Las muertes de Allende
Toda la evidencia emp¨ªrica apunta y consolida la tesis del suicidio: ?cambia algo a la representaci¨®n universal de su figura? Absolutamente nada
Cada cierto tiempo, la pregunta por la verdadera causa de la muerte del presidente Salvador Allende se abre paso mientras el calendario avanza, a?o tras a?o, d¨¦cada tras d¨¦cada. En el 50¡ã aniversario del golpe de Estado y de la muerte del presidente, el premio nacional de periodismo Juan Pablo C¨¢rdenas vuelve a plantear la pregunta en una columna rabiosa publicada el 17 de julio de 2023 en Le Monde Diplomatique, cuestionando la verdad oficial seg¨²n la cual Allende se suicid¨®. Para instalar nuevamente la duda, el periodista constata la existencia de ¡°m¨²ltiples testimonios que se?alan que este fue ultimado por el primer comando militar que ingres¨® a la sede del Poder Ejecutivo¡±, insistiendo en la ¡°falta de transparencia¡± durante el Gobierno de Patricio Aylwin ¡°para exhumar sus restos¡±, una acusaci¨®n injusta ya que una exhumaci¨®n no depende de un Gobierno, olvidando adem¨¢s que varias exhumaciones y autopsias tuvieron lugar en a?os posteriores. Seg¨²n C¨¢rdenas, existen ¡°m¨²ltiples testimonios¡± que apuntan al asesinato, de los cuales no hay ni uno seriamente nuevo: tan solo una menci¨®n a un joven teniente de Ej¨¦rcito de la ¨¦poca (no identificado), quien se habr¨ªa ufanado ante un detenido (Robinson Guerrero, entrevistado recientemente en radio Universidad de Chile, suponemos que por el propio C¨¢rdenas) por haber disparado sobre Allende y de portar su reloj en la mu?eca. Cada cierto tiempo, son objetos y artefactos los que son solicitados para sembrar la duda: en este caso un reloj, ayer el casco o la metralleta (ambos artefactos desaparecidos), y hasta la controvertida posici¨®n de la metralleta en relaci¨®n con el cuerpo de Allende, seg¨²n una foto pericial de la cual no existe el negativo.
No es necesario rebatir la columna del periodista para establecer algo as¨ª como la verdad hist¨®rica de la muerte de Allende: hace tan solo un par de d¨ªas el premio nacional de arquitectura Miguel Lawner lo desminti¨®, solicitando el testimonio de uno de los m¨¦dicos del presidente, Arturo Jir¨®n, y recordando que el reloj que portaba Allende el 11 de septiembre¡se encuentra desde hace a?os en exhibici¨®n en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Hay dos historias por contar sobre la muerte de Allende: por una parte, la historia de las versiones de su muerte y, por otra parte, la historia misma de su muerte. Ambas historias son inseparables. De all¨ª que se pueda hablar de las muertes de Allende. En 2020, publicamos junto a Mauro Basaure y Manuel G¨¢rate un art¨ªculo sobre los enigmas referidos a las circunstancias de la muerte de dos expresidentes, as¨ª como sobre las exhumaciones de los cuerpos de Salvador Allende y Eduardo Frei, dos casos que nos hablan de la naturaleza criminal de la dictadura de Pinochet (a los miles de muertos y detenidos desaparecidos se suman los asesinatos del excanciller Orlando Letelier -en Washington- y del ex comandante en jefe del ej¨¦rcito Carlos Prats -en Buenos Aires-, as¨ª como la sospecha de crimen del premio Nobel de literatura Pablo Neruda).
La historia de los relatos de la muerte de Allende es de larga data y se inicia el mismo d¨ªa del golpe: son esos reportajes y relatos de los peri¨®dicos El Mercurio, La Tercera y La Segunda que tuvimos a la vista desde 1973 en adelante, as¨ª como los contra-relatos publicados en revistas opositoras en los ochenta (APSI, Ana?lisis y Cauce) y desde la d¨¦cada del 2000 el peri¨®dico electr¨®nico El Mostrador, lo que nos permiti¨® contrastarlos con el informe forense.
