Stone Roses limpia la sangre del escenario del crimen
La banda de Manchester triunfa en la tercera jornada del FIB, donde hace 16 a?os certific¨® su declive antes de disolverse
El asesino siempre vuelve al escenario del crimen, y ayer Stone Roses, 16 a?os despu¨¦s de ofrecer un catastr¨®fico concierto en el FIB de 1996 que, a?adido a algunos desastres m¨¢s, desemboc¨® en su disoluci¨®n, volvieron para redimirse en el mismo lugar que les dio boleto. El concierto de este s¨¢bado termin¨® con la banda fundida en un abrazo, qued¨¢ndose un rato sobre el escenario y gritando orgullosa su nombre varias veces. Como un equipo de f¨²tbol de segunda (ch¨¢ndal incluido) despu¨¦s de un heroico ascenso a primera. As¨ª que est¨¢ bastante claro lo que pas¨®. Han vuelto para arreglar el desaguisado y, probablemente, cuando hayan limpiado la sangre (y engordado la cuenta bancaria), se volver¨¢n por donde vinieron.
Nadie esperaba mucho de la banda de Manchester al principio, y eso siempre ayuda a salir victorioso. Pero es que desde el arranque con I wanna be adored estuvieron como si nunca la hubieran pifiado. De ah¨ª arriba ya no se volvieron a bajar. Ian Brown, su enjuto vocalista, que no solt¨® las maracas en todo el concierto, no est¨¢ ya para muchos gorgoritos, pero lo disimula muy bien sin forzar la voz, un poco baja todo el tiempo. Mani, su bajista, que nunca perdi¨® la fuerza en los dedos mientras anduvo enrolado en Primal Scream durante el barbecho de su banda, es como un ancla en el ritmo de un grupo que a veces parece que no va a saber regresar del viaje psicod¨¦lico en el que se perd¨ªa en canciones como Fools Gold. Lo tocaron casi todo, es verdad que ayuda tener solo dos discos, y miraron a los ojos a su propia leyenda.
En Waterfall fue como si todav¨ªa creyeran que siempre ser¨¢n los reyes del mundo, aunque est¨¦n mayores, apuren los ¨²ltimos tiros y muchas de sus canciones ya no hablen de ellos mismos. Pero cuando llegaron a Made of Stone, los miles de brit¨¢nicos y absolutamente todos los espa?oles que hab¨ªa en el recinto enloquecieron. Est¨¢n en forma, como si algo fabuloso les hubiese sucedido en este tiempo. Claro que debe ayudar lo de volver a cobrar al final de un bolo, pero no parece que eso sea lo ¨²nico que hizo que la letra de This is the one sonara como si realmente la de ayer fuera la gran oportunidad de su vida.
Justo despu¨¦s aparecieron en ese escenario Crystal Castles, que son como aquella pareja de chiflados de Asesinos Natos. Ella es toda una Mallory Knox del techno que su pareja suelta en el escenario y maneja a ritmo de sintetizador, muri¨¦ndose de gusto mientras ella busca y provoca la sangre. Son de lo m¨¢s punk que corre por la electr¨®nica. A 130 pulsaciones por minuto a ella le cuesta horrores no tirarse al p¨²blico, entrar en una suerte de ¨¦xtasis y buscar el cuerpo a cuerpo con los de seguridad. Hay que verla poniendo los ojos en blanco y mirando al cielo mientras decenas de manos intentan agarrarla. La chica se deja la vida. ?l no levanta la vista del teclado. Y a veces el asunto acaba a tortazo limpio y alguien apaga la m¨²sica para evitar males mayores. Ayer qued¨® en nada, pero de casualidad. Montaron un show de electr¨®nica para las tres de la ma?ana que ya querr¨ªa hoy David Guetta.
Porque llegados al ecuador de su 18? edici¨®n, con un cartel disparatadamente ecl¨¦ctico que reinventa el concepto de selecci¨®n y criterio, el FIB propuso quiz¨¢ la noche m¨¢s importante de las cuatro de este a?o. Ayudaba el car¨¢cter de sus cabezas de cartel. Todo muy old school. Volv¨ªa Noel Gallagher al festival, esta vez sin Oasis, embarcado en su proyecto en solitario con los High Flying Birds. Y estaban los inagotables Buzzcocks, cuyo agente debe ser un genio para conseguir colocarles en tantos escenarios. Siempre cumplen, pero es una y otra vez lo mismo. Eso, y la ex¨®tica inclusi¨®n de Jessie J en el programa del d¨ªa, una reina del pop comercial que ofreci¨® un espect¨¢culo (el ¨²nico entendido como tal) m¨¢s cercano a festival de emisora de radio que a un certamen con trayectoria de culto.
