Una muerte para la reflexi¨®n
Rita Barber¨¢ se ha muerto solo con la condici¨®n de presunta culpable de todos los delitos que se le atribuyeron
La repentina muerte de la exalcaldesa de Valencia Rita Barber¨¢ nos tendr¨ªa que llamar a una seria reflexi¨®n sobre dos cuestiones. El papel condenatorio que con antelaci¨®n a las sentencias m¨¢s de las veces juegan los medios de comunicaci¨®n (amarillistas y no amarillistas) y el cinismo de algunos partidos pol¨ªticos (en este caso el Partido Popular) que muestran a la hora de la verdad con indescriptible alevos¨ªa. Todos los indicios nos llevan a la culpabilidad de la extinta pol¨ªtica, pero nos guste o no, Rita Barber¨¢ se ha muerto solo con la condici¨®n de presunta culpable de todos los delitos que se le atribuyeron cuando ejerc¨ªa la alcald¨ªa de su ciudad.
Rita Barber¨¢ no pudo soportar la presi¨®n que sobre ella ejercieron el ninguneo final de sus correligionarios y el goteo incesante de pruebas aireadas a bombo y platillos en los medios de comunicaci¨®n (recochineos y mofas incluidos). De alguna manera, la pol¨ªtica valenciana fue una v¨ªctima colateral de la democracia, la de nuestros d¨ªas, no la que todos quisi¨¦ramos que fuera. Se podr¨ªa decir que la misma pol¨ªtica debi¨® hacer algo m¨¢s por s¨ª misma, como renunciar a su esca?o en la c¨¢mara de senadores, dado la enojosa exposici¨®n a que expon¨ªa a su propio partido y a s¨ª misma. Pero estaba en su derecho a pegarse todos los tiros que quisiera sobre su pie. A lo que no ten¨ªa derecho era a morir sola en un hotel crucificada por lo que todav¨ªa no hab¨ªa sido juzgada ni condenada. Lo ¨²nico que nos queda por decir ahora es que muri¨® con las botas puestas, era su naturaleza, estaba en su ADN. Todas las pruebas la inculpaban, pero tambi¨¦n ten¨ªa derecho a defenderse, aunque fuera de la manera improcedente en que lo hac¨ªa, descargando en sus compa?eros de partido su propia presunta culpabilidad.
Tenemos que acostumbrarnos a esperar que sean los tribunales de justicias quienes emitan la sentencia final: la de culpabilidad o inocencia. Y sobre todo, tenemos que controlar nuestros deseos de que nuestro contrincante pol¨ªtico o ideol¨®gico sea siempre culpable de lo que sea. Y si lo es, tambi¨¦n tendr¨ªamos que evitar alegrarnos.
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