¡°?Por qu¨¦ la gente me quiere tanto?¡±
Garc¨ªa M¨¢rquez convirti¨® Cartagena en su toma de tierra en Colombia, aunque la fama le complicase disfrutar de sus calles
Garc¨ªa M¨¢rquez lleg¨® con una idea publicitaria. En medio de un entierro, uno de los asistentes dice que en esos momentos lo que m¨¢s le gustar¨ªa ser¨ªa beberse una coca-cola. Los responsables de la agencia obviaron de inmediato su ocurrencia. Fue en los sesenta, cuando el colombiano hac¨ªa trabajos de publicidad en M¨¦xico, y al parecer era frecuente que sus propuestas fuesen demasiado descabelladas como para concretarse. Eso contaba un amigo suyo en el Distrito Federal el lunes de la semana pasada, cuatro d¨ªas antes de que el Nobel de literatura falleciese, siete d¨ªas antes de que en la capital de M¨¦xico le rindiesen un homenaje solemne con m¨²sica cl¨¢sica pero sin coca-colas.
En Cartagena de Indias contaban este mismo lunes otra historia de la muerte y de Garc¨ªa M¨¢rquez. La historia de un sue?o que tuvo el escritor en el que se ve¨ªa rodeado de amigos en un entierro con un clima jovial pero que acababa de una manera deprimente para el protagonista: cuando sus amigos se van del funeral quiere irse con ellos y le dicen que no puede ser porque ¨¦l es el muerto. ¡°A ti se te acab¨® la fiesta¡±, le dijo alguien en sue?os a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. El que menciona la historia es Gustavo Tatis, editor de cultura del diario local El Universal, y la menciona al hilo de una vez que lo entrevist¨® a principios de los a?os noventa y se le ocurri¨® preguntarle por la muerte. ¡°Me dijo que no entend¨ªa por qu¨¦ le preguntaba por eso, y que a ¨¦l no le gustaba hablar de la muerte¡±, dice Tatis al lado de la linotipia en la que se imprimi¨® en 1948 el primer art¨ªculo period¨ªstico de Garc¨ªa M¨¢rquez en este peri¨®dico, titulado Punto y aparte.
Punto y aparte trataba sobre la suspensi¨®n del toque de queda que hab¨ªa esos d¨ªas en Cartagena de Indias tras el asesinato en Bogot¨¢ del pol¨ªtico liberal Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n.
Muchos sentir¨¢n nostalgia por esta destemplada y obligante serenata. Otros volver¨¢n ¨Cvolveremos¨C a las visitas, recuperaremos nuestra agradable disciplina para esperar la madrugada olorosa a bosque, a tierra humedecida, que vendr¨¢ como una nueva Bella Durmiente deportiva y moderna. O tal vez, seguros de que ya nada nos impedir¨¢ trasnochar, nos iremos a dormir mansamente ¨Cextra?os animales contradictorios¨C antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche.
Por la ma?ana, la casa de Garc¨ªa M¨¢rquez en Cartagena estaba cerrada. Est¨¢ en la calle Curato, aunque en el vasto muro exterior de la mansi¨®n hay un letrero con el nombre de la calle al que se le ha ca¨ªdo la u.
Un vigilante de seguridad que trabaja en un edificio de la zona cuenta que tambi¨¦n ha trabajado de seguridad en la casa del Nobel. Describe el interior. ¡°Ust¨¦ entra y de frente hay un jard¨ªn donde parquean los carros y eso. Si ust¨¦ va a la planta baja eso est¨¢ lleno de cuadros, de cultura y artes y eso. Si ust¨¦ entra a la derecha hay una antesala. Ah¨ª hay unos muebles antiguos y adornos. Vaya, cosas antiguas. Si ust¨¦ sube hay como un sal¨®n largo y una mesa inmensa y hay sillas de lado y lado. Es como un sal¨®n de conferencias o una mesa para comer, m¨¢s o menos. Y en la parte que ve desde aqu¨ª hay un ¨¢rbol de almendra y hay palmeras cubanas, las famosas velas, ah¨ª queda el ¨¢rea de la piscina, tienen una piscina interna. Ya lo que es cuartos y cosas as¨ª uno no tiene acceso a eso¡±. El vigilante recuerda que Garc¨ªa M¨¢rquez era muy cari?oso y que cuando llegaba, antes de que uno le diese la mano a ¨¦l, ¨¦l se adelantaba y le daba la mano a uno. ¡°Daba la mano as¨ª como saludamos los coste?os, con la mano apretada¡±. Cinco carruajes de caballos pasan al lado de la conversaci¨®n haciendo clac clac clac clac clac, que es m¨¢s o menos el ruido que hacen los caballos al trotar.
En un restaurante llamado Bistro hay un cuadro grande con un retrato del escritor pero actualmente est¨¢ descolgado para alguna reparaci¨®n. En una mesa del restaurante se acuerda de Garc¨ªa M¨¢rquez un miembro de su Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada en Cartagena hace 19 a?os. Carlos Serrano dice que la ¨²ltima vez que lo vio llevaba una camisa amarilla muy bonita de manga larga. Era 2010 y el escritor fue a hacer una visita a la sede de la fundaci¨®n. Serrano, un periodista joven, dice que all¨ª estaban ¡°todos embobados¡± a su alrededor. Un principio de la fundaci¨®n marcado por Garc¨ªa M¨¢rquez fue que la formaci¨®n de los periodistas se hiciese en talleres que fuesen relajados, como las tertulias de caf¨¦ en la redacci¨®n de un diario. ¡°Un ambiente de camarader¨ªa¡±, dice Serrano, ¡°de cheveridad, alegre como la vida misma¡±, y su patr¨®n lo mira desde el retrato descolgado de la pared, que es la t¨ªpica imagen de Garc¨ªa M¨¢rquez saludando con el dedo coraz¨®n pero con una particularidad: que en esta composici¨®n el dedo coraz¨®n est¨¢ pintado de una manera tan extra?a que parece un dedo injertado en una mano puesta del rev¨¦s.
Cuando ven¨ªa de M¨¦xico aqu¨ª a pasar temporadas, la vida de Garc¨ªa M¨¢rquez era una vida de amigos y celosa de su privacidad, dice el escritor ?scar Collazos, amigo suyo y vecino de esta ciudad. Seg¨²n explica, Cartagena era ¡°el pie a tierra con Colombia¡± de este artista desarraigado que naci¨® en un pueblo coste?o y pas¨® por Bogot¨¢ y estuvo unos a?os en Barcelona y en Par¨ªs y residi¨® d¨¦cadas en la ciudad de M¨¦xico y viaj¨® por aqu¨ª y por all¨¢ y que, en medio de todo esto, d¨®nde realmente arraig¨® fue en el territorio imaginario de sus novelas. Por lo general ¨¦l y su esposa pasaban el tiempo en su casa o en casa de sus amigos. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez era demasiado famoso y demasiado adorado como para salir a menudo a pasear por Cartagena, la bella. Aunque alguna vez lo hac¨ªa. Ya en los ¨²ltimos a?os, cuenta Collazos delante de una taza de caf¨¦, ¨¦l y su esposa intentaron un d¨ªa dar una vuelta por la ciudad. La gente los empez¨® a seguir para decirle hola, para tocarlo, para verlo, para pedirle un aut¨®grafo o para hacerle todas esas cosas a la vez. El novelista mir¨® a Mercedes y le hizo una pregunta desde una p¨¢gina difusa de su memoria.
¨C?Por qu¨¦ la gente me quiere tanto?
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