No hay derecho
Jos¨¦ Domingo no quiso contemplar el espect¨¢culo de su desahucio: sus enseres desparramados en la acera de la calle
Se me cae la cara de verg¨¹enza. Rompo los borradores de otros art¨ªculos ante esta noticia. Un vecino del barrio granadino de La Chana se ha ahorcado unas horas antes de ser desahuciado de su vivienda y del peque?o negocio en el que hab¨ªa trabajado casi toda su vida. Cuando la polic¨ªa lleg¨® a su domicilio para ejecutar el desalojo solo encontraron el cad¨¢ver de Jos¨¦ Miguel Domingo. A fin de cuentas, debi¨® pensar, ya que iban a arrebatarle la vida, mejor que el banco la obtuviera por completo, con su cuerpo incluido, como un nuevo tributo a los mercaderes del dinero, al ¨²nico poder verdadero que no atiende a razones, que ni siquiera infringe la ley porque ha hecho cada uno de sus art¨ªculos a la medida de su avaricia.
?El cuerpo vertical de Jos¨¦ Miguel es un acta de acusaci¨®n contra los desmanes de los poderosos y de los que los protegen. Es la demostraci¨®n palpable de la sinraz¨®n de esta crisis, de la inutilidad del poder pol¨ªtico, de los poderes desalmados que nos gobiernan. No hay derecho. Y no se trata solo de un alegato moral contra esta injusticia. Es que realmente no hay Estado de derecho, ni merece la pena discutir sobre ninguna otra cosa si antes no solucionamos algo tan b¨¢sico como el tener un techo que nos proteja.
Jos¨¦ Domingo no quiso contemplar el espect¨¢culo de su desahucio: sus enseres desparramados en la acera de la calle, su papeler¨ªa convertida en una mella oscura de la calle, con sus revistas y objetos de escritorio desperdigados en el suelo. Ni siquiera tuvo fuerzas para pedir a organizaciones como Stop Desahucios que le ayudar¨¢n a resistirse frente a la orden de desalojo. ?l mismo daba por desahuciada su existencia porque nunca pens¨® que llegar¨ªa un tiempo en el que pudiesen borrar, como si se tratase de una pizarra, toda una vida de trabajo, de afectos, del paisaje cotidiano que se abr¨ªa cada d¨ªa al levantar la persiana met¨¢lica de su comercio.
Los vecinos han colocado algunas velas y una peque?a fotograf¨ªa de recuerdo. Se forma un peque?o grupo y alguien llora. Los dem¨¢s contemplan la escena con los ojos redondos que se nos ponen cuando la indignaci¨®n es tan grande como la pena que sentimos. Pero nos estamos acostumbrando a convivir con el horror, como los alemanes se acostumbraron a vivir entre las cenizas de los campos de concentraci¨®n. Nos hemos habituado a cerrar las puertas, limpiar los residuos, agradecer que esta marea de injusticia absoluta no haya atravesado todav¨ªa el umbral de nuestra casa.
Mientras, una gran parte de nuestros impuestos, va a servir para limpiar los balances de esos mismos que nos echar¨¢n de nuestra casa al menor tropiezo. Unos bancos que contabilizar¨¢n con m¨¦todos de usura nuestra deuda, que multiplicar¨¢n cada euro de retraso por diez, que se adjudicar¨¢n nuestros bienes a precios irrisorios y los vender¨¢n al mejor postor en la taberna inmunda de las subastas. No lo digo yo. Lo dice un informe elaborado por siete magistrados a iniciativa del Consejo General del Poder Judicial que advierte no solo de la inhumanidad de estas actuaciones, sino del discutible marco legal que lo ampara y que se estableci¨® nada menos que en el a?o 1909, donde el caciquismo dominaba nuestro pa¨ªs. En la mayor parte de las ocasiones, nos advierten, los bienes embargados permanecen a?os y a?os sin ocupar, sin darles m¨¢s finalidad que disminuir la cifra de impagados del banco, mientras 350.000 familias se quedan sin techo y con las vidas rotas.
Una persona se suicida al d¨ªa por esta sinraz¨®n. No hay derecho a mantener la ley ni un d¨ªa m¨¢s. De todos los cr¨ªmenes de esta estafadora crisis, el m¨¢s repugnante es contemplar a todo el aparato del Estado ¡ªjueces, polic¨ªas y funcionarios¡ª abriendo expedientes, dictando resoluciones y arrastrando a los desahuciados por las escaleras de su piso mientras que los gestores bancarios contemplan la ciudad desde la atalaya de sus as¨¦pticos rascacielos. ¡°Alg¨²n d¨ªa todo esto ser¨¢ m¨ªo¡±, deben pensar, satisfechos ante el espect¨¢culo medieval y siniestro que abre su funci¨®n todos los d¨ªas, en cualquier rinc¨®n de nuestra geograf¨ªa.
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