Averno s¨®nico
El cuarteto canadiense expuso en 40 minutos su propuesta radical y turbadora
De una banda llamada Sin Alegr¨ªa nadie debe esperar, en efecto, una colecci¨®n de melod¨ªas risue?as o tiernas evocaciones del amanecer. El cuarteto de Montreal ejerce en ese sentido una saludable coherencia: son inc¨®modos, quieren incomodarnos y a ratos lo consiguen. Ni hola, ni adi¨®s ni una triste mueca articul¨® la banda durante los fulgurantes 42 minutos que invirti¨® este jueves en El Sol para adentrarnos en su particular averno s¨®nico. Su rigurosa obnubilaci¨®n shoegaze tiene algunas ventajas: puesto que no dirigieron un solo vistazo a la audiencia, tampoco advertir¨ªan que apenas la integraban unos 75 representantes del Madrid hirsuto.
Las dos guitarristas y el bajista de No Joy pierden la mirada en el infinito mientras el bater¨ªa acciona los pedales con los pies descalzos, pero desd¨¦n y desali?o parecen, en los cuatro casos, actitudes medidas y estudiad¨ªsimas. El concierto comienza casi como una prueba de sonido para convertirse en un infierno de chirridos, zumbidos y distorsi¨®n a los cinco segundos. Tiene gracia esa manera de entrelazar los temas con episodios ruidistas, como si comparecieran en la sala una veintena de agentes del apocalipsis, pero queda la duda de si estos interludios no resultan en ocasiones m¨¢s interesantes que las propias canciones.
Comparados a menudo con Wavves y piropeados por Best Coast, los canadienses integran su adhesi¨®n al noise con un gusto por la melod¨ªa et¨¦rea, pero la voz de Jasamine White-Gluz es absoluta y rid¨ªculamente inaudible sobre el escenario. No existe mayor absurdo en la m¨²sica cantada que elaborar unas letras de la que ni siquiera puede colegirse el idioma en que se pronuncian. Esta automutilaci¨®n, muy atenuada en el reciente (e intrigante) More Faithful, no obedece a un mal d¨ªa en la mesa de sonido: la voz es igual de indistinguible cuando parece emitirla el bajista, Michael Farsky. Qu¨¦ cosas.
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