Toda una vida de escritor
El escritor Francisco Ayala escribi¨® este discurso al recibir el Premio Antonio de Sancha en 2005.- En ¨¦l repasa su carrera literaria, es decir, la historia misma de las letras espa?olas en el siglo XX
Queridos amigos:
He sido escritor p¨²blico a lo largo de toda mi vida. Empec¨¦ a publicar textos de mi pluma en mis a?os de adolescente y casi me atrever¨ªa a decir que desde mi infancia, y en ello he perseverado hasta ayer mismo, aunque mejor dicho, en verdad, hasta el d¨ªa de hoy, cuando tengo la esperanza de alcanzar a cumplir la edad de cien a?os. Sin embargo, soy un escritor an¨®malo, en el sentido de que esa principal e incesante actividad m¨ªa se ha desarrollado sin profesionalidad, esto es, sin que yo haya hecho de ella mi modus vivendi. Lo cual ha permitido que mis relaciones con la industria editorial, sin que faltaran a veces los desencuentros y alg¨²n enojo, hayan discurrido desde el comienzo de modo apacible y generalmente amistoso. A tal resultado ha contribuido sin duda un factor de buena suerte. En efecto, termin¨¦ de redactar una primera novela cuando s¨®lo ten¨ªa diecinueve a?os y, siendo no s¨®lo novato sino tambi¨¦n totalmente impecune, carec¨ªa de perspectivas de verla publicada, una se?ora amiga de casa pidi¨® a un su pariente, el exitoso autor teatral Guillermo Fern¨¢ndez-Shaw, que leyese el original, y este celebrado autor tuvo la generosidad de ofrecerse a pagar la impresi¨®n del libro; y enseguida, por si fuera poca mi fortuna, el libro fue comentado con ben¨¦volo aplauso en el diario El Sol por el m¨¢s acreditado cr¨ªtico de entonces, Enrique D¨ªez-Canedo (era el a?o 1925); de esta manera el joven autor que era yo qued¨® ingresado de golpe en la rep¨²blica de las letras.
Vendr¨ªa pronto la ¨¦poca de la renovaci¨®n vanguardista. Fue ¨¦sta una ¨¦poca de gran brillantez para la cultura espa?ola. Todav¨ªa estaba en su actividad la espl¨¦ndida generaci¨®n innovadora del 98; Ortega y Gasset hab¨ªa irrumpido ya en la vida nacional acompa?ado por un nuevo grupo de literatos del m¨¢s alto nivel; y por debajo, continuaba actuando un numeroso conjunto de escritores m¨¢s o menos estimables que gozaban de popularidad, viniendo todo ello a coincidir con una profunda renovaci¨®n de la vida nacional, sometida pronto a una crisis de sus instituciones pol¨ªticas con el consiguiente cambio de r¨¦gimen. Pero, seg¨²n iba diciendo, surgi¨® entonces un grupo de j¨®venes poetas, narradores, m¨²sicos y artistas pl¨¢sticos -la gente de mi grupo, que recibi¨® el nombre de generaci¨®n del 27-, dentro de la cual me fue dado desempe?ar tambi¨¦n mi propio papel personal, publicando varios escritos concebidos y redactados dentro del esp¨ªritu de la vanguardia. Fueron ediciones muy cuidadas, muy bien recibidas por el no tan escaso p¨²blico minoritario de aquellos d¨ªas, y hoy deseadas, buscadas y atesoradas por los coleccionistas; entre ellas, quisiera mencionar algunos de los t¨ªtulos de los que yo mismo era autor: El boxeador y un ¨¢ngel, Cazador en el alba e Indagaci¨®n del cinema, exponentes claros, ya desde su propia cubierta, de una renovadora visi¨®n del mundo.
