Huye r¨¢pido, vete lejos
'Huye r¨¢pido, vete lejos' es otra apasionante y enigm¨¢tica novela negra de Fred Vargas. En ella su estilo —que le ha merecido un gran reconocimiento tanto de cr¨ªtica como de p¨²blico en su Francia natal— brilla con m¨¢s fuerza que nunca.
I
Y entonces, cuando las serpientes, murci¨¦lagos, tejones y todos los animales que viven en la profundidad de las galer¨ªas subterr¨¢neas salen en masa a los campos y abandonan su h¨¢bitat natural: cuando las plantas que dan frutos y las leguminosas empiezan a pudrirse y a llenarse de gusanos (?).
II
Los individuos en Par¨ªs caminan mucho m¨¢s r¨¢pido que en Guilvinec. Hac¨ªa mucho tiempo que Joss lo hab¨ªa constatado. Cada ma?ana, los peatones flu¨ªan por la Avenue du Maine a una velocidad de tres nudos. Este lunes, Joss estuvo a punto de alcanzar los tres nudos y medio, al tratar de corregir un retraso de veinte minutos. Todo por culpa de los posos del caf¨¦ que se hab¨ªan derramado en su totalidad sobre el suelo de la cocina.
Aquello no lo hab¨ªa cogido por sorpresa. Joss comprend¨ªa desde hac¨ªa tiempo que las cosas est¨¢n dotadas de una vida secreta y perniciosa. el mundo de las cosas estaba evidentemente repleto de una energ¨ªa completamente concentrada en joder al hombre, a excepci¨®n quiz¨¢s de algunas piezas del casco que no lo hab¨ªan agredido nunca, seg¨²n su memoria de marino bret¨®n. El m¨¢s m¨ªnimo error de manipulaci¨®n provocaba a menudo toda una serie de calamidades en cadena, que pod¨ªan ir del incidente desagradable a la tragedia, al ofrecerle a la cosa una libertad repentina, por m¨ªnima que fuese. El tap¨®n que se escapa de los dedos constituye, en menor grado, un modelo b¨¢sico. Porque un tap¨®n suelto no viene rodando hasta los pies del hombre en modo alguno. Se ovilla tras la cocina, malamente, en busca de inaccesibilidad, como la ara?a, y desencadena para su depredador, el Hombre, una sucesi¨®n de pruebas variables: desplazamiento de la cocina, rotura del tubo de enganche, ca¨ªda de utensilios, quemaduras. El caso de esta ma?ana hab¨ªa procedido de un desencadenamiento m¨¢s complejo, inaugurado por un error benigno de lanzamiento que hab¨ªa provocado el debilitamiento de la bolsa de la basura, desplome lateral y desparramamiento del filtro del caf¨¦ por el suelo. as¨ª es como las cosas, animadas por un sentimiento de venganza leg¨ªtimamente provocado por su condici¨®n de esclavas, consiguen a su vez, en momentos breves pero intensos, someter al hombre a su poder latente, hacen que se retuerza y se arrastre como un perro, y no se apiadan ni de mujeres ni de ni?os. No, Joss no confiar¨ªa en las cosas por nada en el mundo, como tampoco confiaba en los hombres ni en la mar. Las primeras os roban la raz¨®n, los segundos, el alma y la tercera, la vida.
