El 31, en el poli
La primera vez que sal¨ª en Nochevieja ten¨ªa dieciocho inviernos. Fui a la Costa Polvoranca, una zona situada en un pol¨ªgono
El panorama es el siguiente: Las calles est¨¢n repletas de los veh¨ªculos de los familiares que regresan a sus hogares en Nochevieja y que, a falta de hueco, aparcan hasta en las aceras o las rotondas. Mientras, en las casas, las cenas, m¨¢s o menos abundantes, pol¨¦micas, entra?ables e interesantes, dan paso a las campanadas. Pese a que voy de que no soy supersticiosa, temo un a?o de desgracias m¨¢s que a un nublado, as¨ª que me trago las doce uvas de Vinalop¨®, aunque tenga que dilatar el es¨®fago cual pit¨®n. Justo a continuaci¨®n, comienza un espect¨¢culo pirot¨¦cnico que hace las veces de term¨®metro de la situaci¨®n econ¨®mica del barrio. ?Crisis? Cuatro bengalas. ?Bonanza? Fallas valencianas y competici¨®n entre vecindarios.
Cuando concluye, nos hacemos la instant¨¢nea familiar en el mismo sitio de siempre, con otra ropa, con m¨¢s arrugas, con menos pelo, con m¨¢s canas, con menos aguante y con la copa de cava o de champagne en la mano para mojarnos los labios. Despu¨¦s, fiesta. O no.
La primera vez que sal¨ª en Nochevieja ten¨ªa dieciocho inviernos. Fui a la Costa Polvoranca, una zona situada en un pol¨ªgono que, como tal, contaba con un mont¨®n de naves enormes en donde nos concentr¨¢bamos cada fin de semana miles de j¨®venes. Sin embargo, el d¨ªa 31 no era igual que el resto. Nos ven¨ªamos, claramente, arriba y nos ¡°arregl¨¢bamos¡±. Echando la vista atr¨¢s, viendo esas fotos con las que no sabes si re¨ªrte, esconderlas, compartirlas o llorar, yo dir¨ªa que, m¨¢s bien, me disfrazaba. Por suerte o por desgracia, no era la ¨²nica. Legiones de adolescentes abandon¨¢bamos el calor de nuestras viviendas, con ¡°Martes y Trece¡± o ¡°Los Morancos¡± aun en la retina, para tomar las calles. Algunas, o quiz¨¢ solo yo, nos pint¨¢bamos como puertas y nos permit¨ªamos rociarnos en purpurina. Dej¨¢bamos nuestras melenas al viento o las at¨¢bamos en mo?os con alg¨²n tirabuz¨®n suelto que denotara esfuerzo y cambio con respecto a a lo cotidiano. Con todo, sin duda, lo que nos convert¨ªa en viej¨®venes es que ?bamos vestidos de negro o color granate, estrenando trajes que no siempre nos quedaban bien, corbatas que no ten¨ªan un porqu¨¦, brillos por doquier o/y tejidos como el terciopelo que carec¨ªan de sentido en aquellas discotecas en las que nos as¨¢bamos.
En el pol¨ªgono hab¨ªa muchas opciones musicales, pero lo que sol¨ªa atraer a la mayor¨ªa, era la pachanga. En cuesti¨®n de escasos minutos, pod¨ªan sonar ¡°el venao¡±, el ¡°vals del obrero¡± y alguna de Rafaella Carr¨¢. Las bodas, las fiestas de los pueblos y este d¨ªa son as¨ª, hay que dar gusto a todo el mundo.
No obstante, antes de la gran noche, hay un ritual. A medida que va avanzando el mes de Diciembre, se produce la pegada de carteles llamativos que empapelan las paredes de los barrios y anuncian la que podr¨ªa ser la fiesta del milenio. Que si ¡°cotill¨®n¡±, que si ¡°no te la pierdas¡±, que si ¡°el mejor evento de la temporada¡±¡ En mi juventud me parec¨ªa algo irresistible. Ahora no. En la actualidad, aguanto un par de sketch de humor de la tele y me voy a la cama con el est¨®mago a reventar y despidi¨¦ndome con alguna coletilla tipo ¡°bueno, pues un a?o m¨¢s¡±. Que el 2020 les trate fenomenal.
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