Psiquiatras, psic¨®logos y otros enfermos
A veces, la felicidad es un estado sospechoso. Nada puede ser tan perfecto. Y, si lo es, enseguida aparece un psiquiatra que nos hace dudarlo y que, adem¨¢s, nos aligera el bolsillo. Un libro de Rodrigo Mu?oz Avia
A la venta desde el 10 de mayo
CAPITULO 1. El d¨ªa que explot¨¦
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Hola. Me llamo Rodrigo. Rodrigo Montalvo Letellier. Antes de ir al psiquiatra yo era una persona feliz. Ahora soy disl¨¦xico, obsesivo, depresivo y tengo diemo a la muerte, o sea, miedo. En el psiquiatra he aprendido que la palabra felicidad es una convenci¨®n que carece de sentido. He aprendido que el hecho de volver a ser feliz alg¨²n d¨ªa no s¨®lo es imposible, sino completamente imposible. Ahora me pregunto m¨¢s cosas de las que me gustar¨ªa: sobre la muerte y sobre la vida.
Vivo en un chalet adosado de la urbanizaci¨®n Parque Conde de Orgaz, cerca de la calle Arturo Soria, en Madrid. Estoy casado. Mi mujer se llama Patricia, pero todos la llamamos Pati. Tengo dos hijos, Marcos y Bel¨¦n. Marcos tiene diez a?os y Bel¨¦n seis. Por las noches, cuando Pati est¨¢ ya metida en la cama esper¨¢ndome, y mis hijos llevan m¨¢s de dos horas durmiendo, me gusta salir al jard¨ªn y orinar en alg¨²n ¨¢rbol o parterre. Por lo general, cuando esto ocurre, el gato de mis hijos, que, aparte de ser un animal esquizofr¨¦nico, conserva todav¨ªa algunos instintos, orina exactamente en el mismo lugar donde yo acabo de hacerlo.
El gato de mis hijos es un gato persa himalayo de un tama?o descomunal, y su principal peculiaridad es que en vez de maullar, ladra. Esto lo digo completamente en serio, aunque nadie me cree nunca. Ese gato, a diario, cuando llego a casa para comer y abro la puerta del garaje con el mando a distancia, me dirige su mirada cruzada desde lo alto de su columna (una de las columnas de ladrillos que delimitan la cancela exterior) y emite unas extra?as ventosidades con la boca, sonidos guturales muy secos y cortos, que si no fuera porque provienen de un gato, nadie dudar¨ªa en denominar ladridos.
El gato de mis hijos, o perro, o lo que sea, se llama Arnold, supongo que porque mis hijos pensaron que se parec¨ªa a su ¨ªdolo Arnold Szenchwaseger... o Schwasnezeger... o Schnegerwasze... bueno, no lo s¨¦; hay nombres imposibles, sobre todo para un disl¨¦xico como yo. Arnold tiene el morro aplastado, como si hubiera tenido un choque frontal con otro gato de la misma zarra, y cuando te mira parece que no te est¨¢ mirando, como si su ojo izquierdo s¨®lo pudiera mirar a su ojo derecho y su ojo derecho s¨®lo pudiera mirar a su ojo izquierdo, y s¨®lo sus dientes, asomando como piedras incrustadas en su morro aplastado, estuvieran atentos a cada uno de tus movimientos.
Arnold me tiene man¨ªa. Cuando era s¨®lo un cachorro de unas cuantas semanas se orin¨® encima de un grabado antiguo que me hab¨ªa regalado mi mujer y yo lo tir¨¦ a la piscina (al gato, no al grabado) de donde, sin apenas tocar el agua, sali¨® rebotado hasta el borde, como si el agua y sus patas hubieran hecho un cortocircuito el¨¦ctrico. Desde entonces, Arnold me ladra cada vez que llego a casa, porque me considera un intruso indeseable en su territorio, y todas las noches, antes de que yo vuelva a entrar en casa, tiene buen cuidado de orinar all¨ª donde yo lo he hecho, para que, a ser posible, no quede el menor rastro de mi existencia.
