La nueva arma rusa antisat¨¦lites resucita el temor a un conflicto nuclear en el espacio
La mayor¨ªa de los sat¨¦lites civiles son muy sensibles a las radiaciones de alta energ¨ªa y una explosi¨®n at¨®mica en la ¨®rbita terrestre baja da?ar¨ªa gravemente servicios de telecomunicaciones, navegaci¨®n y meteorolog¨ªa
El 14 de febrero pasado, Michael Turner, presidente del Comit¨¦ de Inteligencia de la C¨¢mara de Representantes estadounidense, emiti¨® una declaraci¨®n en la que advert¨ªa de ¡°una seria amenaza a la seguridad nacional¡±. Poco despu¨¦s, la Casa Blanca confirm¨® sus sospechas de que Rusia estaba desarrollando un arma antisat¨¦lite de gran potencia. No se utiliz¨® la palabra nuclear, pero estaba impl¨ªcita en la declaraci¨®n.
El 20 del mismo mes, un indignado Vlad¨ªmir Putin desminti¨® tales afirmaciones declar¨¢ndose ¡°categ¨®ricamente opuesto al despliegue de armas nucleares en el espacio¡± y exigiendo, de paso, que todos los gobiernos ratificasen los tratados de prohibici¨®n vigentes. Solo dos meses despu¨¦s, en abril, Jap¨®n y EE UU presentaron en el Consejo de Seguridad de la ONU una proposici¨®n para reforzar la validez del actual tratado, que tiene ya 57 a?os. Rusia la vet¨®, contradiciendo as¨ª las afirmaciones del propio Putin. Y el 17 de mayo despegaba desde Plesetsk el Cosmos 2576, un sat¨¦lite militar cuya ¨®rbita suger¨ªa que se trataba de un prototipo de un nuevo ingenio antisat¨¦lite. Por ahora, sin carga nuclear.
?Qu¨¦ sentido tiene estacionar armamento at¨®mico en el espacio? Atacar un objetivo terrestre desde ¨®rbita exige esperar horas ¡ªa veces, d¨ªas¡ª hasta tenerlo a tiro. Es mucho m¨¢s ¨¢gil un misil bal¨ªstico o uno de crucero. O la t¨¦cnica de bombardeo por ¨®rbita fraccionaria, experimentada por la Uni¨®n Sovi¨¦tica en los a?os 1960; y m¨¢s tarde prohibida, en el marco de los acuerdos SALT II.
Otra cosa es si se trata de inutilizar sat¨¦lites del enemigo. Tambi¨¦n existen varias maneras ¡ªproyectiles cin¨¦ticos o armas de proyecci¨®n de energ¨ªa¡ª, pero sin duda, la m¨¢s expeditiva consiste en detonar cerca un ingenio nuclear. Tanto EE UU como la URSS han realizado ensayos de este tipo, siempre bajo el pretexto de hacer investigaciones cient¨ªficas, no con fines agresivos. El primero fue la estadounidense operaci¨®n Argus, en 1958, que consisti¨® en detonar seis cabezas nucleares de baja potencia sobre el Atl¨¢ntico Sur; y los sovi¨¦ticos, en 1961 y 1962, hicieron cinco lanzamientos desde un pol¨ªgono en Kazajist¨¢n.
Pero el m¨¢s sonado de todos esos ensayos nucleares en el espacio fue la operaci¨®n Starfish Prime. El 9 de julio de 1952, un cohete Thor lanzado desde un atol¨®n a 1.500 kil¨®metros al oeste de Haw¨¢i llev¨® al espacio una bomba de un megat¨®n y medio. A popa iban un par de c¨¢psulas recuperables cargadas de c¨¢maras y equipos de medici¨®n para analizar el resultado de la prueba. El ingenio, de 700 kilos de peso, hizo explosi¨®n a 400 kil¨®metros de altura ¡ªcasi a la distancia a la que orbita la Estaci¨®n Espacial Internacional¡ª. Ya era de noche, as¨ª que el resplandor pudo verse perfectamente desde Honolulu, la capital hawaiana, como un impresionante despliegue de fuegos artificiales que dur¨® cosa de un cuarto de hora.
