Jaque al tri¨¢ngulo de la prostituci¨®n de Madrid
Las mujeres de los burdeles del paseo de las Delicias desalojan este lunes sus pisos, presionadas por un embargo judicial y la Plataforma Desokupa
Se cierra burdel por falta de clientes. ¡°De diez que entraban, viene uno¡±, matiza Clara, que abre con cara de desconfianza?la puerta del piso donde vive con dos compa?eras. Viernes. 13.00. Va enfundada en un vestido negro ajustado con un escote pronunciado y lleva una flor enganchada al pelo, labios bien pintados y la raya del ojo ancha y muy marcada. Vive preparada para la acci¨®n las 22 horas de su jornada laboral. ¡°El resto, para dormir¡±. Dice que tiene 41 a?os y que es de Argentina, pero un acento m¨¢s bien tirando hacia Europa del Este la contradice, as¨ª que puede que alguno de esos datos no sea verdad. Tiene miedo, eso s¨ª es cierto, de que se la reconozca. Por eso se cubre con un albornoz para la fotograf¨ªa de este reportaje y prefiere ocultar su rostro. Ella es una de las 15 mujeres que todav¨ªa ejercen la prostituci¨®n en el edificio situado en el n¨²mero 133 del paseo de Delicias, en Legazpi, a escasos metros de centro cultural Matadero. Todas ellas, presionadas por un embargo judicial por no pagar el alquiler, con la luz cortada en el edificio y agentes de seguridad ¡°intimidando¡± en la puerta de su portal, han accedido a irse de all¨ª este lunes.
El caso de este edificio de Legazpi tiene historia. El pasado noviembre, la polic¨ªa irrumpi¨® en el bloque de siete pisos y en el de al lado, en el n¨²mero 127, para desmantelar los conocidos macropost¨ªbulos de Delicias, el coraz¨®n del tri¨¢ngulo de la prostituci¨®n madrile?a, en funcionamiento desde hace dos d¨¦cadas. Los agentes detuvieron a 21 personas que obligaban a las mujeres a ejercer la prostituci¨®n y liberaron a 17 chicas por supuesta trata de personas y de ser obligadas a prostituirse. Alguien se atrevi¨® a dar el soplo, denunci¨® a Gonzalo, como ellas llaman ¡°al jefe¡± y su red, y este acab¨® entre rejas durante dos meses. Poco despu¨¦s, todo volvi¨® a la normalidad.
¡°Yo estoy aqu¨ª desde hace seis a?os por propia voluntad¡±, cuenta Clara. Antes hab¨ªa trabajado de interna con una familia pero, ¡°por unas cosas y por otras¡±, acab¨® metida en el mundo del sexo. ¡°Putas, putas, putas¡ parece que somos la mierda. Pero somos seres humanos¡±, protesta en el sal¨®n algo destartalado de su apartamento, que comparte con dos compa?eras m¨¢s. Est¨¢ enfadada con todos, reconoce: con los vecinos que se quejan (¡°que en realidad son dos, porque no les molestamos¡±), con los de la compa?¨ªa de la luz (¡°porque pagamos religiosamente nuestras facturas¡±), y con los medios (¡°porque nos tratan de okupas. No paramos de hacer entrevistas, pero no interesa contar nuestra realidad¡±).
La realidad que cuentan es que su chulo ha desaparecido y las ha dejado tiradas. M¨®nica, de Bolivia, madre soltera de una ni?a de 10 a?os, baja del ¨¢tico, donde vive, con los brazos en jarra para ver qu¨¦ se cuenta en el tercero, el piso de Clara. El edificio cuenta con siete plantas y un piso de unos 50 metros en cada una de ellas. M¨®nica remarca constantemente que trabaja en este mundo porque quiere. ¡°Vi el anuncio en el peri¨®dico hace seis a?os, vine, habl¨¦ con Gonzalo y pact¨¦ las condiciones. Las acept¨¦ y aqu¨ª estoy¡±. Las condiciones estaban claras: 50% de las ganancias para ella, 50% para ¨¦l. Al d¨ªa, con suerte, consiguen 300 euros, a dividir. ¡°Era imposible enga?arle, est¨¢bamos vigiladas. Hab¨ªa chicos en las escaleras y ten¨ªamos c¨¢maras¡±, explica M¨®nica. Y a cambio de trabajar, ¨¦l pagaba el alquiler del edificio. ¡°Por eso ahora estamos atadas. Gonzalo desapareci¨® y el juez nos ha dicho que tenemos que dejar los pisos porque el due?o lleva meses sin cobrar el alquiler. Pero nosotras queremos pagarlo. Llamamos a Gonzalo y no nos ha querido dar el contacto del due?o. Creemos que est¨¢ compinchado. Nos quieren sacar de aqu¨ª para volver a montar un prost¨ªbulo despu¨¦s, con otras chicas que no estuvieran implicadas en lo de noviembre¡±.
