Ben Harper acaricia la Luna en su conquista de los cielos
La guitarra del californiano inflama las Noches del Bot¨¢nico, a rebosar de p¨²blico, con una lecci¨®n de ¡®blues¡¯ y otros g¨¦neros esenciales
En tiempos de maquillajes y artificios, el guitarrista Ben Harper prefiere comparecer sobre las tablas a calz¨®n quitado. Nada de efectos sonoros ni visuales, veto riguroso a cualquier artilugio digital, desprecio por la escenograf¨ªa y la pantalla gigante, repudio en¨¦rgico a cualquier material pregrabado. Solo cuatro m¨²sicos absortos y casi en penumbra bajo el logotipo invariable del protagonista, esos tres c¨ªrculos conc¨¦ntricos en granate, verde y naranja. Han venido ustedes a escuchar m¨²sica, parec¨ªan recordarnos este lunes Harper y sus compinches, as¨ª que no se nos despisten con ninguna bagatela.
Ben es un endiablado virtuoso de las seis cuerdas, canta con el ardor de un sabio a¨²n jovial y ha recuperado como grupo de acompa?amiento a sus queridos The Innocent Criminals, tres tipos predispuestos siempre a caldear el ambiente e incendiar el escenario. Nada pod¨ªa salir mal en las Noches del Bot¨¢nico, as¨ª que el triunfo arrollador del californiano result¨® tan previsible como el cartel de ¡°No hay entradas¡± en el jard¨ªn de la Complutense. Aunque muchos hayan emprendido el ¨¦xodo estival, ser¨ªa un pecado tener a Benjamin Chase Harper en la ciudad y no asomar la nariz.
El hombre del sombrero lleg¨® en esta gira sin disco nuevo bajo el brazo, una circunstancia at¨ªpica que a veces conlleva un efecto colateral reconfortante: sin la obligaci¨®n de exhibir la producci¨®n reciente, el artista puede darse el gustazo de escoger el repertorio que le venga en gana. Y Harper, que lleva 25 de sus casi 50 a?os frecuentando los estudios de grabaci¨®n, ha decidido centrarse mayormente en sus primeros discos, esos que en plena eclosi¨®n del grunge le recordaron al mundo que con las esencias sacrosantas del rock, el blues, el folk y la canci¨®n de autor puede llegarse muy lejos. Hasta la Luna y m¨¢s all¨¢.
Lo bueno de los tripulantes de este Apolo s¨®nico es que no racanean combustible. Ah¨ª estaban, casi de inicio, el pellizco funk de Steal my kisses o el delirio psicod¨¦lico de Whipping boy, un blues rock de elevado octanaje para tomar apuntes, sobre todo por ese solo sollozante y pantanoso con la guitarra lap steel entre las piernas. M¨¢s adelante se incorporar¨ªan la espiritualidad del himno Amen omen o la desnudez trovadoresca para Walk away. Harper, sin m¨¢s compa?¨ªa que su ac¨²stica, termin¨® confesando que alguna l¨¢grima incontrolada hab¨ªa acabado emborron¨¢ndole la mirada.
A la hora de escoger a sus acompa?antes, resulta curioso que Ben haya apostado por un percusionista -y no un teclista o una segunda guitarra- como el tercer v¨¦rtice junto a bajo y bater¨ªa. Parece una manera de apelar al p¨¢lpito y al latido, a la mism¨ªsima tierra. El repiqueteo de la darbouka sirve de hilo conductor para Burn one down, igual que el mano a mano salvaje (y probablemente excesivo) entre Harper y su bajista, Juan Nelson, define los acontecimientos durante Fight for your mind.
La filigrana y el virtuosismo innecesarios son un pecado cl¨¢sico entre los tipos talentosos, pero hubo argumentos de mucho m¨¢s peso para, superada ya la medianoche, regresar a casa con una sonrisa. El primero, ese bis que hermanaba a Hendrix (Machine gun) con Stevie Wonder (Superstition), dos fuentes de inspiraci¨®n a las que su deudor podr¨ªa incorporar en cualquier momento el nombre de Prince. Y el segundo, el fabuloso derroche de emoci¨®n y poder¨ªo que supuso cantar parte de Diamonds on the inside sin ninguna amplificaci¨®n, a pulm¨®n frente a 3.500 almas obnubiladas. En esos instantes, una vez m¨¢s, Ben Harper volvi¨® a conquistar los cielos.
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