Los cinco segundos que acaban con un mundo en La Robla
Este municipio leon¨¦s vive con tristeza el derrumbe de las emblem¨¢ticas torres de refrigeraci¨®n de su central de carb¨®n y mira ahora al hidr¨®geno
Cinco segundos pueden ser un suspiro, una eternidad, un punto de inflexi¨®n o todo a la vez. Es el caso de La Robla (Le¨®n), que contiene la respiraci¨®n cuando campanas cantan la una en punto. El silencio se adue?a de esta localidad hasta que un trueno resquebraja esta quietud. Despu¨¦s, polvo y m¨¢s quietud. Las dos torres de refrigeraci¨®n de la hist¨®rica central t¨¦rmica de carb¨®n que ha sustentado a varias generaciones del lugar caen a golpe de dinamita. La nueva era de la producci¨®n energ¨¦tica sustituir¨¢ esas gigantes y contaminantes instalaciones de hormig¨®n por una planta de hidr¨®geno, un cambio de ciclo que rubrica la ca¨ªda de la miner¨ªa. La monta?a leonesa espera que la iniciativa moderna supla un sector hoy obsoleto que ha mantenido a la zona durante d¨¦cadas.
Las conversaciones en este pueblo de 3.700 vecinos resultan monotem¨¢ticas, solo interrumpidas por la ch¨¢chara del mercado de la plaza. All¨¢ donde se compran berzas y lentejas pardinas se debate sobre el derrumbe, que destruye unas torres de 100 metros de altura inoperativas desde 2020. Los tiempos mandan y la alternativa ahora es verde, algo que asumen en La Robla aunque duela ver c¨®mo concluye una ¨¦poca.
Recorrer el municipio evidencia una marcada brecha generacional. Carlota Prieto, de 18 a?os, Rebeca Rodr¨ªguez y B¨¢rbara Su¨¢rez, de 17, tienen familiares que han trabajado en esa planta abierta en 1971 y alimentada por carb¨®n, pero entienden que todo cambia: ¡°Nos apena, pero nos parece bien, que contamina mucho¡±. El acontecimiento merece unas pellas, admiten sin mucha culpabilidad, mientras que tres se?oras m¨¢s talluditas muestran otra postura un par de calles m¨¢s all¨¢. ¡°Nos parece muy mal, esas torres eran un monumento¡±, censura con amargura Dulce Gonz¨¢lez, de 68 a?os, que ha vivido el apogeo y declive de estas tierras en las que solo se mantiene activa la industria cementera tras el hundimiento del carb¨®n y de esta central.
Gonz¨¢lez exclama que incluso ha puesto como foto de perfil esa colosal pareja de hormig¨®n y reniega de las tesis ecol¨®gicas que amparan estos derrumbes. Emma Diez, de 65, respalda a su amiga y ruega que all¨¢ donde ¡°murieron como perros muchos mineros¡± broten alternativas laborales para esa juventud cada vez m¨¢s ahogada.
La empresa propietaria, Naturgy, ha decidido volar con 184 kilos de explosivos este emblema leon¨¦s porque tras su cese de actividad le era demasiado caro el mantenimiento. En su lugar impulsar¨¢n una planta para producir 9.000 toneladas anuales de hidr¨®geno verde, una fuente de energ¨ªa m¨¢s ecol¨®gica.
La vieja instalaci¨®n ya no serv¨ªa tras generar actividad econ¨®mica y buenos sueldos que acababan en los 42 bares que disfrutaban las 5.500 personas que habitaron la localidad en tiempos de bonanza. Ahora solo quedan 14 y al m¨¢s veterano de los hosteleros, Jose Carlos Alonso, de 59 a?os, le duele: ¡°Me juego la cabeza a que no quedamos ni 2.500 viviendo a diario¡±. La efem¨¦ride, ironiza entre caf¨¦s y tortillas, trae clientela: ¡°Ojal¨¢ volaran cosas todos los d¨ªas¡±.
Lo ocurrido en La Robla bebe de la tendencia continental de reemplazar esta producci¨®n energ¨¦tica por otras m¨¢s sostenibles, como ocurri¨® hace un a?o en Velilla del r¨ªo Carri¨®n (Palencia), donde tambi¨¦n reventaron las torres de la central que peinaron hist¨®ricamente los cielos y que tantas cuentas corrientes engrosaron. Desde 2011 se han cerrado 16 plantas de este tipo en Espa?a, donde solo quedan cinco operativas.
Quienes han volado son los amigos de ?ngela Gonz¨¢lez, de 26 a?os, que trabaja en Le¨®n ciudad, pero ha regresado por una temporada. Madrid y Barcelona han reclutado a j¨®venes faltos de empleo en sus or¨ªgenes, as¨ª que la alternativa planteada por Naturgy ofrece esperanza y alg¨²n recelo. ¡°El derribo estar¨¢ bien si ponen algo que traiga actividad; si no, estamos muertos¡±, sintetiza Gonz¨¢lez. El alcalde, Santiago Dorado (PSOE), defiende que m¨¢s all¨¢ de la nostalgia hay que mirar al futuro: ¡°Es un d¨ªa triste, pero m¨¢s triste es que se marchen los j¨®venes, se abre una etapa con proyectos importantes que traer¨¢n empleo e inversi¨®n¡±.
Jos¨¦ Antonio Diago, exconcejal de Izquierda Unida y extrabajador de la central durante 30 a?os, explica que las voces molestas actuales bien podr¨ªan haberse quejado hace d¨¦cadas para exigir recursos ante el cierre de la mina. ¡°No voy a ver al derribo porque me pondr¨ªa a llorar¡±, confiesa Diago, al contrario de quienes cogen buenas posiciones para ver lo que para unos es un espect¨¢culo y para otros un drama.
La terraza de Alejandro D¨ªez, de 70 a?os, se convierte en una tribuna ideal para contemplar la explosi¨®n. Al hombre, que entiende que los tiempos cambian, se le har¨¢ raro asomarse y no ver los torreones convertidos en escombros. Este guardia civil jubilado, que trabaj¨® para la Casa Real en tiempos de Franco y fue escolta de Juan Carlos I, con quien tomaba vinos en Nochebuena, regres¨® a La Robla buscando tranquilidad y colgar el traje oficial. All¨ª la ha encontrado, aunque con muchas persianas bajadas en locales donde antes hab¨ªa bullicio. El pueblo, lamenta, ha corrido la misma suerte que esas dos torres: ¡°Se ha ido todo para abajo¡±. En La Robla piensan que ahora depende del hidr¨®geno que vuelva a crecer.
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