Generaci¨®n espont¨¢nea
Una novela de Christophe Ono-dit-Biot, en la que un joven finge ser autor de un antiguo e hipn¨®tico libro, para conseguir dinero y fama... Una combinaci¨®n que desata una espiral de mentiras y locura medi¨¢tica de resultados imprevisibles... y muy peligrosos
A la venta desde el 3 de julio
PRIMERA PARTE
Me ca¨ª a la piscina
Dentro de dos a?os tendr¨¢ treinta, dentro de dos a?os estar¨¢ muerto.
La sensaci¨®n de fracaso se ha hecho insoportable. Las idas y venidas de los gorros de ba?o por las calles de la piscina tienen el aspecto de un baile macabro, m¨®rbido y repetitivo. Lo peor son las planchas, frenan el ritmo de los buenos nadadores y siembran ciza?a en el agua clorada. Tiene veintiocho a?os y hoy, igual que ayer, pasa las p¨¢ginas de Gala, o las de Voici, con el silbato alrededor del cuello, una camiseta blanca, un ba?ador negro y unas chancletas azul fuerte en los pies. No es m¨¢s gilipollas que cualquier otro, s¨®lo un poco m¨¢s perezoso, y hoy eso se paga caro. Llamar la atenci¨®n a un tipo que ha ?olvidado? ponerse el gorro, tranquilizar a un chaval que se tira en bomba encima de sus amiguitos? Axel ya no aguanta m¨¢s la mesa sobre la que vegeta la prensa rosa de hace dos semanas, ni el radiocasete port¨¢til del gandul de Marco que escupe reggae como un mon¨®tono ruido: lleva seis meses desplomado en su silla plegable, durmiendo el ciego de hierba e intentando, cuando abre un ojo, ligar con Florence, la ¨²nica chica del equipo. Axel se levanta, da cien pasos por el borde de la piscina y si tiene suficiente energ¨ªa vocifera a todo el mundo. Desde primera hora de la tarde, con un humor de perros, espera el bendito momento en el que, por fin, podr¨¢ desgarrar con sus cansadas extremidades la superficie desierta de ba?istas, y nadar voluptuosamente durante una hora, a crawl o a mariposa, antes de volver a su casa. Es inhumano estar todo el d¨ªa delante de ese agua y no tener la posibilidad de sumergirse en ella.
Dentro de dos a?os ser¨¢ demasiado tarde.
Le llaman desde los vestuarios. Otra vez los maricas. Les aprecia, pero la arman continuamente. Echarles la bronca siempre le coloca en una situaci¨®n de homofobia que le hace sentirse culpable durante d¨ªas. Axel llega al medio de la sala embaldosada. Completamente desnudos, se embadurnan de aceites esenciales delante del espejo. Los vestuarios son mixtos y las ni?as abren los ojos como platos ante la anatom¨ªa de aquellos narcisos de piscina: ??Por qu¨¦ ese se?or no tiene pelos como t¨²??. Los padres cogen a sus cr¨ªos; una madre se atreve a increparles: ??Se?ores, que hay cabinas!?. E inmediatamente escucha c¨®mo le responden en el mismo tono: ??Nunca has visto un pene??. Axel debe intervenir, de modo indolente les pide que se cubran. Ellos se encogen de hombros esbozando una ir¨®nica sonrisa. Se siente un miserable con esas chancletas y el silbato de poli, vuelve a la piscina con la espalda encorvada. Su orgullo se encabrita al ver a Marco y a Florence tirados en sus sillas ligando. Tan pasivos ante la vida. ?l no es como ellos. Se jura a s¨ª mismo que no es como ellos y se niega a ser como ellos. S¨®lo le quedan dos a?os, m¨¢s o menos, lo sabe. Es una dura lecci¨®n que le ha pasado por delante de las narices mientras le¨ªa una entrevista a F¨¦licia. Incluso se la ha aprendido de memoria a fuerza de leerla una y otra vez? F¨¦licia?
El mon¨®tono ballet de gorros multicolores le da ganas de practicar tiro al plato. No obstante, es demasiado f¨¢cil tomarla con los dem¨¢s. Consulta el reloj de la pared —?por fin!— y se lleva el silbato a la boca para dar la orden de evacuaci¨®n. Los ba?istas la obedecen. La avalancha se dirige hacia las duchas. A menudo siente la tentaci¨®n de bajar la temperatura del agua dos o tres grados, s¨®lo para castigarles por hacerle sufrir todas las tardes, pero siempre se echa atr¨¢s. ?Por qu¨¦ tomarla con los dem¨¢s? ?l es el ¨²nico responsable de su ineptitud.
Marco y Florence se marchan juntos. Todav¨ªa no van agarrados, pero no tardar¨¢n. Axel se r¨ªe de ellos. Ve demasiado sexo a su alrededor, en la tele, en el cine o en los carteles publicitarios. En cambio, ve tan poco sentimiento que tiende a pensar que ya no existe. O que ¨¦l es uno de los ¨²ltimos rom¨¢nticos. F¨¦licia? Por imposible y plat¨®nico que sea ese amor, alimenta su odio, y mucho mejor para ¨¦l.
Por fin solo bajo la b¨®veda de hormig¨®n, sube a la plataforma de salida marcada con el n¨²mero uno y se alza por encima de la superficie que se ha vuelto tan sosegada como un lago. La piscina para ¨¦l solo: es su ¨²nico lujo, su ¨²nico placer, que, por otra parte, comparte con todos los monitores de nataci¨®n del planeta.
Axel estira los brazos, dobla todo el cuerpo hacia los tobillos, flexiona las rodillas y de un golpe se lanza. Planea un breve instante por el aire, luego desgarra con rabia la pantalla l¨ªquida para tocar con las palmas de la mano el fondo enlosado sobre el que nada roz¨¢ndolo con el torso. Casi dos largos sin coger aire siquiera. Vuelve a la superficie y empieza a nadar con un poderoso y regular crawl que hace que le suban las pulsaciones m¨¢s de lo conveniente y, entre una agitada espuma, fuerza la m¨¢quina a velocidad de crucero. Respira por segunda vez, ya no nota que est¨¢ nadando y, como de costumbre, deja a su cerebro dar vueltas a un pensamiento bucle que se ha hecho tan obsesivo como una mala canci¨®n del verano: F¨¦licia.
Intangible e intocable, F¨¦licia. Su placer y su tortura. Su para¨ªso y su condena. Su dama de corazones y su dama de picas.