Noel Gallagher, a mil leguas distanciado de su hermano Liam (palas de cricket y amenazas de guitarrazo en la cabeza mediante), lleg¨® para demostrar que ¨¦l era el cerebro de aquel monumento del pop que fue Oasis. Tan bocazas como su hermano, que tambi¨¦n luce proyecto en solitario, pero mucho m¨¢s inteligente y ordenadito (dentro del hooliganismo que impera en la familia) ha reconstruido pausadamente su carrera. La noche ayer habalaba de Manchester -luego vendr¨ªan sus colegas de Stone Roses- y dedic¨® una canci¨®n a su ciudad, para delirio de los que llevaban una hora coreando su nombre obstinadamente (acompa?ado del lanzamiento de vasos habitual) mientras tocaba su ¨¢lbum, a¨²n resisti¨¦ndose al pasado. Dur¨® poco. Porque suenan perfectos, a bandaza. Pero sin el alma y sin la tensi¨®n universal que supo otorgar un d¨ªa a aquel otro proyecto construido a mamporrazos con su hermano.
As¨ª que, como suele pasar, acab¨® tirando de viejos mitos varias veces, incluida la enorme Whatever, que convirti¨® el recinto en enorme karaoke. Y ah¨ª, s¨ª conect¨® con el resto de la audiencia de fuera de las Islas que andaba un poco despistada hasta el momento. Y como al final la sombra de Oasis termin¨® devor¨¢ndolo todo, Gallagher acab¨® con toda una declaraci¨®n de amor liberada de rencor hacia esa ¨¦poca con Don¡¯t look back in anger. Uno de los pocos temas que le dej¨® cantar Liam en la ¨¦poca de Oasis. Y eso fue todo. 60 escasos minutos.
Otra brit¨¢nica, Jessie J salt¨® al mismo escenario a las 21.45 y encendi¨® al mismo p¨²blico que el viernes andaba despistado con Bob Dylan. Esta vez s¨ª reconocieron las canciones. Es una estrella en Reino Unido, pero de otro tipo a las que vendr¨ªan luego. Ni?a prodigio, trabajadora incansable, lleva metida en esto desde los 11 a?os y fue a la mil veces rese?ada escuela de m¨²sica a la que asistieron Amy Winehouse o Adele. Anoche se present¨® con una banda en toda regla, tres coristas y un buen n¨²mero de luces. Justin Timberlake la adora y ha compuesto para Miley Cirus. Y as¨ª, m¨¢s o menos, suena su m¨²sica. No es un producto prefabricado, porque ella se lo guisa todo. Otra cosa es el tiempo de cocci¨®n que dedique a cada canci¨®n. Los brazos de los chavales brit¨¢nicos reci¨¦n salidos del camping iban de un lado a otro con cada tema en perfecto comp¨¢s. Una juerga tan respetable como irrelevante musicalmente y que ilustra perfectamente este a?o el pastiche art¨ªstico, sin rastro de iron¨ªa autopar¨®dica, en el que se ha embarcado el festival.
Porque hay de todo en el cartel. En las ant¨ªpodas, School of Seven Bells, que tocaron justo antes de la starlet brit¨¢nica, demostraron que uno puede sobreponerse con un poco de cara a la adversidad. Tras su segundo disco, a su cantante y teclista le dio por largarse. Lo bueno es que su hermana gemela, tambi¨¦n en el grupo, no estaba por la labor de finiquitar el proyecto. Siempre es bueno tener a un pariente en la banda, a menos que seas un Gallagher, claro. As¨ª que convertido en d¨²o (ayer ser presentaron en el FIB acompa?ados de otros dos m¨²sicos) se han reinventado y han abandonado el sonido vaporoso que practicaban para lanzarse al sintetizador m¨¢s ochentero y bailable. Que es lo que consiguieron que hiciera la gente en una hora tan desagradecida como la que les impuso el cartel. Hasta que llegaron Stone Roses, alguien modific¨® el rumbo del festival unas 30 veces m¨¢s.
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