?Es el turismo espacial insultantemente obsceno?
Ni un d¨®lar de los 200 millones que se dice que ha invertido el millonario Jared Isaacman en su viaje se ha quedado en el espacio
El vuelo que realizaron hace unos d¨ªas cuatro turistas espaciales, comandados por el millonario Jared Isaacman ¡ªesto s¨ª que es un vuelo tur¨ªstico de verdad, sobre todo comparado con los ¡°saltos de pulga¡± de Jeff Bezos y Richard Branson¡ª ha vuelto a poner sobre el tapete la legitimidad de semejantes aventuras. Si no desde un punto de vista legal (todo el mundo tiene derecho a gastar su dinero como m¨¢s le plazca), s¨ª desde una perspectiva ¨¦tica.
Estos d¨ªas se han multiplicado las opiniones de detractores de este tipo de actividades. Las m¨¢s frecuentes, las que claman por el derroche de esos fondos que podr¨ªan contribuir a aliviar otras necesidades m¨¢s perentorias. Es un argumento recurrente ya desde los primeros vuelos espaciales y, en especial, de las expediciones a la Luna. Por qu¨¦ ese desperdicio de fondos fuera de la Tierra, habiendo tantas necesidades en nuestro planeta.
Todas esas opiniones, muy respetables, obvian un hecho innegable. Ni un d¨®lar de los 200 millones que se dice que ha invertido Isaacman en su viaje se ha quedado en el espacio. Como no se qued¨® en la Luna, hace medio siglo. Todo ese dinero se ha invertido en la Tierra, en ensamblar equipos de t¨¦cnicos y especialistas que lo han hecho posible, en f¨¢bricas que han construido cohetes y c¨¢psulas (que, por cierto, tambi¨¦n se recuperan), en universidades que han aportado las bases te¨®ricas de los viajes y en miles y miles de profesionales, de mayor o menor cualificaci¨®n, que han intervenido en esta aventura. La industria espacial estimula y absorbe ingentes cantidades de talento.
En cierta ocasi¨®n, se dice que alguien pregunt¨® al ingeniero aeron¨¢utico Wernher von Braun: ¡°?Para qu¨¦ nos va a servir ir a la Luna?¡±. ¡°A usted, se?or, no lo s¨¦, pero a m¨ª me permite vivir bastante bien¡±, respondi¨®. Si ignoramos la iron¨ªa de la respuesta, el argumento era muy v¨¢lido: 400.0000 personas ¨Cmuch¨ªsimos, t¨¦cnicos de primer nivel- intervinieron en el programa Apolo. Semejante concentraci¨®n de conocimiento deber¨ªa considerarse parte intangible del tesoro nacional de cualquier pa¨ªs y quiz¨¢s sea lo que diferencia a los pa¨ªses punteros de los que prefieren ir a remolque.
?Pero es el turismo espacial una actividad obscenamente extravagante? Quiz¨¢s valdr¨ªa la pena echar la vista atr¨¢s e intentar sacar lecciones de la historia.
En los a?os 20, acabada la primera guerra mundial, docenas de j¨®venes pilotos licenciados y sin empleo, encontraron un medio de vida en los ¡°circos volantes¡± que recorrieron el medio oeste americano (y tambi¨¦n varios pa¨ªses europeos). Ara?aban cinco d¨®lares de aqu¨ª y de all¨¢ ofreciendo bautismos del aire a lugare?os que nunca hab¨ªan visto un avi¨®n. Y tambi¨¦n idearon n¨²meros m¨¢s arriesgados: Estrellar su aparato contra un granero, jugar al tenis sobre las alas, colgar de un trapecio o pasar de un avi¨®n a otro en pleno vuelo. Arriesgados n¨²meros de circo sin m¨¢s trascendencia que entretener ¨Cy atemorizar- al respetable.
Antes de cruzar el Atl¨¢ntico en solitario y convertirse en una leyenda, Charles Lindbergh hab¨ªa sido uno de aquellos pilotos trotamundos
Los circos volantes desaparecieron cuando el Gobierno federal emiti¨® normativas muy estrictas para garantizar la seguridad de los vuelos. Para entonces, aquella moda hab¨ªa evolucionado dando lugar a los servicios de correo a¨¦reo; despu¨¦s, las l¨ªneas de transporte de pasajeros de corto recorrido. Y tambi¨¦n logros que parec¨ªan imposibles. Antes de cruzar el Atl¨¢ntico en solitario y convertirse en una leyenda, Charles Lindbergh hab¨ªa sido uno de aquellos pilotos trotamundos.
A finales de los a?os veinte, la aparici¨®n de aviones de fuselaje met¨¢lico con capacidad para una docena de pasajeros hizo que el transporte a¨¦reo se convirtiera en una empresa potencialmente rentable. Aparecieron las primeras aerol¨ªneas, al principio en manos privadas, pero algunas ser¨ªan financiadas y absorbidas por los propios estados. Pan Am adquiri¨® relevancia al ofrecer conexiones entre Estados Unidos y Sudam¨¦rica; otras como Imperial Airways llegaron a establecer el trayecto m¨¢s largo que un¨ªa Londres con Brisbane via Delhi y Bangkok. Aunque al principio los clientes eran sobre todo personal administrativo de las colonias, en pocos a?os, el n¨²mero de pasajeros transportados se contabilizaba no en centenares sino en cientos de miles.
Salir de la Tierra siempre ser¨¢ caro. Pero es dif¨ªcil imaginar cu¨¢l puede ser su desarrollo futuro
Probablemente el turismo espacial nunca alcanzar¨¢ semejante popularidad. Salir de la Tierra siempre ser¨¢ caro. Pero es dif¨ªcil imaginar cu¨¢l puede ser su desarrollo futuro. Elon Musk quiere colonizar Marte y convertir as¨ª al hombre en una especie multiplanetaria; un sue?o todav¨ªa muy lejano. M¨¢s factible parece una evoluci¨®n de las c¨¢psulas especiales para adaptarlas a viajes de largo recorrido. Los ant¨ªpodas estar¨ªan as¨ª a 45 minutos de vuelo. Por supuesto, tampoco ser¨ªa un billete barato, pero ?alguien recuerda lo que costaba un viaje trasatl¨¢ntico en los Clippers de Pan Am de los a?os treinta, con la cena servida en vajilla de porcelana y cubiertos de plata? Compar¨¦moslo con el precio del mismo viaje hoy en una aerol¨ªnea de bajo coste (aunque, es cierto que la clase turista actual no suele incluir cenas a bordo de tres platos y postre)
Entretanto, el debate est¨¢ centrado en qu¨¦ trato fiscal deber¨ªa aplicarse a los millonarios encaprichados en dar un paseo por el espacio. ?Deber¨ªan gravarse con unos impuestos casi confiscatorios, como corresponde a tales excentricidades? La primera intenci¨®n es que s¨ª; pero muchas voces se oponen: es un error poner dificultades al desarrollo de una industria ahora en pa?ales, pero que puede cambiar el mundo. Tiempo habr¨¢ para ello cuando ¨Cy si- tomar un cohete hasta Australia se convierte en algo tan com¨²n como utilizar el puente a¨¦reo.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de ¡®Un peque?o paso para [un] hombre¡¯ (Libros C¨²pula).
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