El tri¨¢ngulo de la prostituci¨®n madrile?a se encuentra entre el metro de Legazpi, el de Atocha y la esquina entre los paseos de las Choperas y Santa Mar¨ªa de la Cabeza. Hay 30 prost¨ªbulos en unos 0,5 kil¨®metros cuadrados de terreno. Pero las chicas suelen esperar en pisos de alterne, como en el paseo de las Delicias. Seg¨²n la ONG M¨¦dicos del Mundo, 1.400 personas ejercen la prostituci¨®n en Madrid, aunque "no hay un registro real¡±. Y cuando una de ellas dice que trabaja voluntariamente, no dice la verdad.
¡°Ninguna mujer llama a una oficina y se reconoce como v¨ªctima de trata. Nosotras vamos a buscarla y donde m¨¢s las encontramos es en pisos particulares y pol¨ªgonos industriales¡±, explica Roc¨ªo Mora, directora de la Asociaci¨®n para la Prevenci¨®n, Reinserci¨®n y Atenci¨®n a la Mujer Prostituta (APRAMP), una organizaci¨®n formada por 12 mujeres que en su d¨ªa sobrevivieron a la trata. ¡°La realidad que nosotros vemos es que ninguna mujer est¨¢ all¨ª porque quiere y por eso luchamos contra la trata. La mayor¨ªa, el 90%, viene de otros pa¨ªses tra¨ªdas por las mafias. Y es que en Espa?a existe una demanda muy grande. Es el burdel de Europa¡±. Mora a?ade otro dato: desde la APRAMP, cada d¨ªa atienden a 280 v¨ªctimas de la trata en la Comunidad de Madrid.
Sara Vicente, responsable de la organizaci¨®n Comisi¨®n de Malos Tratos a Mujeres, no se distancia mucho de esa opini¨®n. ¡°Se est¨¢n jugando la vida o la de sus hijos en sus pa¨ªses de origen, as¨ª que no podemos esperar mucho de sus respuestas cuando dicen que todo est¨¢ bien, porque en una situaci¨®n de maltrato siempre se trata de justificar al victimario¡±. De hecho, la realidad espec¨ªfica que se vive en el tri¨¢ngulo de la prostituci¨®n, seg¨²n Vicente, es que hay indicios de trata y que la realidad de estas mujeres ¡°no es la cara amable que ponen cuando hablan¡±.
Seg¨²n la investigaci¨®n de los pisos de Delicias del pasado noviembre, en el interior de esos edificios adem¨¢s de sexo se vend¨ªa droga y en la operaci¨®n se incoaron seis expedientes de expulsi¨®n de Espa?a a otras tantas personas que no estaban regularmente en el pa¨ªs. La organizaci¨®n contaba con dos negocios para blanquear y con un responsable econ¨®mico, detenido en A Coru?a, que facilitaba contratos de trabajo falsos a las chicas que eran arrastradas a la prostituci¨®n desde el extranjero, con promesas de trabajo como tapadera.
¡°Este fen¨®meno ha aumentado mucho desde 1995. Antes, las mujeres que se dedicaban a la prostituci¨®n eran espa?olas con problemas de drogadicci¨®n; a partir de ese a?o empezamos a ver cada vez m¨¢s extranjeras, hasta hoy en d¨ªa, que el 90% son chicas de fuera. Las mujeres que m¨¢s trabajan en prostituci¨®n en Madrid son de nacionalidad rumana, Am¨¦rica Latina y nigerianas¡±, explica Vicente.
En el n¨²mero 133 de Delicias, tres hombres de una empresa de seguridad vigilan la entrada al inmueble. Han sido contratados por la Plataforma Desokupa y aseguran que no est¨¢n ah¨ª para intimidar a las mujeres: ¡°Solo impedimos el paso por la noche a alg¨²n maleante, borracho o que ya est¨¢ pasado de todo¡±. Pero la funci¨®n de esta organizaci¨®n, que naci¨® en 2016, es precisamente la de desocupar pisos particulares. Y ellas ven a los vigilantes como una amenaza. ¡°Hoy me han pedido el DNI para entrar en el portal, ?te lo puedes creer? Adem¨¢s, desde que est¨¢n ah¨ª nadie viene a vernos. Estamos paradas, sin luz, no podemos trabajar y necesitamos dinero para vivir¡±, se queja la mujer boliviana. Y recuerda: ¡°Nos vamos el lunes de forma voluntaria, pero presionadas. Es por falta de clientes, pero no porque no quieran venir, sino porque no se atreven. ?Y a d¨®nde nos vamos? Pues a la calle¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.