La casta codiciosa de Pitinesco
Luis Bol¨ªvar careci¨® del mando necesario para triunfar a lo grande.- Excelso magisterio de El Fundi y heroicidad incuestionable de Sergio Alguilar
Cuando la tarde comenzaba a despe?arse por el precipicio de la vulgaridad -hasta tres sobreros salieron para sustituir al inv¨¢lido segundo-, salt¨® al ruedo Pitinesco, de 541 kilos de peso, de just¨ªsima presentaci¨®n, que acudi¨® al capote de Bol¨ªvar sin gracia alguna, correte¨® distra¨ªdo y blande¨® en el caballo, donde recibi¨® un par de leves picotazos; pero tras una vuelta de campana a la salida del picador -en la que se dej¨® casi medio pit¨®n derecho-, qued¨®, en principio, lisiado para la lidia posterior. Pero el misterio del toro volvi¨® a resurgir. Y vean lo que pas¨®: tard¨® Pitinesco el tiempo de que la cuadrilla tomara los garapullos para recomponerse el cuerpo, engallarse y decir aquello de 'aqu¨ª estoy yo'. Y acudi¨® alegre y a galope tendido en banderillas, lo que permiti¨® que el muy eficaz Domingo Navarro colocara un par de poder a poder.
Brind¨® Luis Bol¨ªvar a El Fundi, y, en cuanto el torero le mostr¨® la franela, el animal obedeci¨® con alegr¨ªa y humillado, de modo que volvi¨® a clavar los pitones en la arena. March¨® Bol¨ªvar al centro del anillo y, desde all¨ª, lo cit¨®; acudi¨® el toro como una bala, con la cara a media altura, pero recreci¨¦ndose en cada embestida. Y vuelve de nuevo el cite lejano y la alegr¨ªa de la casta, la codicia y la fiereza en la fortaleza de un toro incansable que persegu¨ªa la muleta del torero. Se deja ver Bol¨ªvar con el cartucho de pescao en la mano zurda, pero, por ese lado, Pitinesco no embiste con la misma franqu¨ªa. Tard¨® en morir tras una estocada tendida, y se le ovacion¨® con fuerza porque devolvi¨® por unos instantes la alegr¨ªa a la fiesta brava.
?Y el torero? Luis Bol¨ªvar luci¨® al toro con generosidad, aguant¨® con valent¨ªa sus codiciosas embestidas, y no se arredr¨® ante la boyant¨ªa de su oponente; pero careci¨® del mando necesario para triunfar a lo grande, como el toro merec¨ªa y ¨¦l mismo ansiaba. Pero, quiz¨¢, cada uno est¨¢ donde tiene que estar. Nada pudo hacer el colombiano ante el sexto, un inv¨¢lido que lo ¨²nico que deseaba era morirse.
El resto del festejo se condensa en una nueva demostraci¨®n de excelso magisterio de El Fundi y de heroicidad incuestionable de Sergio Alguilar.
Sigue siendo una delicia ver al torero de Fuenlabrada en la cara del toro, desgranando toda una teor¨ªa sobre la lidia, sobre c¨®mo ense?ar a embestir a los toros y exprimir lo que llevan dentro. No lo pudo conseguir ante el muy desclasado primero, pero su meritoria labor tuvo el premio ante el soso cuarto, donde se mostr¨® como un maestro macerado por el paso del tiempo, seguro siempre, de suaves maneras y pasmosa seguridad.
Y los m¨¢s feos de la tarde -hay que ver lo poco que se cuida en esta plaza la presentaci¨®n de los sobreros- le tocaron a Sergio Aguilar, que sufri¨® una voltereta del marrajo que hizo segundo, y le produjo un puntazo en el muslo izquierdo. Nunca le perdi¨® la cara, y aguant¨®, tambi¨¦n en el quinto, peligrosos ga?afones con una valent¨ªsima porf¨ªa.
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