Las huellas de Touraine en Chile
Ten¨ªa una especial afinidad con este pa¨ªs. Vino por primera vez en 1956 para investigar sobre los mineros de Lota. Su esposa Adriana Arenas, por quien sinti¨® siempre una gran admiraci¨®n porque le prove¨ªa de anclaje emocional con el mundo, era orgullosamente chilena
Hace pocas horas muri¨® en Par¨ªs el soci¨®logo Alain Touraine. Fui inesperadamente conmovido por su partida, a pesar que ya ten¨ªa 97 a?os. Quiz¨¢s porque le debo buena parte de la forma como he abordado la vida.
Me acogi¨® como estudiante a comienzos de los a?os 80. En Chile las protestas sociales mostraban sus l¨ªmites como v¨ªa para terminar con la dictadura. Sent¨ªa la orfandad por carecer de un marco intelectual que diera luces acerca de c¨®mo conseguir la recuperaci¨®n de la democracia. Present¨ªa, ya desde entonces, una afinidad con su pensamiento que no sab¨ªa definir. He llegado a pensar que, tal vez, se afincaba en una com¨²n matriz cat¨®lica. Como fuere, me sent¨ªa c¨®modo con su visi¨®n de la sociedad como un misterio animado conflictivamente por la cultura y los actores sociales; algo que estaba en las ant¨ªpodas del discurso que escuch¨¢bamos machaconamente en el Chile de entonces, cuando los Chicago Boys nos dec¨ªan que la sociedad no existe, que s¨®lo existen las ¡°leyes naturales¡± de la econom¨ªa.
Como estudiante tuve la ocasi¨®n de verlo en acci¨®n. Lleg¨¢bamos a su seminario sagradamente los jueves a las 10 de la ma?ana. Hablaba por dos horas consecutivas en base a notas escritas en papeles en blanco con una letra peque?a e ininteligible. Verbalizaba libremente sobre lo que estaba investigando y pensando, lo cual tomar¨ªa mucho despu¨¦s la forma de un libro. Lo hac¨ªa incrustando continuamente referencias hist¨®ricas, as¨ª como cuestiones contingentes. No acerca de lo que pasaba en el elegante escenario de la pol¨ªtica, sino de lo que ocurr¨ªa en los subterr¨¢neos, en las relaciones sociales, en la efervescencia cultural. En ese entonces le interesaban los sindicatos y el mundo del trabajo ¡ªuna constante a lo largo de su vida¡ª, los movimientos regionalistas y feministas, las disidencias en los pa¨ªses del socialismo real, especialmente Polonia. Sobre estos temas no era un mero observador. Organizaba equipos de investigadores y estudiantes y part¨ªa a terreno para conocer en cuerpo presente las fuerzas que estaban dibujando la sociedad del futuro. Lo hac¨ªa con pasi¨®n, como lo har¨ªa un militante. Pero lo suyo, insisto, no era la pol¨ªtica: era la sociedad, en cuya din¨¢mica incontrolable cre¨ªa ver el cambio hist¨®rico.
Touraine, en suma, no ense?aba s¨®lo ni principalmente con sus libros y conferencias: lo hac¨ªa con la actitud vibrante que manten¨ªa hacia la vida que estaba naciendo y que flu¨ªa bajo la superficie y que brotaba a trav¨¦s de estallidos inesperados: el Par¨ªs del 68, el Chile del 73, la demanda feminista en Francia, el sindicalismo en los astilleros de Gdansk. Lo hac¨ªa con humildad; al menos toda la humildad que se le puede pedir, en el ambiente intelectual franc¨¦s, a un ¡°mandar¨ªn¡± formado en la ?cole Normal Superior.
