La profesi¨®n ya no llora... tanto
El esfuerzo de los traductores logra que se materialicen viejas reivindicaciones, pero sus nombres vuelven a desaparecer de las cubiertas y de muchas menciones
Los traductores literarios espa?oles han pasado, en medio siglo, del ¡°traducir en Espa?a es llorar¡± al ¡°traducir en Espa?a es una profesi¨®n¡±. Lo dice Francisco Uriz (Zaragoza, 1932), que despu¨¦s de medio siglo en el oficio (traduciendo del sueco, sobre todo poes¨ªa, y a veces las frases que la Academia Sueca emite para dar a conocer su estimaci¨®n de los Nobel literarios), acaba de recibir del Ministerio de Cultura el Premio Nacional a la Obra de un Traductor.
Su colega, Luz G¨®mez (Madrid, 1967), tambi¨¦n ha sido premiada, en su caso con el Premio Nacional a la Mejor Traducci¨®n (ambos dotados con 20.000 euros), por haber puesto en castellano En presencia de la ausencia, del ¨¢rabe Mahmud Darwix (Pre-Textos), a quien lleva traduciendo 15 a?os. Ella cree que, en el campo de esas reivindicaciones de los traductores espa?oles, ¡°quedan batallas por ganar¡±.
Seg¨²n G¨®mez, ¡°el traductor literario no deja de ser una molestia imprescindible, y como tal no se sabe qu¨¦ hacer con ¨¦l¡±. Dr¨¢stica: ¡°Lo ideal ser¨ªa¡±, dice, ¡°que no existiera: es una carga, molesta pagarle, molesta reconocerle¡±.
En los a?os ochenta, por la insistencia de Esther Ben¨ªtez, un mito en la traducci¨®n moderna, y de Javier Mar¨ªas, ambos traductores, los editores se tomaron en serio esa reivindicaci¨®n y desde entonces el traductor ha solido tener su lugar a la sombra (o a la luz) del autor. Pero Luz percibe que, ¡°tras una ¨¦poca de reconocimiento tipogr¨¢fico, su nombre ha empezado a desaparecer de las cubiertas de los libros, para que las cubiertas queden m¨¢s limpias, dicen¡±.
¡°Espa?a posee una de las leyes de Propiedad Intelectual mejores y m¨¢s avanzadas de Europa. Con lo cual, no deber¨ªa haber cuestiones pendientes¡±, dice Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia, la presidenta de ACE, la organizaci¨®n que agrupa a los traductores espa?oles. ¡°Pero hete aqu¨ª¡±, a?ade, ¡°que buena parte de las editoriales de este pa¨ªs ¡ªno todas, ni mucho menos, pero s¨ª bastantes¡ª incumplen la ley sistem¨¢ticamente (de aqu¨ª la frase que suele repetir Miguel S¨¢enz: ¡®Espa?a es un estado de derecho atemperado por el estricto incumplimiento de la ley¡¯). Por ello a veces los contratos de traducci¨®n, o sea de cesi¨®n de derechos para la explotaci¨®n de la traducci¨®n durante un n¨²mero determinado de a?os, son claramente ilegales (vulneran la letra de la ley) y, otras, no llegan a ser ilegales pero son abusivos (vulneran el esp¨ªritu de la ley)¡±.
Ya no lloran, dice Uriz. Pero tendr¨ªan motivos. Contin¨²a la presidenta de los traductores: ¡°A veces las editoriales no admiten negociaci¨®n alguna¡± sobre anticipos y porcentajes en derechos. Y, adem¨¢s, se producen impagos ¡°o retrasos abusivos¡± por parte de algunas editoriales, ¡°no de todas, ni mucho menos¡±.
Pero hay razones para decir que los tiempos han avanzado para mejor. Dice Elisabeth Falomir (Valencia, 1988, traductora del franc¨¦s): ¡°Hay que batallar duro para que se hagan contratos de traducci¨®n dignos. ?Y que se cumplan!¡±. Juan Sebasti¨¢n C¨¢rdenas (colombiano en Madrid, traductor del ingl¨¦s, tambi¨¦n es narrador) tiene claro su lugar en el mundo: ¡°En t¨¦rminos estrictos, los traductores no somos distintos de un encofrador o del tipo que hace alicatado. Est¨¢ bien que se valore nuestro trabajo, que es tremendamente complicado y a veces tan ingrato. Pero b¨¢sicamente somos trabajadores de la industria cultural. Somos obreros. Y esa consciencia de obreros viene con una lista de derechos que todav¨ªa estamos en proceso de garantizar plenamente¡±.
