La historia de los j¨®venes que lideraron la nacionalizaci¨®n del cobre de Salvador Allende: ¡°Era como un salto al vac¨ªo¡±
El libro ¡®Chuquicamata 1970-1973¡ä, de la escritora chilena Pascale Bonnefoy, relata las dificultades que tuvo que sortear un grupo que rozaba los 30 a?os al hacerse cargo de la industria cupr¨ªfera
El 11 de julio de 1971 una de las promesas presidenciales de campa?a del socialista Salvador Allende se materializ¨®: la nacionalizaci¨®n del cobre. En Chuquicamata, la mina a rajo abierto m¨¢s grande del mundo, lanzaron fuegos artificiales por la noche en medio del ¨¢rido desierto en el norte chileno para celebrar la toma de posesi¨®n de la industria cupr¨ªfera que durante el siglo XX hab¨ªa estado en manos de Anaconda y Kennecott, empresas estadounidenses. El campamento era una fiesta. Lo que pas¨® en el tras bambalinas de esta operaci¨®n may¨²scula liderada por una generaci¨®n que rozaba los 30 a?os y que no ten¨ªa experiencia en gerenciar firmas de sendos tama?os, las dificultades que tuvieron que sortear y las tr¨¢gicas consecuencias que vinieron despu¨¦s es lo que relata el libro Chuquicamata 1970-1973, la nacionalizaci¨®n del cobre (Debate), publicado recientemente por la periodista y escritora Pascale Bonnefoy (60 a?os, Santiago).
La historia de la haza?a trastoc¨® la vida familiar de Bonnefoy, acad¨¦mica de la Universidad de Chile. Esa fue una de las razones por las que quiso investigar uno de los pocos pilares del programa de Allende que sobrevivi¨® a su mandato, que termin¨® con el golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973.
Su padre, Claudio Bonnnefoy, fallecido en 2021 producto del derrumbe del edificio donde resid¨ªa en Miami, era un abogado experto en derecho internacional. Durante el Gobierno de la Unidad Popular trabaj¨® en la Corfo, la agencia de desarrollo estatal que ten¨ªa a su cargo la nacionalizaci¨®n de las principales industrias y el principal comprador de materiales en Estados Unidos para abastecer al sector p¨²blico chileno. Sus conocimientos de las consecuencias que pod¨ªa tener la expropiaci¨®n de inversiones estadounidenses en el extranjero sin indemnizaciones, hicieron que en agosto de 1971 lo enviaran como asesor jur¨ªdico a la embajada de Chile en Washington. Su familia lo seguir¨ªa despu¨¦s. En los primeros meses de 1972, Anaconda y Kennecott presentaron las primeras demandas judiciales en Nueva York y lograron que los tribunales embargaran los bienes de entidades p¨²blicas chilenas, incluyendo sus cuentas, inmuebles y hasta aviones de la estatal L¨ªnea A¨¦rea Nacional (LAN) Chile.
Los apuntes que dej¨® el padre de la escritora sobre aquel periodo, la revista semanal de Chuquicamata, una cincuentena de entrevistas a ejecutivos, supervisores y mineros de aquella ¨¦poca y torres de archivos fueron el material base del que tir¨® la autora. La obra relata c¨®mo una vez que se aprueba la nacionalizaci¨®n del cobre se produce una huida de cientos de ingenieros estadounidenses con informaci¨®n clave y la escasez de profesionales chilenos para reemplazarlos; la politizaci¨®n de la administraci¨®n; la rebeld¨ªa de los sindicatos ante los nuevos ejecutivos aunque pertenecieran a los mismos partidos pol¨ªticos; los paros incesantes; la ca¨ªda del precio de la materia prima; y las maniobras de Washington para asfixiar la econom¨ªa chilena, entre otros conflictos.
?C¨®mo lograron que el proyecto no fracasara? ¡°No tuvieron opci¨®n¡±, plantea Pascale Bonnefoy en una cafeter¨ªa del residencial barrio del municipio de ?u?oa, en Santiago. ¡°Era como un salto al vac¨ªo muy valiente. No ten¨ªa los recursos ni el personal capacitado. Gran parte de los supervisores se fueron y los que no, les hicieron la vida imposible con actos de sabotaje. Y para reemplazar a esa gente, ten¨ªan que echar mano a ingenieros reci¨¦n titulados. Jefes de turno, que era el eslab¨®n m¨¢s bajo del rol A de supervisor, de repente eran jefes de departamento a los 23 a?os. No s¨¦ si la actitud era arreglarlo en el camino, confiarse en que lo pod¨ªan hacer o tal vez no prever todas las dificultades que implicaba, porque una cosa es el discurso y otra cosa es hacerse cargo, pero algo que ten¨ªa que hacerse¡±, sostiene.