Como hombre aguerrido que era, Joss no hab¨ªa desafiado a su suerte y hab¨ªa recogido el caf¨¦ como un perro, grano a grano. Hab¨ªa cumplido sin protestar la penitencia y el mundo de las cosas se hab¨ªa vuelto a replegar bajo el yugo. Aquel incidente matinal no era nada, en apariencia s¨®lo una contrariedad banal, pero para Joss, que no se equivocaba, era un recordatorio claro de que la guerra entre hombres y cosas prosegu¨ªa y de que en este combate el hombre no sal¨ªa siempre vencedor, ni mucho menos. Recordatorio de tragedias, de nav¨ªos sin m¨¢stil, de bous despedazados y de su barco, el Viento de Norois, que hab¨ªa hecho agua en el mar de Irlanda el 23 de agosto a las tres de la ma?ana con ocho hombres a bordo. Dios sab¨ªa sin embargo cu¨¢nto hab¨ªa respetado Joss las exigencias hist¨¦ricas de su bou y lo conciliadores que se hab¨ªan mostrado el uno con el otro, hombre y barco. Hasta aquella maldita noche de tormenta en la que ¨¦l hab¨ªa golpeado la cubierta con el pu?o, dominado por un ataque de ira. El Viento de Norois, que ya estaba casi acostado sobre estribor, hab¨ªa hecho bruscamente agua por la parte de atr¨¢s. Con el motor ahogado, el bou parti¨® a la deriva en medio de la noche, con los hombres achicando el agua sin descanso, para detenerse al final sobre un arrecife al alba. Hac¨ªa de esto ya catorce a?os y dos hombres hab¨ªan muerto. Catorce a?os desde que Joss hab¨ªa molido al armador del Norois a patadas. Catorce a?os desde que Joss hab¨ªa dejado el puerto de Guilvinec, tras nueve meses en la trena acusado de lesiones con intenci¨®n de causar la muerte, catorce a?os desde que casi toda su vida se hab¨ªa escapado por aquella grieta en el casco de la nave.
Joss descendi¨® por la Rue de la Ga?t¨¦, con los dientes apretados, masticando el furor que lo inundaba cada vez que el Viento de Norois sal¨ªa a la superficie sobre las crestas de sus pensamientos. En el fondo, no ten¨ªa nada que reprocharle al Norois. El viejo bou s¨®lo hab¨ªa reaccionado al golpe haciendo crujir su tablaz¨®n podrido por los a?os. Estaba seguro de que el barco no hab¨ªa sopesado el alcance de su breve rebeld¨ªa, inconsciente de su edad, de su decrepitud y de la potencia de las olas aquella noche. Seguro que el bou no hab¨ªa deseado la muerte de los dos marinos y seguro que ahora, desde el fondo del mar de Irlanda donde descansaba como un imb¨¦cil, lo sent¨ªa. Joss le enviaba con bastante frecuencia palabras de consuelo y de absoluci¨®n y cre¨ªa que, como ¨¦l, el barco era capaz ahora de conciliar el sue?o, que se hab¨ªa construido otra vida, all¨¢, como ¨¦l aqu¨ª, en Par¨ªs.
Sin embargo, no habr¨ªa absoluci¨®n para el armador.
—Venga, Joss le Guern —hab¨ªa dicho d¨¢ndole golpecitos en el hombro—, a¨²n har¨¢ que cabalgue otros diez a?os ese barcucho. ?l es fuerte y usted sabe dominarlo.
—El Norois se ha vuelto peligroso —repet¨ªa Joss obstinadamente—. Gira sobre s¨ª mismo y su cubierta est¨¢ deformada. Los paneles de la bodega est¨¢n gastados. No respondo de ¨¦l si hay tormenta. Y el bote ya no se adapta a las normas.
—Conozco mis barcos, capit¨¢n Le Guern —hab¨ªa respondido el armador endureciendo el tono—. Si tiene miedo del Norois, cuento con diez hombres dispuestos a reemplazarlo con un solo chasquido de dedos. Hombres que no se espantan y que no gimen como bur¨®cratas por culpa de las normas de seguridad.
—Pero yo tengo a tres muchachos a bordo.
El armador aproximaba su rostro, gordo, amenazante.
—Si se le ocurre, Joss Le Guern, ir a lloriquear a la capitan¨ªa del puerto, se encontrar¨¢ en
la calle antes de poder reaccionar. Y de Brest a Saint-Nazaire no encontrar¨¢ ni a un solo tipo con quien embarcarse. Le aconsejo que reflexione bien, capit¨¢n.
Pr¨®xima entrega: "El tercer hombre" de Graham Greene.
Babelia
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