El cierre de la Casa de las Mantas
La tienda, un emporio del comercio dom¨¦stico, sucumbe ante el empuje de los nuevos productos y las nuevas costumbres
¡°La Casa de las Mantas, en Jonqueres, 5, al ladito de La Caixa¡±, como dec¨ªa la cu?a publicitaria radiof¨®nica que la anunciaba desde los a?os sesenta, abrir¨¢ sus puertas por ¨²ltima vez el martes pr¨®ximo, d¨ªa 31 de julio. Otro signo de los tiempos. La Casa de las Mantas hab¨ªa sido un emporio del comercio dom¨¦stico, casi el primer secreto de la vida independiente que se le revelaba al joven cuando se iba de casa de sus padres e instalaba nido propio, y la primera visita a un comercio que rend¨ªa el flamante divorciado. Una visita a la Casa de las Mantas era la se?al de un cambio vital, de que estabas empezando algo importante que solo quedaba firmado y rubricado con una buena compra de s¨¢banas, mantas, toallas y cortinas en la Casa de las Mantas. ?C¨®mo ibas a empezar una nueva vida sin una buena manta? All¨ª te vend¨ªan dos por el precio de una. Y esa una, adem¨¢s, estaba rebajada. Ahora las cosas han cambiado, ahora la manta casi es un anacronismo, ha sido desplazada por la moda n¨®rdica, la manta, que es a la pintura realista (m¨¢s a¨²n cuando va decorada con motivos de tigre o caballero) lo que la funda n¨®rdica a la abstracci¨®n. Adonde se va ahora es a Ikea, o simplemente se queda uno en casa, que fuera llueve.
La Casa de las Mantas ha tenido mucho m¨¦rito en aguantar durante m¨¢s de 70 a?os en una calle l¨®brega, que embocan todos los coches y autobuses que suben desde la Via Laietana hacia la plaza de Urquinaona y el Eixample; el aire cargado de CO2 se podr¨ªa cortar con un cuchillo; Jonqueres es una calle insalubre, pero los precios imbatibles de la Casa de las Mantas, adem¨¢s naturalmente de la calidad contrastada y la variedad sus productos, compensaban sobradamente de tal inconveniente.
Est¨¢ vinculada a una ¨¦poca en que la manta era un art¨ªculo de vital importancia, una ¨¦poca con menos radiadores, menos edredones, menos calefacci¨®n central
Vertical, laber¨ªntica, algo confusa, llena de rincones, escaleras y recovecos, de departamentos de cojines, de complementos, de toallas, de cortinas, de estores, tambi¨¦n de colchones, porque fue creciendo y expandi¨¦ndose por los pisos y las fincas contiguas, La Casa de las Mantas est¨¢ vinculada a una ¨¦poca en que la manta era un art¨ªculo de vital importancia, una ¨¦poca con menos radiadores, menos edredones, menos calefacci¨®n central y, sobre todo, una ¨¦poca en que hac¨ªa mucho m¨¢s fr¨ªo que ahora. Tambi¨¦n una ¨¦poca, sobre todo los a?os cincuenta, sesenta y setenta, de consumo fabuloso, de crecimiento exponencial. All¨ª se respiraba una atm¨®sfera algo acolchada, con algo de sectario y uterino: all¨ª se iba a un mundo especializado, ibas despistado e inconsciente de la variedad del mundo, y te encontrabas que todos, y especialmente, claro, las dependientas, aquellas dependientas que crec¨ªan y maduraban all¨ª como en el seno de una familia, sab¨ªan mucho sobre cosas de impensable existencia. Te atend¨ªa una mujer que, la verdad, no ten¨ªa nada que ver con los dependientes ultracool de Apple Store, que no estoy convencido de que sean realmente humanos, sino replicantes. Ellas eran ¡ªson¡ª mujeres human¨ªsimas, profesionales muy eficientes y yo las imagino bastante orgullosas de su aplomada especializaci¨®n, impuestas en su materia, cordiales y abiertas a la conversaci¨®n cuando no hab¨ªa mucha clientela, aunque la verdad es que esto no pasaba casi nunca porque la Casa de las Mantas sol¨ªa estar llena. Rebajas, saldos, marzo mes de la cortina, gangas de verano, retales a buen precio, ?aprov¨¦chelo!, g¨¦nero a metros. El lector que ha comprado all¨ª por lo menos una vez en su vida quiz¨¢ recordar¨¢ que esas dependientas sab¨ªan mejor que uno lo que uno necesitaba y le preguntaban cosas inveros¨ªmiles, cifras o n¨²meros de cuya existencia no ten¨ªa idea: ¡°?Las quiere de 2,35 o de 2,50?¡± Era inevitable, un rito de paso, volver a casa y hacer mediciones. Y luego, vuelta a la Casa de las Mantas. ¡°?Brillante o mate? ?Y las argollas, qu¨¦, cu¨¢les quiere? ?Las que llevan el chism¨ªn o sin ¨¦l?¡±¡ Ayer me acerqu¨¦ por all¨ª a olfatear, con esa gran curiosidad que nos caracteriza a los periodistas, c¨®mo se viven los ¨²ltimos d¨ªas de la Casa de las Mantas, y una vez m¨¢s estaba la tienda llena de gente aprovechando las ¨²ltimas rebajas, la liquidaci¨®n total de los art¨ªculos por cierre de la empresa. Hab¨ªa cola ante la caja registradora. All¨ª conoc¨ª a la directora, Sandra Mira, tercera generaci¨®n de la familia propietaria. La acompa?¨¦ a la puerta, a fumarse un cigarrillo. Lleva 30 a?os trabajando en la Casa que fund¨® su abuelo ¡°y no soy ni mucho menos la m¨¢s antigua¡± de las empleadas, cuya profesionalidad elogia con sentido afecto. Hab¨ªan llegado a ser 150 empleados, atendiendo en cinco plantas de varios edificios colindantes, y ahora ¡°solo¡± quedan 24, en una sola planta. ¡°Llevamos cuatro a?os pas¨¢ndolo muy mal¡±, dijo. ¡°El modelo del comercio tradicional agoniza¡±. La Casa de las Mantas ha sido paradigma de ese modelo. Ha llegado la triste hora de bajar la persiana. ?Y qu¨¦ ir¨¢n a poner all¨ª? ?Qu¨¦ van a poner en el local que la Casa de las Mantas abandonar¨¢ el pr¨®ximo martes? ?A qu¨¦ nueva cosa nos acostumbraremos? Me temo lo peor. Pero en fin, el futuro es inescrutable. A Sandra y a las 24 empleadas les env¨ªo desde aqu¨ª un saludo afectuoso y les deseo buena suerte.
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