¨®n de la novela, m¨¢s las posibilidades y limitaciones que le hab¨ªan ense?ado cuatro a?os de experiencias cinematogr¨¢ficas en M¨¦xico, Garc¨ªa M¨¢rquez se encerr¨® una ma?ana de mediados de julio de 1965, en su estudio de La Cueva de la Mafia del barrio San ?ngel Inn, a contarnos por fin las mil y una historias de La casa de sus tormentos.
El d¨ªa anterior hab¨ªa regresado con su familia de unas breves vacaciones en Acapulco, durante las cuales, repetir¨ªa el escritor, encontr¨® por fin el tono, la clave de S¨¦samo que le permiti¨® acceder a la novela. Esa misma noche ?lvaro Mutis y Carmen Miracle fueron a visitar a sus amigos. De pronto, Garc¨ªa M¨¢rquez le dijo a Mutis en tono confidencial: ¡°Maestro, voy a escribir una novela. Ma?ana mismo voy a empezar. ?Se acuerda de aquel mamotreto que nunca le mostr¨¦ y que le entregu¨¦ en el aeropuerto de Bogot¨¢, en enero de 1954, para que me lo metiera en la cajuela del coche? Pues es esa, pero de otra manera¡±. Y a la ma?ana siguiente empez¨® a trabajar de forma afiebrada, demencial, en lo que desde entonces y para siempre ser¨ªa Cien a?os de soledad.
?l pens¨® que el encierro conventual para escribirla durar¨ªa seis meses, pero fueron catorce. Con los ahorros que ten¨ªa, m¨¢s lo que le dej¨® Mutis, junt¨® 5.000 d¨®lares y se los entreg¨® a Mercedes, con el ruego de que no lo molestara por nada hasta que terminara la novela. Como a los seis meses se hab¨ªan agotado los 5.000 d¨®lares, y el escritor se fue a Monte de Piedad y empe?¨® el Opel 62 de la familia. Con todo, en los ¨²ltimos meses Mercedes tuvo que pedir fiados el pan, la carne, la leche y otras cosas de comer, y hablar con Luis Coudurier para que les siguiera fiando el alquiler otros seis meses m¨¢s, hasta que su marido terminara el libro. Cuando el 10 de septiembre de 1966 firm¨® el contrato que, en octubre del a?o anterior, le hab¨ªa enviado Paco Porr¨²a de Sudamericana con 500 d¨®lares de adelanto, hab¨ªa ocurrido de todo en sus vidas y en las vidas de los personajes de la novela, pero ¨¦l era ya un hombre endeudado y feliz por haber echado a andar sola la monstruosa criatura de sus pesadillas de casi 20 a?os.
Escrib¨ªa de 8:30 a 14:30, despu¨¦s de llevar a Rodrigo a y Gonzalo al colegio. El resto del d¨ªa lo pasaba metido en La Cueva de la Mafia descubriendo y contando las locuras de los Buend¨ªa y vigilando muy de cerca el ¨¢ngel exterminador de Macondo. A veces, Mercedes lo escuchaba re¨ªrse a carcajadas en su estudio, ella le preguntaba qu¨¦ hab¨ªa pasado, y ¨¦l le respond¨ªa: ¡°?Es que me r¨ªo de las cosas que les ocurren a los cabrones de Macondo!¡±. Pero el escritor dej¨® siempre abierta la puerta para los cuatro amigos que sol¨ªan visitarlo cada noche, y cuyas conversaciones c¨®mplices, as¨ª como los libros y las noticias que le tra¨ªan, alimentaban parte de su vida y parte de la novela.
?lvaro Mutis y Carmen Miracle, Jom¨ª Garc¨ªa Ascot y Mar¨ªa Luisa El¨ªo sol¨ªan llegar con un par de botellas de whisky hacia a las 20:00, hora en la que el escritor sal¨ªa de su cueva con un aspecto tan llamativo que Mutis habr¨ªa de recordarlo como un sobreviviente del ring a 12 asaltos: ¡°?Aquello era bestial!¡±. En las conversaciones nocturnas se hablaba de todo y de todos, especialmente de la novela in progress, que era como la ni?a mimada de los contertulios. Fueron tambi¨¦n ellos los que le portaron las primeras referencias de sus lecturas en caliente cada vez que el escritor terminaba un cap¨ªtulo, a excepci¨®n de Mutis, pues, avezado lector de novelas mamotr¨¦ticas, no quiso leer la obra por partes.
