?Qu¨¦ pasa con el medio ambiente en Espa?a?
Estamos llegando al punto en el que dejaremos de darle palos a la naturaleza, pero solo porque cada vez hay menos espacio donde atizar

Hist¨®ricamente, los espa?oles nunca nos hemos distinguido por nuestro respeto por la naturaleza, salvo en su condici¨®n de reserva de recursos naturales y de vertedero inabarcable. En puridad, como dec¨ªa Miguel Delibes, las relaciones del hombre con la naturaleza, como las relaciones con otros hombres, siempre se han establecido a palos. Pero es dif¨ªcil saber si esa actitud tiene un origen gen¨¦tico, aunque parece improbable, o, simplemente, es el resultado de tener una naturaleza envidiable, unos paisajes admirables y una flora y fauna excepcionales, de los que abominamos posiblemente por su gratuidad. Y es tan espa?ol aquello de despreciar lo que nos viene dado sin esfuerzo alguno.
Curiosamente, entre los temas que llegan a los despachos jur¨ªdicos, juzgados y fiscal¨ªas de Espa?a se entremezclan asuntos objetivamente graves y muy serios con valoraciones del tipo de: ¡°Es que los operarios del Ayuntamiento han cortado la rama de un ¨¢rbol que rozaba graciosamente la ventana de la habitaci¨®n de mi hija, cometiendo con ello un delito ambiental¡±. La prensa diaria ofrece muy interesantes ejemplos al respecto.
No s¨¦ qu¨¦ me lleva a pensar que hay algo realmente extra?o en la actitud de los espa?oles frente al medio ambiente. A veces tengo la impresi¨®n de que el espa?ol de a pie vive en dos dimensiones espacio-temporales: una como feliz consumidor de todos los bienes y servicios que nos proporciona la sociedad moderna, de los que no puede prescindir, y, otra, como frustrado ambientalista, consciente de que algo no est¨¢ haciendo bien, aunque aun as¨ª es incapaz de cambiar de modo de conducta. Y es que la zona de confort, aun a diferentes niveles, es mucha zona de confort, por m¨¢s que conceptos como el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono u otros muchos vengan siendo repetidos, de manera casi machacona, por numerosos medios de comunicaci¨®n. Al final todo ello, y aun a fuerza de insistir, hace el mismo efecto que si pasara un carro, como se sol¨ªa decir en mi querido pueblo natal, en un contexto profunda y arraigadamente agr¨ªcola.
Es interesante rese?ar, confirmando lo dicho, que si por algo se caracteriza la conciencia medioambiental de los espa?oles, es por su debilidad, seg¨²n un interesante estudio publicado en el a?o 2010 por el Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas. Seg¨²n sus conclusiones: ¡°Si se parte de la consideraci¨®n de que el ciudadano ecol¨®gico es aquel en quien concurren no solo el cumplimiento de las obligaciones legales ambientales, sino tambi¨¦n un cierto n¨²mero de virtudes morales y disposiciones pr¨¢cticas hacia el entorno, se constata que el ciudadano ecol¨®gico espa?ol ¡ªtodav¨ªa¡ª no existe. Y esta ausencia constituye un evidente obst¨¢culo para la transici¨®n de la sociedad espa?ola hacia la sostenibilidad¡±. Y, seguramente, poco hemos cambiado desde el a?o 2010 hasta hoy.
Por si esto fuera poco, tampoco tenemos ning¨²n l¨ªder paradigm¨¢tico y arrebatador que nos dirija por la, ?correcta?, ruta ambiental, que nos haga replantearnos nuestro modus vivendi o, lo que es m¨¢s simple, nos inste a recapacitar sobre tan penosa situaci¨®n. Esto tampoco me sorprende en absoluto porque adem¨¢s, posiblemente, ni los queremos. Recuerdo las inacabables sorpresas de Gerald Brenan, al regresar a Espa?a en el a?o 1949, tras su precipitada huida en plena Guerra Civil, y reencontrarse con paisajes, lugares y, sobre todo, con gente que hab¨ªa conocido en sus estancias previas. Todo ello lo plasma admirablemente en su magn¨ªfico libro La Faz de Espa?a. La visita, acompa?ado de su esposa, se concentr¨® por el sur y centro de la Pen¨ªnsula. Pero, sobre todo, recuerdo la zozobra del autor cuando al llegar a C¨®rdoba, tras una frustrante estancia en M¨¢laga, y preguntar por el poeta Luis de G¨®ngora y Argote, aprovechando que visitaba su ciudad natal, acaba declarando: ¡°Hasta que conoc¨ª a don Jos¨¦ Rey fui incapaz de conocer a una sola persona en C¨®rdoba que hubiera o¨ªdo hablar de G¨®ngora¡±. Lo m¨¢s inquietante es la frase que sigue, cuando Brenan expresa, sin tapujos, lo siguiente: ¡°Sospecho que en el fondo ning¨²n espa?ol cree realmente que existen los grandes hombres, o si lo cree, se resiente de ellos. Si se tomara la molestia, piensa, ¨¦l podr¨ªa hacerlo tan bien o mejor.¡± Su reflexi¨®n es apabullante¡
Y no es que estemos desnortados, porque, como acabo de decir, informaci¨®n la hay, adem¨¢s de sobra y al alcance de todos, solo que no queremos salir de nuestra zona de confort. As¨ª de simple.
Lamentablemente me temo que estamos llegando al punto en el que dejaremos de darle palos a la naturaleza, pero solo porque cada vez hay menos espacio donde atizar y, en breve, ser¨¢ la propia naturaleza la que empezar¨¢ a darnos palos a nosotros. Y si no, ojo al dato, emulando a aquel pol¨¦mico y afamado periodista deportivo que tanto debate provocaba. Por cierto, qu¨¦ pena que aquellos debates sobre el deporte en las ondas no se reflejen hoy, ni por asomo, en lo que a la conservaci¨®n de la naturaleza se refiere. Es m¨¢s que evidente que no nos importa tanto¡ ni de lejos.
Antonio Vercher Noguera es el fiscal coordinador de Medio Ambiente en Espa?a.
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