Espasmos de genio y electricidad
Lindsay escudri?¨® una vez en las tinieblas y no se dej¨® achantar por la sensaci¨®n de soledad. Qu¨¦ va
Ni los mitos ni los cerebros preclaros bastan para vender entradas. Arto Lindsay se dio ayer de bruces con la maldici¨®n del artista de culto: posee un curr¨ªculum abrumador, llevaba a?os sin pisar la ciudad y entreg¨® un concierto fabuloso, sobre todo tras la incorporaci¨®n de Marc Ribot, pero 150 espectadores son una cifra desoladora para el Circo Price. Y eso que la m¨²sica de este yanqui brasileiro es mucho m¨¢s accesible de lo que pudieran sugerir sus hechuras ruidistas. M¨¢s all¨¢ de los arrebatos de guitarrista delirante, de esas cuerdas que chirr¨ªan y se retuercen, laten canciones de estructura perfecta, inflexi¨®n carioca y abierto hedonismo.
Lindsay escudri?¨® una vez en las tinieblas y no se dej¨® achantar por la sensaci¨®n de soledad. Qu¨¦ va. Sus gafitas de pasta fina y la barba cana le confieren aspecto de cient¨ªfico sabio, pero la sonrisa se le escapa y delata a cada rato: es un travieso irredento y disfruta como un chiquillo con su trabajo. Salvo por el esfuerzo de aprenderse las letras, que elude consult¨¢ndolas sin pudor desde un atril.
As¨ª fue desgranando un repertorio gozoso, salpimentado por sus espasmos de genio y electricidad. Sin ellos, The prize o At¨¦ quem sabe (voz tenue y tierna, aromas de Brasil, bajo c¨¢lido y teclados con reverberaci¨®n, a lo Chick Corea) ser¨ªan piezas tan eficaces como un disco antiguo de Michael Franks para una cena rom¨¢ntica. Hasta que irrumpe Ribot, encorvado sobre su Fender descascarillada, y todo se vuelve m¨¢s afilado, peligroso, emocionante, excepcional. Los dos amigos rivalizan en aullidos desgarrados antes de abordar un standard tan sentimental como Let¡¯s get lost, generan una intensidad r¨ªtmica demoledora con Clemency y Jardim da alma y nos hacen creer que Prince escribi¨® Erotic city en Copacabana.
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