Memorias del curso 98 en la Complutense del pop
La veteran¨ªa y eficacia de The Cardigans y Amaral cruzan sus miradas al pasado y futuro en un DCode de gran nivel
?D¨®nde estabas t¨² en 1998? Los dos grupos que ocupaban las plazas centrales en el cartel del noveno festival DCode lo recordar¨¢n bien, pues se hallaban inmersos en un momento decisivo para sus vidas. Los suecos The Cardigans pon¨ªan en liza Gran Turismo, disco de consagraci¨®n que a¨²n hoy se recibe como un ca?onazo oscuro y certero. Y mucho m¨¢s cerca de la Complutense, dos jovencitos zaragozanos se presentaban al mundo con el apellido de su cantante para su primer y hom¨®nimo ¨¢lbum. Amaral demostraron anoche durante hora y media no ya que gozan de vigencia, sino que acaban de publicar un nuevo disco rejuvenecedor. Y los n¨®rdicos, en una leg¨ªtima mirada a su pasado, que lo conseguido hace dos d¨¦cadas conserva vigencia y era capaz de extender un tenue manto de nostalgia entre no pocos de los asistentes.
En realidad, los 19.920 aficionados que se personaron durante la largu¨ªsima jornada de ayer en la explanada complutense de Cantarranas (muy lejos de los 25.000 de aforo completo, aunque la sensaci¨®n fue bien multitudinaria) tuvieron que esperar hasta los norirlandeses Two Door Cinema Club, al filo de la medianoche, para dar rienda suelta al movimiento acompasado, el desparpajo y las caderas ligeras. Tocaba a?o de trazo fino, incluso desde el olfato comercial, m¨¢s que de bailoteo desaforado. El DCode juega siempre la baza del eclecticismo, lo que ha servido para consolidarlo como un colof¨®n muy agradecido para la temporada veraniega, pero esta vez apenas enfoc¨® el tiro hacia el p¨²blico m¨¢s juvenil. Hab¨ªa de todo en el campito universitario, pero m¨¢s treinta?eros que veintea?eros. Estos ¨²ltimos gastaban pa?ales en el 98; entre los primeros, alguno andar¨ªa con carpetas con fotos de Nina Persson.
La cantante de los Cardigans fue la que impuls¨® el retorno de su banda para una gira conmemorativa de Gran turismo, quiz¨¢ escamada porque, como suele suceder en estos casos, sus agradables ¨¢lbumes solistas no han logrado ni la cent¨¦sima parte de repercusi¨®n de los antiguos. Lo extra?o es que optaran por un ¨¢lbum poderoso pero bastante m¨¢s oscuro e inc¨®modo para el oyente ocasional que su antecesor, First band on the moon. Por eso el entusiasmo inicial deriv¨® en una cierta dispersi¨®n entre la audiencia, deseosa de corear Erase/Rewind, pero poco familiarizada con piezas tan crudas como Marvel Hill.
Tampoco Persson se mostr¨® rabiosamente comunicativa, m¨¢s c¨®moda en su papel de icono finisecular que en el de ¨ªdolo de masas. Hab¨ªa inter¨¦s rec¨ªproco entre m¨²sicos y oyentes, pero no qu¨ªmica. Al menos hasta el aldabonazo de My favourite game, con el hallazgo pasmoso de ese riff guitarrero de dos notas, ?dos!, que logra enloquecer a las multitudes. Y anoche, desde luego, no fue una excepci¨®n. Communication y Lovefool llegaron en las propinas. Y, con ellas, las ganas de que el quinteto se anime a refrendar la concordia con nuevas grabaciones o, al menos, una gira de aut¨¦nticos grandes ¨¦xitos.
Los primeros representantes espa?oles en personarse ante un c¨¦sped ya abarrotado fueron Miss Caffe¨ªna, que a las siete sumaban ya muchos miles de fieles desentendidos del escenario anexo y pendientes de su salida. La banda disfruta de una afici¨®n s¨®lida y se la nota c¨®moda en sus nuevas directrices, mucho m¨¢s electr¨®nicas y bailables que en los comienzos. Aunque el problema para Alberto Jim¨¦nez es que casi nada de Oh Long Johnson, su trabajo de estreno, parece superar en sus hechuras (ni en la predilecci¨®n popular) los contenidos de Detroit, la obra que se?al¨® el cambio de rumbo. En cualquier caso, Jim¨¦nez es hombre de voz clara y encanto personal, que en Hosana aprovech¨® para repudiar a ¡°aquellos que ahora quieren hacer listas con nosotros¡±. Traducido: los que construyen chal¨¦s ilegales, pero luego enarbolan el lema Plus ultra.