Una de mis aficiones favoritas es mi gran maqueta de tren, y una de las aficiones favoritas de Arnold es pasearse por encima de mi maqueta y dar toquecitos con la pata a los ¨¢rboles y los sem¨¢foros y al tren que sale en ese momento de uno de los innumerables l¨²tenes, o sea, t¨²lenes. Ver a Arnold encima de la maqueta es como ver a un oso polar encima de la maqueta. Me saca de quicio, pero he aprendido que es mejor no perder los nervios y dejar que sea ¨¦l mismo, el oso, quien escoja el momento de desaparecer.
Pati y yo tenemos dos coches, un todoterreno y un utilitario con el cambio autom¨¢tico. Yo s¨®lo utilizo el coche para ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. A Pati le pasa lo mismo, pero su caso es m¨¢s grave, porque ella trabaja a trescientos metros de casa, en el centro comercial Arturo Soria Plaza. Ni a ella ni a m¨ª nos gustan mucho los coches ni les prestamos mucha atenci¨®n. Yo lo ¨²nico que le pido a los coches es que funcionen, porque me parece lo normal, y cuando veo que alguno de sus accesorios falla me pongo muy nervioso y pienso en cosas que no me gustan.
Mi madre y mi hermana Nuria me dicen que para qu¨¦ quiero un coche todoterreno si jam¨¢s voy al campo. Mi madre y mi hermana son sensatas por igual. Son como las dos orillas de un r¨ªo separadas por un cauce arrollador de insensatez, o sea, yo, y tambi¨¦n mi padre, que es todav¨ªa m¨¢s insensato que yo. Yo les digo que no voy a ir al campo por el mero hecho de tener un coche todoterreno, sobre todo cuando ir al campo es una cosa que no me gusta nada en absoluto. La raz¨®n por la que tengo un coche todoterreno es mucho m¨¢s sencilla: es el coche, entre todos los que vi, que m¨¢s me gust¨® y que m¨¢s me apetec¨ªa tener. Pens¨¦ que era un coche fiable, fuerte y seguro. No me gusta la velocidad. Me gusta conducir desde arriba y ver el techo de los dem¨¢s coches. Yo tomo pastillas para los nervios (esas pastillas que los psiquiatras comenzaron a recetarme para acabar con los nervios que ellos mismos me produc¨ªan), y prefiero pensar que si me quedo dormido y me estrello contra un muro, el coche va a ser lo suficientemente resistente para salvar mi diva, o sea, mi vida, que es lo que importa. Hay gente a la que le importa m¨¢s el coche que su propia diva. A m¨ª s¨®lo hay una cosa que me importa m¨¢s que mi propia vida: la vida de Pati, de Marcos, de Bel¨¦n, de mis padres, de mi hermana Nuria y de otros cuantos familiares y amigos a los que quiero especialmente.
El ¨²nico deporte que soporto, hasta el punto incluso de gustarme, es el (creo que se llama as¨ª) ice packing. El ice packing es un deporte tan absurdo que me hace gracia. No es muy conocido, al menos aqu¨ª en Espa?a, pero yo lo veo siempre en el canal Eurosport de la televisi¨®n por sat¨¦lite. El ice packing es una mezcla de petanca y de bolos, pero sobre una superficie de hielo. La verdad es que aunque lo he visto muchas veces todav¨ªa no he llegado a entender bien las reglas. El caso es que las participantes arrojan, muy lentamente, una especie de plataforma con asa (como una gran tetera, pero sin pitorro) por la superficie de hielo, con el objetivo, creo, de conseguir que se detenga lo m¨¢s cerca posible de un punto que hay pintado bajo el hielo. Para ello adoptan una postura muy rid¨ªcula parecida a la de los jugadores de bolos pero mucho m¨¢s agachada, aunque una vez lanzada la tetera, y si ¨¦sta va demasiado despacio, la propia lanzadora y las otras dos componentes de su equipo se dedican a frotar el hielo por delante con una especie de escoba pulidora. Es rid¨ªculo, ya lo s¨¦, pero tiene algo tan pausado y delicado que me gusta verlo. Es un deporte rar¨ªsimo, lleno de teteras y de escobas, y, curiosamente, practicado s¨®lo por mujeres, tengo entendido.