Ella le atormenta, le pasa su propia ineptitud por la cara. Tambi¨¦n se podr¨ªa decir que le motiva. F¨¦licia, esa morenita que cuando baila se envuelve en gestos artificiales, una bella mujercita superdotada, detestada sin ser detestable (¨¦l lo sabe por intuici¨®n), con el cabello recogido para mostrar aplomo dentro del despiadado mundo en el que se mueve.
Nada a¨²n m¨¢s r¨¢pido, pasa a estilo mariposa para vaciar mejor su cuerpo de los posos de hast¨ªo y de pronto se para. Es la primera vez que le ocurre eso. El ¨²nico momento luminoso de su rutina le deja fr¨ªo. Su ¨²nico placer ya no lo es? Se le pasar¨¢. Continuar. No pensar en nada. Axel hace otro largo y vuelve a detenerse. No hay nada que hacer. Axel se siente mareado. Sale penosamente de la piscina y se va a la ducha. Tampoco disfruta de ella. Se enjabona sin alegr¨ªa, se aclara y se viste con rapidez. Cierra sin energ¨ªa la enorme verja verde y vuelve a su casa andando, extenuado y triste, con el cuello sint¨¦tico de su chaqueta de ch¨¢ndal lastimosamente levantado para evitar el fr¨ªo. Pasa rozando la pared, borracho de celos del mundo entero. Se siente un asesino en serie en potencia.
En el sal¨®n de su min¨²sculo apartamento se duerme con Pascal Bataille y Laurent Fontaine. En otro ambiente social completamente distinto se habr¨ªa dormido con Georges Bataille y Jean de La Fontaine. Los tiempos han cambiado.
Duerme mal. Cuando cierra los ojos, el severo rostro de F¨¦licia le mira de arriba abajo con dureza como para empujarle a reaccionar. F¨¦licia?
Para servirles
—?Y un bacalao en escabeche, uno para el se?or! —anuncia Lorant con br¨ªo. El tipo encorbatado sonr¨ªe cuando el plato humeante aparece ante ¨¦l—. ?Estaba buena la sopa de mejillones?
El cliente asiente con aspecto alegre.
Hace dos a?os que trabaja de camarero para pagar el alquiler del pisito de dos habitaciones en Stalingrad. Menos jodido que ser un vendedor en precario de la Fnac, que lo fue durante el a?o que estudiaba el ¨²ltimo curso de biolog¨ªa; menos peligroso que mensajero, profesi¨®n de alto riesgo que ejerci¨® durante tres meses por necesidad de movilidad. Despu¨¦s de todo, aqu¨ª est¨¢ en un ambiente agradable, se codea con gente selecta y disfruta de una generosa pitanza antes de empezar su turno. Es verdad que echa de menos la biolog¨ªa, pero hay que ganarse la vida, y adem¨¢s Myriam sue?a con un viaje.
Dos clientes hablan de literatura.
—En septiembre, la nueva temporada va a ser de miedo —suelta el devorador de sopa de mejillones—. Una actriz porno se lanza al ruedo y un cr¨ªtico despiadado de la UMP* vapulea a Chirac.
—Qu¨¦ interesante —responde el segundo mientras mastica una chuleta casi cruda—. Respecto a la actriz, a ver qu¨¦ pasa. ?Es una vieja que lo deja o una t¨ªa joven que empieza?
—Empieza, pero te aseguro que con esto su cotizaci¨®n va a subir. Es una antigua estudiante que no quiere acabar de profesora. No la han violado en un s¨®tano ni es una hija de pap¨¢, es licenciada en filosof¨ªa. Estoy dudando si pedirle a Onfray que escriba un pr¨®logo?
—?Crees que es de su cuerda?
—Ya veremos. Adem¨¢s de eso tengo un trapicheo con TotalProd para el futuro vencedor de Salto a la fama. T¨² mant¨¦n la boca cerrada. Si esto se corre sabr¨¦ de d¨®nde ha salido?
—No te preocupes. En cualquier caso, haces bien en apostar por t¨ªtulos fuertes, porque con los setecientos cincuenta libros que se esperan?
Lorant vuelve a la cocina. Un filete a la coimbresa y una cazuelita de chipirones para la mesa ocho, en donde como todas las semanas el ?granescritor?, M¨¦rignac, come con su directora de comunicaci¨®n, una mujer de gafas que a Lorant le parece pintoresca por sus chaquetas de cuadros y sus dos botellas de San Pellegrino. ?l la saluda siempre y ella no le reconoce nunca. Parece transparente. Por cierto, eso le dicen muy a menudo, empezando por sus padres.
Le llaman de la cocina. Lorant es un chico feliz. Ni siquiera tiene sue?os. S¨®lo espera que todo esto dure un poquito. Es feliz en su restaurante, feliz con sus clientes, aunque esa gente tan ocupada no se fije en ¨¦l. Le falta originalidad y todav¨ªa m¨¢s carisma, pero ama a Myriam y Myriam le ama a ¨¦l. Jos¨¦, el cocinero portugu¨¦s que naci¨® en Villetaneuse, le echa la bronca para que acelere el ritmo. Todav¨ªa sirve media docena de mesas m¨¢s dejando caer, de vez en cuando, un breve comentario bien colocado sobre el bacalao del Algarve o el pollo asado flambeado al Oporto, hace varias facturas (pues en lo que coinciden todos esos prestigiosos clientes es en que nunca pagan de su bolsillo, ?pero la cultura tiene todo el derecho a tener ciertos derechos?, piensa siempre con mucho respeto), luego se quita el delantal. El jefe recibe ese d¨ªa a un artista que quiere exponer sobre las paredes una serie de figuras de yeso. Estilizados bacalaos. ?El restaurante parece el lugar ad hoc?, deja caer el escultor al se?or Correia, que r¨ªe la gracia. Lorant sonr¨ªe, se fuma un pitillo con Jos¨¦ y vuelve a casa.