El camino de Amaral era ayer, de alguna manera, el inverso de los n¨®rdicos que les anteced¨ªan en horario y expectaci¨®n. Mientras Cardigans exhib¨ªan de cabo a rabo una obra con 21 a?os de historia, Eva Amaral y Juan Aguirre asumieron el reto medio suicida de presentar ante la muchedumbre un trabajo, Salto al color, que desembarc¨® en tiendas y plataformas solo 24 horas antes. A los tres cuartos de hora, una artista tan avezada y espl¨¦ndida como Eva acab¨® admitiendo que en los camerinos era un manojo de nervios. ¡°?Pero por qu¨¦ me meter¨¦ yo en estos l¨ªos?¡±, se pregunt¨® en voz alta, a sabiendas de que ten¨ªa frente a sus ojos unos cuantos miles de buenas razones.
Sucedi¨® que el repertorio nuevo es tan rabiosamente reciente que muchos no hab¨ªan tenido a¨²n ocasi¨®n de concederle ni una primera escucha. Habr¨¢ que esperar a una comparecencia solista y en profundidad, aunque al menos Nuestro tiempo y Mares igual que t¨² huelen a nuevos cl¨¢sicos encima del escenario. No es f¨¢cil reinventar un grupo que en su segundo disco, 19 a?os ha, ya hab¨ªa rubricado una preciosidad imperecedera, C¨®mo hablar. No corr¨ªa 1998, sino el a?o 2000. Y el encanto arrollador de aquel elep¨¦ corri¨® de boca en boca, o acaso a trav¨¦s de alg¨²n SMS. Por abonar un poquito m¨¢s la nostalgia subyacente en este DCode.
Joyas vespertinas
Las grandes actuaciones tambi¨¦n acontecieron a plena luz del d¨ªa. Fue el caso de Tom Odell, que es un dandi y comprende que la elegancia no sabe de horarios. Al p¨¢lido rubito brit¨¢nico no le import¨® que le ubicaran en la franja de las seis de la tarde, casi el ¨²nico momento del d¨ªa en que picaba el sol. ?l se aferr¨® a su costumbre de lucir traje, esta vez verde esmeralda, y solo se consinti¨® unas gafas oscuras para poder otear de vez en cuando la pradera con gesto de ni?o travieso. El motivo por el que Odell todav¨ªa no revienta estadios constituye un misterio, porque ayer volvi¨® a demostrar -como en noviembre en La Riviera- que lo tiene casi todo: una voz abrumadora, un manejo insultante del piano y ese repertorio tan visceral y emotivo, generoso siempre en ¨¦nfasis y crescendos, intersecci¨®n entre Chris Martin, Supertramp y un Elton John jovencito. Y carisma, claro, m¨¢s all¨¢ del numerito de subirse al piano o la concesi¨®n de marcarse una estrofa de 'Imagine'. Hab¨ªa ya mucha gente arrobada con la lectura final de Another love, tarjeta de presentaci¨®n hace siete a?os y a¨²n hoy su pieza m¨¢s conocida. Acabar¨¢ eclosionando. O no, pero sigue apareciendo entre los primeros de la clase.
Eels (20.15) es una de esas bandas de la que solo pueden esperarse cosas buenas, m¨¢s que nada porque Mark Oliver Everett acumula ya a estas alturas una cantidad abrumadora de discos, toca todos los palos de la m¨²sica esencial yanqui con un desparpajo infinito y sigue siendo aquel mismo chaveta maravilloso que fue capaz de transformar sus miserias vitales en una obra de arte como 'Cosas que los nietos deber¨ªan saber', su autobiograf¨ªa a calz¨®n quitado. Muy pocos asistentes le inclu¨ªan entre sus prioridades, pero Everett engatus¨® con sus aullidos inteligentes a todo el que le concedi¨® unos minutos. Es fiero y entra?able, ara?a a la vez que endulza, da la impresi¨®n de atrapar cada nueva canci¨®n al vuelo. Su generosidad le lleva a intercalar algunas versiones (Raspberry beret, Love and mercy, unas citas del Abbey Road), pero anoche incluso estren¨® un tema que ha escrito espec¨ªficamente para presentar a su nuevo bater¨ªa, que toma la voz cantante y termina contando en ella hasta su signo zodiacal. Cosas de Mark.
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