Pero no todo fue espect¨¢culo. El pulso electromagn¨¦tico generado por la explosi¨®n result¨® mucho m¨¢s potente de lo esperado. Caus¨® apagones y da?¨® redes el¨¦ctricas y telef¨®nicas de las islas Haw¨¢i y dej¨® fuera de servicio a media docena de sat¨¦lites, entre ellos el Ariel ¡ªel primer sat¨¦lite brit¨¢nico¡ª y uno sovi¨¦tico. Tambi¨¦n cre¨® un cintur¨®n de radiaci¨®n en torno a la Tierra que tardar¨ªa meses en disiparse.
Todos estos efectos palidecen en comparaci¨®n con los sufridos en territorio sovi¨¦tico como resultado de sus propios ensayos. Al producirse la detonaci¨®n sobre territorio habitado, las redes a¨¦reas, tanto el¨¦ctricas como telef¨®nicas, actuaron como antenas en las que se generaron pulsos de millares de amperios. Los aisladores no pudieron resistir la sobrecarga, saltaron fusibles y sistemas de protecci¨®n; y el da?o lleg¨® a afectar a una central el¨¦ctrica que abastec¨ªa la capital. Qued¨® claro que una explosi¨®n at¨®mica en el espacio tendr¨ªa consecuencias devastadoras en el suelo.
Todo esto suced¨ªa hace sesenta a?os, en el contexto de la Guerra Fr¨ªa. Nunca m¨¢s se deton¨® un ingenio nuclear en el espacio. Ahora, con la nueva y tensa situaci¨®n internacional, vuelven a recrudecerse las amenazas. ?Qu¨¦ suceder¨ªa si estalla una cabeza de varios megatones a 200 kil¨®metros sobre nuestras cabezas?
En 1962 solo orbitaban la Tierra dos docenas de sat¨¦lites artificiales. Hoy pasan de diez mil. Aunque muchos son militares, la mayor¨ªa da servicios civiles de comunicaciones, meteorolog¨ªa o GPS. Internet funciona en parte a trav¨¦s de enlaces orbitales; del mismo modo, bancos y bolsas sincronizan operaciones mediante se?ales horarias transmitidas desde sat¨¦lites. Tambi¨¦n los navegadores de nuestros autom¨®viles. Un ataque nuclear indiscriminado ocasionar¨ªa un estropicio colosal. Solo quedar¨ªan a salvo aquellos sat¨¦lites que en ese momento se encontrasen protegidos al otro lado del planeta.
Para los ciudadanos que en el momento de la explosi¨®n estuviesen en zona de noche, la lluvia de protones y electrones crear¨ªa una intensa ¡ªpero breve¡ª aurora artificial, probablemente mucho m¨¢s brillante que las debidas a causas naturales. Podr¨ªa verse en cualquier lugar del mundo, incluso en el ?frica tropical o en la Amazon¨ªa.
Armas que tambi¨¦n da?an al agresor
Pero aquellos que se encontrasen cercanos al punto de explosi¨®n no disfrutar¨ªan tanto del espect¨¢culo. Tan solo un fogonazo de luz comparable a un segundo sol, seguido de una lluvia invisible de rayos X, consecuencia de las reacciones nucleares que implica un estallido termonuclear. Una bomba de hidr¨®geno ¡ªde fusi¨®n¡ª utiliza como detonador una bomba at¨®mica ¡ªde fisi¨®n¡ª y la energ¨ªa desprendida tanto en calor como en radiaci¨®n es consecuencia de la suma de ambas. Obviamente, cuanto m¨¢s cerca se est¨¦, peor.
Algunos sat¨¦lites militares suelen estar blindados, pero la mayor¨ªa de los civiles son muy sensibles a las radiaciones de alta energ¨ªa. Sencillamente, protegerlos resulta demasiado caro e incrementar¨ªa mucho su peso. Los semiconductores de los paneles solares, en particular, son las primeras piezas en verse afectadas, pero la radiaci¨®n puede llegar a destruir los propios adhesivos que los mantienen unidos a la estructura. Los equipos ¨®pticos tambi¨¦n resultar¨ªan afectados, particularmente aquellos que deben captar niveles muy bajos de luz, como los sensores estelares, que ayudan a orientar algunos sat¨¦lites. O las c¨¢maras multiespectrales utilizadas en la localizaci¨®n de recursos naturales.
