Cuando la emergencia clim¨¢tica es algo cotidiano: ¡°La angustia se palpa en la b¨²squeda de maderas y metales para proteger las casas¡±
Este verano ha mostrado que a medida que avanza el calentamiento los fen¨®menos extremos son m¨¢s intensos y frecuentes. Un reportero residente en Miami y curtido en la cobertura de estos eventos describe c¨®mo es convivir con la amenaza
La primera vez que cubr¨ª un hurac¨¢n se me qued¨® grabada una escena. Conduc¨ªamos por las calles ya vac¨ªas de una zona de evacuaci¨®n obligatoria y pasamos por delante de una humilde casa de techos met¨¢licos. Hab¨ªan tapiado ventanas y puertas, y en la madera hab¨ªan escrito con pintura negra: ¡°4 adultos, 2 ni?os¡±. Al otro lado de la pared, una familia se hab¨ªa abandonado a su suerte y, conscientes de ello, hab¨ªan dejado un mensaje a los servicios de emergencia por si ocurr¨ªa lo peor.
Me invadi¨® una inmensa curiosidad. ?Por qu¨¦ se hab¨ªan encerrado all¨ª dentro, con ni?os, si llev¨¢bamos d¨ªas informando de mensajes catastr¨®ficos del gobernador de Florida, de alertas de los servicios de emergencia y de la huida de decenas de miles de vecinos?
Desde 2016 hasta ahora, he cubierto como periodista varios huracanes en Florida y Texas, y en todos se repite una clave para evaluar sus consecuencias: los mensajes de las autoridades y la planificaci¨®n de los residentes.
Adem¨¢s vivo en Miami Beach, considerado uno de los epicentros de las consecuencias m¨¢s palpables de un clima cada vez m¨¢s caliente y una naturaleza cada vez m¨¢s extrema. Aqu¨ª afrontamos alertas de hurac¨¢n cada a?o, pero tambi¨¦n el oc¨¦ano le est¨¢ ganando espacio a la isla y las mareas inundan nuestras calles con m¨¢s frecuencia. Ya m¨¢s de una docena de empresas aseguradoras han abandonado Florida por lo caro y riesgoso que les parece este mercado.
Con el inicio de la temporada de huracanes en mayo, el ayuntamiento env¨ªa a los residentes una revista para que estemos preparados. Toca almacenar agua embotellada, bater¨ªas port¨¢tiles, radio a pilas y bolsas aislantes para los documentos importantes. En esos d¨ªas consumo de forma adictiva el pron¨®stico que dise?a la autoridad meteorol¨®gica sobre la severidad de la temporada que empieza y acumulo conservas y productos no perecederos ¨Dcada a?o m¨¢s gourmet¨D.
Cada Estado y cada condado tienen sus propios planes de emergencias meteorol¨®gicos listos. Porque en Estados Unidos, donde el estereotipo dice que todo es m¨¢s grande y exagerado, tambi¨¦n su naturaleza parece m¨¢s ruda y salvaje: cada a?o vemos enormes incendios en California, inundaciones en Arizona, supertormentas de nieve en el noreste, tornados en el sur, alertas de tsunami en el Pac¨ªfico y, s¨ª, huracanes en Florida, que alimentan las manidas secciones de tiempo extremo en las televisiones nacionales e internacionales.
Los ¨²ltimos tres d¨ªas antes de la tormenta son cr¨ªticos: si no prestas atenci¨®n, ese peque?o logo de un hurac¨¢n dibujado en un mapa en un remoto punto del Atl¨¢ntico se ha convertido en un solemne mensaje televisado del gobernador advirtiendo de ¡°peligros mortales¡± en la esquina de tu casa.
En esa cuenta atr¨¢s, los hoteles alejados de la costa cuelgan el sold out [todo vendido] en cuesti¨®n de horas, las oficinas dan v¨ªa libre a los empleados para huir, las carreteras hacia el norte se taponan de coches y los billetes de avi¨®n a Nueva York alcanzan precios astron¨®micos.
Son unas horas clave que despojan de maquillaje a este pa¨ªs y revelan que vivimos en una naci¨®n con una desigualdad econ¨®mica end¨¦mica, una crisis nacional de soledad y, ahora tambi¨¦n, una brecha entre los informados y los desinformados.