Conviene hacer notar aqu¨ª que el desarrollo de la actividad cultural espa?ola, as¨ª renovada, coincide de un modo muy significativo con movimientos parejos, simult¨¢neos, surgidos en los diferentes pa¨ªses de la Am¨¦rica hisp¨¢nica, cuya historia intelectual no puede echarse en olvido. Fue una ¨¦poca de intercomunicaci¨®n, de sinton¨ªa, entre los grupos intelectuales j¨®venes y los de quienes en Espa?a nos esforz¨¢bamos por descubrir caminos est¨¦ticos todav¨ªa in¨¦ditos: un esfuerzo de apertura hacia el exterior y, mejor a¨²n, de recepci¨®n rec¨ªproca desde todas partes. Cuando quiere entenderse bien lo que ocurre en el terreno de la cultura, no se puede prescindir del contexto pol¨ªtico-institucional y, m¨¢s ampliamente, del hist¨®rico-social, que imponen su marca y modulan las iniciativas de los grupos activos. Por supuesto, no es ¨¦sta la oportunidad de establecer alguna precisi¨®n que aclare lo dicho. Me limitar¨¦, por tanto, a invocar el recuerdo de la famosa pol¨¦mica sobre "el meridiano intelectual" suscitada por una imprudencia de Guillermo de Torre en La Gaceta Literaria en relaci¨®n con la revista argentina Mart¨ªn Fierro, tan fraternal ¨¦sta sin embargo para nosotros. Viv¨ªamos los j¨®venes en una atm¨®sfera de felicidad cultural frente a un porvenir que se nos antojaba despejado y muy prometedor. Tal atm¨®sfera estaba alimentada por un conjunto de iniciativas editoriales -conjugadas a ambas orillas del oc¨¦ano- en cuyo desarrollo particip¨¢bamos con entusiasmo los nuevos escritores de mi generaci¨®n. Por cuanto se refiere a Espa?a, baste recordar la mencionada Gaceta Literaria, para no hablar de la espl¨¦ndida y por entonces muy respetada Revista de Occidente, debi¨¦ndose tambi¨¦n hacer menci¨®n de la famosa CIAP (Compa?¨ªa Iberoamericana de Publicaciones), empresa de dudosa catadura y de no menos dudosa gesti¨®n. Por cierto que mi buen amigo Esteban Salazar y Chapela tuvo la chance de participar en aquella manipulaci¨®n editorial, y lo hizo con intenci¨®n ¨®ptima y bien agradecida por sus amigos. En suma, quiero hacer notar tambi¨¦n que durante aquel periodo de nuestra historia cultural traduc¨ªamos aqu¨ª en seguida todo lo m¨¢s importante que aparec¨ªa publicado en el mundo, de modo tal que los lectores espa?oles pod¨ªan estar al tanto de las novedades surgidas en diversos pa¨ªses, y ello con una apertura de intereses no igualada a aquella hora en ning¨²n otro pa¨ªs europeo (y por cierto, el joven escritor que por aquellas fechas era yo fue traductor de muy importantes libros extranjeros, cuyo impacto sobre nuestra atm¨®sfera intelectual de entonces fue evidentemente notable).
En resumidas cuentas, conviene notar que durante la primera fase de mi vida como escritor, esto es, desde los a?os de mi adolescencia hasta el comienzo de nuestra guerra civil, la industria editorial espa?ola hab¨ªa desempe?ado un papel principal dentro del mundo hisp¨¢nico, acogiendo a muchos de los m¨¢s notables escritores hispanoamericanos, mientras que dentro del pa¨ªs se encontraba bien servido el conjunto de los productores literarios nacionales. Los nuevos, los de mi generaci¨®n -la vanguardia-, promovimos por propia iniciativa la aparici¨®n de otros sellos editoriales de alcance minoritario que tra¨ªan al mercado una fisonom¨ªa nueva, marcada por el gusto a lo distinto y con ciertas aspiraciones a la exquisitez. Y convendr¨ªa notar que esta ¨²ltima manifestaci¨®n de la actividad literaria espa?ola se hab¨ªa correspondido de un modo que pudi¨¦ramos calificar de fraterno con las actividades de los grupos de vanguardia simult¨¢neamente aparecidos en diversos pa¨ªses de la Am¨¦rica hispana. (Y empleo el calificativo de "fraterno" incluyendo en ¨¦l las simpat¨ªas y los encontronazos como, por ejemplo, el de la famosa pol¨¦mica del Mart¨ªn Fierro).
