Las playas de Barcelona, territorio ilegal
EL PA?S patrulla con la Guardia Urbana un d¨ªa de verano por el litoral de la capital catalana
Mojitos antihigi¨¦nicos, cervezas de lateros, tatuajes temporales¡ las playas de Barcelona, casi cinco kil¨®metros de arena y mar donde saborear el calor a pocos metros del centro. Un lugar privilegiado en el que algunos aprovechan la presencia de centenares de turistas en modo vacaciones para hacer su agosto.
¡°Hace tres a?os un latero rumano abandon¨® las cervezas y se especializ¨® en la venta de mojitos, ese s¨ª que triunf¨®¡±, sentencia un cabo de la Guardia Urbana. El resto copi¨® el negocio casi al instante.¡°La materia prima les cuesta c¨¦ntimos y venden el mojito a entre cinco y ocho euros seg¨²n la cara¡± del comprador. Los 90 urbanos de la unidad de playas son conscientes de lo insalubre de unos c¨®cteles cuyos ingredientes se ocultan entre rocas y alcantarillas. Despu¨¦s, un poco de agua en las duchas y listos para servir.
Los agentes conocen las t¨¦cnicas de los mojiteros. El Somorrostro es territorio de los indios, mientras que las playas de la Barceloneta, San Miquel y Sant Sebasti¨¢n las trabajan los paquistan¨ªes. El ¨²nico requisito es no tener bienes embargables, porque cuando llegan las multas siguen vendiendo al ser insolventes.
EL PA?S ha patrullado con la Guardia Urbana. A bordo de la Talaia, ?una lancha, partimos a luchar contra todo aquel que suponga una amenaza.
El intendente Carles Reyner se convierte en nuestro cicerone. Las playas tienen forma de tribuna, lo que hace que desde el mar ¡°tengamos una situaci¨®n privilegiada para observar¡±. Nada m¨¢s zarpar aparece una figura sorteando toallas e intentando endosar mojitos. La Talaia se acerca a la orilla y la silueta del joven tarda segundos en desaparecer. Desde la barca se comunica al equipo de tierra la situaci¨®n del objetivo. Esos mojitos ya no tendr¨¢n comprador.
El ojo que todo lo ve de las playas detecta desde la barca decenas de hechos denunciables. ¡°Los amigos de lo ajeno aprovechan que los ba?istas est¨¢n en el agua para hacerse con su cartera¡±, asegura el piloto. El cabo Amarg¨®s se enorgullece, la labor de los agentes de paisano ha mermado la presencia de ladrones en las playas: ¡°Les ten¨ªamos calad¨ªsimos, eramos su sombra¡±. Hartos de que les hicieran la vida imposible han optado por irse a otras costas. El intendente asegura que en 2012, el primero del equipo de playas, se redujeron los hurtos un 15%, en 2013 un 8% y en 2014 un 10%.
Los porreros
La Talaia se acerca a un espig¨®n. ¡°Les habla la Guardia Urbana, no pueden estar en las rocas, es peligroso¡±, alertan desde la barca. Los roquistas abandonan la zona en segundos. Junto al hotel Vela hay un espig¨®n al que est¨¢ prohibido acceder. Los agentes lo bordean con la barca y dos municipales saltan a las rocas. Dan tres pasos y de frente dos adolescentes, con cara de tierra tr¨¢game, apurando un porro. Les ha faltado reflejos y los agentes han visto como lanzaban un envoltorio con algo de marihuana. Requisan la mercanc¨ªa y, de paso, les llegar¨¢ a casa una carta con la sanci¨®n correspondiente. Mientras a los adolescentes se les viene el mundo encima, el conductor de la barca identifica a dos submarinistas que pescan con arpones.?
En la arena Amarg¨®s y su equipo se dirigen con media docena de mojiteroshasta un coche patrulla. Agentes y ambulantes se r¨ªen entre ellos, se conocen de sus encontronazos diarios. Los indios perder¨¢n la mercanc¨ªa y se les impondr¨¢n la correspondiente sanci¨®n por venta ambulante. Si la pagan pronto s¨®lo ser¨¢n 60 euros, si no, 270. ¡°Nunca la pagan¡±, sentencia un agente. Al cabo de media hora vuelven a la arena armados con una bandeja, hielo, lim¨®n y menta. ¡°Mojito, cinco euros¡±, gritan.
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