Jom¨ª Garc¨ªa Ascot y Mar¨ªa Luisa El¨ªo fueron los mayores pregoneros del nuevo fen¨®meno literario, pero ella fue la c¨®mplice m¨¢s cercana que tuvo Garc¨ªa M¨¢rquez durante todo el proceso de su escritura. Aunque no atinaban en contarles a sus amigos de qu¨¦ iba la novela, enfatizaban que era ¡°algo muy hermoso, algo que hace levitar¡±, y repet¨ªan por toda la ciudad de M¨¦xico: ¡°Gabo est¨¢ escribiendo el Moby Dick de Am¨¦rica Latina¡±. Cuando Mutis la ley¨® completa, se qued¨® ¡°asombrado¡±, viendo en ella ¡°el gran libro sobre Am¨¦rica Latina¡±. Algo parecido ocurri¨® con Fuentes, que fue el primero en escribir un art¨ªculo paneg¨ªrico, con Cort¨¢zar y con Emir Rodr¨ªguez Monegal. Cuando Plinio Apuleyo Mendoza, ?lvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germ¨¢n Vargas devoraron tambi¨¦n las 490 cuartillas del original, continuaron el aplauso, de modo que, el d¨ªa que Gabo y Mercedes fueron a la oficina de correos a enviarle la novela a Sudamericana, el autor ten¨ªa las referencias suficientes para estar seguro de que su novela ser¨ªa tambi¨¦n un ¨¦xito editorial. Pero Mercedes, que hab¨ªa tenido que manejar con mano ursulina tantos meses de estrechez, ten¨ªa sus reservas: ¡°?Oye, Gabito, ahora lo ¨²nico que nos falta es que esa novela no sirva para nada!¡±.
Terminada de imprimir el 30 de mayo de 1967 y publicada el 5 de junio, Paco Porr¨²a, el director literario de Sudamericana, hab¨ªa sabido crear entre sus amigos de la prensa bonaerense el ambiente id¨®neo para lanzar un libro que ¨¦l consider¨® como la ¡°obra perfecta¡± de un cl¨¢sico. Su mayor connivente fue Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, jefe de redacci¨®n del semanario Primera Plana, que le dedic¨® excepcionalmente una portada a Garc¨ªa M¨¢rquez, un art¨ªculo entusiasta de su propia mano y un amplio reportaje de su enviado especial a M¨¦xico, Ernesto Sch¨®o. M¨¢s a¨²n: fueron estos dos diligentes parteros de la publicaci¨®n de Cien a?os de soledad los encargados de recibir al escritor y a su esposa en el aeropuerto de Ezeiza el 16 de agosto de ese a?o. El escritor llegaba invitado por sus editores y Primera Plana como miembro del jurado del concurso de novela Primera Plana Sudamericana, impulsando de paso el relanzamiento de su novela, que en solo dos semanas hab¨ªa agotado la primera edici¨®n de 8.000 ejemplares y hab¨ªa obligado a los editores a sacar una segunda de 10.000.
Seg¨²n Porr¨²a, la ciudad sucumbi¨® casi de inmediato a la novela y a la presencia de su autor. Seg¨²n Eloy Mart¨ªnez, durante los tres primeros d¨ªas Garc¨ªa M¨¢rquez pudo caminar por Buenos Aires como un hombre an¨®nimo, hasta que una noche ¨¦l y Mercedes fueron invitados al estreno de una obra en el teatro del Instituto Di Tella. La sala estaba en penumbra, pero a ellos los conduc¨ªa un reflector hasta sus asientos. Cuando se fueron a sentar, de pronto el p¨²blico se puso de pie y prorrumpi¨® en aplausos: ¡°?Por su novela!¡±, le gritaron a coro.
Sin embargo, el primer s¨ªntoma alentador de su popularidad inmediata lo hab¨ªa percibido el propio Garc¨ªa M¨¢rquez esa misma ma?ana, cuando vio que una mujer llevaba en la bolsa de la compra un ejemplar de Cien a?os de soledad entre las lechugas y los tomates. Como me recordar¨ªa Paco Porr¨²a 25 a?os despu¨¦s, la novela, que hab¨ªa salido de la entra?a popular, fue recibida por los lectores efectivamente como algo propio del mundo popular, no solo como gran literatura, sino tambi¨¦n como un soplo m¨¢gico de vida.
Dasso Saldivar es autor de la biograf¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez. Viaje a la semilla (Ariel).