El problema de un arma at¨®mica es que la detonaci¨®n afectar¨ªa por igual a los sat¨¦lites amigos o enemigos. Y tendr¨ªa que realizarse sobre territorio adversario para evitar que el pulso electromagn¨¦tico afectase a las instalaciones de tierra propias. El estallido destruir¨ªa de un golpe (o al menos degradar¨ªa mucho) la capacidad de las grandes constelaciones de sat¨¦lites, pero el precio a pagar ser¨ªa tan alto que el mismo agresor deber¨ªa pensarlo dos veces.
Otra posibilidad es recurrir a veh¨ªculos de impacto. Simplemente, hacer chocar el veh¨ªculo cazador contra su v¨ªctima. La colisi¨®n se programa con las trayectorias a contramarcha para que la velocidad combinada de ambos sea mayor. Y no hace falta un impacto directo. La mayor¨ªa de sat¨¦lites van erizados de paneles, antenas y p¨¦rtigas, as¨ª que basta con da?ar alguno de ellos para dejarlo fuera de uso.
Aunque esta t¨¢ctica tampoco resulta inocua para el propio agresor. Recordemos el caso del ensayo realizado por China en 2007, que lanz¨® un misil contra uno de sus propios sat¨¦lites (ya inactivo). El resultado fue una perdigonada de residuos que se mantuvo en ¨®rbita durante meses. Se contabilizaron unos 3.000 fragmentos de tama?o suficiente para detectarlos por radar, pero sin duda hab¨ªa muchos m¨¢s, indetectables. La mayor¨ªa ya ha ca¨ªdo, pero a¨²n queda un millar desplaz¨¢ndose en ¨®rbita baja. En 2021, Rusia repiti¨® una prueba similar con resultados igualmente desastrosos. Como resultado, de cuando en cuando, la estaci¨®n espacial ha de realizar una maniobra evasiva ante el peligro de choque con alguno de esos residuos.
Alternativas no nucleares
Se especula con una alternativa: un sat¨¦lite capaz de generar pulsos electromagn¨¦ticos de menos potencia, sin necesidad de hacer estallar armas nucleares. Deber¨ªa tener capacidad para aproximarse a sus objetivos e inactivarlos uno a uno con descargas m¨¢s controladas. Se sabe que varios sat¨¦lites rusos y chinos, llamados inspectores, ya han ensayado maniobras de acercamiento a otros sat¨¦lites ¡ªpropios¡ª. Y tanto estadounidenses como chinos llevan a?os operando una nave rob¨®tica, maniobrable y recuperable, cuyas misiones suelen alargarse durante muchos meses en ¨®rbita. Nunca se ha aclarado el prop¨®sito de sus largas misiones pero, al tratarse de veh¨ªculos militares, no hace falta mucha imaginaci¨®n para suponer a qu¨¦ se dedican.
Un sat¨¦lite asesino mediante pulsos electromagn¨¦ticos necesitar¨ªa disponer de una enorme fuente de energ¨ªa. As¨ª que las placas solares tradicionales est¨¢n descartadas; la soluci¨®n m¨¢s probable pasa por utilizar un reactor nuclear, que alimente a bobinas el¨¦ctricas desde las que se descargar¨ªa el fogonazo cuando alg¨²n sat¨¦lite enemigo estuviese al alcance. Es posible que el reciente Kosmos 2576 est¨¦ destinado a ensayar alguno de esos dispositivos, aunque no hay constancia de que lleve a bordo material nuclear.
En caso de que un conflicto escalase hasta llegar a utilizar armas orbitales, los objetivos estadounidenses m¨¢s preciados ser¨ªan sus sat¨¦lites esp¨ªa. Son similares a un telescopio Hubble, pero apuntan hacia abajo. Suele haber dos en servicio, siguiendo ¨®rbitas polares que les permiten pasar sobre todo el globo. Los servicios de inteligencia rusos conocen al detalle cu¨¢ndo sobrevuelan cada zona; y viceversa, la Fuerza Espacial estadounidense tambi¨¦n controla a sus equivalentes rusos.
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