Loreena McKennitt sublima la m¨ªstica del sosiego
La canadiense pone fin a 12 a?os de silencio y aporta a las Noches del Bot¨¢nico una espiritualidad desconocida
Podr¨¢ parecer sorprendente, pero Loreena McKennit fue la artista que antes agot¨® las entradas de entre los 34 convocados este a?o para las Noches del Bot¨¢nico en la Ciudad Universitaria. De hecho, solo ella se ha atrevido a programar una segunda fecha, esta misma noche, para la que tambi¨¦n ha pulverizado todo el papel. La m¨ªstica del sosiego siempre cuenta con sus partidarios, entre otras cosas porque a todos nos viene bien levantar el pie del acelerador y dejarnos mecer por unos sonidos que conectan con parajes id¨ªlicos y tiempos remotos. Ser¨¢ escapismo musical, amor por el viaje interior o por los ingredientes ex¨®ticos, pero anoche se espes¨® la atm¨®sfera en el pl¨¢cido jard¨ªn de la Complutense y el p¨²blico se empap¨® de ese esp¨ªritu contemplativo que en tan pocas ocasiones nos concedemos.
Ayuda al incontestable ¨¦xito de convocatoria de la arpista canadiense que hasta el feliz alumbramiento de su ¡®Lost souls¡¯, hace poco m¨¢s de un a?o, llevase 12 temporadas sin dar se?ales de vida discogr¨¢ficas y no muchas menos sin desfilar por nuestros escenarios. Un disco nunca es tan bueno como para justificar una demora tan desmesurada, y estas ¡®Almas perdidas¡¯, lejos de justificar la espera, no se mueven en realidad ni un mil¨ªmetro de donde nos hab¨ªamos quedado con ¡®An ancient muse¡¯, all¨¢ por 2006. Pero no es Loreena artista para sobresaltos, por todo lo referido ya. Acaso por eso mismo, prefiere abrir boca con ¡®The mystic¡¯s dream¡¯, poco menos que una declaraci¨®n de intenciones y el tema que abr¨ªa ¡®The mask and the mirror¡¯, uno de sus ¨¢lbumes m¨¢s idolatrados. 25 a?os le contemplan ya, as¨®mbrense: la m¨ªstica es atemporal y no sabe de caducidades.
Todo es tan terso, delicado e impoluto en el universo de nuestra et¨¦rea diva de Manitoba que casi la mayor sorpresa inicial la propici¨® su peque?a impuntualidad, 10 minutos que, en creadora tan delicada, se antojaban descortes¨ªa. Pero no existe la impaciencia en esa burbuja de cristal en que McKennitt convierte los espacios que habita. Alterna con naturalidad acorde¨®n, piano, arpa y teclados, pero es siempre su privilegiada voz de soprano popular la que prevalece en la receta, la que la erige en suma sacerdotisa de las m¨²sicas celtas y del Medio Oriente. Que no es responsabilidad peque?a.
Quiz¨¢ lo m¨¢s interesante sean las tangenciales aproximaciones al rock sinf¨®nico en ¡®Bonny swans¡¯ o ¡®Gates of Istambul¡¯, momentos en los que Brian Hughes empu?a una guitarra el¨¦ctrica, sutil pero penetrante, en duelo encendido con el viol¨ªn de Hugh Marsh. Ambos son instrumentistas experimentad¨ªsimos, y por eso mismo se les nota el disfrute cuando ara?an cuotas de improvisaci¨®n y libertad. Algo parecido le sucede a la chelista Caroline Pavelle, escudera vocal de McKennitt en medio concierto y protagonista en la palpitante ¡®Santiago¡¯ de un solo estupendo y muy at¨ªpico.
Loreena exhibi¨® un refinamiento tan impoluto y caracter¨ªstico que la acerca siempre m¨¢s a la ¡®new age¡¯ que a las m¨²sicas del mundo. Es una tendencia que no revierte siquiera nuestra Ana Alcaide cuando aparece con su ¡®nyckelharpa¡¯, ese precioso cacharro medieval escandinavo, para acompa?arla en ¡®Ages past, ages hence¡¯. Era hermoso ver anoche adornos arco¨ªris entre el p¨²blico; fueron dos horas de par¨¦ntesis espiritual en este t¨®rrido verano de sudores copiosos y vestuarios sucintos.
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