Fue una floraci¨®n maravillosa, pero ?ay!, la turbulencia de aquella hora hist¨®rica habr¨ªa de hacerla dolorosamente fugaz. Vino la guerra civil en Espa?a, destrozando el pa¨ªs y dejando a la poblaci¨®n sobreviviente reducida a las condiciones m¨¢s precarias. A m¨ª me toc¨® formar parte del cuantioso n¨²mero de quienes logramos salvar la vida emigrando, para caer en un exilio que parec¨ªa interminable y que de todos modos se prolong¨® por decenas de a?os, y que en muchos casos result¨® ser definitivo y para siempre.
Ese exilio fue para m¨ª en cambio relativamente suave. Mis circunstancias personales me permitir¨ªan recuperar de inmediato en Buenos Aires, ciudad que ya conoc¨ªa y donde era conocido, y donde ten¨ªa muy buenas relaciones, tanto el papel de escritor como una posici¨®n social muy aceptable. Se me abrieron las p¨¢ginas de las publicaciones argentinas m¨¢s importantes: el diario La Naci¨®n, la revista Sur, otras revistas, entre estas una de especialidad pol¨ªtico-jur¨ªdica: La Ley. Y comenz¨® asimismo mi implicaci¨®n en una industria editorial como la de aquel pa¨ªs, all¨ª renovada entonces a expensas de la decadencia peninsular, y favorecida por las aportaciones de tantos profesionales emigrados.
Instalado, pues, en Buenos Aires, y desde el mismo d¨ªa de mi llegada, reanud¨¦ all¨ª la tarea de creador literario que hab¨ªa estado suspendida en Espa?a durante los a?os de nuestro conflicto civil, publicando ahora en la revista Sur (diciembre de 1939) mi Di¨¢logo de los muertos, a la vez que empezaron a aparecer en La Naci¨®n art¨ªculos m¨ªos sobre temas diversos. Debo mencionar aqu¨ª algo muy se?alado desde el punto de vista editorial: en 1944 aparecer¨ªa, publicado por iniciativa de Eduardo Mallea, en la refinad¨ªsima colecci¨®n de Cuadernos de la Quimera, lujosa oferta de la editorial Emec¨¦, mi relato El hechizado (una de las piezas que hab¨ªan de componer luego el volumen Los usurpadores). A la editorial Emec¨¦ he de referirme m¨¢s adelante, pues a partir de entonces tuve con ella una relaci¨®n excelente.
Si, como dije al comienzo, nunca a lo largo de toda mi vida fui un escritor profesional en el sentido de convertir en modus vivendi el fruto econ¨®mico de mi creaci¨®n literaria (soy, por notable excepci¨®n un escritor que nunca se ha valido de los servicios, al parecer sumamente ¨²tiles, de alg¨²n agente), he trabajado sin embargo, de vez en cuando, incluso como empleado a sueldo, para una casa editorial; pues es lo cierto, adem¨¢s, que durante esa breve etapa de mi vida los magros productos de mi pluma debieron servirme para atender en cierta medida a lo m¨¢s indispensable del diario vivir. Trabaj¨¦ para la editorial Losada, que publicar¨ªa varios de mis libros, algunos de ellos tan importantes como Raz¨®n del mundo, La cabeza del cordero y -sobre todo si se atiende a la magnitud de la empresa- mi Tratado de sociolog¨ªa.