Hace tres a?os que Pati decidi¨® poner su propio negocio en el centro comercial Arturo Soria Plaza. Se trata de una tienda de marcos que comparte con otras dos socias, sus amigas Myriam y Carolina. Nunca he entendido c¨®mo semejante tienda puede resultar rentable, pero al parecer lo es. Mi mujer trabaja s¨®lo por las ma?anas, pero muchas tardes, cuando estamos tranquilamente en casa, yo la oigo hablar por tel¨¦fono durante horas. Habla de los tipos de madera, los barnices, los colores, el ancho de los paspart¨²s, los cristales, el pan de oro, el craquelado, el metacrilato, la ligereza del metacrilato, los descuentos, los clientes pesados, los clientes insoportables y los clientes literalmente asesinables. Por cierto, lo de que Pati tenga una tienda de marcos y nuestro hijo se llame Marcos es una coincidencia que s¨®lo nuestro hijo tiene que padecer. Sus amigos le llaman ?inglete?, o ?veinte por veinticinco?.
Los monjes budistas, los eremitas, las personas capaces de dedicarse a la vida contemplativa consideran que la m¨¢xima pureza y la m¨¢xima profundidad se alcanzan con la m¨¢xima sencillez. Son personas desprendidas de todo lo material y s¨®lo se necesitan a s¨ª mismas, su interior, para alcanzar una vida plena. Por mi parte me hallo muy lejos de semejantes objetivos. Yo reconozco que necesito rellenar el espacio que me rodea con objetos de toda clase: microondas, agendas electr¨®nicas, barbacoas y rascavidrios. Reconozco que me da pavor el espacio vac¨ªo y el tiempo desocupado. El trabajo es un invento magn¨ªfico que te rellena cinco de los siete d¨ªas de la semana. Ocupar los dos d¨ªas del fin de semana no es tarea f¨¢cil. Nada me inquieta m¨¢s que el s¨ªndrome del parado o del jubilado. Tambi¨¦n me inquieta el s¨ªndrome de los muertos, solos en un espacio peque?o, alejados de sus personas y objetos queridos, desprendidos de todo como un budista. Entiendo m¨¢s a los faraones, acompa?ados por siempre de sus alhajas, vasijas y enseres queridos.
Los fines de semana solemos pasarlos en casa. Yo tengo mi maqueta de tren y me gusta pasar el tiempo sentado al control de mandos y haciendo girar los trenes. Entre todos mis trenes el AVE es mi favorito, aunque desgraciadamente descarrila siempre que lo llevo a m¨¢s de 12 voltios. Tambi¨¦n me entretengo construyendo nuevas casas e instalaciones, aunque como ya no me caben en la maqueta, me dedico a coleccionarlas sobre una estanter¨ªa.
Tambi¨¦n nos gusta montar en bicicleta. Marcos, Bel¨¦n y yo vamos al pinar que est¨¢ cerca de casa y recorremos los caminos. Marcos protesta de que tengamos que esperar siempre a Bel¨¦n, pero Bel¨¦n todav¨ªa es muy peque?a y no puede ir m¨¢s deprisa. Hace un par de meses Marcos y yo hicimos un sprint y nos distanciamos unos doscientos metros de Bel¨¦n. Mientras la esper¨¢bamos y recuper¨¢bamos, al menos yo, el resuello, Marcos me pregunt¨® el significado de la palabra ?masturbarse?. Quise saber d¨®nde hab¨ªa o¨ªdo esa palabra y me cont¨® que su amigo Julio, paseando por el pinar con sus padres, hab¨ªa visto a un hombre masturbarse. Afortunadamente Bel¨¦n lleg¨® junto a nosotros antes de que yo pudiera responder a Marcos. Cuando le cont¨¦ a Pati lo que hab¨ªa pasado, ella lo consider¨® l¨®gico y normal, pero yo no pude considerar l¨®gico y normal que Marcos me hiciera esa pregunta, ni que el exhibicionista de la urbanizaci¨®n siguiera masturb¨¢ndose en el bosque, ni que el tiempo hubiera pasado tan deprisa desde que yo le preguntara a mi padre qu¨¦ significaba ?hacerse una paja? y mi padre me respondiera que ¨¦l tampoco lo sab¨ªa y que habr¨ªa que pregunt¨¢rselo al m¨¦dico.
