Nostalgia de los recreativos
Tampoco nos enga?emos, la base dram¨¢tica de '?Rompe Ralph!' es exactamente la misma que la de la saga 'Toy story'
Gente que ronda los cuarenta a?os haciendo pel¨ªculas destinadas a hijos de padres que rondan los cuarenta para que, en alegre comandita familiar, los mayores rememoren su ni?ez desde la nostalgia y los peque?os conozcan aquello que ahora puede sonar a la era jur¨¢sica pero que no hace demasiado ocupaba el tiempo y la ilusi¨®n de aquellos ni?os que ahora son sus padres: los recreativos de marcianitos. La operaci¨®n comercial y creativa que pretende ?Rompe Ralph!, nueva apuesta de la casa Disney en formato animado, parec¨ªa perfecta; una especie de zapping melanc¨®lico donde se puede saltar del Comecocos a Final Fantasy como un ¨¦xtasis de anacronismo anal¨®gico en la era del digital. Sin embargo, no lo es del todo, al menos en el apartado creativo.
Tampoco nos enga?emos, la base dram¨¢tica de ?Rompe Ralph! es exactamente la misma que la de la saga Toy story: los juguetes tienen vida propia m¨¢s all¨¢ de los ni?os y, tras el descanso del guerrero, exponen sus propias cuitas emocionales, sus miedos y sus deseos, como el Ralph del t¨ªtulo, que, despu¨¦s del game over y a la espera de que una nueva moneda se introduzca en el mecanismo, marcha cabizbajo hasta su cama-vertedero con el ansia de poder dejar de ser alg¨²n d¨ªa el malo del videojuego. Una muestra m¨¢s de la era animada en la que vivimos, en la que la reivindicaci¨®n del indeseable, del raro, del independiente, del Otro, domina sobre aquellos que siempre hab¨ªan estado establecidos en el olimpo del hero¨ªsmo: los guapos, listos, sanos y educados.
La pel¨ªcula mezcla bien los formatos y sabe sacar partido a su totum revolutum de est¨¦ticas, lo que, en lugar de hacerla confusa, la hace libertaria, casi an¨¢rquica en el mejor sentido; como en realidad son los juegos de los ni?os, donde siempre cabe un playmobil pirata d¨¢ndose de bofetadas con un master del universo. Aunque, como contrapartida, haber elegido como escenario principal el universo de chuches del juego Sugar Rush lleva consigo inevitables sobredosis de color rosa y pasteler¨ªa, lo que acaba provocando cierto empalago.
De modo que, ya puestos en la tesitura de que en realidad estamos ante una repetici¨®n de esquemas a lo Pixar, pero ambientada en los m¨¢s a?ejos videojuegos, habr¨¢ que quedarse con el brillante momento-espejo a aquel en que Woody volaba con un brazo roto camino del cubo de la basura en Toy Story: ese en el que la crepuscular sombra de un papel pegado con celo sobre la pantalla de la m¨¢quina, con el texto Fuera de servicio y vislumbrado desde dentro, determina el m¨¢s que probable camino hacia la extinci¨®n de un grupo de criaturas con existencia propia. Es entonces cuando la dram¨¢tica intr¨ªnseca del relato se da la mano con la nostalgia extr¨ªnseca del espectador adulto: ese aviso de que la m¨¢quina est¨¢ en las ¨²ltimas es una colleja al nost¨¢lgico progenitor, que ya no es el ni?o que fue, sino un mero acompa?ante del que tiene al lado.
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