Decepci¨®n, el gozo en un pozo
La corrida de Zalduendo, con buenas pintas toda ella, sali¨® rana desde el toro que abri¨® plaza
Seis toros, seis, y seis avisos, seis. A aviso por toro. Dos de ellos, en los segundos toros de Ponce y Castella, respectivamente, incluso antes de perfilarse para matar. Empe?ados ambos espadas en sacar agua de sendos pozos sin agua. Secos. Porque la corrida de Zalduendo, con buenas pintas toda ella, sali¨® rana desde el toro que abri¨® plaza. De la quema se salv¨® el segundo, de muy finas puntas por cierto. Fue toro manso en varas: dos entradas, dos salidas como si la cosa no fuera con ¨¦l. Pero tuvo cierto aire. En el quite de turno, Sald¨ªvar sali¨® atropellado por echarse encima al toro en un intento de chicuelina. El mexicano volver¨ªa a repetir error en el quinto y esta vez s¨ª que se salv¨® de milagro.
ZALDUENDO / PONCE, CASTELLA, SALD?VAR
Toros de Zalduendo. Correctos de presencia, bien armados y astifinos. Faltos de casta y mansitos en general. Bueno el segundo y violento el quinto.
Enrique Ponce: silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Sebasti¨¢n Castella: saludos tras aviso y vuelta al ruedo con fuerte petici¨®n tras aviso.
Arturo Sald¨ªvar: silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Plaza de Valencia, 17 de marzo. Octava de Feria. Lleno.
Ese toro segundo fue noble; bueno sin m¨¢s. Bueno rampl¨®n, dir¨ªase. Pero bueno al fin y al cabo. Castella impuso su voluntad mec¨¢nica. Faena sencilla, sin aparato. Solvent¨® con facilidad y sin brillo. Un desarme al usar la izquierda marc¨® un antes y un despu¨¦s. A partir de ah¨ª, Castella pis¨® el terreno del toro, donde m¨¢s a gusto se encuentra este torero. Hubo parones, p¨¦ndulos, acarici¨® los buidos pitones del toro. Trag¨®, en definitiva, y esa pantalla final la agradeci¨® la gente. Un pinchazo hondo y dos descabellos enfriaron el ambiente.
Fuera de ese segundo toro comestible, el de antes y los cuatro que vinieron despu¨¦s fueron de pesada digesti¨®n. No por imposibles, sino por escasos de casta e inter¨¦s.
El que abri¨® la tarde huy¨® cuantas veces lo llevaron al caballo. Y coce¨® ahora s¨ª, ahora tambi¨¦n. Ponce, por abajo, trat¨® de sujetarlo. Fuera del tercio, el toro viajaba hacia tablas cada vez que el muletazo llevaba direcci¨®n por los adentros. Mucha plaza recorri¨® Ponce con el manso toro. Tres derechazos en carrusel se los trag¨® el toro no se sabe como. Al natural, m¨¢s poder y dominar que lucir. No hab¨ªa otra. La casta que no tuvo el toro la puso el torero. Dos pinchazos y dos descabellos acabaron la sesi¨®n.
Fuera del segundo toro comestible, el de antes y los cuatro que vinieron despu¨¦s fueron de pesada digesti¨®n.
En el cuarto, Ponce trat¨® de ganarse la confianza de un toro que se puso remol¨®n enseguida. Cerca de toriles, terreno c¨®modo para el de Zalduendo, fue donde se esforz¨® Ponce. A mayor ataque del torero, m¨¢s defensivo que se puso el toro. El desaf¨ªo que propuso Ponce nunca fue aceptado por el astado. Empe?ado en sacar de donde no hab¨ªa, escuch¨® un aviso antes de terminar de pinchazo y estocada.
Como segundo de lote, Castella encontr¨® en quinto lugar el toro m¨¢s maleducado de la corrida. Violento, defensivo, de cabezazo a las nubes en banderillas y defensivo por arriba y por abajo. Castella, firme, sorte¨® tarascadas por ambos lados. Una lucha. En en el fragor de la batalla, un improvisado cambiado por la espalda levant¨® un clamor. Castella regres¨® a sus or¨ªgenes: la cercan¨ªa. No fue un juego pero s¨ª un alarde del torero, que no se cans¨® de buscarle las vueltas al toro. Faena larga, insistente. De ganar a los puntos. Le avisaron antes de recetar media atravesada y trasera y un descabello. Se pidi¨® la oreja con mucha fuerza, pero el esfuerzo no tuvo compensaci¨®n en forma de trofeo. Dio una vuelta muy ovacionada.
Con el quinto se pidi¨® la oreja para Castella con mucha fuerza, pero no tuvo trofeo.? Dio una vuelta muy ovacionada.
Arturo Sald¨ªvar salv¨® el pellejo dos veces. Las dos aquellas en que quiso hacer un quite por chicuelinas en los toros de Castella. No fue una tarde de ideas claras del azteca. Abri¨® la primera faena con un cambiado por la espalda tras cite con la muleta plegada. De seguida, otro igual pero ya con la franela montada. Espejismo. El molesto tornilleo del toro descoloc¨® al mexicano, que ya fue incapaz de gobernar. Mucho empe?o pero todo muy apelotonado. Atolondrado. Torp¨®n, en fin. Hubo series por ambos pitones, pero no consigui¨® Gobierno. Aguant¨® una mirada de amenaza del toro, pero la gasolina se hab¨ªa acabado y la p¨®lvora del torero ya estaba gastada.
El sexto, tont¨®n y sin clase, dej¨® a Sald¨ªvar serenarse. Algo es algo. Pero tampoco encontr¨® el norte. Forzado, con la gente a favor y la m¨²sica dando la tabarra sin ton ni son, no termin¨® de entenderse con el toro. Busc¨® soluciones por los dos pitones, pero nunca logr¨® complicidad con el toro, que tampoco estaba por la labor. Descolocado y sin las ideas muy en claro, pinch¨® dos veces antes de la estocada final.
Babelia
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