Distanciamiento
Diana Krall es una estrella y lo demostr¨® en el Auditori de Barcelona a pesar del precio de las entradas
Diana Krall es una estrella, una aut¨¦ntica estrella que luce con fuerza en un universo indeterminado que unir¨ªa el jazz cl¨¢sico (sin aventuras ni aspavientos) con la canci¨®n a la vieja usanza (incluso la canci¨®n actual a la vieja usanza). Y lo demostr¨® el pasado s¨¢bado llenando con mucha antelaci¨®n el Auditori barcelon¨¦s a pesar de los precios de las entradas (de 72 a 90 euros, m¨¢s de 120 en la reventa). Y lo llen¨® de entusiasmo. La platea estaba que ard¨ªa, pero la canadiense pareci¨® no contagiarse y, durante sus interpretaciones, se mantuvo fiel a su imagen de inalterable alejamiento (de la m¨²sica y del entorno). Solo en las presentaciones se dej¨® ir un poco y hasta brome¨® con el p¨²blico, algo est¨¢ cambiando en la se?ora Costello.
Diana Krall
DIANA KRALL
Auditori de Barcelona
24 de noviembre
Probablemente para compensar el alto precio de las entradas, el montaje fue magn¨ªfico. La Krall llen¨® el inclemente escenario del Auditori de cortinas rojas con estrellitas, una enorme media luna luminosa, un fon¨®grafo y hasta una pianola modernista que recib¨ªa a los asistentes con su m¨²sica siempre enigm¨¢tica mientras en la inmensa pantalla trasera se proyectaban en bucle escenas de viejas pel¨ªculas animadas de Betty Boop en glorioso blanco y negro. Todo muy twenties, sensaci¨®n que se acab¨® de redondear cuando Steve Buscemi (el malo mal¨ªsimo de Boardwalk Empire, entre otras maravillas) dio la bienvenida cantando y bailando desde un delirante v¨ªdeo sobre el que apreci¨® la gran estrella con su t¨ªmida sonrisa oculta por su cabellera.
Comenz¨® evocando esos a?os veinte con un revuelto de canciones que iban de lo m¨¢s banal a una s¨®lida versi¨®n de Bix Beiderbecke (There ain¡¯t no sweet man that¡¯s worth the salt of my tears) mientras en la pantalla se proyectaban recortes de pel¨ªculas mudas (de M¨¦li¨¨s a Metr¨®polis).Sentada ante el piano, Krall cant¨® con su solvencia habitual, una voz de largo alcance que matiza al detalle cada frase, pero sin imprimir el m¨ªnimo calor a la interpretaci¨®n, como si la cosa no fuera con ella. Un distanciamiento que se agrava cuando el material es m¨¢s duro (Tom Waits o Bob Dylan) pero que, al final, se convierte en el arma unificadora de un repertorio que va dando bandazos estil¨ªsticos de la balada profunda al guitarreo fren¨¦tico.
Los mejores momentos llegaron cuando Diana Krall en solitario ante la pianola, y de espaldas al p¨²blico, record¨® a Fats Waller o Nat King Cole. Como si la posici¨®n le hiciera olvidar al p¨²blico y pudiera entonces dejar salir todo su potencial pian¨ªstico, que es mucho. Al final, ¨¦xito importante. El Auditori en pie le arranc¨® varios bises a la canadiense, que dio por concluida la velada colocando un disco de piedra en el fon¨®grafo. Y con el chisporroteo de las viejas grabaciones como fondo, el p¨²blico abandon¨® la sala luciendo una enorme sonrisa.
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