La autora achaca a esa manada de j¨®venes una visi¨®n m¨¢s que pol¨ªtica, de conciencia de que el desarrollo del pa¨ªs completo depend¨ªa de que el proyecto obrero popular no fracasara. ¡°Era una mirada bastante desprendida de sus intereses personales y de servicio p¨²blico, cosa que no existe hoy en d¨ªa¡±, apunta Bonnefoy. ¡°Por otro lado, creo que s¨ª hab¨ªa capacidad y ten¨ªan que lanzarse a la piscina para ponerlas a prueba y lo hicieron bien, a pesar de la cantidad de obst¨¢culos que enfrentaron. El hecho de que se haya mantenido la producci¨®n ya era un ¨¦xito¡±, a?ade.
El 23 de febrero de 1970 Salvador Allende lanz¨® su campa?a presidencial en Chuquicamata, donde prometi¨® la nacionalizaci¨®n del cobre. El socialista, sin embargo, perdi¨® en ese enclave minero contra Jorge Alessandri, independiente apoyado por la derecha. Las mujeres fueron las que dieron su mayor respaldo a la opci¨®n conservadora. ¡°Creo que ni siquiera por un sentido pol¨ªtico, sino porque como eran peque?os enclaves bien aislados del resto del pa¨ªs, con sus propias costumbres, con una cultura minera implementada por la multinacional de Estados Unidos, creo que hab¨ªa un gran temor a perder los beneficios. Porque incluso cuando los hombres iban a huelga o paro, a las mujeres les segu¨ªa llegando la compensaci¨®n y con eso alimentaban a la familia¡±, explica la autora.
Los mineros no pagaban agua ni luz, solo comida por un valor subsidiado y una serie de complementos. Viv¨ªan en condiciones precarias, sin establecimientos educacionales de ense?anza media ni universidades, a cambio de un trabajo duro en una zona remota del pa¨ªs. ¡°Todos los gobiernos siempre quisieron cuidar al minero porque el cobre era el principal producto de exportaci¨®n y de ingreso al pa¨ªs, entonces no hab¨ªa que enojarlos. A pesar de eso hubo paros permanentes y por cualquier cosa. En todos los gobiernos¡±, comenta Bonnefoy. Allende, cuenta la autora, present¨® una propuesta de incentivo a la producci¨®n que ten¨ªa una l¨®gica a nivel circular, pero los trabajadores ¡°no soltaban el pliego de peticiones¡±. ¡°Ped¨ªan de todo, intransigentes de todo, sent¨ª que eran como ni?os mimados¡±, a?ade.
Tras el golpe de Estado, algunos tuvieron la fantas¨ªa de resistirse, pero luego desistieron. La jefatura de plaza de Chuquicamata emiti¨® un listado con trabajadores que deb¨ªan presentarse ante las nuevas autoridades militares. Llegaron miembros del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), del Partido Socialista, del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). El libro relata que casi todos fueron apresados, torturados y encarcelados. En las primeras dos semanas, fueron despedidos 53 supervisores y 67 obreros y empleados por su ¡°activismo pol¨ªtico¡±. Con el paso del tiempo, esas cifras aumentaron.
El 19 de octubre, el general Sergio Arellano Stark aterriz¨® en Calama en calidad de ¡°oficial delegado¡± de Pinochet para agilizar los procesos en contra de los prisioneros, episodio que por su crueldad se conoci¨® como la Caravana de la Muerte: el militar recorri¨® Chile en un helic¨®ptero Puma para asesinar opositores. Su comitiva retir¨® a 26 detenidos de un penal de Calama, todos vinculados a Cobrechuqui, la compa?¨ªa de Cobre de Chuquicamata, o la Empresa Nacional de Explosivos (Enaex) ¨Cque tambi¨¦n se nacionaliz¨® durante la Unidad Popular¨C, salvo un estudiante. Los hombres de Arellano los interrogaron mientras mutilaban sus cuerpos antes de fusilarlos. Luego, los trasladaron a una quebrada y los enterraron en una fosa.
¡°Cuando se hablaba de la Caravana de la Muerte en Calama, yo siempre pens¨¦ que eran dirigentes pol¨ªticos, sindicales, sociales de la cuidad, y no. De las 26 v¨ªctimas de Calama, al menos 24 ten¨ªan directa relaci¨®n con CobreChuqui o Enaex, entonces era muy dirigido a gente que ten¨ªa que ver m¨¢s con la miner¨ªa que con otra cosa o con el rol que hab¨ªan cumplido ah¨ª. Fue un final muy tr¨¢gico¡±, relata Bonnefoy. En 1976 los militares exhumaron los cuerpos de los 26 asesinados y ocultaron sus restos en bolsas en otro sitio. Dos semanas despu¨¦s de aquello, los volvieron a sacar, los subieron a un avi¨®n de la Fuerza ?rea y los lanzaron al mar.
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