Myriam todav¨ªa no ha regresado de la escuela. Se conocieron a los diecisiete a?os y nunca m¨¢s se han separado. Ella ha triunfado en la vida. Es feliz y eso es lo que hace feliz a Lorant. Una contaminaci¨®n positiva. El otro d¨ªa ella le cont¨® que como estaba nublado los cr¨ªos le pidieron permiso para cantar una canci¨®n buscando que saliera el sol. ?Y hab¨ªa funcionado! Los chavalitos se revolcaron por el suelo de alegr¨ªa, convencidos de que hab¨ªa una uni¨®n inalterable entre sus peque?os seres y las fuerzas elementales de la Naturaleza. Myriam adora a los ni?os y los libros infantiles, los colecciona desde hace a?os. Esos que cuentan historias cortas, edificantes y propician sue?os, y sobre todo los que tienen ilustraciones bonitas, aut¨¦nticos trabajos de artistas pintados con gouache o grabados. ?Deber¨ªas intentar escribir cuentos?, le dijo ¨¦l dulcemente una noche. ?No tengo talento?, respondi¨® ella con tristeza, antes de volver a sumergirse en la lectura del ¨²ltimo Levy que la relaja despu¨¦s del trabajo. Levy Marc, ni Bernard-Henri ni Primo, a los que le¨ªa cuando estudiaba. As¨ª es la vida: uno se engancha cuando es joven y luego se deja llevar. Se sue?a con una gran casa y se acaba en un pisito.
Lorant sonr¨ªe. No echa nada de menos, si acaso hay un asunto al que da vueltas de vez en cuando. A pesar de lo que la vida le ha dado, un traje de camarero y una cara de pajarillo reci¨¦n ca¨ªdo del nido con pelo claro y ojos tristes, Myriam sigue am¨¢ndole. ?Por qu¨¦? Los milagros no se deben explicar, trae mala suerte.
Mira el reloj. Las cuatro. Esperar¨¢ a que ella vuelva para preparar un t¨¦. Dos horas de descanso antes de regresar al restaurante para el turno de noche, por lo general menos duro. Duda en abrir un Nothomb —igual que con Levy, Myriam compra uno todos los a?os—, pero, poco atrevido, se inclina por un libro de cuentos para cr¨ªos de primero de infantil, Los tres ositos juegan a contar, cuando suena el tel¨¦fono.
—Hola, soy Axel.
La voz es dura.
—?Qu¨¦ tal?
El otro lo elude:
—Tengo que hablar contigo. ?Puedes venir?
—Estoy esperando a Myriam y luego voy al restaurante.
—A Myriam la ver¨¢s por la noche. Te necesito, no puedo esperar.
El suspiro que Axel a?ade hace que se decida. Si hay algo muy arraigado en Lorant es su sentido de la amistad. Cuelga, garabatea una tierna nota para el ?amor de su vida? y la pega con un im¨¢n de fantas¨ªa sobre la puerta del frigo, coge su mochila y abandona el piso.
La ambici¨®n, una trampa para gilipollas
Son¨® el timbre. Axel apret¨® el bot¨®n de pausa del v¨ªdeo. La imagen se detuvo en el bello rostro racial de F¨¦licia. Ni una arruga, ni una zona oscura. La supremac¨ªa televisiva, la sobrehumanidad cat¨®dica. Suspir¨® y fue a abrir la puerta.
—Espera, ya voy —le dijo a su amigo.
Desde el umbral, Lorant vio un rostro femenino chispeando en la pantalla del televisor; luego se apart¨® para dejar salir a Axel. ?ste, vestido con un chaquet¨®n de terliz, dio un portazo y baj¨® corriendo las escaleras.
—?Vienes?
Lorant le sigui¨®, y viendo que Axel, una vez franqueada la puerta del portal, iba hacia la derecha, protest¨®:
—?Co?o, no iremos al Pouilly!
Batalla perdida. Axel embest¨ªa como un morlaco contra la puerta del bar.
Tres borrachuzos de intensidad variable, pegados al zinc negro como la pez, veneraban el rubio platino de la enorme mujer de imponente guasa que llevaba el estableci-miento. A su espalda, la leyenda del local habr¨ªa podido rivalizar sin grandes esfuerzos con la c¨¦lebre frase que Dante coloc¨® a la entrada del infierno, ?T¨² que aqu¨ª entras, abandona toda esperanza?? En efecto, sobre un trozo de pl¨¢stico en forma de pergamino, se le¨ªa en letras g¨®ticas: ??T¨² te viste el d¨ªa que no bebiste!?.
Lorant detestaba aquel lugar. En principio, Axel tambi¨¦n. S¨®lo hab¨ªan ido una vez, el d¨ªa de la mudanza, y ya hab¨ªa sido bastante.
—?Qu¨¦ os pongo, t¨ªos?
La voz cazallera de la valquiria menop¨¢usica les hizo temblar. Los cuatro pares de ojos de la barra se giraron de inmediato hacia ellos.
—Lo mismo que a esos se?ores —dijo Axel con tono jovial.
Esos se?ores sonrieron. Un baile de zombis. O el club de fans de Marilyn Manson.
—Entonces dos vasitos de amarillo —solt¨® la camarera.
—Ya que se los pones, inv¨ªtanos a otra ronda, mam¨¢ —lanz¨® con autoridad el m¨¢s viejo de los parroquianos, un parkinsoniano con los dedos llenos de nicotina.
—?Y no te pases con el agua! —escupi¨® su compa?ero de barra desde su pr¨®tesis f¨®nica, un amargo recuerdo de las minas de Douai. Unas peque?as cavernas en los pulmones eran su ?red protectora de oro?.
Axel sonri¨® y se dirigi¨® hacia la zona de mesas normalmente vac¨ªa porque ya se sabe, en lugares como ¨¦se, donde se desarrolla la acci¨®n es lo m¨¢s cerca posible del grifo de cerveza.
—?Por qu¨¦ me traes aqu¨ª? —le pregunt¨® Lorant.
—Para darte una lecci¨®n.
La gorgona peroxidada con la boca pintada dej¨® los dos past¨ªs ante ellos y les ofreci¨® el convincente espect¨¢culo de su enorme culazo al volver a su puesto de director de orquesta para sinfon¨ªa et¨ªlica. Axel carraspe¨® antes de lanzarse:
—?Quieres acabar como ellos?
Cara enrojecida, voz cazallera y dedos amarillentos. Hab¨ªa mejores elecciones de vida. La pregunta era est¨²pida.
—?Quieres decir con una pr¨®tesis f¨®nica? ?No fumo tanto como para eso!
—Quiero decir como un pingajo, un don nadie.
Lorant le mir¨® extra?ado.
—Por supuesto que no. ?Y por qu¨¦ habr¨ªa de acabar as¨ª?
Axel sac¨® un cigarrillo, un gesto m¨¢s bien raro en un deportista. Lorant interpret¨® el acto con creciente ansiedad. Una llama corta y el mechero desapareci¨® en el bolsillo del chaquet¨®n.
—Lorant, estamos a punto de convertirnos en unos fracasados.
—?Qu¨¦ te pasa?