La figura del exhibicionista del pinar es una de las m¨¢s antiguas de nuestra urbanizaci¨®n, aunque tengo que reconocer que yo nunca lo he visto. A veces pienso que es uno de esos mitos que la gente se inventa, como la mano negra que sal¨ªa de los retretes en mi colegio, pero lo cierto es que cada tres o cuatro meses se crea un gran esc¨¢ndalo en nuestra urbanizaci¨®n ante una presunta aparici¨®n del hombre de la gabardina. Dicen que la gabardina que lleva es de marca —no s¨¦ qui¨¦n tiene tiempo para fijarse— y eso les hace pensar que el exhibicionista es del barrio. As¨ª es la gente de mi urbanizaci¨®n: est¨¢n convencidos de que s¨®lo ellos en el mundo tienen dinero, o derecho a tenerlo, o derecho a comprar determinadas marcas. Tambi¨¦n dicen que el exhibicionista es en realidad un esp¨ªritu, el esp¨ªritu de don Luis Guijarro, empresario extreme?o que, por lo visto, muri¨® en el propio pinar en brazos de una prostituta. En fin, no lo s¨¦. Yo, ante la duda, cuando tengo que comprarme una gabardina, procuro compr¨¢rmela de las baratas, por si acaso.
Mi hijo Marcos tiene la personalidad de los guepardos. Es r¨¢pido, fuerte, astuto y competitivo, pero al mismo tiempo es fr¨¢gil y sensible, necesita el apoyo de sus semejantes y las heridas le hacen m¨¢s da?o que a nadie. Marcos siempre est¨¢ haciendo cosas (y espero que ning¨²n psic¨®logo indague nunca en la raz¨®n profunda que le lleva a hacerlas): mata moscas, bebe agua, rompe vasos, sube las escaleras, las baja, coge la bici, pega cromos, tiene una idea, tiene dos ideas, tiene tres ideas, empieza una, empieza la otra, empieza las tres.
Bel¨¦n, al contrario, posee la personalidad de los armadillos. Los armadillos son esos animales que viven en Am¨¦rica del Sur y que tienen todo su cuerpo recubierto de un caparaz¨®n compuesto por diferentes placas articuladas. Es decir, son como topos, pero recubiertos con una armadura. Son lentos y poco sociables, pero invulnerables. Cuando advierten peligro se enrollan sobre s¨ª mismos y se protegen bajo su caparaz¨®n. Tienen unas u?as muy fuertes que les sirven para buscar tub¨¦rculos, ra¨ªces e insectos con los que alimentarse. En definitiva, son poco espectaculares pero autosuficientes. Como Bel¨¦n, pendiente s¨®lo de sus cosas y de su mundo, e impermeable a cualquier agresi¨®n exterior.
Los documentales que m¨¢s me gustan son los que comparan aspectos concretos del comportamiento en distintos animales. Por ejemplo: la reproducci¨®n de las ballenas, los elefantes, los hipop¨®tamos y las personas. Un d¨ªa le dije a un psiquiatra que mi hijo era como un guepardo y mi hija como un armadillo y me dijo que se trataba de comportamientos especulares, en espejo, y que cada uno se defin¨ªa como reacci¨®n al otro. No lo s¨¦. A m¨ª ¨¦sa me parece una conclusi¨®n demasiado f¨¢cil. Los psiquiatras siempre tienen que encontrar una teor¨ªa que lo explique todo, como si en el mundo no pudieran ocurrir un mont¨®n de cosas por casualidad, porque s¨ª. Yo prefiero pensar que Marcos es un guepardo y Bel¨¦n un armadillo, y que nadie les ha dado la oportunidad de escoger.
De mi constituci¨®n f¨ªsica no voy a hablar demasiado. Mido 1,76, un cent¨ªmetro menos que mi padre, y soy muy delgado, con las piernas y los brazos de alambre, como dice mi madre. Soy moreno, y todos los pelos que tengo los tengo donde deben estar, en la cabeza. Por el contrario apenas tengo vello en el resto del cuerpo. Tengo cejas, y pesta?as, por supuesto, y si no me afeito pueden llegar a salirme unos cuantos pelos en la barbilla y en el bigote, pero nada m¨¢s. Sinceramente creo que soy una persona afortunada en este aspecto. Los pelos que brotan en lugares poco oportunos producen en m¨ª cierta desaz¨®n. Un trozo de piel desnudo, sin pelos, es hermoso. Un trozo de piel alfombrado de pelos me da dentera, lo mismo que un trozo de piel de melocot¨®n le da dentera a mi mujer. Hace poco he o¨ªdo que el pelo de los muertos sigue creciendo durante una temporada. La verdad es que es una cosa muy rara, pero, pens¨¢ndolo bien, preferir¨ªa no hablar mucho de esto. Los muertos.
