El fulgor desvanecido
El hist¨®rico lugarteniente de James Brown y Van Morrison ofreci¨® una visita entra?able, pero ya escasa de fuelle
Desaparecieron las mesas este mi¨¦rcoles de la Sala Clamores, indicio flagrante de que nos hall¨¢bamos ante una ocasi¨®n excepcional. Y no solo por tratarse del primer concierto en la ciudad tras el advenimiento del hombre que concita todos los pavores planetarios, sino porque es asunto mayor que se nos a¨²pe al escenario el hombre que dirigi¨® la secci¨®n de metales de James Brown y lidiaba con Van Morrison en aquella banda fabulosa que el Gran Gru?¨®n reuni¨® durante la d¨¦cada de los noventa. Gloria bendita e historia venerable que no se corresponden con la realidad en este 2016: Pee Wee Ellis se mostr¨® m¨¢s bien escaso de fuelle, con un torrente tan exiguo como para incurrir en alguna frase medio entrecortada.Y dej¨® un regusto a bolo rutinario, a trabajo bien hecho pero sin asomo de fulgor volc¨¢nico que hoy parece desvanecido por el cansancio.
No son tiempos de incandescencia, y duele que la afirmaci¨®n parezca una involuntaria met¨¢fora. Ellis anticip¨® con su voz de lobo que habr¨ªa ¡°jazz, mucho funk y al menos una balada¡±, y avis¨® con guasa severa de que requisar¨ªa los m¨®viles de quienes reincidieran en la man¨ªa de grabar v¨ªdeos. Pero tampoco era la mejor noche para pulverizar las bater¨ªas. Casi lo mejor fue encari?arse del gesto travieso y disfrut¨®n con que el jefe de filas iba dando paso a su organista y bajista a diestra y siniestra. Impresiona contar con un maestro de sus dimensiones; emociona intuir el goce en el brillo de su mirada, por mucho que ahora pase casi todo el concierto repantingado en una butaca.
El funk que toda la sala anhelaba no lleg¨® hasta el segundo tema, New moon, aderezado por breves frases recitadas y, sobre todo, el irresistible bajo con tapping, esa t¨¦cnica consistente en percutir las cuerdas en lugar de solo pulsarlas. Fue una de las constantes de la noche, junto al ulular de los ¨®rganos, un respaldo fundamental para un Pee Wee que a veces parec¨ªa apurado para seguir la estela de sus secuaces.
Escuchamos Isn¡¯t she lovely?, el clasicazo de Stevie Wonder, en una lectura tan agradable como carente de complicaciones. Y para la balada prometida, que lleg¨® a los tres cuartos de hora, se nos reserv¨® What a wonderful world, aquel ep¨ªlogo may¨²sculo de Louis Armstrong. Pee Wee se anim¨® a entonar alguna estrofa, altern¨¢ndola con los fraseos de saxo, y el efecto fue de gran emotividad. A fin de cuentas, su voz rasposa y empapada de sabidur¨ªa difiere poco de la del trompetista de Nueva Orleans.
El encuentro torn¨® en despedida a los 75 minutos, tras una escala final en aquel glorioso Cold sweat que Pee Wee le escribi¨® a James Brown en 1967. No hubo homenaje a Van Morrison, en cambio, aunque algunos en la sala a¨²n recordaran al saxofonista de Florida junto al le¨®n norirland¨¦s en aquel m¨ªtico y accidentado concierto de La Riviera, all¨¢ por febrero de 1997. Ellis recibi¨® el calor c¨®mplice e inequ¨ªvoco de un p¨²blico intergeneracional. Lo merece: es un artista enorme e hist¨®rico. L¨¢stima que en estos momentos, a sus 75 a?os, solo prevalezca su condici¨®n de emblema.
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