Traduje por su encargo obras, alguna de ellas de mi gusto y otras a disgusto m¨ªo, y ello me permiti¨® avanzar en la carrera modesta pero grata de tratar con los libros y sobrevivir en un ambiente que me consent¨ªa hasta cierto punto elegir el terreno de mis actividades. Entre ¨¦stas he de mencionar de modo muy especial la creaci¨®n y gesti¨®n de la revista Realidad, a la que, para matizar su car¨¢cter, subtitul¨¦ Revista de Ideas. Esta revista la hab¨ªamos planeado Francisco Romero y yo con la ayuda y el est¨ªmulo de Mallea. E insist¨ª en que Romero apareciera como su director, comprometi¨¦ndome con ¨¦l a no encomendarle ni hacerle responsable de ning¨²n trabajo. La revista fue dise?ada y, lo que es m¨¢s importante, costeada a sus expensas por la Imprenta L¨®pez, empresa que entonces serv¨ªa a las publicaciones de las dos principales editoriales bonaerenses. No debo extenderme, como bien pudiera, en detalles interesantes. Invit¨¦ a colaborar en ella a varios de mis amigos y colegas de Espa?a, como Jos¨¦ Luis Cano y Ricardo Gull¨®n; se public¨® un comentario muy apreciativo de la reci¨¦n aparecida novela Nada, de Carmen Laforet, y tambi¨¦n hubo trabajos con la firma de diversas personalidades de relieve m¨¢ximo, que son hoy figuras indispensables en la historia universal: Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre, Jorge Luis Borges, Martin Heidegger, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Arnold Toynbee, Pedro Salinas, T. S. Eliot, Alfonso Reyes... De Realidad se publicaron dieciocho n¨²meros; y cuando -por razones diversas- decid¨ª poner fin a mi residencia en la Argentina y trasladarme (a?o 1949) al norte del continente americano resolv¨ª, con gran contrariedad de todos los concernidos, cerrar su publicaci¨®n, pues no quer¨ªa que, abandonada por nosotros, pudiera caer en lamentable decadencia, seg¨²n suele ocurrir en casos an¨¢logos, y seg¨²n ocurrir¨ªa m¨¢s adelante con la revista La Torre, que yo mismo hab¨ªa de fundar en la Universidad de Puerto Rico.
En cuanto a mi relaci¨®n con la Editorial Sudamericana, fue desde el comienzo, y siempre hasta el final, f¨¢cil y muy satisfactoria. Hab¨ªa entablado yo muy pronto una buena amistad con su promotor y due?o, Don Antonio L¨®pez Llaus¨¢s, un hombre a cuyo padre, due?o de un importante negocio librero en Barcelona, hab¨ªa tenido yo ocasi¨®n de saludar no mucho tiempo antes en aquella ciudad. Su hijo, L¨®pez Llaus¨¢s, era persona culta, discreta, prudente en sus negocios, y muy capaz de mantenerse siempre dentro de su papel marginal, aunque ciertamente decisivo, en la vida intelectual porte?a. La Editorial Sudamericana public¨® con complacencia y satisfacci¨®n de mi parte las primeras ediciones de mis libros Histrionismo y representaci¨®n, Los usurpadores, Muertes de perro y El fondo del vaso. Mi familiaridad con el mundo editorial en aquellos a?os porte?os me permiti¨® ofrecer una mirada ir¨®nica, quiz¨¢ divertida, sobre esa profesi¨®n que finalmente es la m¨ªa. Algunos de mis relatos, como El colega desconocido (recogido en el volumen Historia de macacos), pueden dar una idea de esa actitud m¨ªa -ligera, burlona y esc¨¦ptica- acerca del pintoresco mundo de los escribidores, afan¨¢ndose por entrar, a fuerza de publicidad, en el juego competitivo de los best sellers.