—Sencillamente, que estoy l¨²cido. Estamos a punto de convertirnos en unos fracasados y tenemos que reaccionar. —Se interrumpi¨® para llevarse el vaso a los labios—. Tenemos veintiocho a?os, Lorant. Dentro de dos estaremos muertos. Y aun as¨ª, tenemos suerte. Dentro de nada ser¨¢ a los veinte a?os cuando habr¨¢ que abrirse camino. Mira la tele a qu¨¦ edad los recluta.
—Es la tele.
—Sabes muy bien que la vida cada vez se parece m¨¢s a la tele. Aunque quiz¨¢ sea lo contrario. Pero no te he llamado para quejarme. Tenemos que hacer algo.
Lorant le miraba sin entender nada. No le gustaba el giro que estaba tomando la conversaci¨®n. Realmente no ten¨ªa ganas de cambiar el mundo. Para ¨¦l todo iba sobre ruedas.
—Yo soy muy feliz tal y como estoy, Axel. No tengo la impresi¨®n de haber fracasado en nada. Tengo a Myriam y pago el alquiler.
—Locamente excitante —replic¨® Axel.
—?Me has hecho venir para que me d¨¦ un baj¨®n?
Lorant consult¨® su reloj. En el reverso de la esfera ten¨ªa grabadas sus iniciales. Era un regalo de aniversario de Myriam. Un Beuchat perfecto para sumergirse en las aguas cristalinas de alg¨²n pa¨ªs del Caribe adonde quiz¨¢ fueran los dos. Alg¨²n d¨ªa. Iba a llegar tarde.
—Si eres feliz, perd¨®name, me he equivocado al llamarte. —Levant¨® la mano—. La cuenta, por favor.
Lorant sac¨® su cartera.
—Deja, pago yo —dijo Axel, quien a continuaci¨®n contempl¨® a su amigo con una mirada penetrante—. Dime, ?quieres tener hijos con Myriam?
—Por supuesto, pero no por ahora, tendr¨ªa que tener algo m¨¢s de estabilidad econ¨®mica?
—?Lo ves! Pues imagina cuando los tengas, cuando vayan al cole y cuando la maestra, a principio de curso, pregunte a todos los alumnos: ?a qu¨¦ se dedica tu padre? Es m¨¦dico. ?Y el tuyo? Sirve bacalao en un restaurante. ?T¨² crees que tu hijo se sentir¨¢ orgulloso de ti?, ?que no se reir¨¢n de ¨¦l en el patio?
—?Por qu¨¦?, ?socorrista es mejor? —contest¨® Lorant, humillado.
Axel le mir¨® fijamente, dio una calada al cigarrillo y expuls¨® el humo girando la cabeza.
—Lo primero, no soy socorrista sino monitor. Te recuerdo que tengo el t¨ªtulo BNS. Pero ?lo ves?, yo no me ofendo, porque tienes raz¨®n. Monitor tampoco es nada maravilloso. Provoca fantas¨ªas en algunos asiduos de la piscina, pero dentro de unos a?os ser¨¦ pat¨¦tico. Por eso tengo ganas de reaccionar. Y eso que yo no tengo a Myriam.
—?C¨®mo que ?yo no tengo a Myriam??
—?Yo no tengo a Myriam? quiere decir que no tengo nada que perder. T¨² s¨ª?
El camarero trag¨® saliva, inquieto de pronto. La cabellera ondulada de Myriam surgi¨® en su imaginaci¨®n transportada hacia sus narices, que buscaban un poco de aire fresco, una oleada de perfume llegado de Oriente. Myriam Mardam-Bey, princesa de Kabilia con ojos de terciopelo?
Axel sigui¨®:
—Dices que eres feliz con ella. Pero ?ella lo es contigo? Y si lo es, que yo creo que s¨ª, te lo aseguro —a?adi¨®, toc¨¢ndole con una mano—, ?lo ser¨¢ siempre? ?Se sentir¨¢ siempre orgullosa de ti?
Lorant reflexion¨® cada vez m¨¢s ansioso. ??Se sentir¨¢ siempre orgullosa de ti?? ?Alguna vez lo hab¨ªa estado? Ella le amaba, es cierto, por lo menos ¨¦sa era la impresi¨®n que ¨¦l ten¨ªa. Pero ?orgullosa?
—El amor tambi¨¦n es admiraci¨®n —continu¨® Axel. Termin¨® su vaso de amarillo de un trago y levant¨® una mano para llamar a la camarera—. Lo mismo, se?ora.
Uno de los pilares de la barra movi¨® con alegr¨ªa la cabeza hacia su compa?ero, un tipo grande con el pelo liso y sucio agazapado debajo de una gorra americana.
—?Pierrot, aqu¨ª tenemos el relevo!
—Co?o, todav¨ªa existe la juventud —respondi¨® el otro.
Llegaron los dos flamantes nuevos past¨ªs, escoltados por los kilos de grasa de la camarera.
—Estoy seguro de que sue?a con algo mejor para su chico. En secreto, por supuesto, y no te lo dir¨¢ porque te quiere, pero t¨², t¨² no puedes hacerle eso, ofrecerle durante toda la vida el espect¨¢culo de un tipo que la espera en casa como un perrito faldero entre los dos turnos de Chez Hernani. No puedes, Lorant?
El interesado se rasc¨® la barbilla, agarr¨® su vaso y vaci¨® la mitad. Axel le hab¨ªa perturbado.
—No me estoy riendo de ti. Tambi¨¦n hablo de m¨ª. No nos podemos quedar as¨ª, sin hacer nada. No somos m¨¢s gilipollas que los dem¨¢s. S¨®lo un poco m¨¢s perezosos, y eso tiene que acabar. Debemos poder mejorar.
Con las ideas patas arriba —el efecto del alcohol ayudaba—, Lorant consult¨® otra vez su reloj. Ahora de verdad se ten¨ªa que largar.
—?Volveremos a hablar de todo esto? —dijo poniendo un billete sobre la formica.
—Coge eso —dijo Axel devolvi¨¦ndole su dinero—. Y reflexiona sobre lo que te he dicho. Como t¨² dices, volveremos a hablar.
El otro, muy p¨¢lido, asinti¨® sin decir ni una palabra, hizo eslalon entre las grasientas mesas, dirigi¨® al as de la barra una mirada llena de compasi¨®n y, una vez que empuj¨® la chirriante puerta, aspir¨® sobre la acera una enorme bocanada de aire. Le hizo un bien tremendo. ?l amaba a Myriam. Myriam le amaba. Axel le hab¨ªa confundido, pero, ahora que hab¨ªa salido de la taberna, se hab¨ªa acabado. Esas historias de ambici¨®n no iban con ¨¦l. Se sent¨ªa bien consigo mismo, punto final.