En ese plano, C¨¢rdenas apunta a la cabeza: ¡°En nuestros tiempos, el peor enemigo del traductor ¡ªsiempre que no hablemos de un tipo mediocre y chapucero, siempre y cuando hablemos de un buen traductor¡ª es el colegueo y la informalidad con la que muchos editores entablan las relaciones laborales. A lo largo de estos 10 a?os de experiencia me he topado con un pu?ado de listos, grandes y peque?os, dispuestos a timar a quien fuera¡±. Pero ¨¦l tiene la suerte, dice, de trabajar con gente magn¨ªfica ¡°como Enrique Redel (Impedimenta) o Diego Moreno (N¨®rdica)¡±.
A Uriz le pregunto por sus traducciones m¨¢s preciadas. Va por ¨¦pocas. ¡°Cuando traduc¨ªa con Artur Lundkvist literatura latinoamericana al sueco, me identifiqu¨¦ sobre todo con C¨¦sar Vallejo, Pablo Neruda, Jaime Gil de Biedma y Blas de Otero¡ al espa?ol, me sent¨ª hermanado con el finland¨¦s Claes Andersson, el sueco Gunnar Ekel?f y ahora con el dan¨¦s Henrik Nordbrandt, el finland¨¦s Pentti Saarikoski. ?Y no olvido a Tomas Transtr?mer!¡±. Pero hay un poema del que no se puede olvidar: Sobre la guerra de Vietnam, de Goran Sonnevi, ¡°que influy¨® en m¨ª de una manera decisiva, tanto que me dio la pista para tratar en un poemario mi indignaci¨®n por la barbarie norteamericana en Vietnam¡±.
Un traductor es un bicho raro, dice Luz G¨®mez. ¡°Yo traduzco poes¨ªa pero escribo y ense?o sobre islam e islamismo. Traduzco a partir de un proyecto que propongo a un editor y discutimos. Es el caso tambi¨¦n de un buen n¨²mero de poetas traductores o narradores traductores. Si no fuera por ciertos editores, siempre dispuestos a abrir el panorama, ser¨ªa misi¨®n imposible¡±. A ella la llev¨® a traducir el gusto por la poes¨ªa ¨¢rabe contempor¨¢nea, ¡°en concreto la obra de Mahmud Darwix¡±, tarea que le ha proporcionado este premio.
Le pregunt¨¦ a C¨¢rdenas, autor tambi¨¦n, qu¨¦ se siente d¨¢ndole voz a autores con los que no se experimenta identificaci¨®n. Responde: ¡°Siguiendo muy de cerca las reflexiones de Walter Benjamin sobre la traducci¨®n, creo que la mayor dificultad t¨¦cnica del trabajo radica en la obligaci¨®n de trasladar los efectos sensoriales que produce la lengua original a un texto determinado. La traducci¨®n crea efectos inesperados en la lengua de recepci¨®n, y por tanto, en la percepci¨®n, en el cuerpo del lector. Y ese trabajo de mediaci¨®n pasa, en el sentido m¨¢s literal, por el cuerpo del traductor. Podemos imagin¨¢rnoslo como una especie de m¨¢quina o antena, que recibe se?ales y las transforma en otra cosa¡±. Elisabeth Falomir: ¡°He traducido voces narrativas casi siempre masculinas y creo haber conseguido amoldarme a distintos registros. Intento hacerme invisible, que no se me oiga: traducir es convertirse en ninja, dejarse atravesar por el texto y entregarlo sin dejar mucha huella, mimetizarse¡±.
Gallego Urrutia, que acaba de publicar su traducci¨®n de Or¨ªgenes y Los desorientados, de Amin Maalouf (Alianza), dice qu¨¦ le dejan los autores: ¡°Una embriaguez¡¡±. Lo explic¨® en un art¨ªculo en El Trujam¨¢n, la revista de traducci¨®n del Instituto Cervantes: ¡°De repente, esas pocas palabras, esas pocas frases, breves pero fundamentales y eternas, son m¨ªas. Las poseo y me poseen¡±.
El orgullo del traductor literario, dice, ¡°reside en su capacidad y su talento para enfrentarse a la traducci¨®n de cuantos escritores les encomienden las editoriales. Su versatilidad es su grandeza¡±. Por eso su exigencia de buen trato es una reivindicaci¨®n que parece inacabable. Uriz lo explica: ¡°Siempre hay que seguir reclamando un pago por p¨¢gina que lleve nuestros honorarios al nivel de lo que cobra la se?ora de la limpieza¡±.
Ya no lloran¡ tanto; quieren ser invisibles y son ecos necesarios de los autores extranjeros. Quieren volver a las cubiertas y quieren que su salario compense el esfuerzo de ser imprescindibles.
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