Causas de las epidemias y modos eficaces de combatirlas
Por qu¨¦ todos tenemos y no tenemos raz¨®n
Una epidemia ocurre cuando un microorganismo nos invade y nos produce da?o ?c¨®mo hace da?o? al crecer y reproducirse dentro de nosotros da?a nuestro organismo y sus defensas; ?c¨®mo nos invade? liberando al ambiente descendientes que pueden infectar a otra persona; ?c¨®mo consigue hacer una cosa as¨ª? porque en su ADN se almacenan y leen una serie de instrucciones, que se transmiten a sus descendientes; ?por qu¨¦ se producen las epidemias? porque invadir un organismo tan abundante y extendido como los seres humanos es lo mejor que le puede pasar a un par¨¢sito. Los que lo consiguen tienen enorme ¨¦xito (infinidad de descendientes), y los que no lo consiguen¡ ni nos enteraremos de que existen.
Para resolver un problema, en este caso, una pandemia, hay que combatir eficazmente sus causas. La dificultad a?adida es que hay varios tipos de causas. Las cuatro preguntas de m¨¢s arriba y sus respuestas son ejemplos de los tipos de causas en fen¨®menos complejos, como una epidemia. Hay causas materiales (el modo en que el microorganismo causa da?os), causas eficientes (el modo en que el microorganismo se transmite), causas formales (el c¨®digo gen¨¦tico del microorganismo) y causas finales (por qu¨¦ es beneficioso para un microorganismo hacerse epid¨¦mico). Esta clasificaci¨®n es ya antigua: la propuso Arist¨®teles hace m¨¢s de 2000 a?os, ilustr¨¢ndola con los materiales, los obreros, los planos, y el objetivo final de una casa. Pero sigue funcionando.
Ante la urgencia, se empieza, claro, por las causas m¨¢s inmediatas o pr¨®ximas, las materiales y las eficientes. Algunas de las mentes m¨¢s brillantes se ponen inmediatamente a estudiar el modo en que el microorganismo ataca a las c¨¦lulas, c¨®mo las da?a, c¨®mo se transmite, c¨®mo var¨ªa el da?o y la transmisi¨®n en funci¨®n del clima, de las caracter¨ªsticas del humano infectado, del comportamiento de la poblaci¨®n atacada. Con esta informaci¨®n se trata de predecir c¨®mo se desarrollar¨¢ la epidemia y qu¨¦ se puede hacer para frenarla (protocolos de desinfecci¨®n, confinamiento, equipos de protecci¨®n y diagn¨®stico, medicamentos, vacunas). Y otras personas, brillantes y abnegadas, se ponen sin demora a trabajar para conseguir erradicarla lo antes posible. Es el tipo de acciones que, si tienen ¨¦xito, dan lugar a fama y premios Nobel. Llevamos siglos haciendo esto, desde el origen de la medicina. Y con notable ¨¦xito, a pesar de su dificultad.
Si se resuelven las causas m¨¢s inmediatas, ?se resuelven las causas de las epidemias? Claramente, no. Ni siquiera las de una epidemia en particular, porque el ¡®libro de instrucciones¡¯ de los organismos vivos, su ADN, cambia ligeramente de generaci¨®n en generaci¨®n. La causa formal cambia, con lo que las soluciones a las causas material y eficiente acaban dejando de funcionar, y van perdiendo eficacia con el tiempo. Piensen en la gripe. Cambia cada a?o.
Cuantas m¨¢s oportunidades de cambio haya (m¨¢s veces se reproduzca el organismo), m¨¢s seguro es que surja una variante con causas materiales y eficientes diferentes, y m¨¢s deprisa
Muchos cient¨ªficos, desde hace m¨¢s de un siglo, intentan entender las reglas del cambio gen¨¦tico para intentar prevenirlo. Antes se desconoc¨ªa por qu¨¦ los hijos se parecen a sus padres. Los seres vivos trasmiten a sus descendientes su libro de instrucciones con peque?as variaciones, ¡°errores¡±, que permiten que algunos de los descendientes puedan sobrevivir, y reproducirse mejor, si hay cambios en el ambiente. Cuantas m¨¢s oportunidades de cambio haya (m¨¢s veces se reproduzca el organismo), m¨¢s seguro es que surja una variante con causas materiales y eficientes diferentes, y m¨¢s deprisa. Los elefantes y ballenas (y los seres humanos) cambian poco y muy despacio; las bacterias y los virus de un d¨ªa para otro, incluso de una hora para otra, pues en cada momento est¨¢n produciendo millones de descendientes.