Myriam, princesa de Kabilia
—?Todav¨ªa sigues trabajando?
Era casi medianoche. Para ser camarero de un restaurante, Lorant acababa temprano. Los editores son gente como todo el mundo. Tienen familia y pasan las noches con sus hijos. Y cuando organizan una cena, resulta mucho m¨¢s elegante hacerla en casa, le hab¨ªa explicado el se?or Correia.
Sobre la mesa del sal¨®n, Myriam hab¨ªa dejado preparadas sus cosas del d¨ªa siguiente. Se inclin¨® hacia ella para darle un beso y ley¨® por encima de su hombro. Era el principio de un cuento africano: ?La mam¨¢ de M'Toto viste una larga t¨²nica azul. Va a lavar la ropa al r¨ªo con M'Toto. M'Toto ve un cocodrilo en el r¨ªo y avisa a su mam¨¢?. Al lado, un problema de matem¨¢ticas para el ¨²ltimo curso de infantil: ?Buenos d¨ªas, me llamo Mobutu. Esta ma?ana he comprado en el mercado ricas frutas: mangos, ?ames, guayabas. Las he metido todas en una cesta. ?Me quieres ayudar a clasificarlas para hacer sa?brosas mermeladas??.
—?Preparas un tema sobre ?frica? —le pregunt¨® Lorant.
Ella afirm¨® con la cabeza, concentrada.
—Les sensibilizo respecto a otras culturas. Con el interculturalismo que nos rodea, hay que empezar pronto. Quiero que se abran al mundo.
Lleno de amor, Lorant sonri¨® y luego se dirigi¨® hacia la cocina.
—?Te preparo un t¨¦?
—Gracias, ya he tomado uno.
Volvi¨® y se sent¨® junto a ella delante de la mesa baja, en donde descansaba el ¨²ltimo G¨¦o Magazine. Con el dorso de una mano le acarici¨® la mejilla. Los labios de la joven se abrieron en una cansada sonrisa. Fue al cuarto de ba?o y dej¨® que el agua caliente le corriera por encima. Por su?puesto que su vida no era demasiado apasionante. Para ¨¦l, muy a menudo, el d¨ªa no empezaba hasta el momento en que encontraba a Myriam preparando las tareas de la si?guien?te jornada, leyendo o ante un documental que de nuevo le despertar¨ªa el deseo de viajar. Birmania, Gua?temala, el Caribe. ?l se lo hab¨ªa prometido. S¨®lo hac¨ªa falta un poco de pasta; por el momento, lo que ten¨ªa no llegaba m¨¢s que para invitarla a una semana con pensi¨®n completa en Baleares. Mientras escuchaba France Inter se puso una camiseta limpia. En Irak, los terroristas hab¨ªan impuesto una nueva moda: para recoger subvenciones del aparato econ¨®mico de Al Qaeda, se grababan mientras realizaban una operaci¨®n y enviaban la ?maqueta?, igual que hace cualquier grupo de rock que empieza con las discogr¨¢ficas. Francia estaba m¨¢s tranquila: un bollicao de trece a?os acababa de descolgarse con un disco de platino. Era abril.
Cuando sali¨®, ella se hab¨ªa metido en la cama.
—?Est¨¢s bien, Myriam? —le pregunt¨® a la vez que le acariciaba el pelo. Ella le mir¨® a los ojos con atenci¨®n.
—Hoy he vuelto a hablar con la directora en el comedor. ?Sabes?, la que vivi¨® en Senegal?
Saber, lo sab¨ªa.
—... Me ha dicho que si quisiera ser¨ªa factible. Parece que a menudo se publican ofertas en el BOE. —En calzoncillos, Lorant se desliz¨® entre las s¨¢banas. Myriam, todav¨ªa sentada, con una novela en las manos y un almohad¨®n en los ri?ones, segu¨ªa—: Ser¨ªa fant¨¢stico, ?no?
Lorant levant¨® la mirada.
—?Qu¨¦ har¨ªamos all¨ª?
Myriam se tumb¨® cerca de ¨¦l y le observ¨® sonriente, con los ojos centelleantes de excitaci¨®n.
—Dar¨ªamos un vuelco a nuestra rutina, descubri-r¨ªamos cosas nuevas. ?Cambiar¨ªamos de vida!
?Cambiar de vida: ?qu¨¦ le pasa a todo el mundo con eso??, rabi¨® Lorant. Picado, le ech¨® en cara:
—?Y yo qu¨¦, me has tenido en cuenta en toda esta historia? ?Qu¨¦ har¨ªa yo all¨ª?
Myriam se enrosc¨® en ¨¦l, con la cabeza ondulada apoyada en el delgado torso de su chico.
—Habr¨¢ alg¨²n restaurante que te contrate, ?no crees? Quiz¨¢ no sea portugu¨¦s, pero eso no es demasiado importante, ?no?
Lorant se incorpor¨® de un brinco. Seguro que ella hab¨ªa dicho eso sin ninguna mala intenci¨®n, lo que no imped¨ªa que ¨¦l se sintiera herido.
—?Qu¨¦ quieres decir con eso? ?Crees que no puedo hacer ninguna otra cosa? ?Que estoy condenado a ser camarero el resto de mi vida?
Por su parte, Myriam se incorpor¨® presa del p¨¢nico. Ella se sent¨ªa tan feliz al confiarle sus sue?os, la posibilidad de realizarlos, su voluntad de incluirle en ellos?
—?No te enfades! S¨®lo lo dec¨ªa para tranquilizarte. Si quisieras, ni tendr¨ªas necesidad de trabajar. La se?ora Carpentier me dijo que ganar¨ªa m¨¢s del doble de mi sueldo, y adem¨¢s exento de impuestos. Por otro lado, en ?frica la vida es muy barata. No te enfades, mi amor?
?l se tumb¨® de nuevo, apag¨® la l¨¢mpara de la mesilla y se gir¨® hacia la pared. Y luego, de pronto muy angustiado, cambi¨® de lado y se apret¨® mucho contra ella. Myriam lo estrech¨® entre sus brazos.
—?Myriam, te gusta mi vida? —le pregunt¨® con timidez.
Ella ri¨® a carcajadas y contest¨®:
—Est¨¢s muy raro? ?Por supuesto que me gusta tu vida!