Los pelos de Arnold son blancos, cortos y lov¨¢tiles, y Marcos le hace tragar una vez a la semana una pomada para que no se le hagan bolas de pelos en el est¨®mago. La naturaleza es tan poco sabia que, al parecer, un animal que pasa la mitad de su tiempo lami¨¦ndose el cuerpo puede morir por culpa de la cantidad de pelos que traga. Menos mal que el hombre, que es mucho m¨¢s sabio que la naturaleza, ha inventado esa pomada disolvente de pelos, una especie de desatascador para gatos. Cuando Arnold ve a Marcos con el tubo de pomada, corre a su encuentro y se le sube encima, porque el sabor de la pomada le gusta tanto que quiere chupar directamente del tubo, tal como hace Bel¨¦n con el tubo de leche condensada. La leche condensada tambi¨¦n debe de tener algo disolvente, porque a mi hija siempre le produce diarrea.
Trabajo en la empresa Germ¨¢n Montalvo, que es una marca de ascensores bastante conocida y que vende en todo el pa¨ªs. Germ¨¢n Montalvo es adem¨¢s el nombre de mi padre. Hace m¨¢s de treinta y cinco a?os que mi padre cre¨® la empresa y desde entonces su valor no ha hecho m¨¢s que crecer. Hoy d¨ªa tenemos m¨¢s de trescientos empleados y diecisiete delegaciones repartidas por toda Espa?a. Antes de fundar su propia empresa, mi padre trabajaba en la multinacional del ascensor Schindler, pero un buen d¨ªa, ¨¦l y su amigo Jaime D¨¢vila decidieron llevarse todos los conocimientos adquiridos en Schindler y crearon su propia empresa: Montalvo & D¨¢vila. Siete a?os m¨¢s tarde D¨¢vila muri¨® y mi padre compr¨® su parte a la hija y los viudos, o sea, la viuda y los hijos. Entonces cambi¨® el nombre de la empresa, porque ya era completamente suya.
Yo he trabajado en Germ¨¢n Montalvo desde los veinticinco a?os. Empec¨¦ desde abajo: mi padre, como buen hombre de empresa, no quiso ponerme las cosas f¨¢ciles. Hoy ocupo un despacho casi tan grande como el de mi padre y pegado al suyo. Mi padre tiene ya setenta y cuatro a?os y aunque viene todos los d¨ªas a la f¨¢brica, la ¨²nica misi¨®n que le queda es la de despachar un rato conmigo. Es lo que yo llamo ?transmisi¨®n de poderes?, un antiguo ritual basado en la idea de que, por el momento, ¨¦l puede morir y yo no. Esta idea no est¨¢ del todo justificada y a veces pienso que, al igual que hacen el Rey y el Pr¨ªncipe de Espa?a, mi padre y yo deber¨ªamos viajar siempre en coches separados, y de esta forma evitar que los dos muramos en el mismo accidente y todo aquello que s¨®lo nosotros sabemos sobre la empresa se pierda irremediablemente.