A diferencia de un Bourdieu por ejemplo ¡ªsu hermano adversario¡ª, Touraine se resist¨ªa a que el soci¨®logo, en base a sus herramientas conceptuales, asumiera el papel de int¨¦rprete del actor social para develarle en sentido de su acci¨®n. Esa visi¨®n, dec¨ªa, que es propia del marxismo, es ¨²til para un militante pol¨ªtico, no para un soci¨®logo. A ¨¦ste le ped¨ªa que escuchara la voz de los actores, que les proveyera de un espacio para que ellos mismos descubrieran el origen y la proyecci¨®n de su conducta colectiva. A este m¨¦todo lo llam¨® ¡°intervenci¨®n sociol¨®gica¡±. Lo empleamos en Chile, en plena dictadura, junto a Francois Dubet y un grupo de colegas de SUR. Nuestro prop¨®sito era intentar comprender el movimiento de los pobladores, y con ello, la posibilidad de seguir so?ando con una salida de la dictadura del tipo insurrecci¨®n popular.
Touraine ten¨ªa una especial afinidad con Chile. Vino por primera vez en 1956, invitado por las Universidad del Chile, para investigar sobre los mineros de Lota. Su esposa Adriana Arenas, por quien sinti¨® siempre una gran admiraci¨®n porque le prove¨ªa de anclaje emocional con el mundo, era orgullosamente chilena. Estuvo aqu¨ª en los ¨²ltimos meses de Allende, lo que aprovech¨® para escribir un diario sociol¨®gico que public¨® despu¨¦s como Vida y muerte del Chile Popular, libro que se transform¨® en un cl¨¢sico sobre la cat¨¢strofe a la que conduce el desacople de la voluntad pol¨ªtica (en este caso revolucionaria) con los movimientos que agitan a la sociedad (es este caso, muy especialmente a las clases medias).
A pesar de ya ser una luminaria en el firmamento intelectual franc¨¦s, los estudiantes chilenos siempre encontramos en Touraine una fuente de apoyo. Dirig¨ªa un laboratorio (el Centro de Intervenci¨®n Sociol¨®gica) alrededor del cual todos gir¨¢bamos, pero en su entorno nunca rein¨® ese esp¨ªritu de secta tan tradicional en la academia gala. Al rev¨¦s: fue siempre muy respetuoso de la libertad de pensamiento de sus alumnos.
Doy un ejemplo. Estando bajo su tutela me obsesion¨¦ con Durkheim, cuyo pensamiento termin¨® siendo el hilo conductor de mi tesis de doctorado sobre la sociolog¨ªa del pinochetismo. El pensador bordol¨¦s no era particularmente de su agrado: a Touraine lo motivaba el conflicto, no el orden como a Durkheim. Recuerdo como ayer la vez que, sentado frente a ¨¦l en su peque?a oficina, me mir¨® y me dijo. ¡°Entiendo que a usted le guste Durkheim. Viene de Chile, de una sociedad desgarrada por el conflicto. Me parece natural que busque una base para construir un orden que permita restaurar la paz y la convivencia. Si lo encuentra en Durkheim, adelante¡±. As¨ª lo hice. Esto me llev¨® a tomar distancia intelectual de Touraine (y a ¨¦l, por cierto, de m¨ª), aunque mantuvimos siempre una relaci¨®n de mucho respeto y amistad.
Con el paso del tiempo, sin embargo, lo fui entendiendo mejor, quiz¨¢s por el curso mismo que sigui¨® la sociedad chilena tras la transici¨®n democr¨¢tica, cuando el exceso de orden devino en patolog¨ªa. Tambi¨¦n fui apreciando mejor el valor de aquella ruptura de Touraine con lo que algunos han llamada el leninismo sociol¨®gico: la noci¨®n seg¨²n la cual la sociolog¨ªa es a la acci¨®n social lo que el partido de vanguardia es a la pol¨ªtica: su int¨¦rprete esclarecido. De hecho, hace ya d¨¦cadas renunci¨¦ a esa pretensi¨®n para asumir la vocaci¨®n de soci¨®logo como una labor de escucha, de relaci¨®n, de interacci¨®n, de facilitaci¨®n de un acuerdo posible.
Chile fue la segunda patria de Alain Touraine. Con Adriana, fue aqu¨ª donde se afincaron sus afectos, los que hered¨® a sus hijos y a sus nietos. Por lo mismo, sus ideas y su figura seguir¨¢n presentes porque ayudaron a conformar el Chile de hoy.
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