Una rancia manera de argumentar
Los partidos que hacen bandera de voluntad regeneradora usan los mismos razonamientos que la vieja pol¨ªtica
¡°En el fondo, casi todo ha sucedido antes¡±. As¨ª finalizaba Ignacio Urquizu su excelente art¨ªculo ¡°?Por qu¨¦ Podemos empieza a no poder?" (El Pa¨ªs, 27/04/2015). La afirmaci¨®n no era meramente program¨¢tica, sino que se desprend¨ªa del an¨¢lisis que a lo largo de su texto hab¨ªa llevado a cabo de la evoluci¨®n de la fuerza pol¨ªtica referida en el t¨ªtulo, pero sin demasiada dificultad se podr¨ªa aplicar a otras formaciones.
Reconozco que me hizo gracia (y me reconfort¨®) que fuera un joven (adem¨¢s de solvente) soci¨®logo el que planteara la afirmaci¨®n. Escrita por otra persona de mayor edad habr¨ªa sido interpretada por muchos lectores como el previsible lamento de un miembro de la vieja generaci¨®n ante la irrupci¨®n de una novedad que alteraba el orden existente. Planteada por Urquizu, y debidamente argumentada, daba pie para una reflexi¨®n.
Que la novedad nunca es del todo nueva (esto es, que contiene tambi¨¦n elementos heredados junto con otros efectivamente nuevos) constituye una de esas obviedades que se olvidan con demasiada frecuencia, dando lugar a persistentes malentendidos. Si se recordara, podr¨ªan evitarse las in¨²tiles discusiones entre los adanistas que, como perfectos adolescentes, creen estar inventando cuanto descubren y los conservadores metaf¨ªsicos que, al tomar como premisa indiscutible para cualquier an¨¢lisis la m¨¢xima de que no hay nada nuevo bajo el Sol, quedan obligados a interpretar cuanto acontezca como una repetici¨®n encubierta.
Por eso, hay algo de sim¨¦trico en los errores que ambas figuras cometen. El adanista es incapaz de reconocer lo que de antiguo trae consigo la novedad que anuncia con entusiasmo, mientras que el conservador metaf¨ªsico no reconoce lo que de nuevo contiene la novedad. Pero lo que se sigue de esta doble constataci¨®n no es una conclusi¨®n ecl¨¦ctica, que persiga dejar satisfecho a todo el mundo, repartiendo aleatoriamente errores y aciertos, sino llamar la atenci¨®n sobre la inexcusable necesidad de someter a an¨¢lisis cr¨ªtico las diversas dimensiones (la heredada y la in¨¦dita) de lo que se anuncia como nuevo. Porque no basta con diferenciar los elementos por su antig¨¹edad.
Un ¨¢mbito en el que no siempre resulta f¨¢cil proceder a esta discriminaci¨®n cr¨ªtica es el del discurso, pero tal vez, justamente por ello, sea ah¨ª donde proceda extremar las cautelas. A este respecto, hay que decir que la facilidad con la que algunos representantes de fuerzas pol¨ªticas que hacen bandera de su voluntad regeneradora asumen un tipo de argumentos que en nada se diferencian de los esgrimidos por representantes de la m¨¢s vieja pol¨ªtica resulta francamente inquietante, en la medida en que no deja de constituir como m¨ªnimo un s¨ªntoma que cuestiona la consistencia intelectual (y, a veces, la veracidad) de algunos de aqu¨¦llos.
Reparen, a t¨ªtulo de ejemplo, en la extraordinaria similitud formal entre estas tres afirmaciones. 1) ¡°La democracia la trajeron a Espa?a todos los espa?oles¡±. T¨ªpica afirmaci¨®n de la derecha de este pa¨ªs para hacer olvidar el protagonismo de la izquierda durante el franquismo en la lucha por las libertades, dejando en la sombra, de paso, su propio colaboracionismo con aquel siniestro r¨¦gimen. 2) ¡°El nuevo Estatut fue un proyecto de todos los catalanes¡±. Afirmaci¨®n de la misma derecha catalana que ahora se rasga las vestiduras ante la sentencia del Constitucional y que, en su momento, defend¨ªa por boca de Jordi Pujol la idea de que para satisfacer las reclamaciones de mayor autogobierno de Catalu?a bastaba y sobraba con una relectura del Estatut de Sau.
Dejemos para el final el ejemplo m¨¢s pr¨®ximo en el tiempo. 3) ¡°Los Juegos Ol¨ªmpicos del 92 se hicieron gracias a todos los barceloneses¡±. La afirmaci¨®n corresponde a una candidata a la alcald¨ªa de Barcelona empe?ada en descalificar, adan¨ªsticamente, toda la gesti¨®n municipal precedente, incluyendo en el saco tambi¨¦n a los ayuntamientos de izquierdas que gobernaron la ciudad hasta hace cuatro a?os. Pero no ¡°todos los barceloneses¡± estaban por aquella labor. CiU, o incluso algunos de los sectores sociales que conforman la prehistoria de los actuales cr¨ªticos de la casta, no eran en absoluto partidarios de Barcelona 92. En realidad, se estuvieron oponiendo hasta el momento en que barruntaron, a la vista del ¨¦xito del proyecto ol¨ªmpico, que dicha oposici¨®n podr¨ªa terminar pas¨¢ndoles factura.
?Conclusi¨®n provisional? Que, desde luego, lo nuevo de esta presunta novedad en la esfera de la pol¨ªtica no se encuentra en la manera de argumentar, que si algo evoca es precisamente uno de los t¨®picos m¨¢s rancios y estereotipados de los viejos discursos: universalizar para tapar las propias inconsecuencias y contradicciones.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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