—Pero tal vez quisieras que hiciera otra cosa, ?no?
Ella ri¨® cada vez m¨¢s y respondi¨® con toda la ternura de la que era capaz:
—Pues claro que no. Vamos, duerme. Adoro tu vida, mi amor. ?Y sabes por qu¨¦?, porque yo estoy dentro de ella.
El granescritor
—?C¨®mo est¨¢ usted, Axel?
—Como de costumbre, se?or M¨¦rignac, atento. ?Y usted?
En traje de ba?o morado, ce?ido a la cintura por dos cordones decorados con una gran borla de oro, el granescritor miraba al monitor de nataci¨®n con simpat¨ªa. Despu¨¦s de sus copiosos almuerzos germanopratins*, al granescritor le gustaba eliminar los excesos de l¨ªpidos en el agua clorada de la piscina Drigny. ?l hab¨ªa conocido la ¨¦poca dorada de Deligny, una m¨ªtica piscina posada como un nen¨²far sobre las aguas del Sena en donde, con sus amigos estetas, ligaba con adorables efebos mientras se bronceaba el torso bajo los rayos del sol cuando el verano empezaba a dejar ver su rostro. Pero tras su penosa debacle, en 1989, se hab¨ªa rebajado a la de Drigny. A dos pasos de su casa, aquella piscina situada en un subsuelo tambi¨¦n ocultaba tesoros humanos para aquel experto en belleza. Y entre ellos, la riqueza muscular del delicioso Axel, de quien le gustaban sus abdominales esculpidos, el cr¨¢neo casi rapado, la piel bronceada y las facciones mediterr¨¢neas. Le recordaba al golfillo de Ostia que le hab¨ªa iniciado en el amor viril, hac¨ªa ya cuatro d¨¦cadas, cuando era un brillante becado en la Villa M¨¦dicis y meditaba frente al mar con Petroleo, de Passolini, en el bolsillo de la sahariana y la pipa entre los labios. Aquello sucedi¨® en un solar vac¨ªo. Fue un momento inolvidable que recordaba con una sonrisa melanc¨®lica. Quedaban muy lejos los esc¨¢ndalos de su juventud, el baile que se marc¨® en tut¨² la velada que gan¨® el Goncourt, los c¨®cteles de whisky con maxit¨®n —las anfetas de la ¨¦poca— para mantenerse en pie las largas noches que pasaba escribiendo... Quedaban muy lejos, pero as¨ª era el juego. Y, adem¨¢s, no ten¨ªa de qu¨¦ quejarse, pues viv¨ªa desde hac¨ªa cinco a?os un amor perfecto con un pintor de iconos llegado de Ucrania diez a?os m¨¢s joven que ¨¦l. Por lo tanto, su contemplaci¨®n de Axel era puramente plat¨®nica. Una mirada de esteta, como se dice vulgarmente.
Igual que todas las tardes, un taxi le dej¨® en su querida piscina. A las cuatro menos cuarto en punto. All¨ª estar¨ªa una hora, el tiempo de hacer cuarenta largos. Un kil¨®metro ejecutado al derecho y al rev¨¦s, a braza y a espalda, mientras Axel vigilaba, como siempre, los peligros de la vida acu¨¢tica ciudadana.
En Voici, el joven descubri¨® otra vez un art¨ªculo sobre ella: ?F¨¦licia busca su media naranja?. Se la ve¨ªa dentro de su despacho, en el coraz¨®n del edificio de la todopoderosa productora a la que enriquec¨ªa un prime time tras otro. Su bello rostro apoyado en las manos, concentrada —?so?adora?—, buscando en lo m¨¢s profundo de su imaginaci¨®n un nuevo y revolucionario concepto audiovisual. La frase destacada dec¨ªa: ?Demasiado ocupada para encontrar un alma gemela, F¨¦licia vende la suya a la tele?. Esos cerdos... Lo que Axel habr¨ªa dado por estar detr¨¢s de ella, con su c¨¢lida mano protectora apoyada sobre su hombro, estimulando la fuerza cerebral de la joven, de la que tan a menudo se echaba mano. Tras el ¨¦xito de Salto a la fama, que hab¨ªa pulverizado la cuarta entrega de Operaci¨®n triunfo (en aquel programa, los concursantes no se convert¨ªan s¨®lo en cantantes, pod¨ªan salir de all¨ª siendo actores, managers o presentadores), F¨¦licia era una presa para los paparazzi de cualquier pelaje, excitados como hienas ante la idea de cazar con el objetivo de sus m¨¢quinas, de zoom obscenamente panor¨¢mico, la imagen de cualquier macho agarrando por la cintura a la despiadada productora, la gallina de los huevos de oro de los ¨ªndices de audiencia, la golden woman del veinticinco por ciento de cuota de pantalla. En vano. ?Recomiendo la abstinencia?, contestaba la joven a los entrometidos gacetilleros, eso cuando no soltaba su po¨¦tica frase, aunque con ojos severos: ?Mi coraz¨®n est¨¢ encadenado a mi bienamada cadena?. Con una madre reportera y un padre creativo de publicidad, en consecuencia ambos muy ocupados, hab¨ªa tenido una infancia falta de amor. ?No me gusta la infancia —se justificaba— porque no se puede tomar decisiones en solitario.? Axel comprend¨ªa su pudor. ?l tampoco hab¨ªa vivido con sus padres, est¨²pidamente asesinados por un conductor de mierda la noche de su quinto aniversario de boda. ?l ten¨ªa tres a?os, y deb¨ªa a mami Ivonne la suerte de no haber acabado en un orfanato. Eso s¨ª, de cari?o, nada. Se recuper¨® y silb¨® a un pesado que nadaba a braza en la calle de crawl. Igual que ¨¦l, F¨¦licia sufr¨ªa. Sencillamente habr¨ªa querido que sus padres estuvieran orgullosos de ella. Lo mismo que ¨¦l cuando, con catorce a?os, hab¨ªa alcanzado la tercera posici¨®n en cien metros estilo libre en el campeonato de Seine-et-Marne. Y luego nada m¨¢s. Esperanzas frustradas. Deporte y estudios, es decir, mucho deporte y pocos estudios, por eso hab¨ªa acabado como un miserable monitor. Un fracaso en el que pensaba todos los d¨ªas subido a sus chancletas.