En las horas previas, escala la crudeza para los que no pueden o no quieren huir: la angustia se palpa en la b¨²squeda de maderas y metales para proteger las casas, en los estantes vac¨ªos de los supermercados, y en las pocas estaciones de servicio donde queda algo de gasolina. Las rodean coches de polic¨ªa para controlar la agresividad de algunos clientes. (No termin¨¦ la serie francesa El Colapso, tan aclamada hace unos a?os, porque esa cuenta atr¨¢s preapocal¨ªptica me record¨® demasiado a las escenas previas a un hurac¨¢n).
Los mensajes al m¨®vil ¡ªcomo el que se envi¨® el pasado domingo en Espa?a por la dana, causando un notable revuelo¡ª van creciendo mientras se acerca el cicl¨®n. Mensajes de ahora o nunca. ¡°El hurac¨¢n se est¨¢ acercando a Florida, prep¨¢rese¡±. ¡°El hurac¨¢n se acerca: busque refugio ahora¡±. ¡°Alerta de emergencia: Advertencia de hurac¨¢n en esta ¨¢rea, chequee con los medios locales y las autoridades¡±. Ese ¨²ltimo mensaje, enviado de manera indiscriminada a cualquier dispositivo m¨®vil en el ¨¢rea, llega junto a un sonido agudo y penetrante, que te absorbe toda la atenci¨®n por unos segundos. Es el mismo sonido con el que alertan de un menor secuestrado o una persecuci¨®n policial en la autopista.
El hurac¨¢n Ian, que azot¨® la costa oeste de Florida hace un a?o, se convirti¨® en el m¨¢s mort¨ªfero en el Estado en casi un siglo, con al menos 149 muertos. El condado m¨¢s afectado, Lee, fue el que m¨¢s tard¨® en enviar ¨®rdenes de evacuaci¨®n obligatoria. Se emitieron un d¨ªa despu¨¦s que en los condados aleda?os, malgastando horas muy preciadas para huir. Varios vecinos me dijeron despu¨¦s que nunca recibieron alertas ni entendieron la magnitud.
Veleros arrastrados por el aire
Se acercaba un cicl¨®n de fuerza monstruosa que arrastr¨® veleros por el aire, redujo edificios de cuatro plantas a unas escaleras de hormig¨®n, y destruy¨® los puentes que conectan las islas del ¨¢rea con la pen¨ªnsula.
¡°No tuvimos idea de la magnitud de lo que iba a pasar. Yo no me percat¨¦ de un aviso de las autoridades¡±, me dijo Omar Enr¨ªquez, un inmigrante mexicano, rodeado por su pareja y sus tres hijos. Cuando los conoc¨ª, el maletero de su coche se hab¨ªa convertido en su ¨²nico armario y dorm¨ªan en dos colchones inflables en un comedor prestado. Su hogar qued¨® devastado.
La familia Enr¨ªquez no evacu¨® a tiempo. En plena tormenta, cuando su techo se estaba levantando, huyeron en coche con los ni?os tierra adentro. Se calcula que unas 700 personas pasaron el hurac¨¢n all¨ª, dentro de Fort Myers Beach, la zona cero. Cuando entr¨¦ con los rescatistas al ¨¢rea, en cobertura para Telemundo, me intrigaba por qu¨¦ tantos vecinos se quedaron. Algunos me dec¨ªan que no se hab¨ªan enterado de las alertas y no lo hab¨ªan visto en Facebook.
Muchos citaban las redes ¨Dcuidadas por algoritmos¨D como fuente de informaci¨®n, y no las televisiones o peri¨®dicos locales. Por eso, si hubieran funcionado bien, las alertas de las autoridades en los m¨®viles eran la herramienta m¨¢s transversal, m¨¢s universal y democr¨¢tica, a falta del antiguo ritual de ver el telediario.
En 2016, el d¨ªa despu¨¦s del hurac¨¢n, volvimos a la casa tapiada. Estaba rodeada de ¨¢rboles partidos y ya con la puerta abierta. El padre nos recibi¨® con una camiseta de number one dad [padre n¨²mero uno]. Nos explic¨® que no estaban pendientes de las advertencias y no confiaban en las autoridades. Prefirieron quedarse a cuidar lo ¨²nico que ten¨ªan, la casa.
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