Cuando la naturaleza sonr¨ªe con los dientes picados por el hielo
Gracias a las pinturas de Edward Wilson, podemos ver c¨®mo era la Ant¨¢rtida a trav¨¦s de los ojos de los primeros exploradores
Hasta no hace mucho, viajar a la Ant¨¢rtida era semejante a viajar a otro planeta; un lugar extra?o, habitado por ping¨¹inos que saludan en un lenguaje desconocido. Algo as¨ª cuenta Daniele Del Giudice en su libro Horizonte m¨®vil (?tico de Libros, 2016), un trabajo donde el viaje real al extremo del mundo se cruza con otro viaje imaginario al mismo sitio y m¨¢s rico a¨²n en peripecias, donde el autor italiano recuerda lo que nunca vivi¨® como si lo hubiera vivido, haciendo evidente la premisa de que los falsos recuerdos existen desde que el ser humano intent¨® recordar algo por vez primera.
Con esto, Daniele Del Giudice sigue las huellas de los que pisaron la Ant¨¢rtida antes que ¨¦l; son huellas que permanecen en relieve y que, en vez de hundirse en el hielo, emergen de ¨¦l. Son pisadas que asoman por causa del viento que abrasa la nieve que hay alrededor y que las deja a la vista como si fueran una escultura.
Este es uno de los detalles que contiene el libro, un trabajo vivo y repleto de curiosidades y an¨¦cdotas de esas que estimulan nuestros sentidos. Como cuando el autor se dispone a comprender el cielo, ¡°la otra mitad del paisaje, una especie de esfera de cristal que se puede usar para ver¡±, y nos habla de las visiones sufridas por algunos exploradores: visiones reales envueltas en espejismos y tomadas como alucinaciones ¡°que la imaginaci¨®n recib¨ªa como s¨ªmbolos teos¨®ficos y que eran producto del paisaje de rayos en un cielo cargado de min¨²sculos cristales de hielo¡±.
El fen¨®meno parhelio: soles y lunas se doblan y crean figuras luminosas en el cielo. Visiones sufridas por algunos exploradores: reales, aunque tomadas como alucinaciones
Se trata del fen¨®meno denominado parhelio, por el cual los soles y las lunas se doblan y crean figuras en forma de cruz luminosa a partir de una mancha romboidal y colorida en el cielo. Cuenta Daniele Del Giudice en este asombroso libro que el pintor Edward Wilson vio su primer parhelio en 1902, durante su primera expedici¨®n a la Ant¨¢rtida capitaneada por Robert Falcon Scott, donde el pintor se enrol¨® como cient¨ªfico.
Por aquella ¨¦poca a¨²n quedaba muy lejos lo de la tecnolog¨ªa digital aplicada a la fotograf¨ªa, lo que hac¨ªa de Wilson una figura imprescindible en la expedici¨®n, ya que, los fen¨®menos ¨®pticos eran demasiado din¨¢micos para poderlos captar y su destreza en el dibujo se hac¨ªa fundamental a la hora de levantar acta de dichos fen¨®menos.
Gracias a las pinturas de Wilson, podemos ver c¨®mo era la Ant¨¢rtida a trav¨¦s de los ojos de los primeros exploradores; un sitio inh¨®spito donde la naturaleza sonr¨ªe con los dientes picados por el hielo. Desde entonces hasta hoy, la Ant¨¢rtida no ha cambiado tanto. El tiempo pasa y la eternidad del paisaje prevalece.
Wilson hac¨ªa esbozos con su l¨¢piz y apuntaba al margen los colores que luego, cuando llegaba a cubierto, pasaba a acuarela y remataba con tinta y plumilla. Sus trabajos nos sumergen en lugares que se asemejan al paisaje imaginario de otros planetas donde los extraterrestres son ping¨¹inos y las puestas de sol son m¨¢s blancas a¨²n que la propia nieve. En una de sus acuarelas emerge un iceberg igual al casco de un barco hundido en el hielo.
En otra acuarela, titulada Atrapado en una tormenta de nieve, podemos ver las figuras de dos hombres envueltos por una tempestad igual que si fueran dos personajes creados por Goya en una de sus pinturas negras. Resulta prof¨¦tica esta acuarela, pues Wilson morir¨ªa junto a Scott en la tercera y ¨²ltima expedici¨®n al Polo Sur a finales de marzo de 1912, atrapado junto a su capit¨¢n en una ventisca igual a la que hab¨ªa plasmado con toda su carga siniestra tiempo antes.
Hace unos a?os, en el 2017, se descubri¨® una carpeta abandonada en una caba?a en el cabo Adare que sirvi¨® como refugio a la ¨²ltima expedici¨®n de Scott. Dentro hab¨ªa una acuarela de Wilson cubierta por excrementos de ping¨¹ino, pero conservada a trav¨¦s del tiempo gracias al hielo, y donde aparece un p¨¢jaro muerto. Si la acuarela de la tormenta fue premonitoria, esta resulta tan siniestra que bien podr¨ªa ser la continuidad de aquella aciaga profec¨ªa.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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