La pesadilla del Tricentenario
La historia no nos convoca a nada; somos nosotros quienes decidimos el valor que damos a los acontecimientos
Fuego y cenizas (Taurus, 2014) es el t¨ªtulo de las memorias de los seis a?os (2005-2011) que Michael Ignatieff dedic¨® a la pol¨ªtica como l¨ªder del Partido Liberal de Canad¨¢, su pa¨ªs de origen. No se trata de una autobiograf¨ªa pol¨ªtica al uso, sino de un ensayo en el que Ignatieff, que tras abandonar la pol¨ªtica volvi¨® a su vida de profesor universitario de Ciencia Pol¨ªtica ¡ªahora en la Universidad de Toronto; anteriormente en Harvard, entre otras¡ª, reflexiona sin contemplaciones sobre el sentido de la representaci¨®n y de la pol¨ªtica como servicio p¨²blico y como vocaci¨®n personal.
En contraposici¨®n con otras obras autobiogr¨¢ficas de pol¨ªticos, la de Ignatieff sorprende por su capacidad de autocr¨ªtica, pero tambi¨¦n por la profundidad en el an¨¢lisis de los problemas que afectan a la federaci¨®n canadiense, entre ellos por supuesto la cuesti¨®n quebequesa. Sobre la exigencia separatista de que los quebequenses ¡ªque mayoritariamente sienten lealtad hacia su doble identidad quebequesa y canadiense¡ª elijan ¡°una ¨²nica parte de s¨ª mismos¡±, Ignatieff considera que equivale a una especie de ¡°tiran¨ªa moral¡±. Advierte del grave error que supone convertir cada conflicto pol¨ªtico entre Quebec y el resto de Canad¨¢ en una negociaci¨®n constitucional, por lo que ello comporta en t¨¦rminos de inestabilidad pol¨ªtica e incluso de inseguridad jur¨ªdica, y habla de lo que, a su juicio, mantiene a los canadienses unidos a pesar de sus diferencias, lo que ¨¦l denomina la ¡°espina dorsal de la ciudadan¨ªa¡±.
Esa espina dorsal implica, por encima de todo, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y en el acceso a unos servicios p¨²blicos m¨¢s o menos iguales en todas las provincias canadienses, si bien Ignatieff es partidario de que el Estado haga todo lo posible para reforzar ¡°las experiencias comunes, el sentido de la historia compartida y los derechos y responsabilidades comunes¡± que hacen de los canadienses un pueblo.
El nacionalismo m¨ªstico que en Irlanda deriv¨® en la independencia se impone ahora en el Principado
La lectura de las memorias pol¨ªticas de Ignatieff me lleva a rescatar su obra El honor del guerrero (Suma de letras, 2002), en donde el autor reproduce una frase de Stephen Dedalus, el protagonista del Ulises de James Joyce: ¡°La historia es una pesadilla de la que trato de despertar¡±. Considerado, con Oscar Wilde, el autor irland¨¦s por excelencia, Joyce siempre fue muy cr¨ªtico con la interpretaci¨®n nacionalista de la historia como fundamento del presente; como deuda que las generaciones presentes y futuras deben pagar a las pasadas, y encima en moneda de la ¨¦poca. En definitiva, la historia como involuci¨®n. Esa interpretaci¨®n de la historia era predominante en la Irlanda de principios del siglo pasado: la ¡°Irlanda irlandesa¡± que Joyce nunca pudo soportar, contaminada por lo que otro irland¨¦s cr¨ªtico, Conor Cruise O'Brien, definir¨ªa a?os m¨¢s tarde como ¡°nacionalismo m¨ªstico¡±.
Por desgracia, esa interpretaci¨®n de la historia, ese nacionalismo m¨ªstico que en Irlanda deriv¨® en la independencia a costa de la partici¨®n de la isla (1922), pero que afortunadamente en aquel entonces no logr¨® calar en Catalu?a a pesar de algunos conatos, parece imponerse ahora en el Principado, cien a?os m¨¢s tarde, al calor de la conmemoraci¨®n de los hechos de 1714. Prueba de ello es el lema de la propaganda institucional de la Generalitat para promocionar los actos del Tricentenario de la ca¨ªda de Barcelona en la Guerra de Sucesi¨®n: ¡°Ahora la historia nos convoca¡±, reza el anuncio que pretende difuminar la distancia entre un pasado m¨ªtico y la realidad presente, como si en la Catalu?a de hoy el tiempo no fuera lineal sino concurrente.
Pero ?qu¨¦ es eso de que la historia nos convoca? La historia no tiene capacidad ni para convocarnos ni para determinar lo que debemos hacer; somos nosotros como individuos, como ciudadanos libres e iguales comprometidos voluntariamente entre s¨ª por un contrato social, quienes determinamos, entre otras cosas, el valor que le damos a los acontecimientos hist¨®ricos, por no hablar de lo que no es m¨¢s que una burda adaptaci¨®n del pasado que se cierne sobre el presente generando divisiones anacr¨®nicas en la sociedad.
Para Joyce, despertar de la historia supone saber discernir entre el mito y la realidad, lo que trasladado a nuestro caso exige, entre otras cosas, desatender la convocatoria de la historia que la Generalitat nos presenta como un deber patri¨®tico ineludible y ¡ªparafraseando a Ignatieff¡ª ser capaces de ¡°forzar la separaci¨®n entre lo que la tribu nos ha dicho que debemos ser y lo que de verdad somos¡±. Solo si alcanzamos a despertar de esa pesadilla dogm¨¢tica de lo que Isaiah Berlin denomina ¡°inevitabilidad hist¨®rica¡± podremos recuperar el tiempo perdido en tratar de ser lo que los independentistas, en un ejercicio de adanismo sin precedentes, dicen que ¨¦ramos antes de 1714, y ser lo que realmente somos: una sociedad abierta y cosmopolita, en la que predominan las identidades plurales, e imposible de reducir a planteamientos monistas y excluyentes del tipo que sean.
El pasado 10 de septiembre, la v¨ªspera de la Diada, los catalanes ve¨ªamos al presidente de la Generalitat, Artur Mas, respondiendo a la llamada de la historia con una ofrenda floral en el Fossar de les Moreres, sanctasanct¨®rum del independentismo m¨¢s trasnochado y radical, y con un discurso anacr¨®nico sobre los hechos de 1714 que da fuerza a la perversa divisi¨®n entre buenos y malos catalanes. La pesadilla joyceana contin¨²a en Catalu?a. Por suerte, siempre nos quedar¨¢ Ignatieff: ¡°Despertamos, le contamos la pesadilla a otro, e inmediatamente comienza a disminuir su poder, adquiere un car¨¢cter rid¨ªculo, o al menos pierde su carga tr¨¢gica¡±.
Nacho Mart¨ªn es periodista y polit¨®logo
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