Nuestra f¨¢brica est¨¢ en un pol¨ªgono industrial de Coslada, cerca de la carretera de Barcelona. Hace tres a?os, inauguramos unas oficinas nuevas en el parque empresarial del Campo de las Naciones, junto a la M-40, m¨¢s cerca todav¨ªa de casa, pero mi padre y yo seguimos conservando nuestro despacho en la f¨¢brica, porque ¨¦se nos parece el aut¨¦ntico centro neur¨¢lgico de la empresa, el lugar donde se hacen materialmente los ascensores, el lugar donde uno asiste diariamente al prodigio de la t¨¦cnica y del trabajo en equipo. Esto no lo digo yo, lo dice mi padre, pero yo tengo que estar de acuerdo. Nosotros vendemos elevadores el¨¦ctricos e hidr¨¢ulicos, montacargas y montacoches, plataformas elevadoras, puertas de garaje, escaleras mec¨¢nicas, elevadores panor¨¢micos, salvaescaleras y montaplatos. Adem¨¢s de vender, tenemos nuestro propio servicio de instalaci¨®n y reparaci¨®n. Hoy en d¨ªa mi trabajo consiste b¨¢sicamente en supervisar. Es estupendo supervisar cuando no tienes a nadie que te supervisa. Aunque en realidad mi trabajo consiste en ser due?o, y eso no es tan f¨¢cil, porque ser due?o significa que puedes hacer lo que te da la gana pero que en realidad nunca lo haces. Yo faltaba m¨¢s d¨ªas al trabajo cuando empec¨¦ como ayudante de montaje que ahora que soy due?o. Tener libertad para hacer lo que te da la gana es una responsabilidad demasiado grande, y puede llegar a angustiarte bastante.
Mi padre es una persona un tanto especial y no me resulta muy f¨¢cil describirla. La gente dice que yo tengo un car¨¢cter parecido al suyo. Quien m¨¢s me lo dice es mi madre, pero en su caso s¨®lo ocurre cuando est¨¢ enfadada conmigo y no encuentra un insulto peor que decirme: eres igualito que tu padre. No lo s¨¦. Puede que yo tenga algo de la personalidad disparatada de mi padre, pero sinceramente creo que entre ambos todav¨ªa hay un abismo, entre otras cosas porque yo no tengo setenta y cuatro a?os y no he alcanzado todav¨ªa ese grado de senilidad necesaria para que la opini¨®n de los dem¨¢s te importe exactamente lo mismo que te importa un r¨¢bano. ?ltimamente mi padre ha decidido gastar la mayor parte de su tiempo en darse ba?os de sol y en acechar a su asistenta nueva en la cocina. Esto puede que lo haya hecho antes con otras asistentas, pero es que ahora no lo disimula ni lo m¨¢s m¨ªnimo.
Nuestro chalet adosado s¨®lo est¨¢ adosado por un lado, el izquierdo seg¨²n se entra, donde est¨¢ el chalet de Nuria, mi hermana, que a su vez est¨¢ adosado por el otro lado a la casa de mis padres. Esto no quiere decir que en mi familia estemos tan locos y nos queramos tanto que nos hayamos comprado tres chalets contiguos. Lo que quiere decir es que la casa de mis padres era muy grande y decidieron dividirla en tres para que, despu¨¦s de casarnos, pudi¨¦ramos vivir cerca de ellos, nosotros y nuestros hijos.
Ni en mi casa ni en la de Nuria hay ascensor, pero en la de mi padre s¨ª. Lo ha habido toda la vida: un ascensor que recorre cuatro plantas, desde el garaje hasta el estudio abuhardillado del tejado, y cuya ¨²nica funci¨®n ha sido siempre la de servirnos a nosotros, Nuria y yo, y ahora tambi¨¦n a Marcos y Bel¨¦n, de excelente entretenimiento para pasar la tarde. Lo primero que hacen mis hijos cuando llegan a casa de mis padres es montarse en el ascensor y subir y bajar de un piso a otro y echar carreras a ver si son capaces de bajar m¨¢s r¨¢pido por las escaleras. Mis padres, que no entienden que nosotros no hayamos puesto un ascensor en casa, y que siempre lo defienden como instrumento de primer¨ªsima necesidad, no lo utilizan nunca, porque curiosamente dicen que a su edad es bueno trabajar las piernas y subir las escaleras andando. Yo creo que en realidad les da miedo quedarse encerrados dentro, lo que pasa es que eso no se atreven a decirlo.
