H.P. Lovecraft y la sed cient¨ªfica en tiempos oscuros
El escritor de Providence sent¨ªa verdadera curiosidad ante la posible existencia de vida en otros planetas. Su afici¨®n a la astronom¨ªa, le llev¨® a escribir pol¨¦micas cartas a los editores de peri¨®dicos de la ¨¦poca
El escritor y maestro del terror c¨®smico, H.P Lovecraft (1890-1937) coleccionaba telescopios desde que era ni?o. Los acumulaba en su habitaci¨®n de Providence a esa edad en la que cualquier otro jugaba al escondite. De ah¨ª la curvatura permanente de su espalda.
Es posible imaginarlo, forzando la columna en una postura dif¨ªcil de mantener mientras descifra la caligraf¨ªa de la noche a trav¨¦s de la lente de uno de aquellos telescopios que amontona en su cuarto. Tambi¨¦n es posible comprender que aquello era un escape para ¨¦l, una fuga para el ensimismamiento en el que andaba sumido, y del que dio muestras desde que era un cr¨ªo atormentado por oscuras pesadillas.
El primero de todos los telescopios lo consigui¨® por correo; era algo as¨ª como un juguete de papel mach¨¦ mal fabricado. Pero poco despu¨¦s, su madre, a la que estuvo muy unido, le regal¨® uno mucho mejor que cost¨® 16,50 d¨®lares. Con este nuevo telescopio, Lovecraft acerc¨® los cr¨¢teres de la luna hasta sus ojos.
Porque Lovecraft sent¨ªa verdadera curiosidad ante la posible existencia de vida en otros planetas. Su afici¨®n a la astronom¨ªa, que defendi¨® con tes¨®n ante la corriente pseudocient¨ªfica representada por la astrolog¨ªa, le llev¨® a escribir pol¨¦micas cartas a los editores de peri¨®dicos de la ¨¦poca. El inter¨¦s cient¨ªfico del autor de Los mitos de Cthulhu lleg¨® por medio de la astronom¨ªa. Por lo mismo, sus primeros escritos publicados fueron art¨ªculos divulgativos que, si bien, resultan muy elementales, no por ello dejan de ser curiosos y, en algunos casos, muy acertados. Sin ir m¨¢s lejos, cuando contaba con 16 a?os escribi¨® acerca de la posibilidad de alcanzar la luna.
Para Lovecraft era tan probable que alg¨²n d¨ªa el ser humano consiguiese pisarla, como que ¡°si en el siglo XVIII alguien hubiese o¨ªdo hablar del tel¨¦fono, el fon¨®grafo, etc, se hubiese mostrado tan incr¨¦dulo como la persona m¨¢s esc¨¦ptica que pueda ahora estar leyendo estas l¨ªneas.¡± Eso fue lo que escribi¨® en uno de aquellos art¨ªculos. Pero lo sorprendente viene unos p¨¢rrafos despu¨¦s, cuando Lovecraft enumera las tres formas de alcanzar la luna.
La primera ser¨ªa disparando un proyectil tripulado. La bala gigante se pondr¨ªa en ¨®rbita por medio de un ca?¨®n de grandes dimensiones, lo que nos lleva hasta la lanzadera de los cohetes. La segunda forma de alcanzar la luna ser¨ªa enga?ando a la ley de la gravedad con un utillaje fabricado para la ocasi¨®n, algo impracticable para ¨¦l, ya que, seg¨²n afirmaba, nada es capaz de sustraerse a la acci¨®n de la gravedad cuando se trata de utilizar un material resistente a la fuerza gravitatoria. Por ¨²ltimo, Lovecraft se siente esperanzado ante la fuerza de repulsi¨®n el¨¦ctrica para propulsar lo que denomina proyectil tripulado.
Como vemos, la consciencia cosmol¨®gica de Lovecraft se adelant¨® a los tiempos. Los citados art¨ªculos salieron en el diario Gazette News de Asheville (Carolina del Norte) y hoy aparecen recopilados en castellano bajo el t¨ªtulo El Astronomicon (El paseo), un acertado homenaje al poeta latino Marco Manilio y a su poema astron¨®mico titulado de igual forma, el m¨¢s antiguo que se conoce acerca de la descripci¨®n astron¨®mica del cosmos.
El citado volumen recopilatorio viene acompa?ado por una introducci¨®n a cargo de su traductor, ?scar Mariscal, donde nos presenta al Lovecraft menos conocido hasta ahora, es decir, al divulgador de la ciencia astron¨®mica. Es aqu¨ª, en este manual donde se aprecia el hambre y la sed de conocimiento cient¨ªfico de un hombre introvertido, cuya atormentada vida interior dio origen a un mundo lleno de monstruos viscosos y terrores siderales que, con el tiempo, cristalizaron en literatura.
Cuando muri¨®, todav¨ªa conservaba su primer telescopio, un fraude de papel mach¨¦ que nunca le acerc¨® el cielo estrellado hasta sus ojos. Tal vez por eso, Lovecraft ejercit¨® la imaginaci¨®n hasta crear un cielo propio, a imagen y semejanza del cielo de la noche, cuyo reflejo sacudi¨® la piel de la Tierra y las profundidades marinas, originando monstruos gelatinosos capaces de alcanzarnos en lo m¨¢s profundo de nuestro inconsciente.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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