Afortunadamente para nosotros, en algunos animales de reproducci¨®n lenta surgi¨® un mecanismo interno de generaci¨®n muy r¨¢pida de variantes que nos defienden de los microorganismos: el sistema inmune. Y lo heredamos de ellos. Grupos especiales de c¨¦lulas cambian con mucha rapidez sus productos de defensa (los anticuerpos) y, cuando aparece una que vence al invasor, se activa para reproducirse y obtener as¨ª suficientes anticuerpos para eliminarlo. Adem¨¢s, permanecen en el cuerpo y se activan r¨¢pidamente si la invasi¨®n se repite, con lo que el individuo, y con el tiempo la poblaci¨®n a la que pertenece, queda vacunado sin tener que esperar a que sus descendientes produzcan ¡°por error¡± el anticuerpo correspondiente. Este juego de ataque y defensa a veces lo ganamos nosotros (m¨¢s desde que se inventaron las vacunas), pero a veces ganan los microorganismos. Lo prueban las bacterias resistentes a los antibi¨®ticos. Surgen en todas partes, pero s¨®lo aumentan y persisten en hospitales o en poblaciones muy medicadas, donde estas variantes resistentes tienen una ventaja clara.
Un combate demasiado intenso de las causas pr¨®ximas puede acabar produciendo el fracaso en combatir las otras. Esta paradoja s¨®lo se puede entender a la escala de las causas finales, las que explican por qu¨¦ hay organismos que producen epidemias y no s¨®lo c¨®mo las producen. Es el campo de la biolog¨ªa evolutiva, fundada por Charles Darwin y Alfred Russell Wallace a finales del siglo XIX, hace poco m¨¢s de un siglo.
Infectar humanos supone, hoy por hoy, la mejor oportunidad para un par¨¢sito, pues somos una de las especies m¨¢s abundantes y extendidas, s¨®lo un poco menos que nuestros animales dom¨¦sticos
?Por qu¨¦ cambia el libro de instrucciones, la causa formal, y con ella la material y la eficiente? Por los beneficios de ser epid¨¦mico, la causa final. Infectar humanos supone, hoy por hoy, la mejor oportunidad para un par¨¢sito, pues somos una de las especies m¨¢s abundantes y extendidas, s¨®lo un poco menos que nuestros animales dom¨¦sticos. Aunque no debe de ser tan f¨¢cil, porque seguimos siendo muchos y se supone que estamos cada vez m¨¢s sanos. Esto se debe en parte a nuestros esfuerzos, cada vez m¨¢s eficaces, para combatir las causas pr¨®ximas ayudados por el truco del sistema inmune, que combate la causa formal de las epidemias. El coste de estas soluciones, sin embargo, son los miles o millones de personas que mueren mientras se desarrollan tratamientos y vacunas eficaces y mientras se pone a funcionar el sistema inmune, individual y de grupo. En ese tiempo se producen, adem¨¢s, cambios socioecon¨®micos que dejan una huella terrible y duradera en las sociedades humanas. Tanto, que han llegado a ser la causa de la extinci¨®n de muchas sociedades tras la epidemia, cuando hab¨ªa competencia con otras sociedades por la tierra o los recursos.
Contamos con una ventaja a la escala de las causas finales: los par¨¢sitos que mejor explotan a sus hospedadores no son los que les hacen m¨¢s da?o. Todo lo contrario. Cuanto menos da?o, mejor se reproducir¨¢ el hospedador y m¨¢s sitio habr¨¢ para los descendientes del par¨¢sito. Hemos ido venciendo cada epidemia (sus da?os) aprovech¨¢ndonos en parte de que los virus menos da?inos eran los que sobreviv¨ªan mejor, hasta pasar al anonimato de la ?infecci¨®n asintom¨¢tica¡¯ a escala de poblaci¨®n humana. Sin embargo, en el pasado, cuando esas poblaciones ¡®asintom¨¢ticas¡¯ entraron en contacto con otras, se desencadenaron grandes epidemias. La viruela, la gripe, el sarampi¨®n, el c¨®lera, exterminaron a millones de personas hasta que los sistemas inmunes de los supervivientes y la expansi¨®n de las variantes menos da?inas de las enfermedades combatieron sus causas materiales, eficientes y formales. Hoy en d¨ªa, en este mundo globalizado, las epidemias ya no proceden de otras poblaciones humanas, sino de otras especies de animales a las que no causan apenas da?o tras miles de a?os de interacci¨®n. Aparte de la reciente Covid-19, hay muchos ejemplos, cada vez m¨¢s. Desde la peste negra, que asol¨® Europa en la Edad Media, al VIH, ?bola, gripes aviares, etc. De hecho, las epidemias de viruela y gripe que facilitaron la conquista de Am¨¦rica y Asia por los europeos tienen este origen: se las contagiaron a nuestros antepasados sus primeros animales dom¨¦sticos hace ya m¨¢s de 10.000 a?os en Mesopotamia. Una vez inmunizados, tras siglos de muertes, nos dotaron, parad¨®jicamente, de la primera arma biol¨®gica: las enfermedades infecciosas.