Partamos con los eventos cronol¨®gicos de la ma?ana del 11 de septiembre. El presidente Allende decide resistir el golpe: es esa decisi¨®n que se trasluce en famosas fotograf¨ªas que lo retratan con casco y metralleta en la mano. Los relatos de esa ma?ana son abundantes, unos m¨¢s precisos que otros. Lo que sabemos despu¨¦s de su extraordinario discurso de despedida por radio Magallanes, pronunciado en medio del ruido y del humo seg¨²n decenas de testigos (un punto importante: ese discurso fue de todo menos privado, Allende con casco ocultando el auricular para disminuir el ruido de las bombas y los gritos), es que Allende no se rendir¨ªa. Tras ese discurso, Allende organiza la evacuaci¨®n del palacio de La Moneda, permaneciendo al final de la cola (como organizador, no como un presidente que capitula). Es en este momento que comienzan las discrepancias. Allende vuelve sobre sus pasos para dirigirse al sal¨®n Independencia, ubicado en el segundo piso de La Moneda: es en ese sal¨®n en el que el presidente Allende coloca su fusil sobre su ment¨®n y, al parecer, grita antes de dispararse ¡°?Allende no se rinde!¡± (La Segunda, 20 de enero de 1987).
?C¨®mo corroborar esta versi¨®n? Uno de sus m¨¦dicos, Patricio Guij¨®n, confirma que ¨¦l presenci¨® el suicidio del presidente: estando en la fila para salir del palacio, el doctor Guij¨®n se da cuenta que hab¨ªa olvidado su m¨¢scara de gas, y volvi¨® sobre sus pasos para recuperarla (El Mercurio, 1 de noviembre de 1973). Es en ese momento en que el doctor Guij¨®n ve a Allende sentado en el sill¨®n dispararse (El Mercurio, 11 de septiembre de 1974). Este testimonio es crucial porque proviene del c¨ªrculo de m¨¦dicos personales del presidente Allende. Un segundo relato en el mismo sentido se har¨¢ p¨²blico en 1991, proveniente de un segundo m¨¦dico personal (APSI, 9-22 de septiembre de 1991), a lo que se suman seis m¨¦dicos m¨¢s (El Mercurio, 13 de septiembre de 2003), lo que caus¨® fuertes recriminaciones entre ellos y mucha confusi¨®n por lo que se parec¨ªa cada vez m¨¢s a un suicidio en formato de espect¨¢culo (El Mercurio, 25 de septiembre de 2003).
M¨¢s all¨¢ de la confusi¨®n y controversia, son estos testimonios de los m¨¦dicos de Allende los que constituyen la fuente m¨¢s cre¨ªble de su suicidio, descartando radicalmente la hip¨®tesis de asesinato. Pero es importante incorporar en el origen de la duda las versiones fantasiosas y heroizantes de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez (as¨ª como de Fidel Castro), quien afirma que fue la ¡°pandilla¡± liderada por el general Javier Palacios la que acribilla a balazos al presidente tras un extra?o ritual. O que fue un miembro del GAP (grupo de amigos personales, un acr¨®nimo que nombra a sus guardaespaldas) quien lo ultima tras un pacto con el presidente (La Tercera, 25 de mayo de 2011). La duda fue tan profunda que su viuda, Tencha Bussi, pudo afirmar tempranamente en el exilio en M¨¦xico que su marido fue asesinado a balazos por la espalda y en el est¨®mago, llegando a sugerir que podr¨ªa haber muerto a manos de francotiradores.
Nada de esto debiese sorprendernos. La muerte de Allende fue tan excepcional y sublime como hist¨®ricamente inusual. Una verdadera rareza. En alg¨²n sentido, la muerte de Allende es un asunto de formas en un momento cr¨ªtico, en donde poco importa si fue asesinado en combate o si se suicid¨®: hab¨ªa que morir, y Allende decidi¨® hacerlo. Y vaya con qu¨¦ ¨¦xito universal. Toda la evidencia emp¨ªrica apunta y consolida la tesis del suicidio: ?cambia algo a la representaci¨®n universal de su figura? Absolutamente nada. Seguir insistiendo en que fue asesinado y que su muerte no fue un suicidio es un ejercicio ocioso: algo as¨ª como una b¨²squeda de plusval¨ªa de hero¨ªsmo cuando, en realidad, el hero¨ªsmo y el martirio presidencial est¨¢n completamente establecidos. Desde el primer d¨ªa.
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