Ante ¨¦l, el granescritor abordaba con su majestuoso estilo espalda el vig¨¦simo octavo largo. A su lado, un ejecutivo grandull¨®n, el director del banco de la esquina de la calle, el se?or Jean-Andr¨¦ Paul (ba?ador azul marino). Fuera de la piscina, Olivier Besancenot, el cartero revolucionario (pantal¨®n corto ce?ido, negro con listas blancas), hac¨ªa estiramientos en las espalderas clavadas sobre la pared de hormig¨®n, pintada de un color azul oc¨¦ano y por la que desfilaba una manada de mam¨ªferos marinos de grandiosa naturaleza, delfines, morsas y cachalotes? All¨ª, en la parte m¨¢s honda y en la menos profunda de la piscina, hab¨ªa gente importante, y de toda clase, rozando con sus extremidades de m¨²sculos tensos por el esfuerzo los m¨²sculos tensos por el esfuerzo de otros seres humanos como ellos, de menor importancia social que ellos, pero a los que ped¨ªan disculpas con una sonrisa. Su piscina era el s¨ªmbolo de que todos estamos hechos del mismo barro, de que el pececillo puede mirar de t¨² a t¨² al pez gordo, intercambiar con ¨¦l sus verrugas en las duchas, los miasmas en el agua hiperclorada, comulgar con el mismo placer del esfuerzo cumplido, del nerviosismo vencido. Un maravilloso caldo de cultivo, ?la democracia en el agua! Entonces, ?qu¨¦ tendr¨ªa ¨¦l que temer?, concluy¨® Axel triunfalmente. Nada. ?l era igual que ella, quer¨ªa triunfar para que sus padres lo observaran, sonriendo, desde lo alto de su mirador del m¨¢s all¨¢. Pronto estar¨ªa junto a los grandes?
—Axel, ?est¨¢ usted so?ando?
El granescritor, chorreando, le miraba mientras escurr¨ªa con sus dedos de hombre de letras, finos y raciales, las borlas de su traje de ba?o. Axel le sonri¨®.
—Espero el relevo, se?or M¨¦rignac, hoy le toca el turno de noche a Florence. Ya no tardar¨¢.
—Bueno, pues le invito a tomar algo enfrente, ?le apetece? S¨®lo tengo que cambiarme en los vestuarios.
Axel acept¨®, ?c¨®mo no! Era in¨¦dito, mejor, inaudito (no sab¨ªa qu¨¦ diferencia hab¨ªa entre esos dos adjetivos; luego, si se atrev¨ªa, no dejar¨ªa de preguntar al escritor): la mayor gloria de la literatura francesa, el acad¨¦mico M¨¦rignac, le honraba con un mano a mano. Seguro que aquello era un presagio.
—Es verdad que los significados se acercan —coment¨® el escritor mientras revolv¨ªa su t¨¦ moro—, pero el origen no es ni remotamente el mismo. ?Inaudito? es lo que nunca se ha o¨ªdo, del verbo audire, que quiere decir 'o¨ªr'. ?In¨¦dito? es m¨¢s f¨¢cil, etimol¨®gicamente es aquello que nunca se ha ?editado?, por lo tanto, que no se conoce. Se hablar¨¢ de un texto in¨¦dito, o de un modo de triunfar in¨¦dito? ?Lo entiende?
Un texto in¨¦dito, un modo de triunfar in¨¦dito. Axel lo entend¨ªa, por supuesto. Al principio, apenas se atrev¨ªa a tocar su vaso de t¨¦ moro. Hab¨ªa pedido lo mismo que el escritor, est¨²pidamente paralizado a la hora de elegir. El camarero del Aqu¨¢rium hab¨ªa saludado al gran hombre con respeto.
—Ayer le vi en el programa de Fogiel. Estuvo bien que le bajara los humos a esa pretenciosa actriz de tres al cuarto.
El escritor le dio las gracias haciendo un gesto con la mano.
—Me divert¨ª mucho —le solt¨® con un gui?o a Axel—. Es lo ¨²nico que hay que pedir a la tele. Adem¨¢s de que favorezca la venta de alguno de mis libros, naturalmente.
Axel se evadi¨® con el pensamiento. No hab¨ªa visto a Fogiel. En cambio, tumbado en la cama, con el mando injertado en la mano, hab¨ªa aguantado hasta el final, algo que le dejaba at¨®nito cada vez que suced¨ªa, las insoportables escenas de Salto a la fama. Por ella, por F¨¦licia, cuyos ojos zafiro brillaban de un modo fulgurante sobre la pantalla de plasma, a la izquierda del plat¨®, donde se exhib¨ªan sus protegidos de la Academia. Hab¨ªa felicitado a uno de ellos, a su pupilo Jean-Manuel, un surfista del suroeste del que hab¨ªa afirmado que era ?demasiado encantador, demasiado simp¨¢tico?. A Axel se le hab¨ªa revuelto el est¨®mago. Semejante payaso?
—?Axel, tiene alg¨²n proyecto? —le pregunt¨® de modo inesperado el escritor.
El joven, sorprendido en otro planeta, le pidi¨® que repitiera lo que hab¨ªa dicho.
—Le preguntaba si ten¨ªa alg¨²n proyecto. Desde que le conozco me tiene intrigado. Le veo vigilar la piscina con los ojos tan tristes y al mismo tiempo tan vivos, que me dec¨ªa a m¨ª mismo: este guapo e inte-ligente joven, completamente distinto a sus compa?eros, por fuerza debe llevar una doble vida. ?Tengo raz¨®n?
Axel se sonroj¨® bajo la barba de tres d¨ªas, se refresc¨® con un trago de t¨¦ —despu¨¦s de todo, no estaba mal aquel gusto a almendra— y, de pronto orgulloso, mir¨® al escritor. Declar¨® que s¨ª, que ten¨ªa planes, por supuesto, pero llevaban su tiempo y para concretarlos hab¨ªa que tener paciencia.
—Si no es indiscreci¨®n, ?en qu¨¦ consisten?
Axel se aturull¨® y respondi¨® que por el momento prefer¨ªa no hablar de ello. El escritor se dio cuenta de que se sent¨ªa inc¨®modo y lo respet¨®. Concluy¨®:
—En cualquier caso, si puedo echarle una mano, no lo dude, Axel. —Por un instante, el joven se sumergi¨® en una ola de felicidad. Por su parte, crey¨® correcto preguntar al gran hombre en qu¨¦ estaba trabajando en esos momentos—. ?Bah!, en una nueva trilog¨ªa para la editorial Gallimard. Algo rutinario.