?C¨®mo pueden combatirse las causas finales de las epidemias, evitando as¨ª los costes del combate de las otras causas, en t¨¦rminos de vidas humanas y sufrimiento de los supervivientes? Una opci¨®n es seguir como hasta ahora, combatiendo las causas pr¨®ximas y tratando de reducir sus costes mientras lo hacemos, o tratando de que los paguen otros. Cuestiones ¨¦ticas aparte, esta opci¨®n es cada vez menos viable en nuestro mundo globalizado y superpoblado, en el que los costes aumentan de manera tan r¨¢pida (exponencial) que no hay modo de contenerlos, ni en el tiempo, ni en el espacio. Cada vez da?ar¨¢n a m¨¢s personas y en m¨¢s sitios, una vez que se produzcan, porque cada vez somos m¨¢s y estamos m¨¢s conectados. Y cada vez habr¨¢ m¨¢s epidemias y ser¨¢n m¨¢s frecuentes, en un mundo en el que cada vez hay menos especies alternativas que infectar, a medida que las eliminamos para dejar sitio para nosotros y nuestros cultivos y ganados.
La opci¨®n alternativa es prevenir las causas ¨²ltimas de las epidemias, disminuyendo al m¨¢ximo las ventajas para los par¨¢sitos de infectar a seres humanos y favoreciendo su tendencia natural a ser lo menos da?ino posible
La opci¨®n alternativa es prevenir las causas ¨²ltimas de las epidemias, disminuyendo al m¨¢ximo las ventajas para los par¨¢sitos de infectar a seres humanos y favoreciendo su tendencia natural a ser lo menos da?ino posible. Se trata de la alternativa, y no de una alternativa, porque el enfoque cambia radicalmente: de enfrentamiento (la lucha contra el invasor), a colaboraci¨®n (la prevenci¨®n, entre todos, de que aparezca). Colaboraci¨®n entre las personas, evitando situaciones de riesgo al viajar a lugares peligrosos, viajando menos o de otra manera, y evitando las aglomeraciones que nos hacen tan atractivos a los par¨¢sitos. Colaboraci¨®n entre sociedades, previniendo el hacinamiento y las desigualdades que aumentan la vulnerabilidad de las personas a la enfermedad. Colaboraci¨®n con otras especies, previniendo su sobreexplotaci¨®n y favoreciendo que sus par¨¢sitos, benignos para ellas pero potencialmente letales para nosotros, sigan donde est¨¢n. La colaboraci¨®n ha evolucionado en los organismos con tanta frecuencia como la lucha entre individuos o entre par¨¢sitos y hospedadores. Es el origen de las flores, por ejemplo.
Actualmente, empiezan a conocerse las bases gen¨¦ticas y las condiciones para que prosperen evolutivamente las estrategias de colaboraci¨®n. La condici¨®n fundamental para que evolucione la colaboraci¨®n es la reciprocidad, esto es, ayudar a cambio de ayuda, actual o futura. Y sus bases son el reconocimiento, de individuos o de grupos, la confianza en los acuerdos, y el compromiso con los acuerdos adquiridos de manera libre e informada. Lo que se ha venido a llamar ciudadan¨ªa. Ha sido la colaboraci¨®n entre ciudadanos la que ha llevado a los seres humanos a dominar crecientemente el planeta. Eliminar la causa final de las epidemias supone ampliar la estrategia de colaboraci¨®n, entre personas y con las dem¨¢s especies, en este mundo globalizado.
Parece clara cu¨¢l es la alternativa dominante, a juzgar por el modo en que se expresan pol¨ªticos, asesores, periodistas y similares, m¨¢s empe?ados en se?alar los errores del adversario que en colaborar para resolverlos ofreciendo, y aceptando, ayuda. Una actitud que contrasta con la de la mayor¨ªa de los ciudadanos, que hemos cambiado radicalmente de un d¨ªa para otro nuestro modo de comportarnos con los dem¨¢s, a poco que nos han explicado por qu¨¦ y c¨®mo hacerlo. Puede que al principio lo hici¨¦semos para volver cuanto antes a la normalidad, como no se cansan de repetirnos. Pero cada vez est¨¢ m¨¢s claro que no deber¨ªamos volver a esa normalidad, porque ese mundo hiperconectado, desigual, hacinado y superexplotado, es la causa ¨²ltima del problema, el caldo de cultivo de las pandemias. Es claro, ya lo estamos viendo, que tenemos que alejarnos m¨¢s, viajar menos, consumir menos y explotar menos para poder ayudar a los dem¨¢s y que nos ayuden, pero a¨²n no sabemos en detalle c¨®mo hacerlo. Sin embargo, esta puede ser la primera vez que estamos en condiciones de hacer una cosa de tal envergadura. Merece la pena intentarlo, pues ha funcionado en el pasado, desde las bandas de cazadores a los imperios.
Y es que la alternativa no pinta nada bien. Sobre todo para quienes pagan, y pagar¨¢n, el coste de luchar contra las pandemias y cualquier otra cosa que nos haga da?o.
Mario D¨ªaz es investigador del Departamento de Biogeograf¨ªa y Cambio Global (CSIC) y Presidente del Comit¨¦ Cient¨ªfico de la Sociedad Espa?ola de Ornitolog¨ªa (SEO/BirdLife)
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