Caras largas
El autor reflexiona sobre los breves momentos en los que Madrid no parece acogedora, pero que pasan r¨¢pido
A veces, en el and¨¦n del metro y luego, en la discreta fila que se forma en las paradas de autob¨²s; tambi¨¦n hay ocasiones en que de coche a coche, en el breve espacio que se establece en los sem¨¢foros y tambi¨¦n en las aceras al llegar a los pasos de cebra. Hablo de los peregrinos minutos en que parece que Madrid se pone de caras largas y a uno le entra una suerte de culpa indefinida que incita a la revisi¨®n repentina del estado de la bragueta o de la posible mancha de salchich¨®n en la mejilla. Durante los minutos de las caras largas uno se queda pensando si acaso se public¨® sin enterarnos un Real Decreto que proh¨ªbe de pronto el estado ingobernable de mi peinado o la dimensi¨®n descarada de mi cintura; en esos minutos de largas caras caigo en cuenta de que ando chimuelo por la ca¨ªda de un diente que ya se volvi¨® fantasma en la sonrisa que insisto en no borrar.
Caras largas en las tiendas donde parece que ejerzo el mal gusto en las prendas que intento comprar o que se nota a leguas el rid¨ªculo contraste entre mi talla verdadera y las que est¨¢n a la vista en los escaparates de moda. Caras largas en los restaurantes y cafeter¨ªas donde parecer¨ªa que el coro de m¨¢scaras hel¨¦nicas est¨¢n a punto de lograr que cambie mis antojos por un men¨² menos energ¨¦tico y m¨¢s biodegradable, menos az¨²car y m¨¢s br¨®coli y luego, las caras largas en la puerta de las pasteler¨ªas donde me ven salivando pedidos de madalenas como Proust al cuadrado y palmeras de chocolate como para cambiarle el paisaje a cualquier playa del Caribe. Caras largas al verme deambular con la jerigonza de una mexicanidad en las palabras que confunde al cheli y a la chulapa, extra?a al baturro y enreda al acad¨¦mico que s¨®lo puede alargar su rostro ante cualquier encharcamiento cantinflesco.
Digo que hay minutos de estas caras largas y el ¨¢nimo se alivia en cuanto Madrid abre la sonrisa, esa leve medialuna con la que de pronto el viajero o el visitante, el reci¨¦n llegado o el putativo sienten el abrazo de calles abiertas y plazas en palmadas sobre los hombros. Esa magn¨ªfica epifan¨ªa de las miradas que empiezan a sonre¨ªrle a uno desde los p¨¢rpados aunque est¨¦n cansados y que en muchas ocasiones llegan a convertirse en la gracia retrechera de brindar incluso saludos o m¨ªnimos jaleos que parecen piropos y uno se siente elegante, guapo e incluso, inteligente por el solo hecho de que las caras se acortan y ensanchan con esa sonrisa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.