Luego, mi vida en el tr¨®pico, mi relaci¨®n con la Universidad de Puerto Rico y con su editorial a cuyo cargo estuve, viene a completar esta fase de mi larga actividad de intelectual, pasando yo pronto, desde all¨ª mismo, a reanudar mi verdadera profesi¨®n: la docente. Aquella universidad, como la isla misma, su r¨¦gimen de gobierno y sus perspectivas culturales, se encontraban en una fase de gran plasticidad. Todo cambiaba r¨¢pida y profundamente; y esto permiti¨® que mi colaboraci¨®n, tanto como mi amistad, con el rector Jaime Ben¨ªtez y con varias de las personalidades singulares, y muy interesantes, que compon¨ªan aquella peculiar sociedad, fuesen para m¨ª ocasi¨®n de experiencias bastante singulares de las que he dejado alg¨²n testimonio por escrito. Me referir¨¦ aqu¨ª tan s¨®lo al aspecto relacionado con la actividad intelectual, que fue de todos modos bastante importante. Establecimos all¨ª una relaci¨®n muy fecunda con el mundo orteguiano (Ben¨ªtez era, para as¨ª decirlo, un ferviente fan de don Jos¨¦ Ortega), y de ah¨ª vino un arreglo para imprimir y publicar en Puerto Rico varios de los t¨ªtulos que llevan el sello de Revista de Occidente. Marginalmente, la gente de dicha revista en Espa?a (concretamente, Fernando Vela) imprimir¨ªa en Madrid (1955) la primera edici¨®n comercial de mi libro Historia de macacos -aunque seguro estoy de que dicho libro nunca pas¨® a las librer¨ªas-, reproduciendo una edici¨®n privada, en verdad clandestina, que previamente se hab¨ªa impreso gracias al entusiasmo amistoso de Ricardo Gull¨®n.
A partir de all¨ª mi actividad y mis iniciativas docentes en la Universidad de Puerto Rico abren una nueva etapa, ya definitiva, a mi carrera de escritor p¨²blico. En fin, ahora, en la fecha de hoy (el 26 de septiembre de 2005), cuando he terminado de poner por escrito estas palabras, y ante la perspectiva de cumplir los cien a?os de mi vida, vuelvo la vista hacia el prolongad¨ªsimo camino de esta mi existencia sobre el deleznable planeta en que me fue dado abrir los ojos al mundo y encontrarme conmigo mismo y me doy cuenta de que la realidad en la que se desenvolv¨ªa mi existencia ha experimentado tan sustanciales cambios que apenas si acierto a reconocerla. Ven¨ªa hablando hasta este momento de un siglo en el que los libros han constituido el panorama b¨¢sico de la existencia humana, debiendo entenderse por tal la del hombre que se alza sobre su naturaleza material para contemplar un panorama superior apenas descifrable, y reconozco que los libros, y dentro de ellos lo que en sentido preciso debe llamarse literatura, que ha sido para m¨ª la orientaci¨®n y meta capaz de justificar dicha existencia sobre la tierra, han perdido ya su vigencia, y est¨¢n siendo sustituidos por veh¨ªculos distintos de la expresi¨®n y de la comunicaci¨®n sobre los soportes que nuevas tecnolog¨ªas introducen y que anuncian maneras de vivir y de entender el mundo enteramente ajenas a aquellos que, como yo, han desarrollado su existencia temporal en un tiempo que ya hoy se ha hecho pret¨¦rito.
No me ha sido dado a m¨ª otro medio de realizarme en funci¨®n del mundo en que me toc¨® vivir, si no es a trav¨¦s de la letra impresa. El espacio de la realidad acotado por los libros ha sido desde la infancia mi espacio natural, y en ¨¦l se ha desenvuelto b¨¢sicamente mi actividad sobre la tierra, en relaci¨®n siempre con quienes, como yo, con los libros han vivido, y me refiero a quienes fueron mis compa?eros escritores, o los muchos, incontables, aficionados a la lectura, pero, muy en particular, a los profesionales de la producci¨®n de tales objetos de cultura: bibliotecarios, editores y libreros, entre los que, ya en su mayor parte desaparecidos, he tenido y tuve tantos y tan buenos amigos a lo largo de esta dilatad¨ªsima permanencia m¨ªa sobre este cuerpo astral al que piadosamente he calificado de deleznable.
Texto ¨ªntegro del discurso pronunciado por Francisco Ayala al recibir el Premio Antonio de Sancha, el 26 de septiembre de 2005.
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