La ciudad favorita de mi padre es Nueva York. Creo que no hace falta que explique las razones por las que, aunque ¨¦l las niegue, este fabricante de ascensores adora la ciudad de los rascacielos. Pod¨¦is imaginarlo en su para¨ªso particular, subido en cada uno de los ascensores de la ciudad, pulsando ¨¦l mismo los botones de los pisos, observando el dise?o futurista de las cabinas, disfrutando de unas velocidades para las que sus arcaicas concepciones del ascensorismo no est¨¢n preparadas. Sinceramente creo que lo que m¨¢s valora mi padre de los ascensores de Nueva York no es que sean muy r¨¢pidos o muy modernos: lo que m¨¢s valora es que son muchos, much¨ªsimos, tantos que ni cien empresas como la suya podr¨ªan dar servicio a semejante volumen de clientes.
Mi hermana Nuria es dos a?os m¨¢s peque?a que yo y seguramente por no seguir el p¨¦simo ejemplo que yo fui para ella, ha sido siempre muy buena estudiante. Todo el mundo dice que se parece mucho a mi madre. Las dos son muy delgadas, las dos son altas, las dos se ti?en el pelo de rubio y las dos han votado siempre a la derecha. La diferencia fundamental entre ellas es que Nuria es espa?ola y mi madre es francesa, y aunque lleve m¨¢s de cuarenta a?os en Espa?a sigue considerando un error que las ?erres? no se pronuncien como las ?ges?, y que las ?uves? no se pronuncien como las ?efes?. Mi padre dice que en Francia mi madre nunca habr¨ªa podido presumir de ser francesa, y que por eso se vino a Espa?a. Mi padre se mete mucho con mi madre pero no sabe vivir sin ella. Mi madre se mete mucho con mi padre, pero en realidad se ha desvivido siempre por ¨¦l, y ha hecho todo por su felicidad.
Nuria es notario, o notaria, y est¨¢ casada con Ernesto, que adem¨¢s de ser psiquiatra, siega el c¨¦sped dos d¨ªas a la semana, y camina durante una hora todos los d¨ªas antes de cenar, y los fines de semana practica el bricolaje, y dice que, por mucho que yo me empe?e en lo contrario, ninguna de estas actividades est¨¢ relacionada en su caso con el miedo a la muerte. A diferencia de mi madre, Nuria no se desvive demasiado por su marido. Es Ernesto quien se desvive por ella, entre otras cosas porque Nuria le saca una cabeza. Ernesto y Nuria no tienen hijos. Las razones las desconozco.
Lo ¨²nico que tenemos en com¨²n Ernesto y yo es que los dos odiamos al gato Arnold, pero por aquello de que el gato es de mis hijos yo tiendo a protegerle y a veces hasta me ofendo cuando Ernesto se mete con ¨¦l y protesta de que se haya comido sus claveles chinos. Cuando Ernesto poda la parte de su seto lindante con nuestro jard¨ªn, Arnold se sube al cerezo y le observa, y si a Ernesto se le ocurre corresponderle la mirada, entonces Arnold empieza a ladrarle, con ese estilo tan caracter¨ªstico y tan ¨²nico de Arnold, y que en estas ocasiones tanta gracia me produce.
Bien. No s¨¦ si he conseguido presentarme correctamente, pero al menos lo he intentado. Una parte de lo que yo soy me la debo a m¨ª mismo; otra a mis padres y a mi hermana Nuria; otra a Pati y mis hijos, y otra a las cosas del mundo: la puerta del garaje contra la que me abr¨ª la cabeza a los seis a?os, el tobog¨¢n desde el que resbal¨¦ a los ocho, o el borde de la piscina contra el que me part¨ª la nariz a los trece. Ya est¨¢.
Por las noches me gusta por encima de cualquier otro el momento de meterme en la cama y cubrirme con la funda n¨®rdica. Desde la paz y el calor de nuestra habitaci¨®n oigo pasar el coche de la empresa de vigilancia que patrulla la urbanizaci¨®n toda la noche. Cada media hora aproximadamente, se acerca hasta nuestra habitaci¨®n el sonido de ese Ford Fiesta cascado, parecido al de un taxi, y que antes de que te des cuenta ya est¨¢ alej¨¢ndose de nuevo, entre una interminable colecci¨®n de chalets parecidos al nuestro. El sonido del coche de vigilancia es como una m¨²sica arrulladora que nos permite dormir y que salvaguarda la paz de nuestras conciencias. Los espor¨¢dicos ladridos de Arnold, pele¨¢ndose con otros gatos, nos recuerdan que en algo somos distintos de nuestros vecinos.
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