Le cont¨® a Axel que al d¨ªa siguiente se marchaba a Capri para participar en un coloquio sobre Malaparte. Axel, aunque nunca hab¨ªa o¨ªdo ese nombre, movi¨® la cabeza con admiraci¨®n.
—?Le conoce? —pregunt¨® el escritor.
—De nombre —respondi¨® el otro.
Luego, el escritor mencion¨® la piscina, la ve¨ªa como una microsociedad tremendamente interesante en donde, al final, se reproduc¨ªan las mismas jerarqu¨ªas, los mismos sentimientos, la misma ?entrop¨ªa?, a?adi¨®, que en la sociedad en general.
—En su observatorio seguro que no se aburre, deber¨ªa escribir —sugiri¨®. Axel, muy halagado, respondi¨® que no ten¨ªa talento. A lo que el escritor objet¨® que muchos literatos actuales carec¨ªan de escr¨²pulos, machacando repetidamente op¨²sculos sobre lo imposible de su felicidad—. Tan poco en¨¦rgicos, tan poco originales... —puntualiz¨® el escritor antes de pedir a Axel que le excusara. Ten¨ªa que dejarle para acudir a una cena con sus colegas en la Coupole—. Si le apetece, una noche le llevar¨¦. No sabe lo que me aburro all¨ª, pero quiz¨¢ a usted le resulte divertido ver lo que pueden llegar a contarse esos viejos respetables, y lo normales y corrientes que son en el fondo.
Axel le devor¨® con una mirada de agradecimiento. ?As¨ª que ¨¦l era menos banal que los acad¨¦micos? Qu¨¦ gran hombre. Observ¨® c¨®mo se adentraba en un taxi y respondi¨® orgulloso al saludo con la mano que le dirigi¨® el viejo.
Volvi¨® a casa con el coraz¨®n ligero, pero cuando acab¨® su cena de soltero empez¨® a comerse el coco. Habr¨ªa dado tanto por aquella rutina... Programas de televisi¨®n, cenas, viajes a Italia, y como prima, la imagen de un padrino cultural respetado. Su situaci¨®n s¨®lo le pareci¨® m¨¢s horrorosa todav¨ªa. M¨¢s vergonzosa. De un modo imperativo ten¨ªa que volver a hablar de aquello con Lorant. Como siempre, no consigui¨® dormirse, y tuvo que encender la televisi¨®n para dejar que el cansancio le llevara aspirado por el ballet de im¨¢genes luminosas.
*
No ten¨ªa ning¨²n motivo. Lorant la encontraba rara. Para empezar, el tema de ?frica se eternizaba hasta el punto de convertirse en un ?proyecto?. Sin embargo, hab¨ªa otras culturas en el mundo. ?El ?proyecto?? Una comedia musical africana. Con ese otro, el que tocaba el yemb¨¦. ?Lector?, as¨ª es como se llamaba. Dos veces por semana iba a su clase, con sus instrumentos de percusi¨®n en piel de ceb¨², y todos los peque?os bat¨ªan palmas a su alrededor siguiendo el ritmo. Ella le ense?¨® el v¨ªdeo de la ¨²ltima clase que hab¨ªan grabado. Los peque?os, satisfechos, ella, tambi¨¦n, y all¨ª estaba el otro, con los brazos desnudos dentro de su folcl¨®rico traje lleno de colores, sin siquiera treinta a?os y ya bien jodido, mir¨¢ndola con ojos enamorados mientras llenaba la clase del ambiente de la selva. Ella hab¨ªa intentado tranquilizarle. ?S¨®lo es D¨¦sir¨¦, el lector.?
No ten¨ªa ning¨²n motivo. Al principio hab¨ªa estado celoso, luego preocupado. ?Y si ¨¦l no fuera lo suficientemente ex¨®tico para ella? ?Si no fuera bastante ?¨¦tnico?, ni original, con esa vida de camarero dedicada a las bandejas de bacalao? Ver a los elegantes editores tambi¨¦n le hab¨ªa destruido. Encorbatados, trajeados, con la raya bien hecha, rodeados de chicas bonitas o de jovencitos con la camisa abierta, americana de terciopelo, cuidado peinado, sonrientes, irritantes. Hab¨ªa advertido al se?or Correia que ese d¨ªa ten¨ªa que volver m¨¢s pronto a casa porque su novia no se encontraba bien. En realidad quer¨ªa observarla. La v¨ªspera y la antev¨ªspera ella se hab¨ªa acostado sin esperarle. Lorant ten¨ªa miedo, sospechaba de todo. Hab¨ªa vuelto a casa con el pu?o crispado sobre el acelerador a trav¨¦s de las grandes avenidas erizadas de farolas. La noche guardaba todav¨ªa poes¨ªas intactas. Las ruedas de la scooter se tragaban el asfalto. Pasaba por delante de escaparates abastecidos, de terrazas pobladas de bebedores, de chicas bonitas con tacones que humedec¨ªan sus labios acidulados en vasos muy finos, de tipos que murmuraban con el m¨®vil en la oreja. Millones de individuos como ¨¦l, como ella. Salvo que a ¨¦l s¨®lo le importaba uno de esos individuos, y ya no estaba completamente seguro de que pasase lo mismo a la inversa. Bajo el casco se agitaban sus confusos pensamientos, hac¨ªan eslalon, como el manillar de su dos ruedas, entre los vendedores de crack y los polic¨ªas de Sarkoy. La rutina de Stalingrad.
Luces apagadas en el sal¨®n. A las once de la noche. Demasiado temprano para el toque de queda. Ella, acurrucada entre las s¨¢banas. ?l se acerca, la mira con emoci¨®n y se le encoge el coraz¨®n. ?Por qu¨¦ no le espera? Se desviste limitando al m¨¢ximo sus movimientos, en un intento de hacer el menor ruido posible; se desliza junto a ella y pliega su cuerpo en una Z para coincidir con el de ella. Se encaja contra sus caderas, se aventura hacia su pecho y sus gl¨²teos, busca tranquilizarse, un gemido de bienvenida? Ella gime pero se arropa m¨¢s, se gira hacia el otro lado. ?l se pone boca arriba con los ojos abiertos como platos mirando al techo decorado con peque?as constelaciones fluorescentes. ?l mismo las ha pegado. La Osa Mayor y Casiopea, Escorpio. Piensa en el que toca el yemb¨¦. Adivina que a ella, en comparaci¨®n con ese gran diablo negro, en trance, devorado por sus percusiones, ¨¦l, Lorant, le parece insulso, seguro. Ma?ana llamar¨¢ a Axel.
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